Memoria histórica
La primera alcaldesa de España, asesinada por el franquismo, fue también maestra

María Domínguez Remón, cuyos restos mortales fueron exhumados recientemente, aseguró que la mujer, en la nueva sociedad, gozará de todos los derechos, al igual que el hombre.
María Domínguez con los alguaciles de su pueblo
María Domínguez con los alguaciles de su pueblo

www.diariodelaire.com

17 feb 2021 08:44

A finales del pasado mes de enero, después de tres días de trabajos de excavación en el cementerio de Fuendejalón (Zaragoza), fueron hallados y exhumados los restos mortales de quien fue la primera alcaldesa de España: María Domínguez Remón. Lo fue de la localidad aragonesa de Gallur, tras la dimisión en pleno de la corporación y acordar el gobernador civil que era la persona idónea para dirigir la comisión gestora que se hizo cargo del Consistorio. Domínguez ocupó el cargo entre julio de 1932 y febrero de 1933 y fue fusilada por las tropas sublevadas en septiembre de 1936 a los cincuenta años de edad. A la espera de corroborar su identidad con el ADN de sus descendientes, se trata sin duda de un hecho que precisa recordación, tanto por haber sido la primera mujer al frente de un gobierno municipal en la historia de este país, como por la propia personalidad de María Domínguez.

María Domínguez (1882-1936) nació en Pozuelo de Aragón, de padres jornaleros, pobres y analfabetos, y desde muy chica se dedicó a las faenas agrarias: espigar, vendimiar, arrancar el trigo y la cebada. Eso no impidió que ya de niña se interesara por deletrear todo impreso que cayera en sus manos, desde romances de ciego a periódicos viejos. Contó para ello con la colaboración de su padre, que le contaba cuentos después de la cena, pero también con el reproche de su madre, que la quería mujer en su secular atraso, de las que llevaban la vista al suelo cuando se cruzaban con los hombres por la calle. “¿Le vas consentir que aprenda a leer?”, le decía a su marido, a lo que este respondió una vez: “Ya no tiene remedio, mujer, ya sabe”. 


Siguiendo las costumbres de su tiempo, a María la casaron sus padres a los 18 años con un hombre que bebía, no trabajaba y la maltrataba, por lo que acabó por irse de casa después de soportarlo siete años. Sus padres la hicieron regresar de Barcelona ante las promesas de enmienda de su esposo, pero una vez más abandonó el hogar conyugal por nuevos maltratos. Finalmente, después de comprar una máquina de hacer media en su pueblo natal, logró María una cierta estabilidad que le permitió dedicar más tiempo a la lectura y a la escritura, hasta el punto de decidirse a escribir un texto como grito de protesta de una campesina y enviarlo diario republicano El País. Para su sorpresa, el director Roberto Castrovido lo publicó con el solo retoque de corregir su ortografía.

Animada por esa primera publicación, María Domínguez envió más artículos al periódico republicano de Zaragoza, El Ideal de Aragón, en el que firmó con el seudónimo de Imperia, al semanario socialista Vida Nueva de Madrid y al diario Avante de Tolosa. Gracias a trabajar como asistenta en el domicilio del director del primero de los diarios, que poseía una gran biblioteca, la joven María logró desarrollar una cierta cultura autodidacta que le fue de gran utilidad para iniciarse después en su primera experiencia pedagógica en la localidad navarra de Mendiola, en el valle navarro de Baztán, y que explicó así en una entrevista al periodista del diario Ahora Vicente Sánchez Ocaña, publicada el 27 de octubre de 1932:

“Mis conocimientos como autodidacta eran muy irregulares. Había leído a Victor Hugo, Zola, Blasco Ibáñez, Dumas, Kropotkin y Pi y Margall, pero no sabía la regla de tres. Abría la escuela a siete de la mañana y la cerraba a las diez para desplazarme andando durante una hora al vecino pueblo de Almando, en donde su amigo don Pedro Rubio, el maestro, me enseñaba la lección que debía explicar por la tarde. Me volvía a Mendiola, abría la escuela a la una, daba la clase, cerraba a las tres y volvía a ir a Almando para que don Pedro le explicase la lección del día siguiente”. En total cinco horas de maestra, cuatro de caminante y dos de alumna, demostración cabal del celo didáctico que presidió aquel primer bienio de la segunda República y de quienes la apoyaban.

En 1926, María Domínguez se casó en Gallur con su segundo marido y lo hizo con mejor suerte que con el primero, ya fallecido. Se trataba de Arturo Segundo Romanos, un esquilador viudo, militante del Partido Socialista, con el que creó en el pueblo la sección local de la UGT en los años de la dictadura de Primo de Rivera, aunque más tarde se separaría de este sindicato. En julio de 1932 fue destituido por el gobernador civil el ayuntamiento de Gallur, que databa de las históricas elecciones de abril de 1931 que trajeron la segunda República, y fue designada María Domínguez presidenta de la comisión gestora y alcaldesa por lo tanto de la localidad. En calidad de tal dicta el 29 de julio el primer bando municipal que lleva en España la firma de una mujer y de que tenemos noticia gracias a la transcripción del mismo por el redactor de Ahora: 

“De orden de la señora presidente de la Comisión gestora municipal, en sus funciones de alcaldesa de esta villa, hago saber: 

-Queda prohibido bañarse un trozo de río comprendido entre el Espigón y Puente de Cinco Villas. 

-No se consentirá que las personas en estado de embriaguez permanezcan en los establecimientos ni en la vía pública. 

-Los juegos de envite y azar quedan terminantemente prohibidos, y serán perseguidos tenazmente por los agentes de mi autoridad. 

-Por ningún concepto consentirá esta Presidencia, ni la Comisión, los escándalos públicos y que a nadie se moleste, bajo ningún pretexto, por sus doctrinas o creencias, advirtiendo que sobre este particular ha de ser en todo momento intransigente”. 

María Domínguez, acaba su bando así: “De la prudencia del vecindario espera esta Presidencia no verse obligada a imponer sanciones, que le serían muy enojosas; pero en caso de incumplimiento de lo dispuesto en este bando sería enérgica e inexorable, sin tener para nada en cuenta la condición política o social de los infractores”.

Entre sus gestiones como alcaldesa, a lo largo de tan solo cinco meses, creó bolsas de trabajo para paliar el desempleo, promovió una escuela unitaria de niños y niñas y adecentó las aulas, contratando limpiadoras para que esa labor no recayera en los alumnos. Como resultas de la ley aprobada en el Congreso que sustituía las comisiones gestoras de carácter transitorio, María Domínguez dimitió un tanto desilusionada de la política. Puede que a partir de ahí se dedicara a la docencia y a sus colaboraciones periodísticas, en las que destacaba por la ironía de su estilo incisivo y la utilización a veces de su seudónimo, María la tonta, apodo con el que que se la conocía en el pueblo de joven por aquello de bajar la vista al paso de los varones.


Como conferenciante recogió sus charlas en un libro titulado Opiniones de las mujeres que prologó de modo muy laudatorio la malograda escritora y abogada Hildegart Rodríguez, poco antes de que fuera asesinada por su propia madre. En sus páginas recoge temas como el feminismo, la mujer en el pasado, en el presente y en el porvenir, el socialismo y la mujer  o Joaquín Costa y la República, texto en el que defiende la ley del divorcio y la igualdad. En pro de esta, fue una tenaz defensora del voto femenino, la liberación de los prejuicios culturales y religiosos, el amor libre y no impuesto y la cultura como principio básico de la transformación social.

Con esos antecedentes es muy posible que estuviera fichada en la minuciosa agenda de la represión y la delación que manejaban las tropas sublevadas. María buscó refugio en casa de su hermana en su pueblo natal, Pozuelo de Aragón, nada más producirse el golpe político-militar de julio de 1936. Pensaba que como no tenía nada que temer, nada malo le podía ocurrir, como tantos otros republicanos. “¿Por qué iba a correr peligro?, se preguntaba Esmeralda Royo en un artículo sobre María Domínguez. ¿Por crear una escuela unitaria y contratar limpiadoras para que los niños no tuvieran que limpiar las aulas? ¿Por subvencionar sacos de carbón para que los alumnos no tuvieran que acarrearlos desde sus casas?  ¿Por crear bolsas de trabajo rural y paliar el desempleo?  ¿Por creer que la Magistocracia, colosal obra de la segunda República, crearía generaciones de españoles libres?”. La última noticia que se tuvo de ella con vida fue la que dieron los vecinos de Fundejalón el 7 de septiembre de 1936 al verla descender de un camión junto a tres hombres.

Hoy María Domínguez da nombre a un colegio, a una fundación y a una calle en la localidad de Gallur. Entre la primera alcaldesa de la historia de este país y Yolanda Salvatierra, que sería su sucesora en esa misma localidad aragonesa 85 años después, median, además del tiempo transcurrido, el concepto extendido de mujer que se tenía –sobre todo en el medio rural- en el periodo en que Domínguez Remón fue la máxima autoridad municipal y el que la mujer se ha ganando en nuestros días. De aquel nos dan idea los versos con los que el reportero del diario Ahora inició su artículo sobre María Domínguez: La burra quié más cebá/ y la mujer quié otro traje: / ¡rediós y qué caro cuesta/ tener en casa animales! 

Hasta hace unos días, los restos mortales de aquella mujer con arrestos para subvertir lo establecido en los años en que eso parecía posible en la España republicana yacían a la vera de un ciprés en una esquina del pequeño cementerio del municipio de Fuendejalón. No muy lejos de allí, en la necrópolis de Tabuenca, está enterrado con toda probabilidad su segundo marido –también asesinado-, a la espera de que sea exhumado y también reconocido. La reciente exhumación de su esposa permitió encontrar la peineta con la que casi se puede acreditar la identidad de la víctima, así como observar el tiro de gracia en la cabeza que acabó con una adelantada de la emancipación femenina en el atrasado agro español de los años treinta del pasado siglo. Ese disparo, como tantos otros que llevaron a sus víctimas al enterramiento en el olvido de las cunetas y cementerios, tenía por objeto mantener a la mujer atada a ese pasado ominoso, oscuro, servil y machista de la copla con la que Sánchez Ocaña comenzó su reportaje.

“La mujer, en la nueva sociedad, gozará de todos los derechos, al igual que el hombre, y se verá en pie, la frente erguida y con dignidad”, había escrito María Domínguez. Estamos en ello, aunque quede aún camino por andar y haya demasiados escaños ocupados en el Congreso y ya también en el Parlament por quienes pueden volver a retardar esa meta, tal como lo hicieron sus antecesores.

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