Memoria histórica
            
            
           
           
El ciclista que pasó de un campo de concentración a vencedor de la Vuelta a España
           
        
        Julián Berrendero, uno de los mejores ciclistas españoles de la historia, fue internado a su regreso de Francia, en donde residió unos años, por haber firmado un manifiesto a favor de la República durante el Tour de 1937.
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Mientras se  corría la trigésima edición del Tour de Francia, entre el 7 de julio y el 2 de  agosto de 1936, se declaró la Guerra de España. Tuvo aquella edición un total  de 21 etapas y participaron en ella 90 ciclistas, de los que sólo 43 llegaron a  la meta final en París, mientras en nuestro país discurría el llamado  “verano sangriento”. 
Ningún equipo de los que participaron aquel año en la vuelta francesa consiguió  cruzar la meta parisina con todos su integrantes. El vencedor fue el gran  ciclista belga Sylvère Maes, que logró una media de poco más de 31 kilómetros  por hora. Para los aficionados a las estadísticas viene bien decir que en la  primera edición del Tour, celebrada en 1903, la velocidad media apenas pasó del  25 kilómetros por hora, mientras que la lograda en la última edición de 2019  superó los 40. Es de hacer notar, según se nos aclara, que entonces algunas etapas tenían muchos más kilómetros que las actuales.
El ciclista español Julián Berrendero, natural de San Agustín de Guadalix  (Madrid), se clasificó en undécima posición en ese Tour y fue campeón del  Premio de la Montaña. En varias ocasiones cruzó la meta de las etapas más  escarpadas junto a su compañero Ezquerra. Los cronistas de la época  comparan a Berrendero con el ciclista italiano Alfredo Binda, al que se le  pagaba para que no disputara determinadas pruebas a fin de que así fueran más  reñidas entre quienes mantenían un nivel inferior. 
Su trayectoria personal desde la niñez no había sido fácil, como no lo fue para  tantos de sus compatriotas. Con menos de diez años, el pequeño Julián recogía  pichones por los años veinte del pasado siglo en las cacerías que montaban los  más adinerados, en un paisaje social aún más duro que el de la novela de  Delibes en Los santos inocentes, medio siglo después. También  trabajó en una vaquería y fue aguador en las obras de construcción. El uso de  la bicicleta en sus tareas laborales y las carreras que disputaba con sus  compañeros le hicieron al cabo entrar en el ciclismo deportivo, en el que  destacó hasta el punto de ser considerado uno de los mejores corredores de la  historia, sin que sea muy conocido que también Berrendero fue víctima de la  dictadura franquista.
El ciclista madrileño compitió en la edición del Tour de 1936 después de haber obtenido un prometedor y meritorio cuarto puesto en la Vuelta a España de ese año, celebrada un mes antes, cuando quizá nadie imaginara que se estaba en vísperas de la mayor tragedia humana sufrida por este país en su historia. Una vez finalizado la ronda francesa y ante el atroz conflicto armado que se vivía en su patria, Berrendero decidió establecerse en la ciudad de Pou, regentando una tienda/taller de bicicletas. En la edición del Tour del año siguiente, el gobierno republicano español seleccionó a Julián Berrendero para competir, a pesar de no residir en España. Firmó entonces el ciclista un manifiesto de adhesión al régimen del 14 de abril de 1931, comprometiéndose a ceder la mitad de sus ganancias a los niños huérfanos de la guerra. Berrendero ganó en 1937 la etapa-reina entre Luchon y Pou, después de un trazado que incluía las cumbres Peyresourde, el Aspin, el Ausbique y el Tourmalet y rozaba el territorio español por los Pirineos. Posiblemente esa noticia no tuvo la relevancia que cabría esperar en su país, donde los titulares informativos seguían sobre todo la actualidad en los frentes de combate.
Movido por el deseo de volver a ver a su familia, una vez acabada  la guerra, el ciclista decidió regresar a Madrid, sin prever que aquella  participación en el Tour de 1937 -en el que debutó el gran ciclista italiano  Gino Bartali- y sus tres años residiendo en Francia eran motivos  suficientes para que las autoridades franquistas lo detuvieran en la ciudad de  Irún, nada más poner los pies en suelo español. La policía sospechó, en  aquel tiempo en que todo eran sospechas, de que Berrendero podía ser uno más de  los republicanos que huyeron de España en 1936 para evitar la ejecución o la  cárcel. En septiembre de 1939 muchos lo intentaron con el mismo resultado que  el pundonoroso ciclista. Lo más posible, sin embargo, fue que lo estuvieran  esperando por unas declaraciones que hizo en 1936 en las que había criticado al  dictador por su golpe militar contra la república.
Fue así como “el negro de ojos azules” -como se le conocía por su  piel morena y el color de su mirada- fue internado en el campo de concentración  de Espinosa de los Monteros (Burgos), de donde luego pasó a Torrelavega (Santander)   y de aquí a Rota (Cádiz), hasta que alguien reparó en su persona dos años  después. El capitán José Llona reconoció a aquel “negro de ojos  azules”, de constitución fuerte pese a las penalidades del internamiento,  y le instó a que le acompañase hasta su despacho, tal como lo cuenta el  ciclista madrileño en sus memorias: "Al llegar a Rota nos formaron y nos pasó revista un capitán.  Estábamos firmes y se paró delante de mí. Se me quedó mirando y me dijo todo  serio: ‘Usted, venga conmigo’. Le seguí asustado y cuando entramos en su  despacho me abrazó llorando: ‘No me conoces’, me decía. Era José Llona, un ciclista de Bilbao que había  corrido conmigo antes de la guerra. Me dio de comer dos huevos fritos con  patatas que me supieron a gloria”. El  sabroso almuerzo de aquel inolvidable manjar fue el principio de un  cambio a mejor, pues Berrendero quedó en libertad en marzo de 1941 y puso su  mejor empeño en celebrarlo con un entrenamiento intenso hasta lograr una gran  victoria deportiva en aquella España de cárceles y fusilamientos masivos: la  repitió en las ediciones de la Vuelta España de los años 1941 y 1942.
El balance global de Julián Berrendero se cifró en 79 victorias, hasta que en 1949 se retiró corriendo el Tour de Francia, en el que se había iniciado trece años antes. De él dijo un periodista francés que "tenía el más bello estilo de todos los escaladores, viéndole trepar maravilla y sube mejor cuanto más dura sea la pendiente”. Falleció en 1995 a los 83 años de edad y todavía hay en Madrid un comercio de bicicletas que lleva su nombre y dirigía o dirige su sobrino Juan.
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