We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Memoria histórica
Lo que pensaban las escritoras y políticas republicanas sobre el confesionario
Clara Campoamor, impulsora del voto de las mujeres, advertía del peligro político del confesionario como arma de invasión de la conciencia.
Formando parte de la tradición del periodismo anticlerical español, que tuvo en el semanario El Motín de José Nakens su más destacado representante a lo largo de más de cuarenta años (1881-1926), Fray Lazo, semanario anticlerical cortésmente desvergonzado, tuvo una corta pero intensa vida desde que nació el 13 de agosto de 1931, a los pocos meses de proclamada la segunda República, hasta mediado el mes de noviembre del año siguiente. Por esa época surgen también La Traca en Valencia, con caricaturas contra el rey Alfonso XIII y el clero, y El Be Negre en Barcelona, de línea similar.
El semanario publicado en Madrid y dirigido por Augusto Vivero mantuvo en portada durante los primeros números un mismo tema sobre el que expresaban su criterio diversas personalidades de la vida pública española. Había que responder a la pregunta "¿Qué opinión inspira a usted el acto de la confesión?". Como mejor ejemplo del primer número que ilustra este artículo, bien puede valer la contestación de quien entonces fue el primer ministro de Instrucción Pública, Marcelino Domingo, cuya respuesta venía ilustrada con una caricatura suya, posiblemente de Luis Bagaría: "¿La confesión? El creyente tiene su confesión en su conciencia. No necesita quien le confiese porque él se confiesa íntimamente en cada acto de su vida. El incrédulo -el que no cree en nada- no necesita confesarse porque ningún acto de su vida tiene sanción. Por regla general, el incrédulo que se viste de creyente es quien acude a la confesión. No para confesarse. Sino para evidenciar que se confiesa. Porque no ha de olvidarse que la confesión, como la ha instituido y ejercita la Iglesia, es más que un sacramento un espectáculo".
De entre todos los escritores y políticos a los que se les planteó la pregunta, prefiero destacar para este artículo la respuesta de las mujeres, por aquello de la influencia que sobre el común de ellas pesó a la hora de que fuera aprobado en la Constitución republicana su derecho al voto, creyendo que éste iba a estar determinado por las asesorías clericales de confesionario. Bueno es por lo tanto hacerlo con la diputada Clara Campoamor, a quienes las mujeres deben la conquista de ese derecho gracias a sus intervenciones en el Congreso. Campoamor contesta a la pregunta planteada en el segundo número de la revista, publicado el 20 de agosto, y dice "comprender el recurso consolador y humano de verter en otra alma la tortura interior, algo que es eficaz y respetable si la cultura religiosa lo mantiene en sus límites de auto-reposo; peligroso y político si la incultura religiosa y el ansia de poder, trascienden la órbita de la discreción, haciendo del confesionario el arma de invasión de la conciencia".
Para la escritora feminista Carmen de Burgos Colombine (1867-1932), que contesta en el tercer número de Fray Lazo, del 27 de agosto, la administración de los sacramentos, con la ayuda del miedo al infierno, es el negocio más grande que ha explotado la Humanidad. "El tribunal de la penitencia -afirma-, lavadero público del espíritu, constituye para el penitente un medio de legalizar el pecado, y para el clero un formidable sistema de espionaje y dominio". Entiende Burgos que la confesión resulta unas veces ridícula, como cuando vio en San Pedro de Roma un sábado de gloria, cómo daba el cura un cañazo con una larga caña colocada al lado, a los que absolvía de pecados que caen fuera de la jurisdicción ordinaria. Otras veces, en estimación de Colombine, resulta cruel, "cuando la familia introduce la figura trágica del cura a la cabecera del enfermo como heraldo de la muerte". También precisa que puede ser antihigiénica, pues no es nada recomendable estar recibiendo durante largo rato el aliento del cura. En cuanto la confesión para las mujeres, mantiene que "en el confesionario se han rasgado muchas inocencias y se han tramado muchos adulterios. Hay que seguir el consejo que daba un gran escritor a las admiradoras que le enviaban postales para que les pusiese un pensamiento: Mujer, huye del cura".
La periodista, actriz y dramaturga Carmen Eva Nelken (1898-1969), más conocida como Marga Donato, fallecida en el exilio en México, expone en el nº 4 de la citada publicación que si la iglesia católica "estuviera servida por santos -santos en el sentido ideal de la palabra, porque, en realidad, la mayoría de los santos han sido unos pobres señores-, entonces puede que la confesión tuviese alguna utilidad moral para las personas de mentalidad inferior. Pero como no es así, como los curas son hombres de quienes lo más que se puede pensar es que no son ni mejores ni peores que los otros, resulta que la confesión supone para las mujeres una inmoralidad, para los hombres una cobardía y para los niños un peligro".
La hermana de Marga Donato, la escritora, crítica de arte y diputada socialista Margarita Nelken (1894-1968), fallecida también en el exilio mexicano, expone en el siguiente número de Fray Lazo que nunca ha podido comprender cómo podía tranquilizarse una conciencia por el mero hecho de expansionarse con el relato de sus culpas. "Menos he comprendido-asegura- cómo un hombre podía ser lo bastante imprudente, o lo bastante poco hombre, para dejar la inocencia de sus hijos y, sobre todo, la intimidad, la dicha de su hogar, a merced de las sugestiones de otro hombre, por muy sabio y santo que este fuese. Y de sabiduría y santidad de gran parte, por lo menos, de nuestro clero, huelga decir nada, por demasiado sabido".
Pilar Millán-Astray (1879-1949), también escritora y una de las comediógrafas más populares en los años treinta, hermana mayor del general Millán-Astray, fundador de la Legión Española, cree en el nº 8 de la revista que "en manos de reconocida bondad y discreción la confesión puede servir de consuelo en las penas y de consejo en las dudas, eso sí, a condición de que los confesores sean elegidos por superiores competentes y autorizados para el caso, prohibiéndoles "en absoluto" meterse en política. Y así saldríamos ganando mucho con ello la Iglesia y los cristianos".
Desconozco la identidad que se esconde bajo la firma de María de Burgos, pero tiene interés lo que piensa al respecto del sacramento católico en el nº 11, asegurando que su familia nunca la obligó a confesarse y que le parece un acto ridículo e innecesario: "Todo el mundo ha tratado la confesión bajo el punto de vista del peligro para la mujer sencilla y honesta, por lo que este acto puede tener de iniciación y revelación para ella; pero nadie se preocupó del "pobre cura", puesto en el trance de oír las frases y oler los perfumes de una experta y peligrosa mujer que le hace añorar la fortaleza de San Antonio para resistir las tentaciones femeninas. Me gustaría saber qué piensan de la confesión Basilio Álvarez y otros curas como él". [Basilio Álvarez Rodríguez (1877-1943), periodista, sacerdote y diputado gallego, fue expulsado del sacerdocio en 1928 por estar en contra del celibato y haber tenido incluso dos hijos. Del celibato de los curas se ocuparía Fray Lazo en los números siguientes].
En el nº 13 de la citada publicación opina, entre las firmas de los escritores Benjamín Jarnés y Rafael Cansinos Assens, una tal Concepción Martín de Antonio, sobre la que también desconozco su identidad, y que considera peligrosa la confesión para el progreso de la sociedad y para los mismos católicos, "pues convencidos de que han de ser perdonados, no se preocupan mediante una firme voluntad de corregirse para llegar a ser buenos, escamoteando así el ineludible e imperioso deber moral de contribuir con nuestro propio perfeccionamiento al perfeccionamiento de la Humanidad".
La pintora Elena Verdes Montenegro, hermana del profesor y militante socialista José Verdes Montenegro y de la compositora Consuelo Verdes Montenegro, no puede decir nada de la confesión por propia experiencia, dado que siempre ha vivido "fuera del gremio de la Iglesia; pero, desde luego, pienso que es un acto completamente innecesario, puesto que, no habiéndolo practicado nunca, jamás sentí su necesidad. Ahora, me parece que la persona menos indicada precisamente para confesar es un clérigo. ¿No dicen que viven para el cielo? Pues entonces, ¿qué saben de la tierra? Las condiciones de vida de esas personas son opuestas a las de los demás: por tanto, son hombres desplazados de la realidad. Todo esto poniéndonos en el mejor de los casos, o sea en el supuesto de que el confesor obre de buena fe".
La olvidada escritora, periodista, sindicalista y sufragista Consuelo Álvarez Pool (Violeta) (1867-1959), perteneciente a la primera promoción de telegrafistas mujeres, se manifiesta con total contundencia en Fray Lazo del 18 de noviembre de 1931: "La confesión es un acto de vasallaje mediante el cual queda incapacitado el católico que lo realiza para una plena vida civil. Es incompatible la libertad de conciencia con un sentimiento que supone la entrega de la voluntad y que admite como supremo juez al sacerdote. Ni el estado ni la familia están seguros mientras actúe el confesor tercero en discordia, cuya misión es anteponer el interés de la Iglesia a todos los demás. Si queremos hacer de España una gran nación, derribemos este ataúd de almas que se llama confesionario. Es el más fuerte baluarte de un poder funesto, que es preciso abatir inmediatamente".
Otra mujer sobre la que pesa un injusto olvido, pese a su gran labor en pro de los derechos de su género, haber sido directora y fundadora de varias publicaciones feministas y redactar el memorando sobre el derecho al voto de la mujer que acabaría consagrando el mismo en la Constitución de la segunda República republicanas, Benita Asas Montarola (1873-1968), afirma en el siguiente número que confesión equivale a decir secuestro de voluntades. "El que se somete al confesor -entiende-, abdica de su yo. En mi opinión, jamás una mentalidad podrá llegar a culminar en el campo de las ideologías superiores, mientras ella acuda al confesonario para resolver los problemas que le plantee la conciencia. La medida de la cultura de un pueblo la da el confesonario; cuanto más embrutecido está, más le frecuenta para depositar en él sus necedades. A medida que los cerebros huyen del calabozo confesional, se robustecen, se iluminan y adquieren más noble rango espiritual. Para los explotadores de la confesión, esta modalidad católica es una mina de oro en lo económico y una hábil red tendida a todas las ideologías políticas para que en ella caigan los incautos".
De la última de las encuestadas, Celia Sanz, que aparece en el nº 17 del 2 de diciembre, tampoco se dan más referencias que su fotografía. Para Sanz una joven soltera no necesita, no puede, no debe tener otro director de su conciencia que su madre, "elevada a la categoría de santa desde que alcanzó aquella dignidad, la máxima a que puede llegar la mujer. ¿Quién mejor que una madre atenderá con su consejo a las ansias de nuestra alma y a las inquietudes de nuestro corazón? En cuanto a la mujer casada, su único consultor —no sólo en cuanto a la santidad del matrimonio se refiere, sino en todo lo que les es común en la vida— debe ser su marido, el padre de sus hijos; sin injerencias extrañas, que pudieran ser destructoras de su hogar".
Para terminar este artículo creo conveniente dar unos cuantos datos acerca de Augusto Vivero Rodríguez de Tudela, el director de Fray Lazo. Había nacido en La Habana en 1882 y a finales de ese siglo, cuando Cuba logró la independencia, regresó con su familia a España, para afincarse en Murcia y llegar a dirigir en esa ciudad El Heraldo de Murcia, así como otros periódicos, hasta que en 1913 ingreso en El Imparcial de Madrid, del que sería redactor-jefe. Fue sucesivamente director de El Mundo e Informaciones, y fundador de Izquierda Republicana Anticlerical (IRA). Como comunista, también dirigió por los años treinta una revista inspirada en una publicación de la Liga de los Militantes Ateos que se editaba en la Unión Soviética. Se llamaba "Sin Dios" y dio a conocer hasta 24 folletos anticlericales y ateos bajo la cabecera Biblioteca de los Sin Dios, a imitación de la que algunas décadas antes había propulsado José Nakens desde su semanario El Motín.
El periodismo anticlerical de Vivero apelaba a la separación entre Iglesia y Estado y criticaba con dureza el excesivo poder de la religión católica en el país. Durante la Guerra Civil, se le encomendó la dirección del diario ABC, pero su excesivo radicalismo provocó de inmediato su cese un mes después de ser nombrado. A pesar de un currículum tan proclive a sufrir las represalias de los vencedores, Augusto Vivero no se fue de Madrid cuando las tropas franquistas entraron en la capital a finales de marzo de 1939. Fue por ello buscado de inmediato por los vencedores y encarcelado, como le ocurriría a Javier Bueno Bueno, el director del diario socialista Avance durante la revuelta de Asturias de 1934. Ambos fueron sometidos a un consejo de guerra y fusilados. En el caso de Vivero, a la pena de muerte "por adhesión directa y voluntaria a la rebelión" se le añadieron las agravantes de "perversidad y trascendencia", términos que posiblemente obedezcan a su celo crítico contra el clero. Se le ejecutó como a mucho otros ante las tapias del Cementerio del Este el 26 de mayo de 1939.