Opinión
“¿Te gustan las viejas?”: Encuentro en la tercera fase del deseo

Siempre me han gustado las chicas mayores que yo y muchas veces me recriminan por sentir este deseo. ¿Por qué dan tanto miedo nuestras tetas cuando se juntan con otras tetas, sobre todo si son más maduras?
Carol Filmin

Siempre me han gustado las chicas mayores que yo. Me di cuenta la primera vez que vi, con 16 años, Una giornata particolare (1977, Ettore Scola). En la escena en que Sofía Loren (con 44 años) besa a un rígido Marcello Mastroianni, yo solo podía pensar: “Ojalá fuera él”. Pero me lo decía con una vergüenza y un miedo dobles: el primero, quizá el más obvio en aquel momento, por saberme lesbiana o bisexual, no lo tenía claro; en cualquier caso, deseante de otra mujer. El segundo, que entonces no intuía, pero que luego he sentido tantas veces, por desear a una mujer mayor que yo. 

“¿Pero qué te gusta de ellas?”. Me lo han preguntado tantas veces… “¿Te gustan las viejas?”. Me gustan las mujeres, algunas mujeres, no todas (¡qué cosas!). Algunas de ellas, mayores que yo. Es triste, pero sigue siendo necesario recordar que cualquier sexualidad no bendecida por el heteropatriarcado no es sinónimo de promiscuidad. Yo, en realidad, lo que me pregunto es por qué siguen dando tanto miedo las mujeres en general y el sexo de las mujeres en particular, preocupación que aumenta proporcionalmente a la edad de la lamia. 

Según Mona Chollet en ‘Brujas’, a la mujer, cuando deja de ser fértil y pierde la capacidad de reproducirse, se le presupone una pérdida absoluta del deseo

Según Mona Chollet en Brujas, a la mujer, cuando deja de ser fértil y pierde la capacidad de reproducirse, se le presupone una pérdida absoluta del deseo. Y si no, malo: desde la Edad Media se le dedican perlas como obsesa, vampírica, arpía, hedienta que no puede ser satisfecha por los simples mortales. ¿Para qué querrán une compañere sexual si eso (horror) ya no le sirve? Hilando más fino con Rigoberta, ¿por qué dan tanto miedo nuestras tetas cuando se juntan con otras tetas, sobre todo si son más maduras? Solo puedo decir que, para mí, hay dos edades: la minoría de edad legal y todo lo demás. “Me siento transedad”, que diría mi amiga Gloria (47 años). Ya sé que una de 39 o de 53 puede ser mentalmente una cría, claro; pero el tema del momento vital es harina de otro costal.

Invisibles

Sontag define envejecer como una enfermedad moral, una patología social, un proceso humillante de gradual descalificación sexual; una extirpación de la intimidad y del espacio propio; una obsesión por el tiempo que parece disolver el poder erótico; una salida de escena de la eterna secundaria en silencio (lo malo es que esa escena es tu vida). No eres elegible porque eres mayor y eres mayor en cuanto no eres demasiado joven. ¿Cuál es el límite de la juventud si a los treinta años seguimos viviendo con los padres, coleccionando funkos, haciendo maratones de Harry Potter y no somos considerados suficientemente maduros como para entrar en la adultez?

Sobre ser o no demasiado joven, y con motivo del estreno de The Substance (Coralie Fergeat, 2024), en una entrevista para el Sunday Morning, Demi Moore (61 años) describió el rodaje de la escena en la que se maquilla frente al espejo con una sola palabra: “descorazonador”. Asegura que, tras quince tomas, tenía la cara en carne viva. “La idea que tenemos todas de intentar arreglar algo y darte cuenta de que solo lo empeoras más y más. Te desmoronas”. La gran soledad ante el espejo, el cuento de nunca acabar: ese acné que se convierte en arruga que se convierte en cana. You’ll never walk alone… ni tranquila. Cuando le preguntan qué ve al mirarse al espejo cada día, responde que va variando: a veces le gusta lo que ve, a veces no, pero al menos ahora, gracias al paso del tiempo en ella, es capaz de sorprenderse buscándose defectos y neutralizar esa mirada inquisitorial. 

Ojalá todas pudiésemos tener hacia nosotras mismas esa mirada neutral de la que también hablaba Emma Thompson (63 años) en el Late Show de Stephen Colbert a propósito de la polémica sobre su desnudo en Good Luck to You, Leo Grande (2022): “¿Cómo no lo había pensado antes? Voy a desperdiciar todo mi tiempo, mi dinero, mi objetivo en la vida para preocuparme por mi cuerpo”. Interesante también su artículo “Living in a woman’s body” para The Guardian (2022) en el que habla sobre cómo coexistir entre jóvenes y ancianas habitando un limbo de invisibilidad.

La invisibilización de la mujer, su descarte, el destierro a la inelegibilidad al que se la condena exclusivamente por su edad es un tipo de violencia igual que la gordofobia, la homofobia o la misoginia.

La edad de una mujer, ese sucio secreto del certain age, va desde que cumples los 20 hasta casi los 60. Un ejemplo claro y reciente, el borrado de edad que la revista Shangay hizo a Marta Belmonte y Alba Brunet (42 y 32 años). En el polo opuesto, la alabanza a la no arruga: una cuenta de Instagram con 998K seguidores publicaba: “Cher, en el Victoria’s Secrets Fashion Show, ¡espectacular a sus 78 años!”; por ella no pasa el tiempo ni le deja huella. ¿Esto es espectacular? Vamos más allá: la revista belga Fifty & Me habla sobre cómo comenzar una nueva vida a los 50: en la pestaña Salud, lo primero que encontramos es el apartado “Envejecer bien”. En la pestaña de Belleza, “Antiedades”.

Emma Thompson
Emma Thompson en un fotograma de ‘Good Luck to You, Leo Grande’, donde la actriz protagoniza un desnudo integral.

Es habitual que, al tratar el autocuidado extremo, la belleza sintética, transhumana y elitista, la perversa y continua supervisión, se hable de Nicole Kidman (58 años) haciendo de Nicole Kidman una y otra vez en sus películas. “Ya no hay nadie mayor de 45”, dijo Frances McDormand (68 años) en el Festival Lumière de Lyon en 2019. Si eres joven, tienes que demostrarlo; si no, tienes que luchar para que las que vienen detrás no te hagan sombra. Ser mujer es vivir en un casting permanente para que ni siquiera te dejen desempeñar un único papel: el propio. 

La invisibilización de la mujer, su descarte, el destierro a la inelegibilidad al que se la condena exclusivamente por su edad es un tipo de violencia igual que la gordofobia, la homofobia o la misoginia.

No representadas

La primera vez que reflexioné sobre la representación de una mujer con una edad mayor que la mía y en la que apareciera plena, consciente de tener identidad y cuerpo propio, deseante y deseado, fue en 2015, cine Aribau de Barcelona, en el estreno de Carol. Completamente embelesada con el personaje de Carol Aird, interpretado por Cate Blanchett (46 años en ese momento), acabé tragándome más películas de las que puedo admitir de Lauren Bacall, fallecida solo un año antes con 89 años.

La segunda vez, fue con la lectura del Manifiesto de las mujeres viejas de Mari Luz Esteban: “A comienzos del siglo XXI / ha nacido / un nuevo sujeto de una historia que está por llegar: / la mujer vieja”. Y me aterrorizó porque, realmente, esa mujer vieja es la que mantiene el mundo; sin embargo, salvo honrosas excepciones, como La última casa de Arantxa Urretabizkaia o Basa de Miren Amuriza (ambas de Consonni, 2021 y 2023 respectivamente) o Un momento de ternura y piedad de Irene Cuevas (Reservoir Books, 2024), tanto literal como literariamente, o no se le ha dado espacio mental, social ni cultural o se sigue insistiendo en darle una voz que parece salida de un cuadro renacentista de Lucas Cranach.

Quizá necesitemos atrevernos a contar nuevas ficciones en torno al amor autocentrado en las que hablemos del apetito sexual de mujeres de 50, 60, 70 años, con parejas del mismo sexo y de diferentes edades, sin culpabilidad ni vergüenza

Murielle Joudet comenta en La segunda mujer que, en Hollywood, cuando una actriz es vieja se la relega a hacer biopics porque incomoda tener que mirarlas para inventar algo que no sean historias de amor romántico. Quizá sea así y necesitemos atrevernos a contar nuevas ficciones en torno al amor autocentrado, que es otro gran tema, en las que hablemos del apetito sexual de mujeres de 50, 60, 70 años; con parejas del mismo sexo y de diferentes edades; sin culpabilidad ni vergüenza ni conflictos eróticos. Orgullo sin prejuicio. Y hacerle ver al petardo de Ben que él quería a Mrs. Robinson y no a su hija.

Pienso en cómo me hubiera gustado ver en Fleabag (2017) al personaje de Kristin Scott Thomas (58 años) pasando la noche con el de Phoebe Waller-Bridge (33 años) después de un par de whiskies de más. Pienso en la tensión sexual entre los personajes de Jean Smart y Hannah Eibinder (73 y 29 años) en Hacks y en el supuesto #loveislove entre Christine Baranski y King Princess (73 y 26 años): ¿y si es realmente love y no un fauxmosexual queerbaiting? ¿Qué pasa si se enrollan una chica veinteañera con una ya entrada en sus seventies? Estoy harta de imaginar, de suponer, de dar por hecho. No por fetichismo, sino por justicia e igualdad de representación: por cada dos bocas heteros o jóvenes besándose necesitamos su homólogo queer o transedad.

Etiquetadas

Pero no nos desanimemos, amigas, hay otra realidad que nos saca de la invisibilidad y nos nombra. Dando un paseo con Rita (53 años) hablábamos del concepto mother I’d like to fuck (MILF), un enfermizo ente viscoso que mezcla relaciones maternofiliales turbias. ¿Por qué convertimos la relación sexual con una mujer de más edad en algo tan perverso que parece una parafilia? ¿Por qué esa necesidad de justificación casi infantil como si fuese algo vergonzoso? ¿Por qué no aceptar con naturalidad que la mujer no pasa de ser joven a invisible en ningún ámbito de su vida, sino que tiene mente, cuerpo y deseo y, lo más importante, que esa mente, ese cuerpo y ese deseo suyos nos atraen? ¿Es la mirada masculina, heteropatriarcal, casi neocolonialista, que vuelve a colarse en terrenos que no son exclusivamente suyos y que señala cuál es válida para un fin, como en un proceso industrializado y contranatura?

¿Para qué queremos alargar la vida si se nos prohíben placeres tan maravillosos como el sexo en cuanto ya no somos jovencitas y solo podemos desear a mujeres de una edad inferior a la propia?

En esa conversación con Rita también sale a colación la palabra cougar. La rastreo en internet y alucino heavy: en varios realities de EE UU, unos veintenañeros tienen que seducir a Miss Cougar, de 40. Ante ti, un diccionario para nombrar la aberración, lo bochornoso; es decir, que te molan las mujeres mayores que tú: MILF, GILF, yummy mummy, fabulous after forty, sugar mommy, etc.

Muntsa (65 años) me recuerda que, si de etiquetas se trata, hasta la ciencia recurre a ellas y que a mí lo que me gusta son las young-old women. Debido a la longevidad que alcanzamos, se apuesta por redistribuir las edades del ser humano, especialmente, esa especie de cajón desastre de lo que era la tercera edad: young-old, old-old, very-old. “Ya no eres viejo hasta los 78, old-old, que te empiezas a quedar sin proteínas”. La cuarta edad. Nunca pensé que viviría este cambio de paradigma, el nuevo sentido de los ritmos de la vida. Sin embargo, pienso en para qué queremos alargarla tanto y ser unas estupendas old-old ladies si se nos prohíben placeres tan maravillosos como el sexo en cuanto ya no somos jovencitas y solo podemos desear a mujeres de una edad inferior a la propia (siempre que no hayamos alcanzado la gloria de ser ya demasiado viejas para desear). ¿Qué hago el resto del tiempo que dura esta eterna falsa crisis de ser vieja, pero sin parecerlo? ¿Me cauterizo el deseo?

Deseadas

Vuelvo al film Carol, en el que Sarah Paulson (41 años) da vida a Abby Gerhard. No son pocas las veces que los periodistas le preguntan por el activismo celesbian que hay en la transparencia con la que vive su relación con Holland Taylor, 31 años mayor que ella; traducido y de memoria, “no me da miedo amar a quien amo”. 

Ya se sabe que, en cuestión de parejas, si el hombre es mayor que la mujer, todo bien; si es al revés, parece que se han juntado un jovencito incauto y una vieja loca a la que se debe tratar con desdén y compasión a la vez. ¿Qué ocurre si esa relación se da entre dos mujeres? ¿Tiene los mismos efectos y consideraciones? Claro que hay relaciones de poder. Dice Irantzu Varela: “Las relaciones humanas son relaciones de poder y es muy difícil establecer un vínculo con alguien y que no haya una relación de poder relacionada con la ideología del amor romántico”. Da igual que la otra tenga 36 o 63. Los intereses creados están ahí desde antes de Benavente.

Otra pregunta que me aterra de esta extrema dicotomía absurda es si quien ama o desea un cuerpo joven y solo un cuerpo joven ama o desea verdaderamente ese cuerpo o en realidad ama y desea el poder que puede ejercer sobre él. ¿Cómo le llamamos a eso y por qué lo quieres confundir conmigo?

Pero no nos quejemos, veamos varios ejemplos de parejas sexuales o sexoafectivas en ficción con gap age y el trato que reciben. En Succession (2018-2023), Logan Roy descubre que su hijo Roman tiene cierto juego sexual con Gerri Kellman, CEO de la compañía (J. Smith-Cameron en la vida real, 63 años). “Do you have a problem? [...] She's a million years old. It's fucking disgusting. You are a laughingstoc”. Otro ejemplo, La casa en flames (De La Orden, 2024): el personaje de Emma Vilarasau (65 años), una mujer en su sesentena, impensable como amante, es ridiculizada por su hijo y su exmarido. Los personajes de Clara Segura (50 años) y Macarena García (36 años) salen en su defensa, lo cual es maravilloso ¿e improbable? Todas sabemos que no siempre somos red: en la adaptación televisiva de L’amica geniale (Elena Ferrante, 2011-2014), Lenú (de unos cuarenta) encuentra a su compañero en el baño con la asistenta: “Es vieja y gorda. Tiene el pelo gris, el cuerpo flácido. Es ridículo”. ¿De verdad lo grave es ese otro cuerpo inelegible?

Nos enorgullecemos de la distancia respecto de las mujeres mayores. Envejecer es ser invisible; si además eres lesbiana o bisexual, es serlo dos veces

Joudet opina que las mujeres se observan, se admiran, se imitan, se juzgan observadoras y observadas, vigilantes y vigiladas; la mujer es la víctima hecha verdugo y esa es su doble condena: la de observarse a sí misma mientras los demás la observan. “Cabría cuestionarse si tampoco nosotras convivimos muy bien con encajar, vivir y acompañar la vejez” (Blanca Lacasa, Las hijas terribles, 2023). Nos enorgullecemos de la distancia respecto de las mujeres mayores. Envejecer es ser invisible; si además eres lesbiana o bisexual, es serlo dos veces. Ya lo anunciaba, en 1984 (¡1984!), Barbara McDonald en su Look me in the eye: “Si no estoy bien aquí, ¿dónde lo estaré? En el mundo de las mujeres, las mujeres mayores son un problema. Nosotras mismas nos encasillamos”. En palabras de Chollet: “Nos negamos el poder subversivo de las posibilidades”. 

Las mujeres, en la carrera que todas tenemos en común, estamos condenadas a tener edad y en nuestra mano está afrontarla o negarla; en ambos casos, la supervivencia es el premio: elige tu propia aventura.

Succession
Gerri Kellman, personaje de la serie ‘ Succession’.

La tierra inexplorada

Vuelvo a mi pregunta inicial. ¿Te jode que me enrolle con una tía mayor que yo? ¿Te jode que decida con quién, cuándo, dónde y cómo? ¿Te jode que aborte? Perdón, esas no eran. Repito. ¿Qué es lo que me atrae de, en palabras de Ane Gabarain (62 años), las mujeres maduras estupendas?

Dice Cyntia Rich que el cuerpo femenino envejeciendo recuerda que las mujeres tienen un “ellas mismas” ajeno al resto. Quizá sea ese “ellas mismas” lo que me atrae, la tierra inexplorada de la que habla Sophie Fontanel, cómo dejan al descubierto el paso del tiempo sin tomarlo como un desafío (igual que quiso mostrarlo el fotógrafo Nicholas Nixon en The Brown Sisters, 1975-2021); el estado interior, los acontecimientos que las conforman. 

Quizá sea la posibilidad de deshacerse de los cepos de la tradición lo que me atrae de aquellas que no se niegan una nueva manera de relacionarse. Porque envejecer puede ser muchas cosas menos un borrado de identidad o un vaciamiento

La madurez sexual alcanzada por fin, muy a pesar de las trabas culturales o de la imposición del disimulo, de la sordina de una eterna juventud idealizada por la sociedad. No las jóvenes quiméricas, sino las mujeres liberadas, en plena posesión de sus recursos, capaces de satisfacer sus deseos porque relativizan, valoran y modelan su visión del mundo y su manera de estar en él (parafraseando a Audre Lorde). Quizá sea la posibilidad de deshacerse de los cepos de la tradición lo que me atrae de aquellas que no se niegan una nueva manera de relacionarse. Porque envejecer puede ser muchas cosas menos un borrado de identidad o un vaciamiento.

Decía al principio que muchas veces me recriminan por sentir este deseo y la gran culpa es la de ser una incauta, pues seguro que son unas listas, unas brujas, unas ligonas depravadas que saben más que yo, que voy a la zaga y ya les llego tarde. Honestamente, nunca ninguna mujer me ha hecho sentir que se llegue tarde a nada, más bien al contrario: me hace sentir que por fin se está llegando. Ese yo ajeno, ese cuerpo suyo será el mío mañana. Porque, más allá de consideraciones sapiosexuales, lo que más me atrae de ellas es el cuerpo. Así de sencillo. Y su capacidad erótica, que no ha hecho más que llegar al punto de maduración perfecto para desarrollarse libremente tras desdramatizar las falsas tragedias a las que nos quieren atar: amor, sexo, cuerpo y edad. Gocémoslo.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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