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Memoria histórica
El año del látigo: O´Donnell y el liberalismo esclavista español
En el año 1844 el 41% de la población cubana estaba esclavizada. Es decir, cerca de 400.000 personas eran propiedad de otro alguien, se vendían, se compraban, eran mercancía, moneda de cambio. La mayor parte de ellas estaban explotadas en algún punto de la cadena de suministros de plantaciones azucareras como las de Triunvirato o Ácana. No pienses en algo viejo, vetusto, anquilosado en el pasado, en un remanente del antiguo régimen. Estamos hablando de industria puntera. De planes urbanísticos industriales perfectamente diseñados y edificados sobre una infraestructural legal y económica muy elaborada. Cadenas de trabajo, una inmensa logística y una producción en masa plenamente integrada en la economía atlántica, lo que los capitalistas esclavistas a ambos lados del Golfo de México y al otro lado del Atlántico entendían por modernidad y progreso. No hay manera posible de dulcificar esté régimen de lo terrible. Sobre el papel se decían muchas cosas. En 1817 se firmó un tratado con el Imperio Británico por el que en teoría se pondría fin a al comercio de esclavos en 1820. En 1833 y como parte del “Bando de gobernación y policía de la isla de Cuba” (el título es importante, gobierno y policía) se publicaba el “Reglamento de esclavos,” donde se exigía a los explotadores ciertas obligaciones para con el bienestar de sus “propiedades”. Pero era una farsa. La mayor parte de los esclavos entraron en Cuba después que este comercio fuese ilegal. Del mismo modo los códigos negros cubanos solo anunciaban una brutalidad aún más sofisticada y extendida destinada a engrasar la maquinaria capitalista a golpe de látigo. Un régimen de terror legalizado y plenamente constitucional:
“Dieron conmigo en tierra sin la menor caridad, como quien tira un fardo que nada siente, uno a cada mano y pie y otro sentado sobre mi espalda. Se me preguntaba por el pollo o capón. Yo no sabía qué decir, pues nada sabía. Sufrí veinticinco azotes. Decía mil cosas diferentes, pues se me mandaba a decir la verdad y yo no sabía cuál. Me parecía que al decir que me lo había hurtado cumplía y cesaría el azote, pero había que decir qué había hecho con el dinero y era otro aprieto. Dije que había comprado un sombrero. “¿Dónde está el sombrero?” Era falso. Dije que compré zapatos; no hubo tal. Dije, y dije y dije tantas cosas por ver con qué me libraba de tanto tormento. Nueve noches padecí este tormento; nueve mil cosas diferentes decían al decirme “di la verdad” y azotarme. Ya no tenía qué decir. Algo que lo pareciese para que no me castigasen.” (Juan Francisco Manzano en “Autobiografía de un esclavo“)
Se trabajaba hasta la extenuación bajo la amenaza perpetua del miedo. Se mantenía alejada a la población esclava de toda cultura que no fuese la religiosa, y aún está se daba para afianzar la opresión. Las violaciones no es que fueran sistémicas, eran parte orgánica de un sistema que entendía como negocio legal y legítimo los criaderos de esclavos. Espacios donde las mujeres eran violadas para producir nuevos esclavos, muchas veces perpetradas por sus mismos dueños. Esto tenía lugar con el conocimiento, aquiescencia y participación de las élites, desde las locales criollas, a las distantes en la península (la familia real, como otras muchas poseía esclavos en Cuba) ¿Cómo se mantenía e incluso florecía un comercio internacional formalmente ilegal y que además crecía a la sombra del ejemplo revolucionario de Haití? La respuesta es doble corrupción y violencia.
Corrupción y capitalismo
Cuba era tras el Imperio Británico el segundo exportador de mercancías a los Estados Unidos, por su parte Cuba dependía de las manufacturas, tecnologías e incluso producción agrícola de la excolonia. Eran un circuito económico integrado, y la esclavista industria azucarera cubana era la pieza fundamental en este organigrama. Ilegal o no un masivo comercio tenía lugar la complicidad y participación de amplios sectores coloniales españoles y estadounidenses. Banqueros como Moses Taylor (uno de los fundadores del Citigroup) y aseguradoras avanzaban capitales y garantizaban la viabilidad económica de los armadores negreros. Partían desde Boston, Nueva York, Baltimore, hacia el oeste africano. Mercadeaban, a veces eran apresados por barcos británicos, por ello tenemos conocimiento por ejemplo que entre un 20 y un 40% de la “carga” moría o eran asesinados en el camino.
Una vez en las costas de Matanzas o la Habana, los esclavos eran introducidos en pequeños botes mientras los sobornados ejército y policía, hacían la vista gorda. Los esclavos eran distribuidos por una red de trata donde había plantadores, clérigos, autoridades para finalmente entrar en el circuito de la producción. Esto no era desconocido. Tanto las autoridades españolas como las estadunidenses participaban activamente en el comercio (el propio cónsul estadounidense en la década de los 40 tenía el mismo plantaciones). Para la primera, aparte de los beneficios económicos colectivos e individuales, era el mecanismo político para tener sujeta a una aristocracia criolla negrera que de otro modo ya se hubiera independizado. Para la segunda defender la esclavitud era defender los intereses geopolíticos de su nación, de su modelo productivo, de su sistema financiero e industrial, de su régimen de supremacía blanca.
Una dictadura violenta y racista
Por mucho que el revisionismo imperialista, y la retórica de la época trataran a Cuba de provincia o de tierra hermana lo cierto es que la isla estuvo gobernada por una dictatura militar compinchada con la cleptocracia esclavista. En la cúspide estaba un Capitán General con poder absoluto. Organizaba el gobierno y la represión de los enemigos del imperio mediante una Comisión Militar Ejecutiva Permanente. Una institución que tendrá un largo porvenir después incluso de su muerte formal. Creada en 1825, surgió como un tribunal militar de excepción, destinado a reprimir solo los casos más graves y complejos de delitos organizados y crímenes políticos. Un tribunal militar rápido y quirúrgico desgajado de la lenta administración y destinado a prevenir la expansión revolucionaria. La Comisión incorporaba a la administración del régimen esclavista cotidiano los desarrollos jurídicos y teóricos devenidos de la legislación de guerra tales como el estado de sitio. Esto se traducía en dos cosas fundamentales, amplios poderes políticos y gubernamentales para los militares, y la creación de un sistema de justicia sumaria destinado a reprimir con agilidad y sin obstáculos administrativos a los enemigos. ¿Pero quiénes eran esos enemigos para los cuales era necesario suspender la autoridad civil en beneficio de la militar? Los enemigos claro está pasaron a ser todos los que cuestionaran el régimen productivo de la esclavitud, desde los intelectuales que se atrevieran a cuestionar el yugo colonial y opresor, hasta los esclavos que se alzasen contra los trabajos forzados y la violencia sexual. Esto convertía a la mayor parte de la población en sospechosa, En consecuencia, la herramienta de excepción se convirtió en la tecnología gubernamental fundamental del capitalismo racial español en Cuba. Una maquinaria de guerra legal dispuesta a llevar una causa general contra abolicionistas y separatistas, los enemigos del imperio. En palabras de la historiadora Alicia Castellanos Rubio:
“Así, las funciones de la Comisión se reformaron, por ampliaciones sucesivas, hasta convertirse en un tribunal de promoción de una disciplina social y política que garantizase el funcionamiento del sistema de dominio colonial, el cual dependía de la productividad de una economía esclavista y del pacto de seguridad y garantías productivas entre las elites locales y el gobierno militar.”
Este régimen de explotación dependía de la violencia. Mas allá de Haití, las revueltas esclavas, grandes o pequeñas era frecuentes, cotidianas. He empezado esté artículo con una fecha, 1844. No ha sido por azar. No es una fecha cualquiera, es el año en que fue erradicada la llamada “Conspiración de la Escalera”. Un levantamiento urdido entre criollos y mulatos libres y esclavos que pretendía eliminar de un golpe la tiranía colonial y la esclavista. No se sabe con certeza si esta fue una verdadera conspiración, exagerada y convenientemente instrumentalizada por el imperio español, pero si se conocen las gigantescas dimensiones de la represión. Se llamó de la escalera porque a los sospechosos de haber estado en la conspiración se los amarraba de la baranda de una escalera y se los golpeaba con un látigo muchas veces hasta la muerte. Los relatos de la época hablan de paredes cubiertas de sangre, restos de carne humana, hedor, miedo, gritos. A esas fechas también se la conoce por otro nombre, el año del látigo. Miles, murieron así, bajo el mandato de alguien que a muchos os sonará, Leopoldo O’Donnell. Sí, es el mismo que da nombre a la importante calle madrileña que bordea el parque de El Retiro y se confunde con la calle Alcalá. El que da nombre a una parada de metro que nadie se cuestiona. El egregio Capitán General de Cuba usó las prerrogativas que le confirió la liberal y constitucional ley española para ordenar la tortura y el asesinato de miles de personas sospechosas de “conspirar” contra la esclavitud y el colonialismo. Un alto mando militar, un noble, “duque de Tetuán”, título conferido tras participar en otra agresión colonial. Un héroe de España, recordado en calles, plazas y paradas de metro mientras sus víctimas se hunden el olvido.
O´Donnell no se inventó el sistema, pero fue clave en su expansión en Marruecos. Mas aún, conspiró para inyectar el germen dictatorial de excepción en el tejido jurídico legal de la península. Esto es importante. Fue esté modelo de gobierno colonial militar, este régimen de excepción, el que más tarde utilizarían los africanistas en el protectorado de Marruecos. El que más tarde impondrían tras su victoria en la Guerra Civil los fascistas. Pero esto es mucho adelantar. ¿Qué hacer con la memoria de estos crímenes de estado? ¿Retirarle la calle, la parada de Metro? Tal vez. Preferiría otras cosas. Un mural en toda la estación de Metro con los nombres de sus víctimas, con escenas de sus torturas. Una serie de placas informativas explicando los crímenes imperialistas cometidos por el Estado español. Disculpas de las autoridades y pago de reparaciones. Y desde luego una profunda tarea pedagógica que, comenzando en las escuelas, se tomase en serio qué hizo y hasta donde llegó el colonialismo español. Pero esto son ideas para un futuro mejor. Uno donde la presidenta de la Comunidad de Madrid no use fondos públicos para defender los crímenes de España. Mientras tanto ya sabes que Metro, que calle, están dedicadas a un criminal de estado. Uno entre tantos.
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Gracias por el artículo y su contenido, ahora ya podremos profundizar más en este tema pero, una crítica ques espero que sea tomada como constructiva, es que se debería revisar la ortografía y la gramática un poco más. Gracias de nuevo
Mi hiperactividad me permite escribir a toda velocidad y embarcarme en mil asuntos, pero soy absolutamente incapaz de reconocer, aprender y lidiar con ortografía y gramática. Simplemente mi mente no procesa esas normas, y me disculpo por ello, pero ya he desistido para terror de mis editorxs presentes y futuros (en este blog como puedes imaginar no los hay). ;)