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Literatura
Grajos mélicos y líricos marranos
“Yo he visto garras fieras en las pulidas manos;
conozco grajos mélicos y líricos marranos…
el más truhan se lleva la mano al corazón,
y el bruto más espeso se carga de razón”.
Antonio Machado,
Proverbios y cantares, VII.
Si hay un poeta en lengua castellana que compagine dignidad de vida con excelencia literaria ése es, sin duda, Antonio Machado. Su muerte, el 22 de febrero de 1939, un miércoles de ceniza, sigue siendo el testimonio de una España que apenas bostezaba cuando una minoría se encargó de helarle el corazón, la misma que en 1941 le expulsaría, post mortem, del Cuerpo de Catedráticos de Instituto, una España zafia, mediocre, cuartelera, con olor rancio a sotana y mugre de sacristía, que acostumbraba a bendecir bajo palio el asesinato, la tortura y el hambre. Aún queda mucho de ella.
Personas refugiadas
Por breñas y picachos: a 80 años del exilio español
En la noche del 22 al 23 de febrero de 1939, Juliette Figuères, propietaria de una mercería de artículos de punto enfrente del Hotel Bougnol-Quintana de Collioure, cosió la bandera tricolor de la España republicana que envolvería al día siguiente el ataúd de Antonio Machado. Se cumplen ahora 80 años.
Con motivo de la reciente publicación de su Poesía Completa por la editorial DeBolsillo, a cargo de Víctor Fernández (enero 2023), conviene recordar que hasta bien entrada la democracia en España no fue verídico tal adjetivo, pues las que Espasa—Calpe publicó en 1975 en sus Selecciones Austral, ya muerto el dictador (la fecha de edición consta de 25—XI—1975), no incluían todas las poesías, tal y como advirtió el filólogo Manuel Alvar, encargado del prólogo, en las posteriores reimpresiones que se hicieron de la obra. Como ya señaló este lingüista, dialectólogo por antonomasia, “Resulta sorprendente que hayan hecho falta en España tantos años para que se incluyeran en el conjunto los poemas de la guerra civil”.
A pesar de que la censura franquista (y postfranquista) se encargó de que los poemas y textos incómodos para el régimen no fueran publicados en las ediciones de la poesía machadiana, la dictadura quiso siempre apropiarse de los versos de Don Antonio y presentar su figura, tanto en la sociedad en general como en las escuelas en particular, como la de un poeta ligado a los valores patrios nacionalcatólicos, a pesar de que fue, tanto de pensamiento como de obra, un intelectual comprometido con los valores constitucionalistas y las libertades republicanas.
La dictadura quiso siempre apropiarse de los versos de don Antonio y presentar su figura, tanto en la sociedad en general como en las escuelas en particular, como la de un poeta ligado a los valores patrios nacionalcatólicos
Nada más morir en Colliure, los encargados de la propaganda franquista, como hienas y buitres buenos conocedores de su oficio, se apresuraron a apropiarse de sus textos, capitaneados por el entonces director general de Propaganda, Dionisio Ridruejo.
Dionisio Ridruejo, el buen fascista, al que una parte del revisionismo histórico —incluso de izquierdas— siempre ha pretendido convertir en el fascista bueno por sus devaneos contra el autoritarismo personalista de Franco (se suele olvidar que cuando Ridruejo era ya tratado como un desviado por el régimen, en 1943, estuvo a punto de regresar a luchar a los campos europeos en defensa de los nazis, ya vislumbrada la derrota), fue el encargado de publicar un prólogo a la edición de las poesías completas de Machado en 1940, prólogo que dio también a conocer en el primer número, en ese año, de la revista de Falange Escorial. Aparte de las sandeces que soltaba en aquel prólogo y las pésimas opiniones que le suscitaban los escritos de Juan de Mairena, Ridruejo reivindicaba a Machado como “gran poeta de España, como gran poeta nuestro”, al que, según el admirador de Goebbels, la República había convertido en uno de sus “secuestrados morales”. “A cada uno” —decía de Machado— “se le atrapaba a su modo, y si contaba con la concurrencia de la senilidad, el hábito de la incomunicación y una cierta incapacidad para el entendimiento del mundo real, tanto más fácil era el negocio”. Como se ve, aquel fascista camisa vieja, autor de parte de los ripios del Cara al sol, que escribía, como expresaba en el prólogo, “con jerarquía de mando” y que había acudido en 1940 a Berlín para estudiar la organización de prensa y propaganda nazi, no se cortaba a la hora de hacer una crítica personal sobre la capacidad intelectual de quien no solo era catedrático, sino, también, tenido como el mayor poeta de España.
“Hay que rescatarlo”, sentenciaba semejante botarate, con intención de “conciliar en unidad toda la dispersión española y por poner todo lo español (…) al servicio de un solo designio universal, de una sola poesía y de una sola historia”.
Comenzaba así el intento, con gran éxito intramuros, de hacer pasar la figura de Antonio Machado por la de un poeta unificador, donde se conciliaban “las dos Españas”, cuya “sangre jacobina” se debía a un “atavismo casi inconsciente, por el tiempo, por los amigos de la juventud, por los primeros maestros, por la desilusión del 98, por el asco a la España heredada y envilecida, por el decoro externo y la pedantería seductora de las instituciones izquierdistas”. Toda una declaración a modo de romanza de un tenor hueco cuyo coro de grillos cantaban a la luna.
En 1949, coincidiendo con el aniversario de su muerte, algunos periódicos de la España franquista publicaron breves y artículos donde trataban de homenajear la memoria del poeta, ahora reivindicando de un modo descarado su figura y su obra
Apenas diez años después, en 1949, coincidiendo con el aniversario de su muerte, algunos periódicos de la España franquista publicaron breves y artículos donde trataban de homenajear la memoria del poeta, ahora reivindicando de un modo descarado su figura y su obra, como el artículo escrito por el periodista José del Río, Pick, en el Diario de Burgos del 1 de marzo de 1949, página 4, en el que loaba de nuevo la edición de las poesías completas de Ridruejo y en el que situaba la muerte de Machado “en un campo de refugiados políticos del Sur de Francia, confundido el poeta sensible y humano con los milicianos brutales, que ni le comprendían ni le estimaban. Murió abandonado, víctima del desaliento, la amargura y las privaciones”. Quien desee seguir la tortuosa senda marcada por el franquismo con el nombre de Machado, puede acudir al libro de Xesús Alonso Montero, El nombre y la obra de Antonio Machado dentro de las coordenadas del franquismo, en Hércules Ediciones, 2022.
Antonio Machado —como demostró Ian Gibson en su magnífica biografía― estuvo siempre al lado de la libertad y de los derechos constitucionales. Jamás sintió ni la más mínima simpatía por aquella pandilla de embrutecidos militares y pistoleros que ocuparon España a golpe de quijada. Más bien los criticó y tildó de lo que eran, una pandilla de brutos criminales, “manes del odio y de la cobardía”.
De sus poesías censuradas, tanto durante como después del régimen, hay una cuyo título no corrió a mano de Machado, sino que apareció titulada por una mano anónima en una de sus publicaciones, fuera de España. Se trata de la que lleva por título “A otro conde don Julián”, escrita durante su estancia en 1937 en Rocafort, Valencia, bajo el sonido y la amenaza de las bombas fascistas. Esta poesía, la más repudiada por la censura, expresa perfectamente lo que opinaba Machado de quienes habían llevado a España a una guerra como aquella y qué le deseaba al traidor que abrió las puertas de la miseria. Todo queda dicho.
A otro conde don Julián.
Más tú, varona fuerte, madre santa,
sientes tuya la tierra en que se muere,
en ella afincas la desnuda planta,
y a tu Señor suplicas: ¡Miserere!
¿A dónde irá el felón con su falsía?
¿En qué rincón se esconderá sombrío?
Ten piedad del traidor. Parile un día,
se engendró en el amor, es hijo mío.
Hijo tuyo es también, Dios de bondades.
Cúrale con amargas soledades.
Haz que su infamia su castigo sea.
Que trepe a un alto pino en la alta cima,
y en él ahorcado, que su crimen vea,
y el horror de su crimen lo redima.
Rocafort, marzo de 1938.
Antonio Machado.
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Gracias, Chema, una vez más. Creo que Don Antonio es un paradigma de esos intelectuales de palabra medida y de juicio claro que siempre están del lado de los de abajo, de la verdad y de la justicia, de esos que nunca cambian de chaqueta por muy difíciles que se pongan las cosas. Además de un poeta enorme, claro.