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Música
Doctor Deseo: “Cualquiera con dos dedos de frente y un poco de corazón se identifica con el feminismo”
La peculiar idiosincrasia de Doctor Deseo, verso suelto en el ámbito del rock con denominación de origen vasca, ha permanecido intacta durante tres décadas. Al conversar con Francis Díez, voz cantante del grupo bilbaíno, es fácil entender por qué.
La fuerza de la fragilidad. Palabras ante el espejo no solo es el nuevo disco de Doctor Deseo, el decimosexto en su larga trayectoria. También es un libro cuidadosamente editado que recoge los textos del cancionero que Francis Díez y compañía llevan facturando desde mediados de los años 80.
El sexteto vizcaíno, con antiguos componentes de Hertzainak y Atom Rhumba en sus filas, escapa a los caprichos de la taxonomía desde siempre. Y ha conseguido el más difícil todavía de la perdurabilidad sin renunciar a sus acusados rasgos de carácter.
Simpático, directo, de verbo torrencial, Díez repasa su edificante trayecto artístico y vital frente a la grabadora de El Salto, antes de hacer parada en las canciones de un álbum que irradia energía e invita a reconsiderar la obra de este grupo único en su especie.
La primera es indiscreta. ¿Cuándo y dónde naciste?
Nací en Bilbao. Y a una señorita no se le pregunta por la edad.
Por eso te decía lo de la indiscreción.
Soy del 58. Nací en Bilbao, mi madre me parió en casa. Mis padres son del norte de Burgos.
Te criaste en Uribarri, un barrio céntrico pero con su propia personalidad.
Sí, Uribarri es el primer barrio obrero de Bilbao. Está pegado al Monte Artxanda, detrás del ayuntamiento. Bilbao es una ciudad muy pequeña y todo está cerca. De pequeños decíamos “vamos a bajar a Bilbao”, como si fuera un ente distinto. Era un barrio de emigrantes gallegos y burgaleses. Y allí pasamos la infancia, haciendo todo tipo de maldades.
¿Cómo sonaba el barrio?
Había un grupo de música que ensayaba en una especie de patio. Me acuerdo que a veces íbamos a escuchar. Era un grupo derivado de Los Mitos o alguna gente que venía de por allá, de los años 60, algún resto de aquello. Nos asomábamos para ver a qué sonaba. Había dos discotecas míticas, que marcaron un poco la pauta en Bilbao, el Ovni y el Zappa. Recuerdo haber escuchado allí a los Sex Pistols, justo cuando salieron, porque había unos djs muy inquietos que viajaban a Londres. Yo no tenía edad para entrar, pero me dejaban. No consumíamos nada, simplemente estábamos allí para escuchar. A esa discoteca, el Zappa, íbamos a preguntarle al dj lo que ponía, le volvíamos majara. Ese tipo de cosas te marca.
Entiendo que el punk forma parte de tu educación sentimental.
Sí, pero en aquellos tiempos estábamos en una especie de grupo cultural e, inmediatamente después, montamos una especie de sesión en la discoteca sobre los orígenes del rock and roll, lo que fue Sun Records, Chuck Berry… empiezas escuchando unas cosas y sí que es cierto que te impregnas de toda la cultura pop, desde los orígenes. En ese sentido siempre he sido bastante curioso.
Aunque en ese momento el tema de la pertenencia, de la identidad y de las tribus urbanas era mucho más fuerte que ahora.
Sí, pero en ese momento el punk no había llegado aún a Vizcaya ni nada por el estilo. Lo escuchábamos allí por casualidad. Hasta dos años después no vi un punk en Bilbao.
¿Y qué te pareció?
Hombre, fue un impacto al principio, lo de los imperdibles. Te vas apuntando a todo, pero recuerdo que yo quemaba etapas rápido. Me apuntaba a un cierto hippismo, a una militancia política, y en año y pico podía estar desencantado y acabar como el rosario de la aurora y hacerme medio punki. Lo recuerdo como una fase de tanteo de la vida hasta dejar de ser nada y quedarme con cosas de todas ellas. Eras militante, luego hippie alternativo, luego punki. Una cosa un poco delirante. Y en todo ello, a muerte.
¿La militancia política era de corte sindicalista?
[Se ríe] No, no, qué va, éramos unos radicales. Con 16 años no se puede ser otra cosa. Y unos fanáticos, también.
¿En casa qué sonaba?
Mi padre de jovencito tocaba el trombón en la banda de Briviesca, capital de La Bureba. En el 68 lo primero que compramos en el rastro fue el La, la, la de Massiel, por supuesto. Este tipo de cosas. Mi padre era muy de copla y eso también me llegaba. No era casa de cultura musical. Mi madre se fue a Bilbao con 14 años para trabajar de chacha, el nivel cultural no era muy alto.
Bilbao es una constante en tu repertorio. ¿El cambio experimentado por la ciudad te ha dificultado el cantarle?
No, Bilbao es el escenario de mi vida, donde me han ocurrido la mayor parte de las cosas. Cuando canto a Bilbao en realidad canto a lo urbano, lo mismo que Lou Reed con Nueva York o cuando alguien canta a Madrid. No hay una diferencia sustancial entre Madrid, Bilbao, Nueva York o Berlín. Mi ciudad es Bilbao, por supuesto, pero canto a lo urbano porque el rock and roll se inserta ahí. Y la evolución de la ciudad la he vivido, pero estoy enganchado a lo que hay ahora, no tengo nostalgia ni ningún problema, es donde vivo. El chaval que vivía en aquel Bilbao ya no está.
Doctor Deseo aparece en un momento de cambio, con el rock radical vasco en su cima comercial pero también tocando a su fin. Y con una propuesta a contracorriente, al menos en lo estético.
Sí, en aquel momento sí. Nosotros cuando empezamos éramos las mariconas del barrio, aquello era un contraste demasiado heavy, había demasiada testosterona en el ambiente como para que nosotros encontráramos un hueco. Pero estoy agradecido por que los orígenes fueran complejos y por que tuviéramos que pelear contracorriente, porque eso nos ha fortalecido. Quiero pensar que por aquello es por lo que duramos más. Si lo tienes muy fácil cuando empiezas puede que te vaya muy bien al principio, pero creo que te hace perder fuerza más rápidamente.
¿Lo de “las mariconas del barrio” lo dices de forma literal?
Sí, literaria y literal. Por el aspecto y literal. Veníamos muy orientados por el glam rock. En los barrios se entendía el glam de forma muy macarra o de forma muy maricona. Y nosotros éramos más mariconas.
Eso recuerda a los inicios de Burning.
Burning para mí fue un impacto. Les vi por primera vez en Bilbao de teloneros de no sé qué grupo inglés y me quedé flipao. Aquellas botas, los látigos. Siempre fui de Burning. De esa época de finales de los 70, el impacto mayor fue Burning. Ellos inventaron en castellano esa forma de cantar rock incorporando la sexualidad, esa forma de dejar caer las palabras. Nadie había cantado el rock como ellos hasta entonces.
Ni había llevado esas pintas tampoco…
A lo sumo estaba la línea de Leño, el llamado Rock del Manzanares, imagínate. Burning era algo contracorriente. También recuerdo el impacto de ver a la Orquesta Mondragón, con 16 o 17 años, en un parque. Con Gurruchaga vestido de novia cantando en un inglés rarísimo, cantando canciones de Lou Reed, simulando que le metían un pico con una jeringuilla gigante al Popotxo, luego salía en silla de ruedas…
La transgresión, en ese contexto histórico, parece real.
Rompía muchísimo con lo que había en ese momento, con el concepto de rock incipiente, de rock setentero, que se concentraba sobre todo en Madrid, o con grupos como Bloque de corte más sinfónico. Pero sobre todo Burning. Cuando pude tocar en La Elipa no hace tanto fue un reencuentro con los orígenes.
De alguna manera, Doctor Deseo tampoco estaba tan lejos de lo que proponían grupos como Los Bichos o Cancer Moon.
Sí, aparte de que eran amigos. Lo que pasa es que ellos cantaban en inglés y nosotros, como éramos muy de barrio, no sabíamos idiomas. Todos éramos muy de la Velvet Underground, el disco del plátano es básico para mí. Somos un grupo de pop, como la Velvet Underground, el mismo concepto de cultura popular que Warhol entendía. Cultura popular, básica, donde lo importante es la actitud.
Sí, pero de cara a la prensa e incluso a los melómanos, estabais en casillas distintas.
Sí, en aquel momento, cuando salen Cancer Moon, que ya venían de otros grupos, estábamos un poco desencajados. No entrábamos en el rock radical, no entrábamos en el rock alternativo de los años 90. Estábamos fuera de sitio. Quizá también porque teníamos una actitud más cabaret, estábamos muy influenciados por eso, por los primeros transformistas de Bilbao, como Colorines. Me impactaba mucho su forma de estar en el escenario. Muy pronto empecé a escuchar el cabaret alemán de entreguerras, la misma película Cabaret. Estábamos en tierra de nadie. Tampoco me importaba mucho, pero siempre ha sido un poco así. Con Cancer Moon compartíamos también a Television, éramos muy del underground neoyorquino.
¿Sigues sintiendo que navegáis contracorriente?
En el País Vasco y alrededores ya no. Ahora mismo venimos de tocar seis conciertos allí, haciendo sold out en todos los sitios. Ahora es otra cosa. Lo bueno es que como nunca hemos funcionado desde multinacionales ni hemos tenido una repercusión muy potente, vamos a Salamanca para tocar delante de 150 o delante de 500 en Madrid. Todavía te queda por llegar. Somos un grupo estrictamente marxista: naciendo de la nada hemos alcanzado las más altas cotas de miseria. Pero lo importante es que el camino está siendo largo, que nos tomamos las cosas con mucha calma. Porque si no, este oficio lo destrozas y te destrozas a ti mismo.
¿Eso lo dices porque lo has vivido en carne propia?
Sí, a mí me gusta el alpinismo desde crío y tengo más amigos muertos de la música que de las montañas. Y desquiciaos, ni te cuento.
Durante buena parte de tu trayectoria has compaginado este oficio con el de panadero.
Sí, cuando empezamos con la música no me planteaba vivir de ello. Trabajaba en un horno artesanal tres días a la semana, era consciente que la música era una pasión que quería mantener. La panadería fue muy importante para mantenerme pegado al suelo. Después de estar en el escenario tenía un trabajo manual, un trabajo físico, agarrar la masa con tus brazos, junto a un horno, y eso está muy bien. Veinticinco años después tuve que decidir si seguir o si decantarme por la música, que me pedía cada vez más.
¿De lo aprendido en la montaña, has aplicado algo en el rock and roll?
Sí. Tiene una parte animal que se parece mucho al escenario. El cerebro para y te enfrentas a cosas básicas: no me voy a matar, voy a enfrentarme a estos metros de roca o nieve, gesticulo con el cuerpo según lo pida el entorno, siento el sol y el viento, me canso y descanso. Vuelves a un estado primario que tiene que ver con la música también.
Además, siempre que voy a escalar me gusta recorrer las discotecas. Este año he estado en Irán escalando y volví a Marruecos. He estado con djs en discotecas de Marrakech, con djs de dubstep, hip hop, arab music… Este tipo de cosas me han marcado para este disco en concreto, que tiene una mezcla de música garagera casi sixties, con guitarras asilvestradas y primarias fusionadas con esos ritmos contagiosos del garage, pero pasándonos a la música dance en los estribillos. Jugando e intentándolo integrar de forma muy natural. Siempre que voy a algún lugar escucho las músicas, paso por las discotecas y escucho los grupos que haya.
¿De todas las aventuras que has vivido en la montaña, cual te impactó más?
Ahora mismo, por la cercanía, diría que Irán. Se lo recomiendo a todo el mundo. El Eje del Mal está en un proceso de transformación alucinante, agradecen muchísimo que vaya gente de fuera. Ellos mismos están en un proceso de cambio increíble, con una dictadura brutal, pero con unas ganas de cambiar que se perciben, las ganas de comunicarse, sobre todo de las mujeres. Le recomiendo a cualquiera que si puede, vaya. Estos países están cambiando, ponen energía ante una situación tan dura, tanto exterior como interior. Te llama mucho la atención cómo pelea la gente en sitios tan increíbles. Hemos estado en contacto con colectivos gays y de mujeres organizados dentro del país. Un desafío de la leche. Ves al típico guardián de la revolución con un niño detrás poniéndole los cuernos. De este tipo de sitios tan complejos, en los que la vida se abre camino a pesar de todo, extraes cosas muy poderosas.
Lo recomiendas, justo al contrario que los medios que dominan la opinión pública.
Ni caso. Ahora mismo es facilísimo sacarse el visado. La gente te recibe con amabilidad, que no es frase hecha. Es alucinante cómo te tratan. Tienen curiosidad por conocer lo que ocurre fuera y con cómo les ves. Aparte de tener una cultura alucinante, el origen de la nuestra. Escalamos en la zona kurda, allí había cuevas de neandertales, los grabados de Darío I, el equivalente a la Piedra Rosetta de la cultura cuneiforme. Por allí pasaba la Ruta de la Seda. Riquísimo en todos los sentidos, gente muy culta en general, paisajes increíbles de todo tipo. Alguna vez será un país muy turístico, pero ahora es el momento de echarles una mano en su transformación.
En este nuevo trabajo, que también es un libro, incluyes todas las letras de las canciones de Doctor Deseo. ¿Por qué hacerlo precisamente ahora?
Desde hace tiempo, a la hora de hacer formato físico, nos esmeramos especialmente. Si no, no merece la pena hacerlo. Se trata de hacer algo como en los tiempos del long play y procuramos hacer algo excepcional. En este caso un libro con todas las canciones del grupo a modo de poemario con diseño exquisito de Lourdes Merino, más un cd más un dvd. Es también una forma de escaquear el castigo a la cultura del 21% de IVA, porque el libro pasa al 4%. Es una forma de torear un poco al señorito Montoro [la entrevista se realizó a finales de mayo].
Algunas de estas letras tienen más de 30 años. ¿Te sigues reconociendo en ellas o te chirrían en ciertos casos?
Sí que me reconozco, la verdad. Soy una persona desmemoriada desde niño, en el aspecto mnemotécnico. Por eso tuve bastantes problemas en la infancia. Pero tengo una memoria emocional muy potente. Hay elementos y pautas que han ido desarrollándose y son vistas desde una perspectiva diferente, con una vuelta de tuerca diferente en función de la edad. Sin embargo, ya estaban en el origen.
Una de las primeras canciones —que en el primer disco suena nefasta, como era propio de la época— se llamaba “Escupe a la muerte”. Era casi siniestra y la hemos traído a la luz con un toque de swing, casi de electro-swing. Y la llamamos “Que me quiten lo bailado”. Y hay elementos en los que sí me reconozco todavía. La semilla estaba ya.
No hay conflicto con tus yoes anteriores, por tanto.
No, no, no me rechazo. No me fustigo en ese sentido. Tampoco me leo mucho y mucho menos me escucho. También es cierto que cuando ves cosas lejanas dices “pues esto no estaba tan mal”. Me distancio mucho de mí mismo, procuro no mirarme mucho al espejo.
El disco suena tradicional y contemporáneo al mismo tiempo.
Esa era la idea. Traer elementos rock vitales y básicos y transformarlos con elementos de las últimas décadas de forma natural. Somos un grupo esponja. Somos fans de la cultura popular en toda su amplitud, de Chuck Berry a Arca. Somos deudores de esa cultura. Si escuchamos con naturalidad, ¿por qué no integrarlo con naturalidad?
Queríamos hacer algo que incitase al baile, aunque empezamos con “Adiós”, una canción sobre la muerte de mi padre, una despedida a los seres queridos, que en realidad es un vals para bailar agarrado, para cuidarse y protegerse. Después de ese contacto con Tánatos nos vamos a Eros, a una celebración de la vida pero no en el sentido de la Coca Cola, sino en el sentido de la vida para aquellos que no tenemos un relato ni de cielos ni de reencarnaciones. La vida con sus abismos, con su mierda, con su luz y su intensidad. Y a partir de ahí nos vamos a una celebración, siempre buscando estribillos contagiosos y poderosos. Solemos decir que está a caballo entre el “Livin’ la vida loca” de Ricky Martin, que es una cancionaca, y Nietzsche.
El disco, además, incluye una coda, esas tres canciones que grabaste solo con la Banda Sinfónica de Euskadi.
Sí, a finales del año pasado me llamó Fernando Velázquez, autor de bandas sonoras, para pedirme una colaboración con la Banda Sinfónica de Euskadi para un concierto benéfico. Me entró un temblor alucinante, de emoción y de ganas. Y de acojone tremebundo. ¿Qué hace un cantamañanas como yo con esa cuadrilla de maestros? A partir de ahí, el trato fue tan exquisito y ellos estaban tan implicados en la historia que decidieron que aquello había que grabarlo también. Poder cantar en medio de la Sinfónica de Euskadi fue sublime. Un momento de esos en que te toca la lotería, una vez en la vida. Estamos orgullosos de pertenecer a la baja cultura, nos volvemos a nuestro territorio, pero por lo menos una vez merece la pena.
¿Cambia todo cuando estás ahí?
Sí, es muy poderoso. Estar ahí en medio, es increíble el sonido, cómo te envuelve. Posiblemente sea lo más cerca del cielo que esté en mi vida.
En su momento, definiste a Doctor Deseo como una célula de acción de carácter feminista.
Sí. Hubo una temporada en que teníamos que oír tonterías bastante gordas, incluso de gente joven, como “yo no soy ni feminista ni machista”. Bueno, tú primero aprende castellano, entérate que feminismo no es antónimo de machismo, espabila y empieza a saber de dónde coño vienes, por qué estás donde estás y qué ha sucedido en los últimos ciento y pico años.
De esa conciencia, y sin saber por qué, también hemos conectado de forma natural, porque se lleva dentro, con el colectivo LGTBI. Porque siempre hemos sido muy mariconas, siempre hemos tenido ese lado. Somos conscientes de que la cultura del macho dominante no tiene sentido, que el cazador ya no es necesario, que ahora mismo es mucho más importante quien gestiona las emociones de la tribu, que es mucho más importante el cuidar y el cuidarnos, que es mucho más importante el colaborar que el competir. Eso también es feminismo. Y eso es válido para hombres y mujeres. Y es lo que llevan haciendo las mujeres desde hace un siglo y pico y es con lo que nosotros nos identificamos. Nosotros y cualquiera con dos dedos de frente y un poco de corazón. No es nada raro.
El texto que introduce el libro, obra de Igor Ahedo, es una vindicación de la fragilidad en un contexto de depredación, que es el que vivimos.
Sí, por eso precisamente. Esto surge a raíz de la muerte de mi padre también. Ser conscientes de que somos pequeños, una especie frágil, asustada. Nos vamos a enfrentar a la muerte de los seres queridos y a la nuestra, somos la única especie que lo sabe. Si eso lo ocultas, generas monstruos, todas las miserias del poder o gente como La Manada. Genera la depredación, genera la brutalidad, todos esos derivados de la testosterona. Extraer la fuerza de esa consciencia de la fragilidad, que es una fuerza mucho más empática con el dolor ajeno, más solidaria, más colaboradora, más divertida. Y es mucho más fuerte que la otra. La última canción, “Alfarera de sueños”, eleva a la categoría de diosas a la fragilidad y la ternura. Sobre esa base construiremos algo distinto. Simplemente es mucho más divertido, es mejor.
Hay que inyectarle un punto de esperanza a eso, porque luego sales a la calle y se ve lo que se ve.
El mundo siempre ha tenido mierda, pero hay mucha gente transformándose. Los que tenemos una cierta historia y venimos de la dictadura vemos que algo han cambiado las cosas. Vamos despacito. Tenemos la cultura judeocristiana y nos gusta ser el centro del mundo y que todo vaya a la velocidad de nuestro ombligo. Y las cosas van al ritmo que van. Pero yo veo a gente peleando, veo que hay una transformación, gente preocupándose por las cosas. Hay una evolución evidente en muchísimos ámbitos que hace unos años casi ni se podía imaginar. La criatura si la ves a diario parece que no crece, pero cuando la ves con una cierta perspectiva crece y mucho. El movimiento feminista ha transformado el mundo tanto como la Revolución Industrial. Y lo seguirá haciendo.
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Genial la entrevista y estás formas son muy éso ni más ni menos Rock and roll de clase y actitud .Salud para todos.
Qué buenos tiempos en los que la transgresión estaba prohibida por los medios generalistas. Ahora la transgresión está prohibida por los medios generalistas y también por los alternativos.
Esperemos que llegues lejos con tus ideas, aprovechando que tus ideas están en la lista blanca de la época que nos ha tocado vivir, porque las nuevas ideas parece que van a seguir una agenda premeditada. Salud.
La gentrificación social ha llegado para quedarse. La prensa generalista internacional comenzó a hablar de la gentrificación urbana de zonas desoladas para revalorizar la zona, una forma de capitalismo de guerrilla penetrando finca por finca. Artículos como este me recuerda simbólicamente una metáfora con respecto a la gentrificación cultural. Donde el mainstream comienza a abrise paso sin tapujos en lo que antes era un mundo underground, dignamente marginal. No obstante, la mercantilización de la subcultura se sigue vendiendo como alternativa, cuando ha adoptado lo mejor del elitismo mezclado con lo que todo esnob puede desear. Solamente queda aceptar que no queda voz para lo estadísticamente y culturalmente irrelevante, alejado de cualquier registro analógico o digital. Ya no es necesario capturar tendencias o cazar talento. Todo rodea la temática mainstream alternativa. El mainstream radicalmente diferente. De gira internacional y con sensibilidad de Foucault de etiqueta negra y guante blanco.