Debemos agradecer al señor
que nos deje labrar sus tierras,
rezar al cielo para no enfermar
y terminar en la clínica del doctor
hijo del hacendado y sus amigos
y que no podemos pagar.
Es una suerte tener trabajo, aunque
solo sirve para comer y endeudarnos,
mirar fútbol y TV y contratar el celular.
¿Para qué ir a la calle? Si allí solo palos
podrás recibir de un madero más pobre
que yo y mis hermanos.
Así pensaba hasta ayer en que a la calle
salí con mi hija y sus amigos profesores,
unos jubilados y también actores, okupas
cantantes, desahuciados y jornaleros,
obreros estudiantes y la alegría de vivir
a pesar del descontento.
Ayer aprendí que todo lo que echamos
en falta todos nosotros está guardado
en las tres mansiones, ocho coches,
miles de hectáreas, dos yates y el avión
del señor que recibe subsidios de la UE
o Madrid, siempre mi bolsillo.
Son las consignas populares coreadas
en plazas y retumbando en avenidas
y paseos gritadas, las que hacen temblar
poltronas y oficinas llenas de secretos
y de pactos, de aguas servidas agregadas
a la leche y al vino.
Ramón Haniotis
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