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Memoria histórica
El ministro franquista depurador de profesorado sigue siendo doctor honoris causa
Como es sabido, aunque no suficientemente, el sector docente fue uno de los que más sufrió la represión durante la dictadura franquista, bien por medio de la liquidación física, bien a través de su depuración. Se calcula en más de medio millón los expedientes de depuración abiertos por la dictadura en todos los estamentos educativos y fueron en torno a 60.000 las depuraciones. Con ello se daba rigurosa efectividad a un decreto de diciembre de 1936 en el que se instaba a “no volver a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar, a los envenenadores del alma popular”. El rigor se aplicó con mayor celo especialmente sobre el cuerpo del magisterio nacional, con no pocos de sus integrantes asesinados.
No debería entrar dentro de lo posible, con esos precedentes, que después de 45 años de democracia el primero de los ministros de Educación del régimen franquista, José Ibáñez Martín (1896-1969), que lo fue más de diez años entre 1939 y 1951, pueda seguir siendo en la actualidad, como sigue, el primero de la lista de los doctores honoris causa de la Universidad de León. El título le fue concedido en 1959, a instancias de la Facultad de Veterinaria radicada en esa ciudad, siendo aprobado por la Universidad de Oviedo, dado que por entonces León carecía de institución universitaria. Hasta ahora, la universidad leonesa ha concedido 54 de esos títulos, con el expresidente leonés José Luis Rodríguez Zapatero como último de por ahora de esa lista.
Tal como recogía el diario iLeón hace unos meses, Ibáñez Martín se caracterizó en sus discursos y escritos por soflamas como las que siguen a modo de ejemplo: “Los principios eternos de España hay que fijarlos con vigor revolucionario y para siempre. Recristianización y renacionalización de la enseñanza es obra total y empresa colectiva. Un pueblo con voluntad dispersa es como una nación que se suicida”. Con motivo de la inauguración del curso académico 1940-41 fue muy explícito Ibáñez Martín: “Habíamos de desmontar todo el tinglado de una falsa cultura que deformó el espíritu nacional con la división y la discordia y desraizarlo de la vida espiritual del país, cortando sus tentáculos y anulando sus posibilidades de retoño”. Defendía el ministro que los alumnos universitarios debían tener “una base religiosa inconmovible y una sólida formación sin la cual no comprendemos la educación nacional” (1944).
Para el primer ministro de Educación de la dictadura era imprescindible para la cultura del régimen naciente ”amputar con energía los miembros corrompidos, segar con golpes certeros e implacables de guadaña la maleza, limpiar y purificar los elementos nocivos. Si alguna depuración exigía minuciosidad y entereza para no doblegarse con generosos miramientos a consideraciones falsamente humanas, era la del profesorado”. Sintió igualmente el tal señor, según nuestra Real Academia de la Historia, “una arrebatada admiración por la Alemania nazi”, de modo que sus discursos durante la posguerra española acababan con ¡Vivas! a los dos dictadores, el nativo y el germano, según hizo en la inauguración en 1941 del Instituto de Cultura Alemana.
Tal como señalaba el mismo medio de información leonés, José Ibáñez Martín gozaba de un monumento erigido en su memoria en 1949 en la Universidad Complutense de Madrid, que se mantuvo hasta los primeros meses de este mismo año, hasta que denunció el hecho el citado periódico, que también informó en esa ocasión del primer doctorado honoris causa de la Universidad de León, sin que hasta la fecha le haya sido retirado al ministro franquista.
Lo último que hemos sabido es que la universidad de aquella ciudad pide paciencia para que el caso “se pueda debatir a la mayor brevedad posible” por los órganos oficiales competentes y siempre por el cauce oficial. Fue, paradójicamente, con ocasión de la investidura del presidente del gobierno que aprobó la primera Ley de Memoria Histórica en 2007 (José Luis Rodríguez Zapatero) cuando se hizo pública la presencia del ministro inquisidor franquista como número uno de la lista de los doctorados honoris causa.
Quince años más tarde de ser aprobada aquella ley y también una segunda de Memoria Democrática durante la última legislatura del gobierno de coalición, todavía es preciso que en la Universidad de León haya que armarse de paciencia y debatir la retirada de ese doctorado, el mismo que Ibáñez Martín recibió en 1966 en la Universidad Pontificia de Salamanca y que posiblemente tampoco se le haya retirado, habida cuenta su identidad confesional.
Conviene recordar, a este último propósito, que según el diccionario de la RAE deben concurrir méritos especiales para ser investido doctor honoris causa. Es muy probable que la iglesia católica siga valorando los que tuvo en vida el ministro que devolvió a la iglesia una influencia determinante en la educación pública de la dictadura. Se llamaba nacional-catolicismo y sus efectos aún permanecen entre nosotros.
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Para los que el relativismo en ética significa renuncia a la propia (lo cual es una manipulación del concepto), solo se puede obtener el absolutismo mediante la aniquilación del contrario, del diferente. Digamos que la tolerancia democrática es para ellos una muestra de debilidad en la voluntad, más que una causa de paz y concordia entre todos. No respetar la variedad en ética (todos tienen su forma de ser felices, absoluta para cada uno, pero relativa de uno a otro) es ser un fascista. Y la Iglesia es eso: anti democrática, fascista, intolerante. Hablan de amor, pero se refieren a amor «entre los miembros del grupo», no con los de fuera. A estos hay que quemarlos, a mayor gloria de su Dios. No son especiales en esto. El Cristianismo no cambió nada en la Historia. Es otro grupo de poder ejerciendo el poder para su propio beneficio, y si para ello tienen que utilizar la violencia, la manipulación, el odio, lo hacen. Y después dicen que no somos animales.