La semana política
Los plomos fundidos
Usted no debería estar leyendo este artículo. Comencemos de otro modo menos hostil. Yo, o sea, la persona que lo escribe, no debería estar escribiendo este artículo. Voy a tratar de explicar por qué. La sección en la que se enmarca este texto tiene una periodicidad semanal. Con relativa frecuencia, cada dos o tres meses y en periodos estivales, el autor, o sea, ese “yo” del que le hablaba antes, anuncia al final del texto correspondiente que se toma una o dos semanas de descanso y que, por tanto, la columna semanal deja temporalmente de serlo. Hasta ahora, nadie ha reclamado por lo que el autor entiende que se aceptan, de manera tácita, las salvedades a un compromiso por lo demás completamente inventado por él mismo.
Pero el autor no debería estar escribiendo esto, independientemente de si los compromisos son inventados o adquiridos. Puesto que el miércoles, cuando comenzó a pensar en que debía afrontar una nueva “semana política” —así se llama la sección— se dio cuenta de que estaba agotado mentalmente. Que la cuestión no era tanto encontrar el tema de la semana (porque lo tenía claro: el precio de la factura eléctrica) como tratar de desarrollar algunas ideas que aportasen algo sobre dicho tema, siguiendo el compromiso, también inventado, de intentar no ser demasiado redundante con lo ya escrito en este y otros medios.
Cansado, decidió romper con sus costumbres (dejemos de llamarlo compromiso) y pensó que lo más oportuno sería explicar en un mensaje en redes sociales que no había podido escribir nada útil en la semana 22 del año. Hacerlo con la conciencia, pensó con un poco de mordacidad, de que ese mensaje sería incluso mejor acogido que cualquier texto sobre el recibo de la luz que pudiera escribir.
“(...) Porque ahora la de muchos trabajadores sería una vida precaria, pero con una ansiedad de famoso, expuestos y autocontrolados en el escaparate digital”, explica Remedios Zafra en el ensayo Frágiles (Anagrama 2021). Y no necesita abundar en ello, tal y como está escribiendo un texto precisamente para ese escaparate digital. “Aquí siempre es de día”, dice Zafra.
La energía
Así pues “vanidad y ansiedad”, una mezcla de ambas con una proporción distinta cada semana desde hace aproximadamente un año, son los elementos clave de una sección en la que, y este es otra de las costumbres tomadas como reglas, el autor intenta desaparecer, no para tratar de universalizarse sino para no estorbar, teniendo en cuenta que la vanidad ya está más presente de lo deseable, como en todo el formato “columna”, copado en su mayoría por varones —como el autor— que tienen como mínimo común múltiplo estar seguros de sí mismos y de sus opiniones.
El equilibrio, convendremos todos, es muy precario y cuando la ansiedad (y aun más allá el nerviosismo y hasta el miedo) como ha sucedido esta semana, desborda ese balance, conviene parar. Faltar a la cita digital aunque la parada no genere otra cosa que silencio, ni siquiera esa acogida cálida y esos mensajes de cariño y de cierto alivio ante la constatación de que el autor “es humano” o frágil, como desarrolla Zafra en esos bellos ensayos. (De los que el autor toma, en esta ocasión, hasta esa forma de dirigirse a la audiencia).
Para animarse, no obstante, se recuerda a sí mismo que decidió, ese mismo miércoles mientras hacía ejercicio (es decir, mientras se ausentaba una hora y media del escaparate digital), que sería fácil relacionar el tema de la semana, la factura de la luz, con lo que le rondaba en ese momento, esto es, la falta de energía.
La tenista Naomi Osaka ha constatado que “aquí siempre es de día”, es decir, que no puede sustraerse a los mecanismos de control que convierten un juego, “el tenis”, en una trituradora de energía, autoestima y entusiasmo
Decidió que no necesitaría demasiadas metáforas para equiparar el escándalo por las tarifas de la luz del mes de mayo, provocada por la reforma de la tarifa eléctrica, con la creciente sensación de que los plomos de la sociedad están fundidos. Que la idea caricaturesca de que podemos ser aun más eficientes si ponemos lavadoras a las tres de la mañana enlaza perfectamente con los debates respecto a nuestra sociedad sobrecargada de ansiedad y productividad, especialmente en eso que ya con cierta ligereza e incluso cursilería se llaman “los cuidados” y que, en el caso de poner lavadoras (y tender y doblar la ropa), se llama también trabajo reproductivo.
Al fin y al cabo hay mucho escrito: Hartmut Rosa, Remedios Zafra, Marina Garcés. Han hecho, desde distintos lugares, un examen crítico de ese ritmo que nos lleva a ser como los personajes de la serie de los 2000 Lost: más productivos que nunca aun cuando están varados en una isla perdida.
Los que tienen que servir
Estos siete días, además, han sido propicios para retomar esas ideas, dado que una de las mejores tenistas del mundo, Naomi Osaka, ha abandonado Roland Garros después de ser criticada por su decisión de no atender a la prensa durante el torneo. Osaka ha constatado que “aquí siempre es de día”, es decir, que no puede sustraerse a los mecanismos de control que convierten un juego, “el tenis”, en una trituradora de energía, autoestima y entusiasmo.
Nada de esto tiene sentido desde una óptica clásica, ajena a las preocupaciones sobre la crisis de sentido que se extiende por todo el mundo. O tiene solo un sentido: Osaka es débil, una quejica, una cobarde. Para el famoso tenista Rafael Nadal y su exentrenador y tío Toni, la decisión de Osaka es fruto del capricho. Y algo de eso sigue permeando en el autor de una columna que, pese a su conciencia de estar agotado, quiere tirar para adelante con un texto, aunque sepa que no tiene nada que decir. Porque los Nadal, pese a estar anquilosados y ser carpetovetónicos, son dignos embajadores del “lo que tiene que ser” y no se pierden en los matices ni en los incómodos porqués. Y lo que tiene que ser es publicar una columna un sábado más. Tirar para adelante.
Tirará para adelante el autor y es posible también que unas cuantas lectoras, preguntándose qué sentido hay en ese “tirar para adelante”. Constatarán que esta semana ha salido una cosa así como rara, como de fin de curso. “Hace falta verano”, se dirá el autor, con cierto alivio simple, hay que “cargar las pilas”.
Algo le dice que no basta con un verano y que la sensación de que el ritmo no para no se extinguirá ni siquiera tras unos días mirando menos el móvil, las visitas o el feedback de sus textos, pero, por lo menos esta semana, ha zafado, ha cumplido su compromiso con la productividad y puede respirar sin el juicio acusador de quienes ven en el mínimo signo de debilidad una prueba de indolencia o de autoindulgencia. Incluido él mismo.
No faltará quien condene, pero tampoco quien celebre, que esta pequeña digresión ocupe el lugar de un análisis más coyuntural sobre las subidas del precio de la luz, y tampoco quienes sagazmente se percaten de que el autor solo se exhibe para captar la benevolencia de la escasa audiencia que va a pinchar en ese señuelo dentro del gran escaparate digital. Todas esas lecturas tienen razón, así que lo más conveniente es cerrar este pequeño episodio de fatiga, programar la columna siguiendo los pasos protocolarios y coger un libro, tratando de impugnar esa idea que lanza Zafra de que el tiempo de lectura “se ha convertido en tiempo de extracción de datos”.
Laboral
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