LGTBIfobia
Agresores cobardes y nazis gais: cuando usamos el lenguaje de la hombría como insulto

Cómo nos referimos a los agresores es fundamental porque refleja la manera en la que como sociedad queremos hablar de la violencia, pero también de dónde creemos que proviene y cómo debe ser rechazada.
26 sep 2021 07:00

En los últimos meses hemos asistido a una convulsión social marcada por el incremento de la visibilidad y el repunte de los casos de lgtbifobia. Esta situación se ha materializado tanto en las calles, con las numerosas concentraciones y manifestaciones que se han celebrado a lo largo del país, como en las reacciones presentes en las redes sociales en las que los mensajes de repulsa han intentado canalizar la furia y la frustración ante la violencia y la negación que de esta hacían algunas figuras políticas y mediáticas.

Si bien es cierto, ha habido algunas respuestas que, personalmente, me han llamado la atención. Me refiero, concretamente, a llamar “cobardes” y “poco hombres” a los supuestos agresores del joven de Malasaña (finalmente denuncia falsa), o burlarse de que uno de los integrantes de la manifestación neonazi de Chueca haya tenido, según se ha publicado en las redes, relaciones con otros hombres cis y personas trans. Hay en estas dos reacciones una intención punitiva que, por desgracia, incide precisamente en los imaginarios patriarcales que limitan, sancionan y violentan nuestras vidas.

No me parece útil politizar las agresiones mediante el mismo lenguaje que produce las condiciones para que se den las violencias lgtbifóbicas y machistas

Cómo nos referimos a los agresores es fundamental porque refleja la manera en la que como sociedad queremos hablar de la violencia, pero también de dónde creemos que proviene y cómo debe ser rechazada. Es por esto por lo que escribo este texto: no me parece útil politizar las agresiones mediante el mismo lenguaje que produce las condiciones para que se den las violencias lgtbifóbicas y machistas. Estamos absorbiendo sin darnos cuenta las mismas palabras y significados que forman parte de la estructura sobre la que se erige la lgtbifobia, pero también estamos dejando intacto el núcleo patriarcal de esa violencia y los imaginarios que construyen sus condiciones de posibilidad.

Cobarde como el opuesto masculino

“Cobarde” es una palabra que cobra sentido en relación directa con la masculinidad tradicional no por ser uno de los atributos que la constituyen, sino precisamente por ser su opuesto. La masculinidad normativa exige el rechazo de la cobardía y reclama la competitividad, la agresividad, la virilidad, el éxito y, sobre todo, la valentía como formas de vida y demostración constante.

Cuando llamamos cobardes a aquellos que cometen una agresión, estamos centrando la acusación no en la violencia que ejercen, sino en no haber seguido los códigos y reglamentos masculinos del enfrentamiento, es decir, en su falta de hombría. Sin embargo, la violencia no es el producto de la calidad moral de la hombría ni de la gradación de esta. ¿Si hubieran agredido de otra manera serían menos cobardes? ¿Tiene que ver esa violencia con la falta de valor?

Como señala Víctor Mora al respecto: “No podemos combatir la violencia con valentía, porque la violencia no es cobarde. (…) El lenguaje es acción, ni valiente ni cobarde, es tejido que determina las condiciones del espacio público, de cualquier espacio, y marca la pauta lógica de la jerarquía, los límites y la agresión”. 

Esta puesta en juego del discurso del valor es algo que vemos cotidianamente en frases como “que cobardes, eran cinco contra uno” o “era un gallina, le atacó por la espalda

Esta puesta en juego del discurso del valor es algo que vemos cotidianamente en frases como “que cobardes, eran cinco contra uno” o “era un gallina, le atacó por la espalda”. Estos ejemplos nos remiten a una manera de entender no solo lo que es ser un hombre de verdad, sino cómo esto también inscribe una forma y unas reglas de ejecutar la violencia. El hombre de verdad se enfrenta cara a cara, sin ningún medio que le de ventaja más allá de su cuerpo o de objetos permitidos en la pelea. Hay una manera masculina de pegarse y de agredir, por eso también es frecuente escuchar “no pelees como una niña”.

La violencia lgtbifóbica no se produce por la falta de valor, no es causada por una “mente enferma”, o por “poco hombres”, sino que es el resultado del aprendizaje sistemático y la interiorización de que hay cuerpos agredibles y repudiables debido a que no se ajustan a la cisheteronorma.

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La falta de hombría como insulto

La manera en la que usamos “cobarde” como arma arrojadiza refiere a una forma de punitivismo que se sirve de la jerarquía de género. Queremos castigar a los agresores a través del uso de una palabra que remite a un componente simbólico de vergüenza y desprecio. Con ella se busca feminizarles como un castigo social: la penitencia que se les impone es arrastrar la falta de hombría como una humillación pública.

Que consideremos legítimo usar este término como insulto nos muestra hasta que punto el miedo masculino a la feminización-emasculación ha sido interiorizado como una forma de castigo. Llamar cobardes a los agresores lgtbifóbicos no restituye ni sanciona la violencia cometida, solo refuerza los significados patriarcales que permiten dichas violencias.

La cobardía no es denigrante de por sí, solo lo es en un sistema que premia la masculinidad heroica y violenta: esa que asume riesgos que atentan contra su integridad, pero que refuerzan su sentido del honor; la que se enfrenta a todo sin medir las consecuencias; la que reglamenta la dignidad de la batalla y la que articula cualquier concesión a la feminidad como una derrota. Solo en este contexto, la cobardía es vista como propia del “poco hombre” y nos remite a una forma de disciplinamiento colectivo en la que lo peor que le puedes decir a un hombre es que no es un “hombre de verdad”. Los limites sobre la falta de valor como algo negativo se miden en el terreno del patriarcado.

Las prácticas sexuales como insulto

Pensemos ahora en el caso del manifestante nazi: un hombre que grita consignas homófobas y que de repente se hace público en las redes que, parece ser, no cumple con esa heterosexualidad rígida que impone el patriarcado y de la que hace gala para reforzar su masculinidad. Considero aquí importante hacer una diferencia a la hora de realizar una crítica: no es lo mismo remarcar la hipocresía presente en la falta de correlación entre sus palabras y sus hechos, que usar su deseo como forma de burla o estigma.

Creo que ser nazi es de por sí bastante estigmatizable sin necesidad de realizar una burla sobre ninguna práctica u orientación sexual. Si orientamos nuestra crítica hacia la sexualidad no normativa, nos serviremos del mismo entramado lgtbífobo que nos acusa de “anormales”, “enfermos”, “despreciables” y “promiscuos” entre otras lindezas. Si usamos la burla como mecanismo de desactivación de los mensajes violentos debemos tener muy presente qué discursos incorporamos ya que, en este caso, incidimos en el imaginario homófobo. Tenemos bastante espacio de acción para el cuestionamiento de la hegemonía masculina y su vinculación con la defensa patriótica viril, así como de los vínculos homosociales que sustentan el pacto patriarcal entre los hombres como para que sea necesario reforzar imaginarios diversófobos.

Poner en marcha nuestras críticas no implica únicamente localizar el punto de fractura con el patriarcado, sino también negarnos a utilizar los lenguajes que lo refuerzan y perpetúan

Poner en marcha nuestras críticas no implica únicamente localizar el punto de fractura con el patriarcado, sino también negarnos a utilizar los lenguajes que lo refuerzan y perpetúan. La burla sobre las prácticas sexuales sirve para estigmatizar estas como lo abyecto más que para cuestionar los preceptos violentos sobre los que se construye su ideología fascista. Estos desvíos discursivos también los encontramos en la violencia de género cuando se señala a los agresores como “enfermos” o como que “se les fue la cabeza” y también en relación con la sexualidad cuando se sostiene que “la mayoría de homófobos son gays en el armario”. Cualquier afirmación que descentre la cisheteronormatividad como causante del sufrimiento colectivo de las personas LGTBIA+ desvía la atención y obstaculiza la emancipación de los mandatos patriarcales.

La cobardía para reclamar el fin de la hegemonía

Nombrarse cobarde tiene un efecto social inmediato, puesto que trastoca la lógica del valor y la solemnidad masculina. De la misma manera, nombrarse maricón ha sido una manera de reapropiarse de la humillación que implicaba al convertirla en espacio del que surgen la capacidad de acción emancipadora, la colectividad y el apoyo mutuo. Traspasar esa barrera que nos impone el patriarcado, implica anular la relación excluyente que se establece entre fortaleza y vulnerabilidad, rechazar la validación masculina en tanto que perpetuadora del patriarcado, y reclamar espacios alejados de la heroicidad masoquista.

No participar de este uso del lenguaje no supone negarnos la capacidad de defensa y reacción, sino reconocer que las lógicas que lo constituyen forman parte precisamente del sistema que nos violenta

No participar de este uso del lenguaje no supone negarnos la capacidad de defensa y reacción, sino reconocer que las lógicas que lo constituyen forman parte precisamente del sistema que nos violenta. Repudiar una agresión no implica servirnos de la misma reglamentación masculina para articular la respuesta y el rechazo colectivo.

La cobardía es fundamental. Es un eje de reflexión sobre el que articular la resistencia a la performance de la masculinidad violenta y misógina. La necesitamos para sentirnos vulnerables, tender a la búsqueda de apoyo y anclarnos al deseo y la necesidad de vincularnos para que de ahí brote la fuerza colectiva que derrumba los obstáculos que nos pone el patriarcado. El vínculo resultante de aceptar la cobardía es uno marcado por la solidaridad y la protección mutua, resistiendo, por lo tanto, al individualismo y la autonomía que la hegemonía masculina propone como garantizadora del privilegio.

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Demoler, verbo transitivo: deshacer, derribar, arruinar... Y eso intentamos: deshacer las viejas masculinidades y poner en duda las nuevas, derribar a los hombres de siempre y arruinar los planes del patriarcado desde la reflexión sobre quiénes somos y cómo renunciamos a nuestros privilegios.
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