Opinión
El genocidio en Palestina como avanzadilla hacia un orden posglobal

La economía política de toda esta reorientación posglobal gira en torno de una palabra vieja que reaparece: rearme
Rheinmetall puerta
Concentración final de los manifestantes frente a las puertas de Rheinmetall. Fotografía: juanludeno.

El genocidio y ocupación de Gaza en Palestina es un trágico episodio dentro del momento global extremo que vivimos, en el que se dan cita todos los factores de una policrisis extendida que muestra el carácter de tránsito a un nuevo escenario geopolítico posglobal en ciernes.

El drama palestino arranca a escala local de que Israel no necesita de esa mano de obra, ahora ni siquiera ya al precio de saldo como la ha venido explotando. A diferencia del apartheid sudafricano, que sancionaba el abuso sobre la fuerza de trabajo de la población aborigen mayoritaria a manos de la minoría colonizadora, los palestinos son prescindibles para los israelíes. Sin esa dependencia económica, para Israel los habitantes de Gaza y Cisjordania son en el mejor de los casos un asunto de orden público, de gestión de la “nuda vida” carente de reconocimiento como sujeto con mínimos derechos. Aunque no lo parezca, el genocidio palestino se basa en una ecuación incluso más deshumanizadora que la de los judíos a manos de los nazis, entre los cuales llegó a haber al menos un debate entre opciones esclavistas y exterministas en la antesala de la Solución Final.

Pero si solo ahora Netanyahu ha cruzado la línea que separa una biopolítica de una necropolítica —la gestión administrativa de la muerte en masa decretada de civiles, de seres humanos desarmados— ello es porque puede aprovechar la crisis más amplia de la gobernanza global, que abre un escenario inédito de luchas de poder a escala mundial tras el declive del orden basado en la libre acumulación del capital por medio de la financiarización especulativa transnacional y las políticas neoliberales a escala nacional.

Este orden posglobal se está abriendo paso configurando zonas de influencia neocolonial, que expresan y, a la vez, imponen una continuación del modelo consumista, exacerbando la búsqueda voraz de recursos estratégicos cada vez más escasos a través de un renovado colonialismo saqueador hacia afuera, combinado hacia dentro con el auge de neofascismos y heteropatriarcados —todo ello en un contexto de colapso climático espoleado por la prolongación del modelo energético de emisiones por combustibles fósiles.

La tensión en el Pacífico entre China y Taiwan y Corea del Norte y Japón, el reparto de partes enteras de África entre nuevas potencias como Arabia Saudí y de nuevo China, la presión de Estados Unidos sobre Groenlandia o la ampliación de la OTAN con los países del norte de Europa en reacción a la guerra de Ucrania tras la invasión por Rusia son ejemplos suficientes de un escenario en formación que no es una simple continuación del papel colonial y depredador que Occidente ha desempeñado durante siglos, sino señal de la proliferación de potencias, viejas y nuevas, con capacidad de expansión imperial y cuya salvaje competencia augura una lucha de titanes por la reconfiguración de sus espacios de influencia —que solo podrá ser desplegada logrando de antemano la aquiescencia de los países más débiles o aliados y la pasividad de los ciudadanos de las metrópolis neoimperiales.

Gaza es una cabeza de puente en la frontera Oriente/Occidente dentro de un diseño de intensificación de la zona de influencia del imperialismo norteamericano en declive y el europeo subsidiario

Volvemos a un escenario como el anterior a 1914, en que todos los actores se saltaban la legalidad internacional conforme se intensificaban los conflictos interimperiales y, al tiempo que saqueaban impunemente los recursos de sus espacios coloniales, silenciaban a sus poblaciones metropolitanas con una combinación de euforia nacionalista y represión de la disidencia.

Gaza no es en ese esquema sino una cabeza de puente en la frontera Oriente/Occidente dentro de un diseño de intensificación de la zona de influencia del imperialismo norteamericano en declive y el europeo subsidiario. Desde su creación Israel ha sido un bastión activo de la defensa de una zona de influencia occidental en el Oriente Próximo y Medio, pero desde la caída del socialismo ha ido adquiriendo una orientación más proactiva y expansionista conforme la población israelí no ha parado de aumentar, beneficiándose de la naturalización de inmigrantes —en su mayoría askenazis—. En consecuencia, los apenas 350 kilómetros cuadrados de la franja de Gaza valen ya más que los cientos de miles de habitantes que se hacinan en sus derruidas ciudades. Más allá de las utopías de una “riviera” vacacional en el mediterráneo oriental, un resort a modo de escaparate de lujo para ricos, se trata sencillamente de anexionarse el territorio de Palestina con objeto de sellar la frontera oriental del mundo occidental. Para eso hace falta acabar de una vez con su población originaria.

El rearme como condición necesaria del neoimperialismo

El vector-guía en la rápida construcción de ese nuevo orden posglobal conformado por zonas de influencia neoimperial es la guerra, como va a ser también la guerra el mecanismo de salvaguardia y expansión del nuevo reparto de grandes áreas económicas. La lógica de gobernanza de los mercados a través de alianzas financieras transnacionales ha dejado de ser un mecanismo suficiente de hegemonía para las grandes potencias, y en el futuro próximo vamos a asistir a una perversa combinación de chantajes diplomáticos, presiones bursátiles e intervenciones militares sobre “enemigos amenazantes”, en busca de nuevos repartos de influencia y la creación de zonas francas y/o dependientes de diversos nódulos neoimperiales, además de para medir a cada tanto la eficacia de sus inversiones en armamento por medio de la movilización de sus arsenales de última generación y el gasto más convencional en munición y carne humana.

Con el beneplácito de la criminal maquinaria económico-militar occidental, Israel ya ha bombardeado Gaza con el equivalente a ocho bombas nucleares. Esta maquinaria no se va a detener, porque está siendo alimentada con la connivencia de nuestros políticos y con nuestros propios presupuestos estatales. Estados Unidos y Europa no se están armando para defenderse, sino que se están preparando para contrarrestar avances de sus competidores en países de África (como los del Sahel), América (Venezuela, Panamá) y Asia (Taiwán).

La economía política de toda esta reorientación posglobal gira en torno de una palabra vieja que reaparece: rearme. Hablar de rearme implica dejar de mirar hacia fuera, a esos lugares más o menos lejanos donde se producen guerras entre terceros, y tener que volver la mirada sobre nuestro entorno más cercano, sobre los estados de la UE y los gobiernos europeos, incluido el nuestro.

La disyuntiva que se plantea es cruda: mantener la inversión en gasto civil en pro de una política de mínima justicia social o bien reorientarla hacia el gasto militar

El rearme afecta directamente al PIB, a las políticas macroeconómicas, a la inversión industrial y las relaciones laborales. La apuesta coge a los europeos no solo en una flagrante debilidad colectiva, manifiesta en la sumisión de la Comisión Europea a la desesperada política neoimperialista de un Estados Unidos en declive, sino que además lo hace tras tres décadas largas de erosión del “estado de bienestar” por las políticas neoliberales, las privatizaciones, los recortes y las desigualdades galopantes, la gentrificación y la especulación en el mercado de la vivienda.

La disyuntiva que se plantea es cruda: mantener la inversión en gasto civil en pro de una política de mínima justicia social o bien reorientarla hacia el gasto militar en nombre del mantenimiento de un estatus quo en el escenario posglobal. Solo el primero tiene visos de lograr frenar la escalada de la desigualdad social y la deshumanización de las democracias occidentales.

Por encima de todo, se trata de alternativas incompatibles. Históricamente, un aumento de un 1% en gasto militar ha supuesto un recorte en sanidad de 0,6%. En el futuro próximo, el coste en guerras y destrucción de esta lógica va a ser incluso más grande. El gasto militar desproporcionado, ingrediente necesario del emergente orden posglobal, viene para intentar quedarse.

Pero los efectos de todo rearme van más allá de la economía. Su mera proliferación revierte directamente también sobre las poblaciones metropolitanas, cuyos habitantes han de ser debidamente imbuidos de un militarismo y un belicismo ideológico que hasta hace poco había quedado circunscrito a regímenes autoritarios y a nostálgicos y grupos de mercenarios.

En la práctica, el rearme que viene tiene tres dimensiones. Una es de carácter material, económico e industrial. A diferencia de lo sucedido en la etapa expansiva de la globalización, cuando Alemania chantajeó a toda la UE impidiendo la reindustrialización de regiones del sur y el este —pese a que contaban con mano de obra cualificada y más barata— imponiendo el mito de la “fábrica de Europa”, ahora la UE está negociando cuotas de distribución de la producción industrial militar entre los diversos países.

Un buen ejemplo en el Estado español es Extremadura que, como zona sacrificable y receptora histórica de todo lo tóxico, está considerada pieza importante del entramado productivo de Defensa

Un buen ejemplo en el Estado español es Extremadura que, como zona sacrificable y receptora histórica de todo lo tóxico, está considerada pieza importante del entramado productivo de Defensa, formando parte del llamado Eje de la Ruta de la Plata, que contará con 13 factorías del armamento y otras cuantas auxiliares. Los empresarios de la Cámara de comercio ya se frotan las manos. A escala europea, quienes en los pasado años buscaron nichos de rentabilidad en la vivienda o la especulación de alimentos, ahora abren el mercado del armamento justificado como un recurso estratégico para despistar respecto de su dimensión de generación de beneficios y auto reciclado capitalista.

No hay que olvidar que, detrás del rearme hay poderosos intereses materiales y puertas giratorias, como la propia Ursula von der Leyen favoreciendo a su hijo, ejecutivo de la consultora Mckinsey —a la que adjudicó sin licitación pública contratos millonarios por asesorías para planificar la renovación del ejército alemán—, el caso de Morenés, exministro de Defensa del PP y empresario del armamento y consejero de Instalaza, o el de la socialista Cristina Garmendia, exministra de Ciencia y Educación y consejera de Satlantis, empresa puntera en tecnología de control de fronteras.

De esta dimensión material se sigue otra psicosocial, que conlleva la aquiescencia de la mano de obra reinsertada en la industria de las armas con promesas de empleos bien remunerados en empresas vendidas como pretendidos nódulos de desarrollo local y regional. Unos trabajadores secuestrados por el corporativismo patronal y favorables a la inversión en productos para matar serán una pieza local clave dentro de una maquinaria ideológica nacional-occidentalista de nosotros-contra-ellos que, aunque no deje de repetir que la nueva guerra será teledirigida y ajena, nace acompañada ya de todo un coro de voces reclamando la vuelta del ejército tradicional y el servicio militar obligatorio.

El rearme no solo afecta a los presupuestos y el gasto social: va dirigido contra las conquistas civiles de las dos últimas décadas en el terreno de la diversidad étnico-cultural, las libertades de orientación sexual y frente al machismo estructural, como viene dejando claro el discurso de la ultraderecha española.

Ahora bien, para perpetrar ese quiebre se necesita mucha propaganda, más de la habitual hasta ahora. La reciente supuesta agresión de Rusia a Polonia no es sino un acto diseñado para generar el ambiente de inseguridad que disponga a la OTAN a presionar a sus miembros a poner ya en marcha la escalada armamentista. Se habla mucho del lavado de cerebro que las autoridades israelíes vienen imponiendo a varias generaciones de sus habitantes, educados en la mitografía victimista del sionismo agresivo; pero nuestros jerarcas europeos están también inyectando su particular hasbará a los medios, naturalizando la defensa militar de la UE como un mantra cuando en realidad sabemos que no existe una estrategia defensiva europea, pues esta entorpece las necesidades de Estados Unidos de mantener una UE sumisa y que compre sus pertrechos militares obsoletos.

Para la difusión y el arraigo en la población de este relato artificial de la necesidad de la guerra se empiezan a desarrollar herramientas de la que ya llaman “guerra cognitiva”, que no es sino una manipulación, descarada pero sutil, de la población para predisponerla a un estado permanente de militarización, vigilancia doméstica y con una parte de la ciudadanía movilizada a favor. Un ejemplo práctico en el Estado español es el proyecto Caetra aprobado en Murcia, un polo industrial con unas 120 empresas involucradas que “desarrollará tecnologías duales, útiles tanto para usos civiles como militares, en áreas de defensa y seguridad” y buscará “sembrar disonancia, instigar narrativas conflictivas, polarizar opiniones y radicalizar grupos”.

Porque la tercera pata de ese rearme es obviamente la represión de la disidencia pacifista. Se anticipa una redefinición de los “enemigos interiores” de la que ya tenemos ejemplos fuera de España. Asistimos atónitos a un despliegue brutal de las autoridades y su policía contra el activismo solidario propalestino, véase el caso de la criminalización de Palestine Action en el Reino unido o detención de raperos, o la represión en Alemania contra pacíficos activistas propalestinos: ¡Los fabricantes de armas que masacran a la población civil palestina y sus valedores, llamándonos terroristas!

La industria armamentista en la diana de las luchas por la paz, la justicia social y la dignidad

Por eso no hay que engañarse y reducir todo a una movilización en contra del genocidio en Gaza y a favor del reconocimiento del Estado palestino y la preservación del orden internacional fundado en el respecto a los derechos humanos. Esa implicación es completamente necesaria pero, aunque llegue a ser planetaria, ha de ser integrada dentro de una modalidad de nuevas luchas en contra del rearme posglobal, verdadera amenaza de fondo causante última de tragedias como la del pueblo palestino.

Como se ha puesto de manifiesto en el ciclo actual de movilizaciones propalestinas, cada sociedad civil nacional tiene sus características en cuanto a tradiciones de conciencia pacifista y articulación de agendas, y se experimentan contextos diferentes de cara a la irrupción política colectiva. En España, la memoria de las protestas anti-OTAN, la masiva repulsa a la Guerra del Golfo y el final del servicio militar obligatorio son una base de partida que, apoyándose en la más crítica postura del gobierno de coalición a la masacre israelí, ha favorecido una reactivación exitosa de la conciencia pacifista entre grandes proporciones de la ciudadanía.

Por todo esto, las activistas antimilitaristas del Estado español hemos estado desde el principio en la avanzada y por delante de las protestas contra el genocidio palestino. Desde el arranque de la invasión de Gaza hemos entendido que una forma crucial de actuar desde nuestros espacios locales en contra de la masacre genocida es el boicot al suministro de armas al ejército israelí.

Hemos así denunciado y bloqueado el repostaje de barcos con armas con destino a Israel. Pero además, desde un principio, hemos denunciado el vínculo entre el genocidio y la industria armamentista. Como efecto de la globalización, la industria militar se ha sofisticado mucho por el desarrollo de tecnologías ofensivas y defensivas cada vez más dependientes de la inversión en tecnología estratégica, un esquema que replica la propia lógica de competencia internacional, de modo que hay una enorme interdependencia de las economías en este sector dentro de una elevada internacionalización de la producción de componentes tecnológicos. Esto permite organizar movilizaciones en un país contra fábricas que suministran a otros componentes para uso militar directamente armas que se acuerdan vender a estados agresores.

En su momento, elegimos la factoría de Rheinmetall en Navalmoral de la Mata por su proximidad y por ser esta empresa una de las que abastece a Israel (sobre todo de munición para tanques y proyectiles). Descubrimos contratos de Defensa como el de la tecnología del lanzacohetes Puls de la empresa israelí Elbit Systems, que en España se iba a llamar Silam, y que un año después el Gobierno ha cancelado y sustituido por uno con otras empresas, probablemente debido a la presión de todo el activismo pro-Palestina.

Rheinmetall es una empresa alemana, el país que suministra el 30% de las armas que emplea el ejército israelí para masacrar palestinos

La intención con la movilización y la difusión de esta era señalar este colaboracionismo empresarial e institucional del Estado español, pero también de la Junta de Extremadura, que concede subvenciones al desarrollo a Rheinmetall. Pero lo hicimos porque además la política de esta empresa es un ejemplo significativo de la estrategia de rearme en Europa: Rheinmetall es una empresa alemana, el país que suministra el 30% de las armas que emplea el ejército israelí para masacrar palestinos.

Esa protesta concreta tuvo importantes efectos, de aumento de conciencia y de vinculación de las luchas en todo el estado. Puso de manifiesto que se puede hacer algo desde aquí en el estado que influye en lo que sucede allí en Gaza, y al mismo tiempo aumenta la conciencia de que es en el estado español, en Europa, de donde en parte arranca el genocidio —además de por la connivencia y la pasividad de los gobiernos—.

En el entreacto, las movilizaciones han aumentado exponencialmente en cuanto a implicación ciudadana, en torno de las protestas por la participación de un equipo israelí en la Vuelta Ciclista.

Creemos que es necesario y posible dar un salto cualitativo en este ciclo abierto de protestas de cara al otoño. La sociedad española es en general bastante consciente de la fragilidad del estado de bienestar y los servicios públicos como efecto de la larga era de recortes y privatizaciones. Si, como dicen, la economía va bien, es el momento de invertir esos beneficios en el desarrollo y necesidades sociales de la gente. ¿Queremos que uno de los puntales de la economía estatal sea la Industria del armamento? España es a día de hoy el octavo productor de armamento mundial. Nosotras abogamos por la reconversión de la industria de matar en otras de necesidad social. No nos va la testosterona belicista, queremos cuidar y ser cuidados.

Pongamos el rearme en el centro de todas las agendas a favor del mantenimiento de los servicios públicos, de la sanidad y la educación. Es eso lo que está en juego.

A nivel institucional, empujemos a apartar y desarmar a los genocidas: aplicar sanciones ya, acabar sin excusas con la compra y venta de armas a Israel, romper relaciones económicas e institucionales que sustentan los crímenes en curso y hacer efectivas las órdenes de detención de la corte Penal Internacional.

España es a día de hoy el octavo productor de armamento mundial. Nosotras abogamos por la reconversión de la industria de matar en otras de necesidad social

A nivel práctico, empujemos a generalizar acciones de desobediencia dirigidas contra el rearme como cuestión de fondo que aglutina todas las derivas belicistas que amenazan nuestras comunidades.

En esa lógica, queremos que la próxima movilización vaya más lejos que la anterior y convocamos una protesta simultánea en las ocho factorías y la sede de la empresa Rheinmetall en España. Por medio de esa movilización coordinada estaremos condenando activamente la agudización del Genocidio del pueblo palestino en medio de la parálisis institucional europea, y al mismo tiempo protestamos contra la imposición del Rearme, que nos condena a otro periodo de austeridad, con recortes generalizados en el gasto social.

Seguirán matando en Gaza y en otros países hasta que nosotras lo detengamos en nuestras calles, pueblos, comarcas... Esta es una encrucijada que nos interpela, por principios pacifistas y por interés social. Pero también por fraternidad. El propio pueblo palestino no deja de dar al mundo lecciones de dignidad. Sin su persistencia no se explicaría la emergencia de una esfera pública internacional cada vez más consciente de que el Genocidio en curso no es solo un reflejo de los colonialismos pasados, si no una advertencia de lo que nos espera a todas las que queramos revelarnos por causas justas, a las personas migrantes, a las mujeres, a los trabajadores, a la Humanidad entera, si la impunidad del Genocidio se impone no nos quedará coraje frente a la barbarie.

En palabras de un compañero que participa en la flotilla Summud por Gaza: “Nunca —y he estado en muchas manis— he visto a tanta gente gritando tanto y durante tanto rato, la energía sólo bajaba en algún momento para volver con más fuerza. Impresionante, emocionante y también, algo de lo que últimamente estábamos muy necesitados, ilusionante. Si la Indignación de lo que ocurre en Palestina y otros lugares, se convierte en una movilización transnacional contra el Genocidio quizás haya una esperanza”.

Los artículos de opinión no reflejan necesariamente la visión del medio.

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