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Memoria histórica
Funerales por Adolf Hitler (“paladín de la humanidad”) en la España de Franco
Dos al menos tuvieron lugar en Asturias, en sendas parroquias de las localidades de Avilés y Villallana (Pola de Lena), en los que se le califica de “defensor del Evangelio” y se dice que su vida fue “ejemplo de cultura y caballerosidad”
Fue tanto mi interés -puede que morboso- por la personalidad de Adolf Hitler durante mi adolescencia que en aquellos distantes años leí todo cuanto pude sobre el Führer, sin descartar su única obra, Mein Kampf (Mi lucha), que me llegó de prestado y esmeradamente encuadernada a través de un amigo que era hijo de un camisa azul del régimen.
El libro debió de impactarme lo bastante como para alumbrar una preocupación que por aquel tiempo no estaba de más: la posibilidad de que el dictador nacional-socialista no se hubiera suicidado en el bunker de la Cancillería de Berlín el 30 de abril de hace setenta y cinco años en compañía de su esposa, Eva Braun.
Circularon entonces, y también más tarde, publicaciones diversas que dudaban del hecho del suicidio y aventuraban la posibilidad de que Hitler se hubiera fugado a América Latina, en compañía de no pocos dirigentes del nazismo, algunos de los cuales acabaron también buscando y encontrando refugio en la España franquista. Todavía hace pocos años, un ensayo del escritor Eric Frattini (¿Murió Hitler en el búnker?), llegó a barajar la versión no sólo de que el Führer no muriera en Berlín, sino de que podría haber buscado paradero en España después de escapar de Alemania. Un periodista argentino, Abel Basti, viene reeditando incluso, desde 2006, un libro (La segunda vida de Hitler) en el que asegura que Hitler vivió en su país, concretamente en la Patagonia.
Mi grado de preocupación ante esas hipótesis llegó a tal punto que se convirtió en verdadera obsesión, hasta el punto soñar y tener pesadillas de muy diversa factura con el personaje, al que hasta creí ver un día de invierno paseando por El Muro de la playa de San Lorenzo de Gijón. Me pareció que aquel anciano septuagenario, ataviado con una elegante gabardina beis de hechura extranjera y una boina negra, cuyo aspecto resultaba bastante saludable, si no era el mismo dictador en persona, guardaba un parecido asombroso con su rostro, adaptado al paso del tiempo transcurrido, si bien sin el escueto bigote que caracterizó y caricaturizó su fisonomía. Fue tal mi manifiesta sorpresa al verlo que incluso creí percibir en sus facciones una contracción preventiva, algo que hice valer ante mis amigos al compartir con ellos que aquel día había visto al mismo Adolf Hitler en carne y hueso, sin merecer de su parte la credibilidad esperada.
Veinte años antes de que ocurriera ese insólito y puede que delirante encuentro con el Führer, se celebraron en Asturias con motivo de su muerte -al igual que ocurrió en otras regiones del país- una serie de funerales por su eterno descanso en las iglesias del nacional-catolicismo, en gratitud sin duda por la decisiva colaboración que la Alemania hitleriana prestó al general Franco en la guerra española, con Asturias y la villa de Gijón en concreto entre los territorios bombardeados por su aviación, a modo de primer ensayo contra la población civil que luego se reproduciría como acción armada consolidada en la segunda Guerra Mundial.
A pesar del proceso de desnacificación que se llevó a cabo en la España a partir de la muerte de Hitler, según escribe el historiador Paul Preston, los recordatorios con ocasión de los funerales por el Füherer, que mi estimado amigo Castor G. Ovies ha tenido la amabilidad de mandarme, dan constancia de la literatura hagiográfica empleada con tal motivo, tal como estilaba el régimen franquista: “Hitler ha muerto, pero su obra es perdurable. Vencerá al tiempo y a los trabajos de sus enemigos. Este recuerdo del Gran Führer perdurará en la eternidad”. Además de llamarle defensor del Evangelio, leemos que la suya era “luz en una época de tinieblas, valladar contra la amenaza comunista y una vida ejemplo de cultura y caballerosidad”.
También leemos en esos impresos que incluso los enemigos de Hitler “habrán de recordarle, con un alarde de arrepentimiento, como el único paladín de la causa de la Humanidad”. Refiriéndose siempre al Führer, aunque con la imagen de Mussolini en el segundo recordatorio, se dice en el mismo que “supo elevar a su pueblo a la dignidad que había perdido y cuando se proponía aumentar la gloria conquistada con su genio, fue víctima en la que se ensañaron sus enemigos. En la paz del Señor, venerarán por siempre los suyos su recuerdo y, hasta en su día, los equivocados”.
Según el primero de los impresos, los funerales por Adolf Hitler se celebraron en la iglesia del convento de los Padres Franciscanos de Avilés el 29 de mayo de 1945. Tal como leemos en el segundo, a la memoria del Führer se unió la de Benito Mussolini, el líder fascista italiano, por su contribución igualmente importante a la victoria de Franco en la guerra de los tres años mediante el envío de tropas a España. El acto tuvo lugar en la iglesia parroquial de Villallana (Pola de Lena), el 7 de junio de 1945.
¿No deberían estar en los libros de historia de nuestros centros educativos, desde hace décadas, documentos como los que Ovies ha tenido la amabilidad de mostrarnos? ¿Qué porcentaje de la población española ignora la connivencia de Hitler y Mussolini con Franco para que su dictadura se instaurase en nuestro país? ¿No debería la iglesia española, por otra parte, haber pedido perdón por esas honras y preces con ocasión de la muerte del dictador que desató la más cruenta guerra mundial y el más trágico exterminio en la historia de la humanidad?