Opinión
“El aliado” y los machos que manipulan el feminismo
El ‘aliado’ de la novela, alias Garbo, conoce a Najwa, una universitaria que se convierte en su compañera y guía por un feminismo, según su visión, demasiado lento.

Un joven obsesionado con el feminismo monta una célula machista para provocar una revolución feminista. Este podría ser el resumen sucinto de la última novela de Iván Repila (Bilbao, 1978), El aliado, una sátira de política-ficción que pone el dedo en la llaga del papel de los hombres en el contexto del feminismo actual. ¿Cómo podemos contribuir a que avance su cuarta ola? Desde el feminismo se nos aconseja interpelar nuestro modelo de masculinidad en crisis y acompañarla en un segundo plano.
Pero, ¿qué ocurre con aquellos sujetos feministos que, como el protagonista, en un alarde de arrogante conversión, proclaman que “yo soy el tío más feminista del mundo”? Estos hombres se las ingenian para manipular el movimiento desde la distancia y según sus parámetros patriarcalistas. Por ejemplo, provocando con burdas escaramuzas contra grupos o manifestaciones de mujeres una reacción violenta que acelere las conquistas feministas.
¿Qué ocurre con aquellos sujetos feministos que, como el protagonista, en un alarde de arrogante conversión, proclaman que “yo soy el tío más feminista del mundo”?
El ‘aliado’ de la novela, alias Garbo, conoce a Najwa, una universitaria que se convierte en su compañera y guía por un feminismo, según su visión, demasiado lento, hasta que funda Estado Fálico, un descacharrante grupo de machistas de manual, incluido un gay misógino. Finalmente, Garbo se transfigura en Vergo, un doble agente terrorista-machista capaz de inmolarse para que triunfe la rebelión feminista, justamente capitaneada por su novia.
La novela concluye con una coda de Aixa de la Cruz —escritora bilbaína que acaba de publicar Cambiar de idea—, una suerte de ensayo académico fake de ‘historia del futuro’, supuestamente escrito en 2046, que problematiza la ambigua peripecia de la trama e insinúa la complicidad tácita entre ambos protagonistas. Obviamente la situación es una caricatura novelada de personajes y actitudes más o menos reconocibles, tan breve que apenas reparamos en las costuras de la trama, pero lo suficientemente sugerente como para que nos planteemos una pregunta inquietante: ¿La violencia es un ingrediente legítimo de la lucha feminista?
Finalmente Garbo se transfigura en Vergo, un doble agente terrorista-machista capaz de inmolarse para que triunfe la rebelión feminista, justamente capitaneada por su novia.
Desde la experiencia de las sangrientas revoluciones del siglo XX y con el conflicto vasco todavía reciente diríamos que no, en absoluto, pero ¿cómo valoraríamos una violencia reactiva ante una agresión masiva y/o ante la instauración de políticas manifiestamente regresivas? No sabemos a qué escenario nos puede llevar la actual corriente de ultraderechismo antifeminista o una crisis sanitaria y económica como la actual, pero parece lógico que el feminismo desarrolle un permanente debate ético y estratégico en este sentido.
Por otra parte, en el mundo de identidades líquidas en el que vivimos, este ficticio ‘aliado’ cada vez parece menos improbable, como lo demuestra el blog de la feminista ecosexual y vegana Titania McGrath, creado por el provocador cómico Andrew Doyle. ¿Cuántas falsas feministas o hiperfeministos masculinos circulan por las redes intentando jugar a aprendices de brujo de la revolución? Esperemos que sean solo algunos hijos de la fantasía y que la realidad siga otros derroteros, más realistas y al ritmo quincemayista de “vamos lento, porque vamos lejos”. Una revolución feminista profunda y activamente no violenta, y con los hombres en una retaguardia activa, es quizá el reto que nos toca en este siglo.
Una revolución feminista profunda y activamente no violenta, y con los hombres en una retaguardia activa, es quizá el reto que nos toca en este siglo.
El aliado, que juega a la ficción especulativa de un presente alternativo, no tiene la potencia imaginaria e icónica de algunas célebres distopías feministas (ni falta que le hace), pero quizá en su deliberada y traviesa propuesta resulta más transgresor porque no solo visualiza amenazas de un lejano futuro alternativo sino que saca a la luz oscuros interrogantes del presente. Desde luego, una valiosa y vívida contribución a una cultura feminista cada vez más rica y compleja. No se la pierdan las lectoras interesadas en la narrativa especulativa sobre el feminismo. Y no nos la perdamos, especialmente, aquellos hombres que hacemos esfuerzos por aprender del feminismo sin pretender manipularlo.
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