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Memoria histórica
Cuando el 20 N coincide con el asesinato de tu hija por un grupo de falangistas
Román Cifuentes fue sancionado por negarse a ir a misa por el alma de José Antonio Primo de Rivera el día en que mataron a Julia, de 28 años de edad.
La reinhumación de la momia del dictador y su traslado desde el Valle de los Caídos al cementerio de Mingorrubio en El Pardo, televisada a todo el país hace algo más de un mes como si se tratara de un evento de interés general, parece haber espoleado la celebración de actos conmemorativos con motivo de la fecha de su muerte y la de José Antonio Primo de Rivera, fundador de Falange Española. Que sepamos, el mismo 20 de noviembre se celebraron misas matinales sucesivas en la basílica en donde estuvieron enterrados los restos mortales del general durante más de cuarenta años y en el cementerio en donde finalmente yacen. En la misma fecha, en horario vespertino, la Fundación Francisco Franco convocó a una tercera misa por el alma de su idolatrado caudillo en la parroquia de la Inmaculada Concepción de Madrid. Fue, en este caso, una de las 16 misas que esa fundación organizó en distintas ciudades de España, sin que ninguna sea de Cataluña.
Durante este fin de semana está prevista la marcha con antorchas y correajes organizada por Falange en homenaje a José Antonio Primo de Rivera, que partirá desde la calle Génova a media noche, teniendo como destino el sepulcro de su fundador en el Valle de los Caídos, víctima según la vicepresidenta del gobierno Carmen Calvo de la guerra. En ese mismo lugar, el domingo, se rezará un Santo Rosario “por la esperanza de la juventud y la familia española”, casi a la misma hora en que está prevista una manifestación en Madrid, convocada por la Asociación por la Derogación de la Memoria Histórica, con escenario final en la Plaza de Oriente.
Mientras leía esta nutrida agenda de actos en memoria del dictador que con la inestimable ayuda del nazi-fascismo acabó a sangre y fuego con el primer Estado democrático en la historia de España, recordé el caso de una de las víctimas del franquismo en Zamora, oportunamente investigado por Eduardo Martín, del Foro por la Memoria de esa provincia. Cuenta Eduardo que hace algunos años tuvo una conversación en Villalpando con una modista llamada Teresa, ya fallecida, y que esta mujer (hermana de Pilar, Julia, Estefanía y Anisia) le contó que su padre, Román Cifuentes, fue multado en años sucesivos por las autoridades locales del viejo régimen por negarse a acudir a la misa que se oficiaba cada 20 de noviembre por el eterno descanso del alma de José Antonio Primo de Rivera.
Esa fecha estaba bien grabada por otro motivo en la memoria del sancionado. Se correspondía con el aciago día de 1936 en que un grupo de falangistas sacó de la cárcel a su hija Julia Cifuentes Veledo para ser asesinada y enterrada en el cementerio de Zamora. Su madre, Baldomera Veledo, también encarcelada, presenció la marcha de Julia hacia la muerte, con solo 28 años de edad. Ese mismo 20 de noviembre fueron inhumadas en la misma necrópolis otras dos mujeres asesinadas. Una fue Ramona Ortiz Juan, de 45 años de edad, natural y vecina de Bamba, viuda de Manuel Fernández, con dos hijas de 5 y 7 años que fueron ingresadas en el hospicio, y la otra Fidela García Sánchez, nacida en La Aldehuela (Salamanca), de 33, vecina de la carretera de Roales, casada y con una hija. Junto a las tres fueron enterrados seis hombres, víctimas también de los seguidores del fundador de Falange Española.
Tal como señala Martín, estos muertos y los más de 600 cadáveres que fueron sepultados en el cementerio de Zamora aquel mes de noviembre, procedentes de toda la provincia, no fueron víctimas de la guerra, pues el frente de combate más cercano se encontraba a 200 kilómetros. El plan homicida respondía a una maquinaria de extermino pregonada por los propios cabecillas del golpe militar en arengas, discursos y declaraciones, como las del propio caudillo Franco y las del general Mola, entre otras. Ese plan se saldó en la ciudad de Zamora con 103 asesinatos durante ese mes, sin que hubiera resistencia alguna a las tropas sublevadas. De esas víctimas mortales, 13 correspondieron a mujeres comprendidas entre los 16 años de Ángeles Flechoso (Cuando la ultraderecha asesinó a dos hermanas adolescentes en Zamora) y los 58 de Emilia Ramos. También en noviembre se dieron las órdenes correspondientes para llevar adelante la eliminación de decenas de detenidos en las prisiones de Benavente, Toro y Bermillo de Sayago.
Según Yolanda Allende Cifuentes, sobrina de Julia, sus abuelos no pertenecían a ninguna organización política, pero sí asistían a las reuniones sindicales en la casa del Pueblo: “Tenían una pequeña tienda en el pueblo en la que se vendía de todo, hasta aperos de labranza. Con eso y las tierras que cultivaban vivían bastante bien. Mi madre siempre decía que no les faltó para comer y que lo hacían muy bien para la época. La abuela no era de misa diaria, pero nadie que pasara por delante de la puerta de su casa pidiendo una limosna se iba con las manos vacías”.
“Mi madre (Anisia) fue poco a la escuela, trabajaba en el campo e iba a vender por los pueblos con mi abuelo Román y una burra, Julia despachaba en la tienda, de pequeña enfermó de poliomielitis estuvo siete años en una silla sin poderse mover, al final se quedó coja, pero eso no le impidió ser muy trabajadora en la tienda, en la huerta y saliendo a vender cuando hacía falta, el tiempo libre lo dedicaba a hacerse el ajuar”.
Yolanda Allende escribió estas notas en recuerdo de Julia, tomadas de la memoria oral. En ellas cuenta también algo, determinante quizá para el futuro de la familia: “Su abuela Baldomera salió con otras mujeres en una manifestación en contra del alcalde, que encabezaba una procesión del Corpus Christi. Una de sus compañeras le tiró una piedra al alcalde, pero las culpas recayeron sobre su abuela. Una de las hermanas, Estefanía, tuvo un hijo con su marido Quintín, con el que se había casado civilmente en 1935. La criatura nació muerta y el cura [Luis Calvo Lozano] desde el púlpito dijo que era un castigo de Dios porque los padres vivían amancebados. Quintín Gil Calvo, un hombre joven y guapo, era militante de la CNT y llevaba bien visible la insignia de su sindicato”. La manifestación a la que se refiere Yolanda fue en protesta por el concierto que el Ayuntamiento sostenía con las Hijas de la Caridad, por el que éstas detentaban en Villalpando un colegio de propiedad municipal, mientras la escuela pública ofrecía un estado deplorable. La gestora del Frente Popular obligó finalmente a las monjas a desocupar el edificio municipal en marzo de 1936.
La noche del 24 de agosto, la patrulla del delegado gubernativo Juan Valera Nieves (apodado sargento Veneno), enviada por el gobernador civil faccioso (Hernández Comes), hizo las correspondientes detenciones a instancias de la comisión formada por el alcalde de la localidad, el médico y el juez, dado que “había en dicho pueblo elementos de izquierdas que se consideraban indeseables y era necesario quitarlos del pueblo”. El tal sargento y su patrulla, según leemos en un anexo de su ponencia “Amparo Barayón: historia de una calumnia”, del historiador Francisco Espinosa, venía dedicándose desde el 18 de julio hasta mediados de octubre “a practicar detenciones de individuos que se hubiera distinguido como desafectos al Movimiento y por sus ideas extremistas, y adoptar respecto de los mismos y ejecutar las medidas que estimase justas y convenientes”. Entre esas medidas estaba la de “dejar muertos en el cementerio de la localidad a quienes hubieran tomado armas contra la Guardia Civil o fuerza armada”. A ello se negó el juez de Villalpando, por lo que los asesinatos tuvieron lugar en Zamora. (Al juez, Juan Esteban Romera, se le abrió expediente de depuración, con las declaraciones del capitán de la Guardia Civil Juan Rodríguez Guillén y el sargento Juan Valera Nieves, tomadas el 16 de noviembre de 1936, y que forman parte del anexo aportado por Espinosa).
Fue así como detuvieron y encarcelaron el 24 de agosto a Julia Cifuentes, a quienes los represores confundieron con su hermana Estefanía, esposa de Quintín, que se encontraba luchando en el frente de Asturias. Las acompañaron Gabriel José Gallego Granado, de 59 años, vocal de la gestora municipal del Frente Popular y secretario de la agrupación socialista; Froilán Veledo Gañán, primo de Baldomera, esterero y jornalero, de 50 años; Dimas Infestas Infestas, recaudador municipal de tasas, de 29 años y afiliado a la CNT, y Matea Luna Alarma, de 57 años de edad, casada con Tomás Mansilla y madre de seis hijos. Sobre Matea se dice en el libro de Agapito Modroño sobre la represión en Villalpando que fue encarcelada y asesinada por confeccionar la bandera republicana que ondeó en el balcón del Ayuntamiento el 16 de abril, pero lo más probable es que su ejecución en el cementerio de Zamora el 27 de octubre se debiera a ser la hermana mayor de Salvador Luna Alarma, presidente la organización comunista de Villalpando y candidato por el PCE en las elecciones generales de 1933.
Baldomera Veledo (segunda de las fotos), a la que también detuvieron y encarcelaron el 8 de septiembre, sobrevivió físicamente a la prisión, pero su salud se resintió para siempre con el recuerdo de su hija saliendo de la cárcel para ser ejecutada. Todos los bienes de la familia fueron incautados mediante el expeditivo procedimiento de la ley de responsabilidades políticas (tan beneficiosa para la hacienda de los vencedores), y tal como hacían prever unos precedentes propios del bandidaje, cuando el pequeño comercio que regentaban Baldomera y su marido Román fue asaltado por los falangistas, siendo vejada y maltrata la hija menor, Teresa, según escribe Eduardo Martín, que llegó a conocer la versión directa de la afectada.
A Yolanda Allende Cifuentes, cuando era niña y se ponía enferma, su madre le dejaba para que se entretuviera en la cama una preciosa cajita de madera labrada que perteneció a su tía Julia y que estaba llena de fotografías, ese material tan sensible a las evocaciones de la memoria. Siempre le decía que cuando se casara se la regalaría, como así fue. Era con toda seguridad el objeto más apreciado que guardaba como recuerdo de su hermana asesinada, regalo a su vez de aquel padre que fue sancionado repetidas veces por negarse a ir a misa y asistir a las preces por el eterno descanso de quien había fundado la organización criminal, víctima -según Carmen Calvo- de la guerra incivil.
(Fotos cedidas por Yolanda Allende Cifuentes)
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No hay futuro sin recordar el pasado. Gracias