El infierno madrileño, un recorrido por la ciudad tras las huellas del diablo

La figura de Lucifer ha estado presente en numerosas leyendas asociadas a la ciudad de Madrid, que han dejado huella en monumentos, obras de arte, películas y edificios.
Fuente del Ángel Caído
Monumento al Ángel Caído en el madrileño parque de El Retiro. Foto: Thermos.

Entre las varias teorías que intentan explicar el origen del famoso dicho “De Madrid al cielo” destaca la leyenda que cuenta que, cada noche, las almas de los madrileños que han muerto ese día se reúnen en la Casa de Campo, concretamente en el Cerro Garabitas —una de las cotas más altas de la ciudad, a 677 metros sobre el nivel del mar y punto estratégico durante la Guerra Civil—, y desde allí emprenden su ascenso al cielo. Durante años, los vecinos de la zona alimentaron esta historia asegurando que veían luces elevándose entre las copas de los árboles.

Hoy, en un contexto de cambio climático, con la temperatura media de las ciudades aumentando exponencialmente cada año, el Ayuntamiento de Madrid parece remar en dirección contraria a lo que dictaría el sentido común y no pierde ocasión de convertir cada calle y cada plaza en una isla de calor, con tala de árboles, más cemento, más coches y menos sombras. Se cierran parques, el espacio urbano se privatiza y, en condiciones de calor extremo, la única forma que hay para refrescarse en la calle es previo pago. De la M-10 a la M-50, Madrid tiene una estructura basada en carreteras de circunvalación, círculos de asfalto que la rodean como si del infierno descrito por Dante Alighieri en La divina comedia se tratara: cuanto más cerca del centro, mayor es el castigo a sufrir. Con este panorama, 40 grados a la sombra y el asfalto desprendiendo fuego, la célebre frase que durante siglos ha identificado a la capital quizá debería reescribirse con un más apropiado “De Madrid al infierno”.

En Madrid existió un callejón del Infierno, renombrado como Arco del Triunfo, hoy el pasaje comunica la calle Mayor con la Plaza Mayor. Según diversas fuentes, habría recibido en su momento la denominación de infierno debido a las enormes llamaradas que se propagaron por él durante uno de los grandes incendios que asolaron la Plaza Mayor en el siglo XVII

Es tradicional en muchos pueblos de España que la toponimia de algunas de sus calles haga referencia al lugar al que conducen: así la calle del Castillo lleva efectivamente al castillo, la calle de la Iglesia conduce a la iglesia y la calle del Río, al río. Siguiendo esta lógica, si hubiera una hipotética calle del Infierno debería llevar a las mismas puertas del Averno, pues aunque ya no conserve dicha denominación, en Madrid existió un callejón del Infierno, como puede comprobarse en el Plano topográfico de Madrid de 1769, conocido como Plano Espinosa por el nombre de su autor, el grabador Antonio Espinosa de los Monteros. Renombrado como Arco del Triunfo, hoy el pasaje comunica la calle Mayor con la Plaza Mayor. Según diversas fuentes, habría recibido en su momento la denominación de infierno debido a las enormes llamaradas que se propagaron por él durante uno de los grandes incendios que asolaron la Plaza Mayor en el siglo XVII. Pese a la lógica de la explicación, no faltan motivos para asociar este lugar con lo demoníaco, ya que en sus escasos metros vivieron dos curas condenados a muerte: uno, Martín Merino, que atentó contra la reina Isabel II; el otro, Cayetano Galeote, quien acabó con la vida del obispo de Madrid.

Tras cruzar el callejón que nos conduce al infierno, inevitablemente el itinerario de esta ruta demoníaca encuentra su siguiente hito en el Monumento al Ángel Caído, que se puede visitar en el parque de El Retiro siempre y cuando este se encuentre abierto al público. Obra del escultor madrileño Ricardo Bellver, constituye una de las escasísimas representaciones escultóricas dedicadas a Satanás que hay en el mundo. Realizada originalmente en yeso en 1877 mientras Bellver era residente de Academia Española de Bellas Artes en Roma, la obra fue adquirida al año siguiente por el Estado, que dispuso su fundición en bronce con motivo de la Exposición Universal de París de 1878, siendo así como nos ha llegado a la actualidad. Tras su exhibición pasó a formar parte de la colección del Museo del Prado, hasta que fue donada al Ayuntamiento de Madrid que la instaló en su emplazamiento actual. El conjunto escultórico, erigido sobre un pedestal ochavado decorado también con rostros demoníacos y rodeado de una fuente, se eleva, “casualmente”, 666 metros sobre el nivel del mar, cifra tradicionalmente asociada a la Bestia en la simbología apocalíptica. El Monumento al Ángel Caído es, precisamente, la última imagen que aparece en El día de la bestia (Álex de la Iglesia, 1995), película por antonomasia del satanismo en el cine español. Este largometraje dejó, además, varias localizaciones que, desde hace 30 años, forman parte del imaginario diabólico madrileño. Entre ellas destaca el edificio Carrión. Situado en la esquina de Gran Vía con la plaza del Callao, construido entre 1931 y 1933 en estilo art déco por los arquitectos Luis Martínez-Feduchi Ruiz y Vicente Eced y Eced, es el escenario de la primera aparición de la Bestia tras la invocación realizada por el padre Ángel y compañía, mientras el mítico luminoso de Schweppes, que corona su fachada exterior, enmarca la espectacular huida de los protagonistas. Pero en la película, sobre todo, hay que destacar la Puerta de Europa, popularmente conocida como las Torres KIO, denominación derivada del acrónimo de sus promotores principales, Kuwait Investment Office. Estos emblemáticos rascacielos se transforman en el templo de Satán gracias a la genial idea de guion que aprovecha la semejanza entre sus formas inclinadas y las dos diagonales con las que acompañan la firma del demonio. Las torres fueron proyectadas por los arquitectos estadounidenses Philip Johnson y John Burgee. Con una inclinación de 14,3°, comenzaron a construirse en 1989 y fueron finalizadas siete años después, por tanto aún no estaban totalmente concluidas en el momento del rodaje, circunstancia que aportó a la escena una atmósfera más apocalíptica si cabe.

Mientras se construía la Puerta de Europa, el 27 de noviembre de 1992, a apenas 11 kilómetros de allí, en una vivienda de la calle Luis Marín, 8 (Puente de Vallecas) una patrulla policial acudía de madrugada al domicilio de la familia Gutiérrez Lázaro, quienes llamaron alertados por ciertos sucesos inexplicables que se estaban dando en su casa: crucifijos que aparecían invertidos, electrodomésticos que se activaban sin explicación, puertas que se abrían y cerraban por sí solas, e incluso gritos que no se sabía de dónde provenían. La tragedia familiar había empezado un año antes, con la repentina muerte de una de sus hijas, Estefanía, una joven aficionada al ocultismo, quien podría haber sido poseída por un espíritu maligno en una sesión de güija que resultó fallida. El episodio, que pasaría a conocerse como el Expediente Vallecas, se convirtió en el único caso en España en el que un atestado policial recoge de manera oficial la supuesta existencia de fenómenos paranormales. La historia generó titulares y debates tanto en programas de radio y televisión especializados en misterio como en informativos convencionales y el mismísimo Tristanbraker —uno de los parapsicólogos más populares de la época— estudió el caso, llegando incluso a realizar un exorcismo ante las cámaras de televisión. Décadas más tarde, todo el suceso inspiró a Paco Plaza para la película Verónica (2017).

Un día de junio de 2003, frente al número 3 de la calle Pez, aparecieron esparcidas en la acera decenas y decenas de enigmáticas fotografías, que fueron rescatadas por el fotógrafo Paco Gómez. Tras una labor de investigación logró identificar quién era la familia que se ocultaba tras esas imágenes. Se trataba de Elmer y Margaret Modlin, un matrimonio estadounidense empecinado con trascender, él como actor, ella como pintora, junto con su hijo Nelson, que había abandonado Estados Unidos huyendo de la guerra de Vietnam. Los tres se establecieron en Madrid a finales de los años 60. Con una vida bastante hermética y oscura, Margaret se obsesionó con representar el Apocalipsis de San Juan en sus obras, para las que usaba de modelos a su hijo y a su marido al que entre otros personajes convirtió en el diablo. Los cuadros de un marcado estilo surrealista se acumulaban en las paredes de la casa, sin lograr mucho reconocimiento ni exhibición pública. Elmer, por su parte, tuvo otra vinculación satánica más ya que formó parte del reparto de Rosemary’s Baby (La semilla del diablo, dirigida por Roman Polanski en 1968). Los tres murieron en un periodo de cinco años entre 1998 y 2003, y sus cenizas fueron esparcidas en el lago de la Casa de Campo, y no fue hasta el hallazgo de Gómez cuando se conoció su historia, publicándose posteriormente en el libro Los Modlin. A su vez, el cineasta Sergio Oksman realizó la película Una historia para los Modlin (2012) con la que ganó el premio Goya al mejor cortometraje documental, agrandando la leyenda de la familia.

A los lugares relacionados con lo cinematográfico se suman otros espacios de la ciudad vinculados a leyendas populares de posesiones y exorcismos que, pese al paso de los siglos, han llegado a nuestros días. Dichas historias nacen de un rasgo característico de las sociedades cristianas: la creencia en una estricta dicotomía entre el bien y el mal absolutos

A estos lugares relacionados con lo cinematográfico se suman otros espacios de la ciudad vinculados a leyendas populares de posesiones y exorcismos que, pese al paso de los siglos, han llegado a nuestros días. Dichas historias nacen de un rasgo característico de las sociedades cristianas: la creencia en una estricta dicotomía entre el bien y el mal absolutos, que lleva a atribuir rasgos demoníacos a quienes no se pliegan a su forma de entender del mundo. Entre ellas destaca la relacionada con la iglesia de San Pedro el Viejo, una de las más antiguas de Madrid. Ubicada en el corazón histórico de la ciudad, en un extremo de la calle Nuncio, ocupa el lugar donde antaño se encontraba la mezquita de La Morería. Sus orígenes se remontan a los primeros años del siglo XIII y, aunque a lo largo de los siglos ha experimentado diversas reformas y transformaciones, aún conserva elementos de notable valor arquitectónico, entre los que destaca su torre mudéjar del siglo XIV. Entre los diferentes acontecimientos históricos y leyendas vinculadas con San Pedro, la presencia en el siglo XVII de Genaro Andreini como capellán lo relaciona directamente con el satanismo más castizo. Andreini —“licenciado Calabrés, hombre de bonete de tres altos, hecho a modo de medio celemín, ojos de espulgo, vivos y bulliciosos […] tardón en las respuestas y abreviador en la mesa, gran lanzador de espíritus, tanto que sustentaba el cuerpo con ellos”, como lo describió Francisco de Quevedo en “El alguacil endemoniado”, una de las cinco partes de Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños en todos los oficios y estados del Mundo (1627)—, llegó a Madrid vía el Camino de Santiago y bajo la protección del Conde de Lemos. Autodenominado experto en demonios, esparció el miedo a las posesiones entre los beatos de la capital, para posteriormente actuar como exorcista, convirtiendo la iglesia en el punto de encuentro de todos los que se creían endemoniados. Fue desterrado por la propia Inquisición para evitar los escándalos que consideraba se daban en Madrid a causa de los frecuentes exorcismos practicados en San Pedro.

‘El Aquelarre’, de Goya
El Museo Lázaro Galdiano alberga en su colección una de las representaciones más destacadas de Lucifer en el arte, ‘El Aquelarre’ de Francisco de Goya. Francisco de Goya. El Aquelarre. 1797-1798. ©Museo Lázaro Galdiano.

En esos mismos años se construyó la Iglesia Monasterio de las Benedictinas de San Plácido, obra del arquitecto Fray Lorenzo de San Nicolás. El conjunto, situado en la confluencia de la calle Pez esquina con La Madera, alberga en su interior una notable colección de obras de arte de Claudio Coello, Gregorio Fernández y Francisco Rizi. En su día también custodió el célebre Cristo crucificado de Velázquez —actualmente en el Museo del Prado—, encargado por Jerónimo de Villanueva, benefactor del convento junto con Teresa Valle de la Cerda y Alvarado.

El barroco fue un periodo muy propicio para la proliferación de leyendas y supersticiones en torno a las fuerzas del mal y, como la Inquisición estaba a pleno rendimiento, cualquier sospecha de herejía podía derivar en acusaciones de posesión. Tal fue el caso de las 25 monjas del convento, procesadas en 1628 tras la difusión de persistentes rumores que circulaban desde su llegada. Estas habladurías se vieron alimentadas por el hecho de que Villanueva había mandado construir, junto al monasterio, una residencia en la que organizaba fiestas a las que acudían las más altas personalidades del país como Felipe IV y el conde-duque de Olivares, y en la que se decía existía un pasadizo que comunicaba directamente con las dependencias de las religiosas. En estas escaramuzas, algunas monjas quedaron embarazadas y la gente, obviando la realidad, lo atribuía a la intervención del diablo, llegándose a afirmar que en sus entrañas albergaban al propio hijo de Satanás.

La última de las leyendas vinculada con la Santa Inquisición nos conduce a la Real Casa de Correos, actual sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid, situada en la Puerta del Sol. Durante la dictadura franquista, el edificio alcanzó una siniestra notoriedad al albergar la sede central de la Dirección General de Seguridad, convirtiéndose en un espacio de represión y tortura. Sin embargo, ya en sus orígenes se vio envuelta en relatos de carácter sobrenatural, relacionados con supuestas apariciones demoníacas.

El edificio fue mandado construir en tiempos de Fernando VI, quien se lo encargó al arquitecto Ventura Rodríguez, una de las figuras más reconocidas de la época. Sin embargo, la muerte del monarca en 1759, acaecida antes del inicio de los trabajos en el edificio, y la posterior llegada de Carlos III al trono cambiaron por completo los planes del proyecto. Debido a las desavenencias entre ambos, el nuevo rey apartó a Ventura Rodríguez de las obras reales, y encargó un nuevo diseño para la Real Casa de Correos al arquitecto francés Jacques Marquet. Y es precisamente durante las obras (1766-68) cuando empezaron los problemas: los trabajadores se declararon en huelga y no precisamente por sus condiciones laborales, sino a raíz de ciertos fenómenos inexplicables. Según afirmaban, en el edificio que estaban levantando se movían los andamios sin causa aparente, se apagaban las luces de forma inesperada, las herramientas misteriosamente aparecían cada día en sitios distintos de donde se habían dejado la noche anterior e incluso, en ocasiones, se oían voces que amenazaban a los obreros con arder en el infierno ya que el inmueble pertenecía al diablo.

El miedo llegó a tal punto que hubo que poner en aviso a la Inquisición, y se propuso la idea de contratar a un sacerdote como parte de la cuadrilla, el Padre López párroco de la Iglesia del Buen Suceso, para mantener el espacio libre de espíritus malignos, bendecir cada día el edificio e incluso, si fuera necesario, practicar exorcismos en caso de posesión. La estrategia funcionó y con un cura en plantilla las obras pudieron continuar.

La interpretación más extendida de estos hechos sostiene que todo fue parte de un plan urdido por allegados a Ventura Rodríguez para echar al arquitecto francés —quien había modificado el proyecto original por otro de carácter mucho más sobrio, además de poco aceptado en la ciudad— y restituir en su lugar al defenestrado arquitecto madrileño. Años después, la suerte de Ventura Rodríguez dio un nuevo giro al ser elegido para proyectar la nueva sede del Consejo Supremo y Tribunal de la Inquisición, que se levantó en la calle Torija, 14. En los sótanos del edificio se ubicaban las mazmorras en las que encerraban a los sospechosos de herejías, eran de dominio público las torturas que sufrían los presos para que confesaran, y el miedo a pasar por la calle se apoderó de los vecinos, que la evitaban siempre que les era posible.

La figura de Lucifer ha estado presente en numerosas leyendas asociadas a la ciudad de Madrid, y para honrar esta tradición era necesario erigir un espacio que le rindiera culto. El empresario Faustino García y el artista cubano Mario Carreño fueron los encargados de levantarlo allá por los años 30 del siglo pasado. El recinto se estableció en la calle Atocha 60 con entrada por el Pasaje Doré, entre lo que hoy es la sede de la Filmoteca Española y la Iglesia de El Salvador y San Nicolás. Bautizado con el nombre de Cabaret Satán, abrió sus puertas el 11 de agosto de 1934 y un gran neón indicaba la entrada. Se consagró como local destinado a exaltar lo “degenerado”: acceso por grutas oscuras tenuemente iluminadas por tonos rojizos, escenografías infernales donde actuaban orquestas de ritmos desenfrenados, que parecían surgir de llamas de fuego, entre sus mesas corría el alcohol, los bailes y la golfería más libérrima, desatando la ira de católicos y reaccionarios. No estuvo mucho tiempo abierto, en plena Guerra Civil fue requisado por los comunistas quienes establecieron allí un espacio de prácticas de tiro, y ya en la posguerra, durante la dictadura franquista, reabrió sus puertas como sala de fiestas, aunque se vio obligado a abandonar la referencia satánica de su denominación original, adoptando en su lugar la menos conflictiva de Cabaret Tarzán.

Este recorrido tras las huellas del diablo en Madrid podría llegar a su fin con una visita al Museo Lázaro Galdiano, que alberga en su colección una de las representaciones más destacadas de Lucifer en el arte, El Aquelarre de Francisco de Goya. El lienzo fue realizado en 1798 por encargo de los duques de Osuna para decorar su palacio en la finca que poseían en la Alameda de Osuna, hoy conocida como Parque del Capricho. La composición transmite una atmósfera profundamente inquietante. Bajo la luz de una media luna que refuerza el carácter nocturno de la escena, el espacio central está ocupado por la figura del demonio, representado, en esta ocasión, en su forma tradicional de macho cabrío. A su alrededor se agrupan varias mujeres de rostros descompuestos, que le ofrecen niños en sacrificio para que se alimente. Aparecen en la pintura bebés en brazos de sus madres, algunos niños esqueléticos y otros ya muertos colgados de un palo, mientras sobre ellos sobrevuelan amenazantes pájaros. Un ritual satánico en toda regla para concluir esta ruta.

Aunque si lo que buscáis es mirar directamente a los ojos a la personificación de todos los vicios, todavía se puede incluir una última parada: la puerta central de bronce de la Catedral de La Almudena, donde entre las figuras esculpidas por Luis Sanguino se puede distinguir al rey emérito.

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