Memoria histórica
La tumba poliédrica de García Oliver

A primera hora de la mañana del 11 de mayo de 2025, en el Panteón Colonias de Zapopan de Guadalajara (México), un trabajador de una floristería local que ronda la veintena espera sentado a la sombra de un ciprés. Corre una ligera brisa y el ambiente es silencioso. A su costado descansa una corona con la senyera catalana formada por flores rojas y amarillas, enviada por la Generalitat de Catalunya. “Les estaba esperando”, dice el joven empleado al ver llegar a la pequeña comitiva de Memoria Libertaria de CGT llegada desde España para organizar el acto de dignificación de la tumba de Joan García Oliver. “He consultado en el celular y he visto que este hombre era bien chingón”, añade antes de despedirse. La Academia Mexicana de la Lengua define chingón como “alguien destacado en cualquier actividad o campo del conocimiento”.
Poco después de la entrega de las flores en el Panteón Colonias, aparece en el cementerio Ismael Ramírez Vill. Es el primero en llegar de una veintena de personas que se acercarán al acto más tarde. El calor empieza a apretar, la brisa ha pasado de largo y la búsqueda de la sombra se hace imprescindible. El hombre se presenta: “Nací en Degollado, Jalisco, un pequeño pueblo a 150 kilómetros de Guadalajara. Hace cien años se libró en esa región La Guerra Cristera, un levantamiento armado contra el Estado mexicano que estuvo dirigido por la Iglesia Católica. Cuando tenía unos siete u ocho años, el cura lanzó una arenga desde el púlpito: ‘Hijos míos, esos que se roban las vacas, esos que no vienen a misa, ¡esos son los comunistas!’”.
Ramírez habla con tono pausado, paladeando cada palabra. Tiene 69 años, cuenta que su hija “es una destacada feminista” y que ha llegado hasta allí porque leyó el día antes en el periódico mexicano La Jornada que se iba a realizar el homenaje a García Oliver. “La definición de comunista del cura no encajaba del todo para mí, porque había un profesor de la escuela primaria que todas las tardes caminaba por la calle principal del pueblo rumbo a su casa; lo hacía con paso firme y una figura que me parecía admirable. Me decían los adultos que ese maestro era comunista. Así que viví con la inquietud de conocer a esos personajes tan extraños que merecían la condena del señor cura, pero que parecían tan seguros de sí mismos, y se conducían de muy buenas maneras”. Ismael Ramírez prosigue con su relato y cuenta cómo migró a Guadalajara en 1964, allí se hizo comunista, y cómo se decepcionó con el Partido; la “dictadura del proletariado” le recordó en exceso al PRI y su maquinaria burocrática. Tanteó otras respuestas políticas sin éxito e incluso vivió “experiencias sindicalistas muy desalentadoras”.
Años después, creó un colectivo en Guadalajara: “Un grupo de vecinos y amigos habíamos estado publicando un periódico comunitario de ocho páginas donde denunciábamos los problemas de los barrios del sur de la metrópoli, también hacíamos notas para explicar cómo se generaba el dinero y el capital financiero, cómo se manipulaban los salarios, cómo se contaminaba el agua, la tierra, etcétera. En nuestra búsqueda de información descubrimos que la cristalización de una sociedad con democracia directa, libre creación, expresión de ideas, cambio cultural desde las comunidades y en las fábricas, se había dado durante la República española. Los términos anarcosindicalismo, CNT o socialismo libertario adquirieron un sentido de fraternidad, esperanza, dignidad y capacidad creativa”. Cuenta emocionado que ha venido por esas ideas.
Según el acta de defunción, García Oliver falleció de un infarto agudo de miocardio a los 78 años. Compartió la lápida con su hijo fallecido en un accidente de coche en 1964, pero su nombre no figuró en la losa
Al Panteón Colonias se han acercado también otras personas del mundillo libertario local. Hay buena onda y las pláticas son animadas, hay sensación de reencuentro fraternal, aunque sea alrededor de un muerto. Según el acta de defunción, el veterano militante anarcosindicalista falleció de un infarto agudo de miocardio en su domicilio, en la Avenida del Árbol 395, sector Juárez, a los 78 años. Joan García Oliver compartió la lápida de su hijo fallecido en un accidente de coche en 1964, pero su nombre no figuró en la losa. El de su hijo Juan García Álvarez, sí, acompañado de una frase cargada de sentidos: “Descansa, hijo amado”. Bajo el anonimato quedó enterrado el cuerpo de uno de los principales líderes de la CNT. Su compañera, Pilar Álvarez Celada, falleció el 21 de septiembre de 2000 en París, a la edad de 89 años. No dejaron descendencia.
El homenaje es breve. Tras unas palabras de David Blanco y Carmen Arnáiz en representación de la CGT, se canta con buen tono “¡A las barricadas!”. La atmósfera ha cogido peso, el cántico evoca tiempos pasados y presentes, justo después se comienza a disolver la concentración. En ese momento final, llega un hombre que camina con dificultades con la ayuda de un bastón. Pregunta quién ha organizado el acto y se presenta ante la parroquia. Es René Rivial, ahijado de Joan García Oliver.
Rivial narra su historia, no hay más sonido alrededor que su voz, los pájaros guardan silencio por un instante. La casa donde vivió la familia de García Oliver se la cedió su padre, un prominente empresario local, desinteresadamente. Él nació dos años después de la muerte del hijo de Joan y Pilar, así que no le conoció, pero su sombra estuvo presente siempre en la pareja. El matrimonio vivía de la venta esporádica de seguros de él y de los trabajos de costura de ella. Con Joan y Pilar viajó la familia Rivial a Francia en 1976, García Oliver iba a ultimar detalles de su libro El eco de los pasos con su editor en París. Aprovecharon para hacer turismo y viajar por el país galo, cruzaron furtivamente la frontera con España, García Oliver escondido debajo del asiento de René y su hermana. Fue efímero pero emocionante, cuenta. Cuando su padrino murió celebraron una pequeña misa antes del entierro. “Él, que era un pinche anarquista, se debió de revolver en su tumba”, dice entre risas. Se percibe alguna lágrima en la recámara a punto de estallar, pero se alegra del homenaje, que se le nombre en la lápida y que se le recuerde con la bandera rojinegra. En la tumba no se incluyó su nombre porque cuando murió, cuenta René, “no quería que supieran dónde estaba”.
Anarcosindicalismo en la calle, el comité, el gobierno y el exilio
Finalizada la contienda en España, García Oliver fue parte del cerca de medio millón de refugiados que tomaron el camino del exilio, de ellos según algunas fuentes 22.000 marcharían a México. A pesar de su solitario final, la memoria de García Oliver siguió presente a través de documentos históricos e incluso canciones. Su relevancia cobró más importancia con el libro autobiográfico que publicó la editorial antifranquista Ruedo Ibérico en 1978: El eco de los pasos. El anarcosindicalismo en la calle, en el Comité de Milicias, en el gobierno, en el exilio. Un texto controvertido. Julián Vadillo, historiador especializado en movimiento obrero y libertario, hace una advertencia previa sobre una figura poliédrica con diferentes aristas: “Hay muchos García Oliver, ese es el problema. Está el de la época del pistolerismo, el de la República, el de la guerra o el del exilio… Fue un personaje con personalidad propia, poco permeable”. Para Vadillo, como historiador, el García Oliver más atractivo es “el de la guerra y el exilio”. Y añade sobre el primer periodo: “Fue el ministro más interesante, el que enfatizó más en los derechos de las personas presas, en las jornadas de trabajo de ocho horas o en el acceso a la educación en las cárceles, incluso en plantear la desaparición de las prisiones”. En relación al exilio, destaca que un aspecto importante es su nivel estratégico y táctico: “Él planteó que el Gobierno de la República en el exilio declarase la guerra a la Alemania nazi y así luego formar parte de los acuerdos de paz como parte de las potencias aliadas”. Para este historiador libertario, El eco de los pasos es un libro que “mediatiza su imagen”, pero subraya el contexto en que se publicó, cuando ya había salido la biografía de Durruti que escribió Abel Paz y cuando Federica Montseny preparaba la suya. En su libro, explica Vadillo, Joan García Oliver tiene ganas de “reivindicar su persona”, algo comprensible porque es un “personaje fundamental de una época”.
Sònia Turon i Garcia, presidenta de la Fundación Anselmo Lorenzo, coincide en la importancia de su figura, pero destaca otros aspectos de su biografía. “García Oliver creó toda una práctica revolucionaria a partir de los comités de la CNT. Una estructura de lucha que fue absolutamente válida. Esos comités prebélicos eran fundamentales en diferentes aspectos vitales, no solo sindicales, también en asuntos como la vivienda y la lucha contra el precio de los alquileres”, señala. Fueron, además, los que lograron defender las calles de Barcelona y Catalunya del fascismo. Además, añade la presidenta de la FAL, “abogó y se metió de lleno en la cuestión de cómo juntar el anarquismo y el sindicalismo, algo de lo que se dio cuenta tras el asesinato de Salvador Seguí y de cuya reflexión surgió el anarcosindicalismo”. Para ella, García Oliver “y muchas personas como él” tienen una importancia “fundamental”, pero añade “es un ser humano y tiene luces y sombras como cualquiera”.
El historiador e hispanista británico Chris Ealham, especializado en historia urbana y movimiento anarquista español y catalán, es quizás una de las personas que mejor conoce el libro de Ruedo Ibérico. En estos días Ealham prepara precisamente una biografía sobre García Oliver. Además, escribió el prólogo de la reedición de El eco de los pasos publicada en 2021 por la editorial Virus. “Soy de las pocas personas que ha leído las ediciones editadas y el texto completo del autor, que es mucho más largo. Entre todas las muchas memorias ácratas publicadas y no publicadas, es de las más importantes, y seguramente de las más citadas”. Y prosigue: “Son las memorias de una figura histórica que sigue generando mucha polémica, es un libro forzosamente controvertido —hay quienes glorifican al autor como el gran revolucionario y luchador cenetista, mientras otros le critican por ser ministrobombero durante los hechos de mayo del 37 o por intentar crear un Partido del Trabajo en el exilio”. Sobre el debate que todavía hoy genera el libro, apunta: “Las memorias tienen los defectos y la parcialidad de toda construcción autobiográfica, por eso existe la lectura como un texto anti-Durruti o como un ajuste de cuentas al final de su vida. Pero El eco de los pasos constituye un gran ejemplo de la cultura rica y profunda del autodidacta anarcosindicalista, una mina de información para el historiador”.
Sobre la tumba de García Oliver el día del acto en el Panteón Colonias de Zapopan se acumularon significados: una icónica postal de la FAI con la leyenda “Llibertat” que muestra a un campesino levantando una hoz, un pañuelo en memoria de los presos políticos de los campos de concentración nazis, donde fallecieron miles de compañeras y compañeros libertarios, una camiseta de la lucha de las seis de la Suiza de Gijón condenadas por hacer sindicalismo, una kufiya palestina en memoria de las víctimas del genocidio israelí… El ayer y el hoy se mezclan, el calor abrasa. Joan Pinyana, militante de Memoria Libertaria y CGT de Castelló, investigó durante años el paradero del histórico líder libertario, hasta localizar su tumba. Muy pocas personas sabían qué había sido de él.
Joan García Oliver simboliza para mucha gente el “hombre de acción”, el precursor de la “gimnasia revolucionaria”, de la estrategia insurreccional, de la acción directa, de la lucha contra el fascismo. También de la representación institucional del anarcosindicalismo, que abogaba por un mundo nuevo, con sus sueños y prácticas, con sus complejidades y contradicciones.
El 4 de noviembre de 1936, cuatro anarquistas entraron en el gobierno presidido por el socialista Largo Caballero: Federica Montseny, Joan Peiró, Juan López y Joan García Oliver. Él acató por disciplina la encomienda que le asignaron, a pesar de querer ir “a por todo” fue el primer y único anarquista que alcanzó el título de Ministro de Justicia de un Gobierno. Lo hizo en una circunstancia extrema y por fidelidad a la CNT. En su tumba, desde el 11 de mayo de 2025, una placa le recuerda con su nombre y apellidos: Joan García Oliver. Nacido en Reus en 1902, en el seno de una familia obrera que le llamaba de chiquillo Joanet, agitador de masas, presidiario intermitente, líder anarquista. Exiliado de una derrota amarga, murió en Guadalajara, Jalisco, prácticamente en la soledad. Un texto blanco sobre mármol negro acompaña ahora su nombre: “A la memoria del luchador y militante anarcosindicalista catalán, antifascista de CNT/FAI, ministro de Justicia de la II República Española, 1936-37. El movimiento libertario no te olvida. CNT/CGT”.
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