Opinión
Infamias y momento posfascista: de Extremadura y Trump, hasta Gaza

Las deportaciones de Trump, la victoria de la derecha y la extrema derecha en Extremadura y el desalojo de migrantes en Badalona marcan el final de un 2025 postfascista.
Badalona desahucio - 7
Helena Llonch Desahucio de 400 migrantes en Badalona.
30 dic 2025 05:30

La actualidad se atropella, aunque la evidencia del momento posfascista en lo internacional y en lo nacional es nítida. La puntilla de la foto para cerrar el año, en la antesala navideña, no han sido sólo los resultados electorales de Extremadura, con las fuerzas de las derechas españolistas sumando un 60% de los votos emitidos y Vox rozando el 17% de la participación electoral, sino ver ese reparto de representación popular junto al vídeo de exaltación de la deportación del gobierno de Trump como propaganda MAGA navideña. Sin olvidar el desalojo y discurso de Albiol en Badalona, castigando a las dianas de su racismo y clasismo como “buen gobernador de las gentes de bien”, o, volviendo a Cáceres y Badajoz, la denuncia ayusista de Guardiola ante las cámaras, a dos días del domingo electoral: según la presidenta extremeña desde 2023, siendo segunda fuerza entonces, la democracia estaba amenazada. Así interpretó en público el robo común de la caja fuerte de una oficina de correos con los votos emitidos dentro, a sabiendas de dicha realidad, porque todo vale para ganar votos. Sin novedades por lo menos desde 2004. 

De hecho, la candidata más votada de la campaña extremeña, con la pérdida de diez mil votos respecto a los comicios de hace dos años y medio, lo volvió hacer nada más salir al atril de la sede del PP de Extremadura la noche electoral. María Guardiola afirmó con desparpajo que le habían votado el 43% de los extremeños. Y con un par, cuando le refirieron los periodistas los diez mil de votos perdidos fue cuando hizo referencia al contexto de la participación electoral, allí debían estar sus diez mil votos menos, seguro, y restaba importancia al descenso en sus papeletas ante el desplome histórico del PSOE. Es decir, la futura presidenta de Extremadura, tras pacto con un Vox que por fin ve el crecimiento que esperaba cosechar a partir de las elecciones andaluzas de 2022, se calzó dos mentiras seguidas interconectadas manipulando, si nos ceñimos a la verdad, claro. Porque ella también lo vale, no todo es Ayuso. 

Después de haber sido testigos de la práctica de un exterminio genocida del pueblo palestino, ahora vemos su resultado avalado: una Gaza ocupada y controlada por Estados Unidos e Israel

Lo cierto es que Guardiola desapareció, en esas palabras postelectorales, al 38% de los extremeños que no votaron. Desaparecidos en la afirmación de la representante electa. Como si no existieran. Ese es el valor democrático que tiene Guardiola cuando no se flipa con la táctica de agitar participación en torno a la realidad paralela, demonizadora y conspiranoica, de que el Gobierno de coalición que preside Sánchez va camino de “una dictadura bolivariana y bilduetarra”,  justo después de lo del Supremo con su condena al Fiscal General. Un régimen dictatorial de los buenos, claro que sí.

La moderada, esos moderados del Partido Popular que, por supuesto, tienen diferencias con Vox ‒de hecho, los de Abascal, la ultraderecha de siempre también tienen corrientes, y es evidente que no existe una homogeneidad total en el hegemón de la derecha españolista‒ pero cuentan con características transversales en el conjunto del españolismo derechista. Y una es la patrimonialización del país. Por eso Guardiola estaba eufórica pese al panorama de negociación con la escisión ultra de su partido y su victoria agridulce, porque otro bastión de los sociatas desde la transición mutaba en su gobernabilidad, poniéndolos por fin en “el lugar que les corresponde”, con ella de presidenta. 

Insisto, Guardiola mintió sobre el porcentaje de la sociedad extremeña que la votó y a la cual representa como fuerza política. A la presidenta del PP de Extremadura le votaron, el domingo 21, el 38% del 62% de los extremeños que depositaron su papeleta. Es decir, menos del 30% de los más de 860.000 habitantes de la Comunidad Autónoma: el PP obtuvo 228.300 votos. Pero a nadie en la retransmisión pareció chocarle esa falsedad respecto a la representatividad de Guardiola. 

Esto también es relevante para afrontar el momento posfascista en el que nos adentramos. En este momento, se desaparece en la foto a los que no votan, más allá de informar del dato puntualmente y comentar, en otro momento fugaz, lo malo que es la desafección que muestra la bajada de la participación, o para que Guardiola argumente que no le han votado 10.000 más porque ha habido algunos rezagados, para nada un abstencionismo de voto progresista del 7% más ante el panorama del PSOE y el candidato. Por lo demás, más allá de que en la política partidaria no haya espacio vacío en los hemiciclos de representatividad, en el relato con el que se ejerce la maquinaria de poder se desaparece al no representado sin disimulo, mintiendo. Ya no sólo en el ejercicio del gobierno y poder legislativo sino en la narrativa de representación popular y territorial, es decir, de lo que existe como pueblo. Y una cosa es que esto sea así con conservadores neoliberales, por mucha tradición de tácticas diferentes imposición que tengan, sea Thatcher, Andreotti o Aznar, y otra es semejante desparpajo en un momento de giro reaccionario consolidado como este.   

Nos encontramos ante una quimera, usada para la colonización y desposesión del pueblo palestino, que reparte Gaza entre Trump y Netanyahu

A lo que se añade que estamos en un momento posfascista no sólo en el continente al que pertenecemos sino en el gobierno de la potencia hegemónica del bloque al que está adscrito el país después de décadas de neocolonialismo cultural. Recapitulemos un poco los últimos días del 2025 porque la historia de la infamia no cesa. De hecho, la sufrimos ciclada durante este primer año de la segunda presidencia trumpista: el pasado 10 de diciembre se cumplían dos meses del cambio de fase en el exterminio y ocupación israelí sobre Gaza. Un llamado ‘plan de paz’ a cargo de Donald Trump que, en realidad, en ese primer momento, implicó un acuerdo de intercambio de rehenes entre Hamás e Israel y una tregua ‒siempre relativa para el régimen sionista‒ tras unos mese

s en los que la intensidad genocida en las matanzas diarias había sido incrementada por las operaciones militares israelíes. 

Por tanto, estuvimos ante un “alto el fuego” que, implicando en un primer momento el retorno de los huidos ‒cual éxodo‒ de una ciudad de Gaza totalmente destruida, no significó en realidad un alto al fuego para la población gazatí porque, como sabemos, en los 93 días siguientes a aquel supuesto alto el fuego ha habido, por lo menos, 405 personas palestinas asesinadas. 

En el mes de octubre tuvo lugar, siguiendo lo indicado por Estados Unidos y tras la liberación de rehenes vivos del 7 de octubre y secuestrados palestinos en cárceles israelíes, un repliegue del Ejército sionista a la mitad de la Franja que les fue asignada ‒lo cual no ha eximido de bombardeos aéreos de norte a sur sin límites en los lugares que han sido objetivo, durante todo este tiempo‒. También terminó entonces el bloqueo total de alimentos, con el acceso a la Franja de algunos pocos convoyes retenidos en la frontera. Sin embargo, la entrada de estos camiones desde el exterior ha sido escasa, muy por debajo de lo señalado como necesario, tanto en alimentos como en otras ayudas humanitarias. 

Durante estos dos largos meses, no se ha paliado el uso del hambre como arma de guerra por parte de Israel que, una vez más, incumple e impone, con sus presiones extremas y condiciones unilaterales a cargo de su poder militar, la prolongación de la hambruna declarada desde hace meses en el territorio gazatí. Una prolongación de la hambruna que se dilata, lo que no impidió que la tercera semana de noviembre el Consejo de Seguridad avalara sus posiciones y estratagemas, siguiendo la marca de Trump en sus discursos.

Nos encontramos ante una quimera usada para la colonización y desposesión del pueblo palestino que reparte Gaza entre Trump y Netanyahu. Quimera que tiene, de nuevo, el sello de la llamada comunidad internacional, al haber sido refrendada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el pasado 18 de noviembre. 

La desfachatez e indignación que vivimos los que fuimos testigos de la intervención de 2003 de Colin Powell en el mismo Consejo de Seguridad de la ONU para justificar con mentiras la invasión de Iraq, retornaba al recuerdo inevitablemente al ser testigo esta vez de una votación de aprobación infame que añade, al reconocimiento internacional del acting de Trump, el aval de Naciones Unidas, a otra táctica para que el plan de despojo sobre Gaza y la tierra Palestina siga profundizándose. 

Una aprobación que, por supuesto, fue seguida de la cargante declaración del presidente de EEUU, justo antes de su speech en el Foro económico, junto al siniestro heredero saudí: él es el administrador de la mitad de la Franja, mientras la otra mitad está ocupada por el Ejército israelí. Es decir, después de haber sido testigos de un exterminio genocida, vemos ahora el resultado avalado del mismo: una Gaza ocupada y controlada por Estados Unidos e Israel.

Por supuesto, durante estos años podemos ver la continuidad de la complicidad silente ante el genocidio de la otra orilla del mare nostrum. La que caracterizó a la oficialidad occidental también durante este segundo año de exterminio gazatí. Una complicidad que en el caso del Estado español constataron las dos sesiones del Tribunal de los Pueblos sobre la Complicidad con el Genocidio Palestino, en la Universidad Complutense de Madrid (Red Universitaria por Palestina: redxpalestina.org), los días del aniversario de la partición de Palestina, es decir, el 28 y 29 del pasado octubre (conclusiones en tribunaldelospueblos.org; con una síntesis del documento de la mesa 7 en los cuatro artículos de Daniel Jiménez y Manuel Pérez: “Negar una Nakba y prometer otra. La voluntad genocida en la voz de Israel”, publicados, aquí, en El Salto ). 

Un proceso que nos recordó la referencia histórica del Tribunal de opinión Internacional e Independiente Russell-Sartre, de 1966, sobre los crímenes de Guerra en la intervención de Estados Unidos durante la Guerra de Vietnam. Iniciativa que tuvo sus réplicas en otros crímenes contra la humanidad a lo largo de la segunda mitad del siglo pasado, hasta llegar al propio Tribunal Russell sobre Palestina que, en distintas sedes, se prolongó durante los años de este siglo XXI comprendidos entre 2009 y 2014. Investigaciones y actos que inspiración otros procesos nacionales como el reciente Tribunal Popular y ciudadano por las 7.291 víctimas que murieron sin atención médica en las residencias públicas de Madrid, como consecuencia de los protocolos de la vergüenza, durante los primeros meses de la pandemia del coronavirus.

La complicidad es un continuum pero el momento del plan de Trump fue en el momento oportuno para la profundización de la infamia. Recordemos que durante el trimestre anterior, contextualizando desde la calle, con radical alteridad, la formalidad del “movimiento pacifista” de los gobiernos occidentales que se ha evidenciado, una vez más, como palabrería para seguir con la genuflexión ante Trump ‒aún no estábamos en esta fase con Ucrania ni con el retorno en su interés por Groenlandia‒. Recordemos, por tanto, cómo se movilizó organizativamente la oposición al sionismo y su exterminio. En el caso occidental, comenzó, como sabemos, en agosto, y arreció en los meses de septiembre y octubre. El punto de inflexión, que conectó por estos lares con las movilizaciones de todo el año anterior, tuvo lugar a partir del boicot a la participación israelí de la Vuelta ciclista España en distintas etapas, mientras este país sufría la inoperancia de las Comunidades Autónomas cuya gestión neoliberal marca las condiciones precarias e insuficientes de cuidado y respuesta de lo público ante las necesidades de nuestros espacios comunes, es decir, mientras unos sufrían, y otros veíamos, cómo el fuego de los incendios de nueva generación, que tienen lugar en este contexto de emergencia climática, eran imparables durante las olas de calor, concretamente durante una de las más larga jamás registrada. Fue entonces cuando la organización del boicot contra el sionismo realizó sus acciones. Hasta el logro de parar el final de la etapa en Bilbao, lo que continuó en otras etapas por el Cantábrico, y tuvo su punto álgido en las calles de Madrid.

Septiembre tuvo impulso contestatario a esta coyuntura posfascista de la crisis democrática que el desarrollo del capitalismo, en su fase tardía y conectiva, nos ha puesto encima

Septiembre y octubre ‒con la detención de la Flotilla Global Sumud, la huelga por Palestina convocada un año después de la primera, secundada por los sindicatos alternativos, así como las jornadas de paro general en Italia‒ fueron meses en los que las movilizaciones pro-Palestina arreciaron en el mundo. Tuvieron lugar también tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos, países donde sus gobiernos habían seguido dando pasos contra el movimiento de apoyo a Palestina y contra el genocidio los meses anteriores a que Starmer pronunciara las históricas declaraciones vacías de reconocimiento a un Estado palestino inexistente. Aquel brindis al sol quimérico que preparó la hipocresía disfrazando el crimen colonial. Por tanto, la movilización se activó pese a hostigamientos gubernamentales, que siguieron la estela que marcaron las acciones ejecutivas desde 2023 en ambos países, sin olvidar los casos de instigación al silenciamiento pro-palestino vividos, tanto en Francia como en Alemania, a lo largo de estos dos años. 

Pero la infamia ciclada no se queda en el cambio de fase del genocidio gazatí y expulsión del pueblo palestino para la colonización tanto de Gaza como de Cisjordania y fundar el Gran Israel. Si echamos la vista sobre el segundo mandato de Trump que llevamos vivido, con el devenir de los primeros meses del año, en abril circulaban las amenazas del magnate narcisista a través de sus aranceles de potencia hegemónica en crisis ‒tras haber cambiado el mundo a golpe de beneficio coyuntural de las elites económicas del momento, a través de la respuesta neoliberal de Reagan y Thatcher frente a la crisis del capitalismo que aconteció a partir de 1973 y su globalización‒. Fue el mes en que moriría el papa jesuita que enfurecía al catolicismo conservador en plena expansión del movimiento reaccionario, sin dejar de ser lo que era, el papa de la iglesia católica ‒una de las instituciones monoteístas más importantes de la historia religiosa del mundo, caracterizada por las formas y crímenes que la como institución histórica, incluyendo la atroz realidad de implicar un sistema de reservorio, entrega y cautividad de víctimas infantiles para pederastas durante milenios, teniendo en cuenta la impunidad sistémica que implica un poder ingente desplegado sobre los imaginarios sociales y materialidades de cantidad de territorios‒.

Así pues, con las potencias en una nueva fase del orden mundial con aranceles y colonias declaradas en sus zonas de influencia, la sociedad civil organizada en movimientos sociales protagonizó un septiembre con impulso contestatario a esta coyuntura posfascista de la crisis democrática que el desarrollo del capitalismo nos ha puesto encima, en su fase tardía y conectiva ‒después de la financiarización de la globalización neoliberal‒. Ante eso, la jugada de Trump colocó el foco de la escena sobre él como figura de poder. Una centralidad que también fue fundamental, en otro polo de giro reaccionario en desarrollo, me refiero a la consecuente victoria de Milei en las elecciones legislativas del experimento argentino, con abstenciones también sin precedentes, y que implica un retorno distópico y obsceno a las relaciones de fuerza que enfrentamos. 

Distopía en la escena real que implica asesinatos extrajudiciales en El Caribe. Recordándonos violaciones de los derechos humanos como Guantánamo, el actuar de la CIA durante la Guerra Fría, las insidias de Kissinger ‒que sí tuvo el Nobel de la Paz en el 73, después del alto al fuego en Vietnam‒, o los años de “la guerra contra el terror” de Bush. Sin embargo, esta vez tienen el discurso justificador de ‘narco-terroristas’ como coartada suficiente para mostrar el poder y la presión militar sin ambages. Porque no hay que olvidar que Trump tiene un claro antecedente en el gobierno republicano de George W. Bush ‒como Milei lo tiene en las presidencias de Carlos Menem en la Argentina de los 90’‒. 

No obstante, la distopía no queda ahí, prosigue con la continuidad en las detenciones y redadas contra migrantes en territorio estadounidense, despliegues militares en las calles de algunas ciudades y, como decíamos, detenciones continuadas a las personas movilizadas por Palestina. Todo en el país de la revolución democrática que, sin reyes que derrocar conseguida la independencia, siempre temió a tiranos que los contrapesos ideados no pudieran domar. Contra esa deriva tuvo lugar otra gran movilización en EEUU, la del 18 de octubre, a lo largo y ancho de las calles de un país en crisis interna, cuya hegemonía internacional está amenazada mientras su presidente, con delirios de mandamás, considera sus jugadas de capo mafioso ‒en aras de un nobel de la paz que fue depositado en los aliados venezolanos representados por la figura de María Corina Machado‒ eventos históricos para la posteridad. De hecho, el acting de Trump, con el apoyo tanto de las monarquías árabes como de los países occidentales, junto a la Turquía de Erdogan, estuvo centrado en la táctica de llamar paz a un alto el fuego incumplido por Israel ‒que continúa a la conquista efectiva a medio plazo, incluyendo un interregno presidido por los beneficios trumpistas‒. Todo para que el capital fluya, los señores hagan negocio y la reconstrucción de los nuevos territorios anexionados lo efectivice todo de facto, mientras las leyes se endurecen en el proyecto de etno-Estado sionista para la ocupación israelí de Cisjordania. Más allá de los relatos de Borges, otro episodio de la infamia, desde el poder económico e imperial, está siendo perpetrado en esta segunda gran Nakba. Y, así, llega 2026.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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