Literatura
Bibiana Collado Cabrera: “La meritocracia fue una falsa sensación de acceso a la cultura”

En su primera novela, ‘Yeguas exhaustas’, Bibiana Collado Cabrera utiliza la ficción y la metaficción como recursos para señalar cómo las desigualdades de clase y género están íntimamente relacionadas.
19 sep 2023 06:00

“Qué difícil pensar con libertad cuando te han excavado por dentro”, pone en boca del personaje principal de su nueva novela Bibiana Collado Cabrera (Burriana, Castellón, 1985). Licenciada en Filología Hispánica y doctora en Literatura Hispanoamericana, en la actualidad es profesora de Lengua y Literatura en el IES Jordi de Sant Jordi (València). En el ámbito de la escritura poética ha obtenido numerosos reconocimientos por sus libros Como si nunca antes (Pre-Textos); El recelo del agua (Rialp); y Certeza del colapso (Ediciones Complutense). Su último y potente poemario, Violencia(La Bella Varsovia), se cuestiona cómo puede la víctima de violencia de género seguir siendo dueña de su discurso.

En Yeguas exhaustas (Pepitas de Calabaza, 2023), su primera novela —que salió en febrero de este año y ya va por su tercera edición—, Bibiana Collado nos lleva a situaciones vividas y sentidas como individuales pero que en realidad son colectivas, utilizando la ficción y la metaficción como recursos señala cómo las desigualdades de clase y género están íntimamente relacionadas.

La protagonista de su novela lucha contra si misma y contra los hilos invisibles que dominan su vida, tratando de crear un relato coherente.

En tu primer poemario, El Recelo del Agua, premiado con el accésit del Adonais, ya intentabas articular la frustración en las desigualdades de clase, las referencias a la filmografía española (citando por ejemplo el nombre de uno de tus poemas, “Surcos”) o también la herencia cultural católica con escenas católicas/bíblicas.
En El Recelo del Agua hablo mucho del imaginario, porque es el imaginario de un país eminentemente rural donde lo urbano es un porcentaje mínimo de todo lo que nos configura como sociedad. Lo que ocurre es que para dar paso a la modernidad lo que se hizo fue borrar la periferia, borrar el imaginario de lo rural, borrarnos el campo. Lo del borrado no dejaba de fascinarme porque ha llegado hasta el punto de vivirse de una manera profundamente acomplejada y eso se ve de una manera muy clara en el sector de las élites culturales.

¿Qué ocurre en las élites culturales?
Para entrar es necesario borrar ese pasado y borrarse ese imaginario y todo lo que implica. Hacerlo desaparecer, pese a que sea una cultura legítima y mayoritaria.

Aun así, es un imaginario no deseable.
El imaginario se hereda, a veces en los club de lectura del libro hay gente entre el público que me dice “tus abuelas si que pasarían hambre ¿no? ¿Y tú …?” como queriendo dar a entender que yo no he vivido en esas condiciones, pero yo siempre contesto lo mismo: mi madre, aunque se muriera con cuatro casas y tres descapotables, se morirá siendo pobre. ¿Por qué? Porque muchas veces la pobreza no solo tiene que ver con lo material sino también con ese imaginario medular, que nos condiciona.

Eso es lo que me más me interesa y quería plantear. ¿Qué es lo que ha pasado con ese imaginario de la pobreza? ¿Cómo lo hemos heredado o cómo seguimos sintiéndolo?

Eso se relaciona con una escena de Yeguas en la que la protagonista, Beatriz, se interroga sobre la diferencia de conocimientos con sus compañeros, cito: “Teníamos la misma edad. Vivíamos en el mismo país. Habíamos llegado al mismo nivel de estudios. Si había que marcar diferencias, mis calificaciones eran más altas. Entonces, ¿por qué no sabíamos lo mismo?, ¿qué había hecho yo mal?”. ¿Cuál es la diferencia?
Muchas veces ocurren diferencias en gente que no está tan separada económicamente hablando, pero la diferencia principal entre esas dos personas es el imaginario que han heredado. A él le han educado en que ese es su espacio y por ello tiene más soltura hablando, y a ella le han enseñado a que no ocupe espacio, a ser invisible.

Pese a las lecturas que tú tengas, ¿en qué momento puedes encontrar o entrar en contacto con determinados campos culturales? ¿Quién te los acerca? Aunque tú fueras una rata de biblioteca que se pasara el tiempo devorando libros, ¿qué es lo que leías? ¿lo que traían a la biblioteca del pueblo? Hay campos culturales que no es fácil poder entrar, tienes que entender el contexto, tienes que llegar al referente. Y esa es la realidad mayoritaria. Por ejemplo, en mi trabajo como profesora es lo que trato de hacer.

¿Cuál sería el papel de la meritocracia en todo esto?
El sentido de la meritocracia fue una falsa sensación del acceso a la cultura, aquello de que todos éramos capaces de acceder a cualquier puesto. A estas alturas ya se ha descubierto el pastel y ya somos conscientes de que para acceder a determinados puestos hace falta dinero, hace falta tiempo, tener apoyos y sacrificar determinadas cosas que además se duplican en el caso de ser mujer.

Yo creo que el problema ahora es que nos hemos dado cuenta de que es falso pero no tenemos alternativas.

¿Cuál es la salida?
Yo no la tengo, pero de momento poner las cartas sobre la mesa. E intentar que comience a ser mayoritario un discurso que sea consciente de la desigualdad. Que nosotros a nuestra chavalada no le estemos diciendo “trabaja muy duro, esfuérzate mucho” porque es mentira.

Bibiana Collado - 2

¿Le recomendarías a tus alumnos tu libro?
No sé [risas] yo creo que eso lo tendría que decir alguien que no fuera yo, no sé.

Pero sí que es verdad que muchas veces en la gente joven de los institutos veo cómo se han vuelto a tragar el discurso de la producción neoliberal, creen que son libres para decidir qué ser en la vida, cuando eso es falso, ellos tienen un horizonte de posibilidades muy claro. Tú no puedes ser perito lingüístico si no sabes que existe un trabajo que es perito lingüístico. Entonces no eres libre de elegir. Y, sin embargo, se les sigue vendiendo todo este ideario.

He visto algunas críticas al libro derivadas por su toma política.
Es una pena que a algunas personas les moleste o les parezca inadecuado que una novela señale fisuras en el sistema. Alguien, incluso, puede pensar que es un libro escrito desde el resentimiento por lo que no se ha podido conseguir. Pero no es así, me siento orgullosa del lugar en el que estoy.

¿Y por qué no ibas a tener resentimiento?
Es un motor también, entiendo, sin embargo es un discurso que se retuerce. Hay gente que me dice “estarás contentísima por estar donde has llegado” y yo les digo, sí, yo estoy contentísima, pero mira a dónde no he llegado.

Bibiana Collado - 4

Cito: “Mi madre trabajaba como solo trabajan los que lo han pasado verdaderamente mal, ¿me explico? Trabajaba como si se le fuera la vida en ello. Aunque hiciera muchísimos años que no pasara hambre. Mi madre, de algún modo intuitivo, sabe que la pobreza no solo tiene que ver con el dinero y que el trabajo duro es el único y el gran patrimonio de los pobres”. Creo que este fragmento se podría intercalar con otros libros como Frágiles o El entusiasmo de Remedios Zafra.
Sí, yo creo que El entusiasmo y Frágiles también son herederos directos de ese imaginario de la pobreza que se proyecta sobre el trabajo, de trabajar hasta la extenuación, como una mula de carga, hasta que el cuerpo no pueda más, hasta que caigas redonda. Son los cuerpos animalizados, extenuados.

Como una yegua exhausta.
¡Exacto! Y esta imagen quizá nosotros la estemos reproduciendo peor, porque tenemos la referencia de nuestros padres yendo a trabajar y volviendo cansados físicamente pero nosotros nos tiramos 12 horas delante del ordenador, y aun tienes un Pepito Grillo que te dice “bueno, esto es trabajar, pero como medio trabajar ¿no? Porque no estoy picando piedra, no estoy descargando camiones, tampoco es trabajar”. Así que nos imponemos más horas de trabajo, autoexplotados, para suplir este imaginario que nos han transmitido. Para nosotros nunca es suficiente y el sujeto siempre está infantilizado.

El término autoexplotación, como ha mencionado el periodista Ignacio Pato, me parece también un poco tramposo, como si fuera algo que nosotros nos hacemos a nosotros mismos y no fuera una condición semiobligada.
Si, pero también es curioso, podemos ver el trabajo contemporáneo entendido casi como una autolesión. Una manera de autolesionarse.

El libro cuenta con incisos y con una voz consciente que está planteando estos propios diálogos de clase. Todo está impregnado por la violencia de clase. Por eso en el libro hay una voz metaficcional que está todo el tiempo preguntándose e interrogándose.

Por ejemplo, hay un momento en el que cito a Walter Benjamin y la voz se pregunta “pero bueno, qué estoy diciendo si mi madre no sabría quién es Walter Benjamin”.

La novela es una gran elipsis, por eso acaba como acaba, con una narradora y autora encarándose la una a la otra. Creo que es una reflexión sobre hasta donde podemos decir.

Porque, además, hay algo que se nos olvida siempre y es que los libros tienen consecuencias económicas, por eso viene la pregunta “¿hasta dónde puedo seguir?” porque al final lo que queremos es que nos lean, formar parte del río de la literatura.

También creo que es un libro valiente porque aunque muestra tan solo un poco de lo que ocurre en los ámbitos culturales es suficiente como para generar debate o para cuestionar la industria cultural o cómo funcionan.
Hubo un momento, no solo en Yeguas exhaustas sino también en, por ejemplo, El Recelo del agua en el que fue quizá el primer poemario que me dije “tengo que pensar esta estructura muy bien” porque pensé ¿cómo puedo hablar de las hijas de los cabreros sin traicionar a las hijas de los cabreros? ¿cómo puedo contar la verdad sin caer en el artificio?

¿Es porque tienes que utilizar el lenguaje de los de arriba?
Más bien era porque quería reflejar la inscripción de la oralidad, de ese lenguaje en la escritura.

Hay una corriente de ficciones o autoficciones que tienen mucho de ese experimentar con el lenguaje oral, desde la ficción, por ejemplo, sin ir más lejos, Panza de Burro.
Sí, en la literatura de ahora hay ejemplos de este intento por volver a las lenguas de origen, a las lenguas que se hablan fuera de lo canónico o de lo académico, la inscripción de la oralidad en la literatura.

Soy muy optimista con esto. Hay una cierta voluntad colectiva para poder constructivo. Aunque todavía quede mucho por hacer.

Creo que ese anhelo que comentabas de no traicionar se percibe sobre todo en un poema de El Recelo del Agua (Yo vuelvo de vez en cuando a casa/e intento devolverle/las manos a mi madre/) refiriéndose a esas manos que trabajan, las manos que son invisibles al sistema, pero también a la violencia sistémica, patriarcal.
Sí, más que conectado a El Recelo del Agua, creo que está conectado en general a todos los poemarios. Los veo en realidad como entradas diferentes para irse acercándose a un discurso. A mí me gusta hablar mucho del “nudo”, de cómo intentar cercar la herida y hacer un mapa de esta para poder deshacerla.

Es interesante además cómo propones los choques entre lenguas, que hace de espejo en el choque entre desigualdades de clase.
Una cosa que también me interesaba y que se interconecta con la cuestión de las lenguas es que todas ellas pueden ser utilizadas como un instrumento para la dominación, para la humillación y como un marcador de clase.

También se relata el proceso de querer reconectar con las raíces, un momento de reivindicación de esas generaciones de inmigrantes en España y a las marcas de la clase que me ha recordado a Los armarios vacíos de Annie Ernaux, aunque traten problemas ligeramente distintos, donde cuenta la relación tan difícil entre el mundo burgués y las raíces que ella tiene.
Sí, es que yo creo que en el borrado postfranquismo también se hizo un borrado de toda la inmigración interna y por lo tanto ha sido algo que se ha invisibilizado mucho.

Yo quería reflexionar sobre ello y además creo que es un buen momento de reconocerles lo que hicieron. Lo que ocurre es lo que tú dices, que en ese momento había que avergonzarse de todas esas cosas como ocurría en el libro de Ernaux, de toda esa herencia que no hemos sabido insertar demasiado en el terreno artístico quizá hasta ahora.

El problema es no poder imaginarnos más allá del imaginario elitista, incluso cuando nos reivindicamos desde fuera. Yo no quiero un ascensor donde haya gente que suba y otra que no y, sin embargo, es una imagen que aún persiste

Supongo que es fruto de esa identidad híbrida que surge al estar en el mundo cultural sin sentirse dentro de este mundo ni el mundo cultural de tus padres.
El problema, creo, es que los de abajo somos sujetos rotos pero también pienso que hay que romper con eso, intentar dejar de imaginarnos en esos términos, he incluso en la verticalidad de la imagen que se nos propone siempre.

Me viene a la cabeza esta imagen de lo que se llama el ascensor social. Pero el ascensor significa que subimos, que bajamos, que hay círculos sociales que no se tocan. El problema es no poder imaginarnos más allá del imaginario elitista, incluso cuando nos reivindicamos desde fuera. Yo no quiero un ascensor donde haya gente que suba y otra que no y, sin embargo, es una imagen que aún persiste.

¿A qué carencia afectiva atendía ese boom de Camela en los 90, en ese momento en el que España estaba queriendo dar esa imagen de ser muy moderna?

En la novela también se habla de algo tan transversal como puede ser la música, y citas bastante a Camela.
A mí el caso de Camela me parece fascinante, ¿cómo haces para que un país entero sepa tus canciones de esa manera sin tener una industria detrás, sin tener publicidad o aparecer en las radios? Quiero decir, se hace todo esto desde la periferia. Además, ¿a qué carencia afectiva atendía ese boom de Camela en los 90, en ese momento en el que España estaba queriendo dar esa imagen de ser muy moderna? ¿Qué agujero hay en la identidad que cubre Camela?

La protagonista, Beatriz, se pregunta mucho “¿cuál es la música de los nuestros?”. La música forma parte de esa afectividad que va mucho más lejos que nosotros mismos.

¿Por qué crees que se critica tanto la autoficción en mujeres?
Hay mucha gente que defiende esta categoría y creo que puede ayudarnos a pensar distinto pero yo no soy demasiado amiga de la etiqueta autoficción, ahí me sale mi vena filóloga y creo que estamos abusando del término y estirando sus límites como un chicle.

Al final creo que se ha convertido en una herramienta que desactiva los discursos en dos sentidos: por una parte, desactiva la propia crítica porque eso que pasa en el libro no es algo estructural, es algo individualizado, que es por otra parte lo que hace el sistema: señala un problema como individual y oculta la raíz colectiva de este.

De esta manera desactiva toda la crítica del aparato artístico pero, ademas, desactiva la concepción artística. Si yo, como mujer, estoy contando algo de mi vida ya no soy una artista sino que soy una persona que da un testimonio. Entonces en ese sentido es una herramienta más para desprofesionalizar a las mujeres. Sacarlas del ámbito artístico. Y eso es sistemático.

¿Es una etiqueta que se impone a la escritura de mujeres?
Mira, cuando yo explico las coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique a mis alumnos, este menciona a los amigos de su padre y las profesiones de los amigos de su padre y cómo les echa de menos, yo no he leído a ningún profesor de literatura decir que Jorge Manrique está haciendo autoficción. O el Arcipreste de Hita también. ¿Alguien ha utilizado la etiqueta de autoficción en alguno de estos casos? Es una etiqueta para cercar.

Por ejemplo, yo no sé cuántas veces nos hemos tragado historias de los divorcios de señores y las posteriores relaciones de estos con muchachas 20 años más jóvenes que ellos. Y casualmente sus autores son señores divorciados que mantienen relaciones con muchachas 20 años más jóvenes. No sé, quizá eso no es autoficción.

Al final un autor siempre se basa en su vida.
Sí, al final ya escribas una novela de ciencia ficción o una novela de autoficción tú siempre vas a intentar entender y captar la esencia de tu tiempo. Pero es curioso que solo intenten convertirlo en algo negativo cuando se realiza desde la autoficción.


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Agus
19/9/2023 6:59

Aunque se puede matizar, es curioso cómo se etiqueta de modo distinto una entrevista sobre un libro según lo haya escrito un hombre o una mujer, así aunque ambos sean muy políticos y económicos, ella hace "literatura", "poesía". Él hace "economía", "laboral".
Un ejemplo es esta entrevista vs la que hicieron a Pedro Gomes:
https://www.elsaltodiario.com/reduccion-jornada/pedro-gomes-no-ignorar-debate-laboral-porque-muchas-empresas-funcionando

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