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En un artículo titulado “Mad Cool propone que la mayoría de su público acuda en coche a Villaverde en lugar de usar transporte colectivo”, publicado hace unos días por eldiario.es, el periodista Diego Casado advertía de la apuesta de los organizadores de este evento por la movilidad privada a la hora de acceder al nuevo recinto. En su propuesta entregada al Ayuntamiento, Mad Cool estimaba que en torno al 55% de los asistentes usaría un coche para acceder al festival: el 20% su propio vehículo privado, mientras que el 35% restante lo haría mediante taxi o un servicio de VTC. La organización solicitaba a la institución municipal la ampliación de los horarios del metro mientras situaba la parada de las VTC —Uber había sido un antiguo patrocinador del evento— a 700 metros del recinto, mientras que los taxis se colocaban a 1,4 km, justo el doble.
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La apuesta por solventar y gestionar los desafíos que enfrentan las ciudades en clave privada es una de las grandes apuestas del neoliberalismo, última y vigente versión del capitalismo. Para David Harvey, el neoliberalismo es “una teoría de prácticas político-económicas que afirma que la mejor manera de promover el bienestar del ser humano, consiste en no restringir el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo, dentro de un marco institucional caracterizado por derechos de propiedad privada, fuertes mercados libres y libertad de comercio”.
En el ejemplo arriba mencionado, esta elección aparece claramente reflejada. De esta manera, la opción del transporte privado, beneficiando las plataformas de VTC frente al taxi o los servicios de movilidad colectivos, como el Metro o los Autobuses, subraya, además, otra de las características de este modelo: que el papel del Estado no es otro que el de crear el marco institucional apropiado para que se desarrollen estas prácticas. Es decir, el Estado no es el enemigo del capitalismo, sino su aliado incondicional e inevitable.
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El libro de Patricia Castro Tu precariedad y cada día la de más gente. Desigualdad y ansiedad en el siglo XXI, editado por Apostroph, recorre los múltiples aspectos e impactos que esta realidad neoliberal acaba por significar para nuestras vidas. Dividido en seis capítulos y una introducción, esta socióloga comienza, mediante una anécdota personal, realizando una crítica al concepto mismo de desarrollo. Un término, alabado y criticado desde su origen justo después de finalizar la II Guerra Mundial en el contexto de la Guerra Fría, que se aparece como un significante flotante que, aunque a nivel de comunicación mainstream suele gozar de un significado positivo, casi progresista, enfrentado a su propia realidad, y a las prácticas que genera hoy día, se acaba por mostrar como lo que realmente es: un caballo de Troya del neocolonialismo y la globalización capitalista.
El primero de los capítulos del libro se centra en uno de los elementos centrales del neoliberalismo: la generación de dinámicas de desigualdad. Recordando lo que señalara el historiador Josep Fontana en su obra El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914, “una de las causas fundamentales del aumento de la desigualdad ha sido el retroceso experimentado por esa parte mayoritaria de la sociedad que son los trabajadores”. Así, para la autora, es así como se cimienta una estructura social, más o menos dual, que, usando un interesante símil, acaba por generar la “historia de dos ciudades”. El poder del capital, ampliado por la desregularización del mercado laboral, cimienta y consolida el modelo y lo hace sostenible en el tiempo.
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El capitalismo de plataforma, en palabras de Nick Srnicek, vehicula el segundo de los capítulos del libro. Las plataformas, apps, etc., no dejan de ser versiones sofisticadas de los antiguos intermediarios. La única diferencia es la presencia de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, así como el fomento de un uso de las mismas privativo e individual. La existencia de un mundo donde los capitales se mueven libremente en búsqueda de mejores y mayores plusvalías da la puntilla a unas dinámicas altamente especulativas que llevan a que un gran número de estas empresas tecnológicas alcancen la categoría de unicornios —valorizaciones por encima de los mil millones de euros— antes que generen ningún tipo de beneficio a sus propietarios, y menos a sus trabajadores.
Otro de los caballos de batalla de la catalana Patricia Castro es el culto a la personalidad y la entronización de la iniciativa individual, además de las profundas raíces ideológicas, del concepto de meritocracia. Tal y como señalara el también sociólogo César Rendueles, la meritocracia no deja de ser la herramienta de la que se dotan las clases altas para legitimar sus privilegios heredados. Bajo este paradigma se apuntalan las desigualdades y se dota de estabilidad al sistema al desmontar las posibles críticas a un modelo en el que, teóricamente, no mandan los que más tienen sino aquellos que se lo merecen.
La presentación de la libertad desde una perspectiva desacomplejadamente desmaterializada justifica, según la autora, el desmantelamiento del Estado del bienestar
La libertad es un concepto que últimamente está en boca de todos. Se suele presentar bajo el disfraz de la capacidad de elección: cuánto más elementos haya para escoger, mayor libertad existiría. Esta presentación de la libertad desde una perspectiva desacomplejadamente desmaterializada, que olvida los preceptos de igualdad y fraternidad que la Revolución Francesa situó al mismo nivel y de forma inseparable, justifica, para la autora y no sin razón, el desmantelamiento del Estado del bienestar y la puesta en marcha de políticas de gestión de la pobreza vinculadas estrechamente, como y como recordara Loïc Waquant, con una nueva forma de Estado, el de la Inseguridad.
La precariedad y las derivas sanitarias que contempla ocupan el capítulo cinco del libro. A destacar en el mismo dos elementos principales: la crítica que realiza Patricia Castro a las teorías de Guy Standing sobre el precariado, como introducción de una nueva clase social que complica el establecimiento de alianzas con otros sectores populares otorgándole características propias, y la vinculación de la inestabilidad laboral, las malas condiciones en los puestos de trabajo o la imposibilidad de conciliar la vida laboral, el ocio y la familia, con el padecimiento de enfermedades mentales.
Por último, el último capítulo se centra en aquello que la activista Noemi Klein tan acertadamente denominó en su libro Esto lo cambia todo: cómo la crisis climática supone un antes y un después en los desafíos que los seres humanos y, no nos engañemos, el propio sistema capitalista, ha enfrentado a lo largo de toda su historia y que pueda finalizar con la misma existencia de la sociedad humana en la tierra.
El libro acaba con sendos epílogos, a manos de David Cassasas y Roy Cobby, los cuales realizan propuestas vinculadas al establecimiento de la renta básica universal y una reforma profunda de la economía y la gobernanza general. La obra de la autora se aparece como ciertamente pesimista, mostrando un futuro que no parece tener solución, no solo para las clases populares, sino para la existencia general de la humanidad sobre el planeta. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. El pesimismo es siempre reaccionario y lo que la socióloga nos muestra es precisamente una fotografía precisa de la realidad que nos envuelve. Pero no para, visto el panorama, cruzarnos de brazos, sino para todo lo contario: conocer fielmente por dónde comenzar a cambiar las cosas. Sí, porque hay que recordar que tu precariedad es también la nuestra.
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No estoy de acuerdo con que el pesimismo sea siempre reaccionario.