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Salud mental
Salud y malestares contemporáneos: repensando las práctica psicológicas
Durante estos últimos tiempos, el significante Salud Mental ha entrado con fuerza dentro del espacio público, hasta el punto de llegar a entrar con fuerza en la agenda política e institucional. A partir de las políticas puestas en marcha para la gestión de la pandemia se ha ido generando un fondo emocional a escala global de incertidumbre, aislamiento y miedo, que sin lugar a dudas, ha hecho saltar un tema hasta ahora encapsulado en la esfera privada al debate político y mediático.
Bajo el paraguas del difuso concepto de “salud mental” caben muy diferentes miradas con respecto a lo “mental”, dando por hecho, de alguna manera, que es diferente con respecto a la “física” desde un planteamiento velado, pero claramente cartesiano. Dentro de esta confuso significante entrarían, a mi juicio, dos diferentes acepciones: por un lado el malestar, y por otro lado, el sufrimiento psíquico.
El malestar haría referencia a lo que podríamos señalar como una experiencia que deviene de cada momento histórico y que, en este caso, hace referencia a vivir en este contexto neoliberal del capitalismo que vivimos en las burguesías liberales del norte del planeta. Por otro lado, el sufrimiento psíquico haría referencia a determinadas vivencias, conectadas con los malestares, en nuestros cuerpos de diferentes problemáticas sociales, que se encarnan de alguna manera en nuestras subjetividades dando lugar a diferentes síntomas, que son los que escuchamos dentro de las consultas de psicoterapia y que en su mayoría, debido a la dificultad de acceso a estos recursos, quedan encerradas dentro del cotidiano o lamentablemente medicalizados, tal y como nos muestran todas las estadísticas relativas al uso de medicación antidepresiva y ansiolítica en diferentes estados.
El malestar haría referencia a lo que podríamos señalar como una experiencia que deviene de cada momento histórico y que, en este caso, hace referencia a vivir en este contexto neoliberal del capitalismo que vivimos en las burguesías liberales del norte del planeta
De este modo, ciertas experiencias de la vida (pérdidas, accidentes, duelos, cambios de etapa, horizontes existenciales…) o bien ciertas vivencias de orden político (dificultades de integración en una comunidad, la exclusión, el estigma, la desigualdad en los capitales económicos, culturales, sociales y simbólicos, la opresión de raza, clase, género y capacidad con los procesos de intersubjetivación que proponen, las expectativas que cada comunidad genera, etc, hacen mella en los cuerpos expresando el sufrimiento en diversas formas, como lo que podemos denominar como “psicopatología” o “enfermedad mental” o “problemas psicológicos”… conceptos todos ellos que presentan graves problemas de definición para la psicología y la psiquiatría.
Salud mental
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Estas experiencias no son estrictamente “individuales”, aunque lo sean. Me explico. La psicología, desde una óptica burguesa liberal, ha definido al individuo en contraposición a la sociedad, cercando al mismo en relación al entorno, en un torpe intento de definición. Conceptualizar una planta sin el agua, la tierra o el sol que le da vida da cuenta de la dificultad de aprehender su esencia misma. Igualmente ocurre con los seres humanos, que no pueden ser definidos sin los entornos en los que se ajustan, o mejor dicho, de los entornos de los que devienen. Es por ello que es importante subrayar que nuestras experiencias se producen dentro de un campo de fuerzas conformado por el organismo y el entorno.
Esta apreciación epistemológica nos remite a que todo lo que experimentamos lo hacemos a través de un cuerpo dentro de un contexto cultural, social y político determinado. De hecho, una mirada individualista sobre la salud mental puede generar procesos iatrogénicos en personas que sufren graves problemáticas sociales como las violencias machistas o la exclusión social, donde desde la clínica se corre el riesgo de la sobrerresponsabilización de las víctimas, sin prestar atención a cómo han necesitado ajustarse a entornos dañinos para poder sobrevivir.
Sin caer en simplismos fáciles, nadie está libre del sufrimiento. Ni siquiera las personas de clases acomodadas… Solo que disponen de mayores recursos de capital económico, social, cultural y simbólico las cuales aumentan la probabilidad de afrontar el mismo
En este sentido, sin caer en simplismos fáciles, nadie está libre del sufrimiento. Ni siquiera las personas de clases acomodadas… Solo que disponen de mayores recursos de capital económico, social, cultural y simbólico las cuales aumentan la probabilidad de afrontar el mismo. En este momento de la historia, nuestros malestares y sufrimientos operan dentro de un momento social neoliberal en el que es el rendimiento y la autoexplotación, dentro de un contexto terapeutizado, tal y como señalan Byul Chul Han por un lado, y Eva Illouz por otro, en la cual toda problemática colectiva es atomizada y situada dentro de los individuo. De este modo, si estás sufriendo por algo que te pasa, te lo tienes que mirar en terapia y trabajarlo, desgajando dicho problema de su contexto social y encapsulándolo dentro de parámetros individuales.
Tal y como señalaba anteriormente este estado generalizado de miedo en que habitamos propagado por los medios de comunicación y las redes sociales ha instalado en el imaginario colectivo un fondo emocional de incertidumbre azuzado por las crisis del 2008, la COVID-19, el calentamiento global, la crisis que viene tras la guerra de Ucrania… en el que la asunción del futuro colapso termina por cercenar cualquier perspectiva real de futuro, especialmente entre la gente joven, que percibe cómo su presente se precariza al tiempo que sus futuros posibles con cancelados.
Históricamente el capitalismo ha necesitado de nuevos terrenos para expandirse y prosperar. De este modo se explican los conflictos bélicos, la expansión colonialista, y en las últimas décadas el mundo emocional. Así, apoyada en la psicología clínica individualista y en una concepción privatizada liberal de los problemas sociales, hemos construido una suerte de “sociedad terapeútica” en la que el malestar es atendido como una enfermedad, un trastorno cerebral que precisa un remedio médico basado en una concepción positivista de la ciencia.
Apoyada en la psicología clínica individualista y en una concepción privatizada liberal de los problemas sociales, hemos construido una suerte de “sociedad terapeútica” en la que el malestar es atendido como una enfermedad, un trastorno cerebral que precisa un remedio médico basado en una concepción positivista de la ciencia
Este hecho se percibe simbólicamente en la última película de la saga de Matrix (alerta spoiler), en la que el villano ya no es un agente externo , sino que es el Terapeuta, que trabaja con Neo una explicación alienada de su realidad: Matrix como una realidad prometida que no podemos alcanzar, como una frustración colectiva que termina encerrada en una consulta.
Repesando la psicología
Y mientras tanto… ¿qué plantea la psicología? Todo ello, mientras en el mundo “psi” se libra una pugna entre la concepción positivista científica de la psicología desde el modelo clínico bio-médico, y una concepción subjetivista, que se centra en la comprensión integral de cada ser humano, desde modelos fenomenológicos.
Precisamente por esto, en este momento de reivindicación política por una mejor salud mental, necesitamos también reivindicar una psicología que sea capaz de sostener y promocionar la repolitización de los malestares y sufrimientos, una psicología crítica con la hegemonía: que proponga nuevos marcos interpretativos que supere el reduccionismo clínico y positivista. Que posibilite nuevas narraciones de nuestras vidas desde una mirada integral e intersubjetiva.
La psicoterapia y la psiquiatría son el fracaso de nuestras sociedades en posibilitar una vida buena. El problema social no se soluciona con la psicoterapia, pero si hacemos psicoterapia que lo hagamos facilite su solución, su colectivización. Pensar la psicoterapia desde la derrota, quizá nos ayude a encontrar nuevos derroteros. Y a su vez, la psicoterapia es un común. Es una tecnología que surge de la comunidad y que se ha convertido en un privilegio para las clases medias y altas de nuestra sociedad. Por eso exigir la presencia de más personal psicológico y psiquiátrico en atención primaria tiene todo el sentido, pero desde un cambio de paradigma relacionado con la politización de nuestros malestares.
Exigir la presencia de más personal psicológico y psiquiátrico en atención primaria tiene todo el sentido, pero desde un cambio de paradigma relacionado con la politización de nuestros malestares
Afirmaba Mark Fhiser que “la tarea de repolitizar el ámbito de la salud mental es urgente si es que la izquierda quiere ser capaz de desafiar al realismo capitalista”. Es por ello necesario reivindicar desde las prácticas sociales una relectura del término salud mental dentro de parámetros políticos, que vayan más allá de medidas asistencialistas. En este sentido la relevancia social que comienza a adquirir la toma de consciencia sobre la crisis global del sistema sanitario de atención primaria, agudiza la reclamación colectiva de reforzar la atención psicológica desde el sistema público de salud, pero encerrar la reclamación dentro de la esfera de los recursos no nos permite romper el esquema individualista, con la consiguiente pérdida de elementos de impugnación al sistema.
Hablar de Salud Mental es hablar de políticas de distribución de la riqueza, de reconocimiento y representación, tal y como señala Nancy Fraser, es hablar de conciliación, de hábitos de consumo, del acceso a la vivienda, de renta básica, de subjetivaciones de género, de sanidad pública y educación pública de calidad, de servicios sociales, de repensar el trabajo… se trata de utilizar el malestar como palanca política de transformación.
Frente a este contexto, creo que es clave encontrarnos para pensar y conversar colectivamente en torno a cómo entender los malestares contemporáneos para poder dialogar con ellos más allá de propuestas asistenciales. ¿Qué narrativas podemos aportar desde los diferentes dispositivos sociales que nos permitan avanzar hacia una concepción transformadora de la Salud Mental? Ojalá este texto nos invite a repensar el sufrimiento como sujeto político, como una política del síntoma, que nos permita acercarnos a lo que cada cual entienda como vida buena.
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Karl Marx decía algo así como que "la ideología dominante en una sociedad se corresponde con la ideología que tiene la clase dominante".
Pues esto se aplica exactamente a enfoque y uso que se da en la psicología, la salud mental, los marcos mentales, los discursos, etc.; otro gran autor sobre los discursos del poder y la salud mental era Michel Foucault.
Mucho me temo que lo que bien explica este buen artículo no debe ser nada nuevo. Ahora el malestar, incluso el naufragio de tantísimas vidas, son obscenos, algo monstruoso, Y, además, resulta que las soluciones que está inculcando el neoliberalismo, el poder, el Régimen, etc. en las personas náufragas es el de, más o menos: "tú trata de estar por encima de alguien, sé individualista y no tengas empatía": y, claro está, una vez que los náufragos -(o los que van agarrados a un clavo ardiendo)- ya empiezan a darse hostias unos a otros para así sobrevivir..., pues resulta que los daños se les multiplican unos a otros. Justamente lo que está sucediendo. Pero, ¡¡¡oh, milagro (no demencia), ahora piden a gritos a un salvador, a un caudillo, a alguien con las 'ideas claras', etc., que ponga orden, que soluciones de inmediato y con soluciones fáciles los problemas que tienen, etc., etc.!!!
En fin.