We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
La semana política
La nave del misterio electoral
El último vídeo del par de cómicos Pantomima Full es una sátira sobre o contra las manías espiritualistas que, como otro objeto de consumo, se expanden por una mezcla de aburrimiento y de necesidad de pertenencia a grupos y comunidades. En la última cápsula (que no es de las mejores), el personaje-tipo es un recién llegado al mundo de la meditación, en este caso a las llamadas terapias de silencio. Como dice uno de los populares rótulos —mil veces copiados, 999 veces sin la gracia de los originales—, en su vida cotidiana el personaje protagonista “no se gusta porque no se aguanta” y procede a comprar una experiencia para tratar de solucionar ese malestar que no controla o que no localiza.
Como en todos los vídeos de este dúo, su virtud es la poca profundización, es decir, la creación de arquetipos que consumimos rápidamente —en el caso de los más memorables, que vemos dos o tres veces— y que nos permiten seguir con nuestra vida o con nuestro scroll (si es que no es lo mismo) después de haber ejercitado durante un minuto y 26 segundos nuestra capacidad de concentración que, según los estudios, está en el orden de los nueve segundos.
Hoy, sábado 27 de mayo, se produce una de esas ficciones o convenciones que acompañan a las elecciones. La “jornada de reflexión”, se supone, es un día sin el ruido de las campañas electorales. Un descanso que, en puridad, sirve a los candidatos y candidatas para pasar por sus casas y, en el caso de algunos y algunas (pocos y pocas), suponemos que poner un par de lavadoras o cubrir el expediente de algunas tareas del hogar postergadas.
Es cierto que la crispación en la política española viene de muy lejos, pero, a partir de finales de la década pasada ha sumado el conspiracionismo a su repertorio
Pero, para el conjunto de la ciudadanía, lo que promete la jornada sin ruido electoral es un poco menos de ruido electoral, un ruido blanco. Lo de la reflexión es una reliquia arqueológica en un contexto de mensajería instantánea, redes sociales y constante redifusión, a la carta y por tierra, mar y aire, de decenas de miles de contenidos, en formatos variados. La única reminiscencia de esa idea antigua de pensar con calma el voto es que el día de reflexión es un sábado, y los sábados la atención a los móviles —que nos lleva 4,8 horas al día— decae con respecto al resto de los días de la semana. Pero es difícil que, hoy sábado y mañana domingo, cese la polémica de la semana sobre la compra de votos.
Conexión Melilla
El voto informado es otro de esos aspectos que damos por sentado, como que nosotros no tenemos una atención de tan poca mecha o que no estamos abducidos por la máquina. Es el único voto posible y el distintivo de calidad de la democracia. Por eso, escándalos como los de la compra de votos en Melilla y, en menor medida, las resonancias en otros territorios, tienen la capacidad de generar una indignación que se extiende no solo hacia los corruptores sino también a los corrompidos, en cuanto se entiende que su acto de “venta” del voto supone un desprecio a la democracia.
Fatalmente o no, la democracia de las clases medias no ha llegado a todos los barrios. De hecho, parte de su éxito consiste en que existe ese “otro” en el que depositar la consternación moral ante una aberración como no tomarse en serio los procesos electorales. Sin embargo, hay un nuevo ejercicio de la memoria de pez en el juicio hacia esas prácticas que tienen lugar en Melilla, Mojácar (Almería) o determinados pueblos de Huelva. Parece como si la democracia nunca se hubiese basado en prácticas clientelares, como si el caciquismo fuese algo inventado ayer a la hora de la cena. Durante nueve segundos, para un gran número de adultos funcionales es mucho menos ético comprar un voto que comprarse un niño en los mercados de la gestación subrogada.
Elecciones generales del 28 de abril
Una monja de Bilbao roba votos para el PP
Después del breve lapso de tiempo de indignación por una práctica corrupta, merece la pena dedicar un par de jornadas de reflexión para comprender por qué es más peligroso el ruido en torno a la práctica de compra de votos que la propia práctica. Entre una minoría en auge de votantes de esos informados se ha extendido la teoría conspirativa de que el Gobierno de Pedro Sánchez prepara un gran pucherazo para evitar la llegada de la derecha a La Moncloa. Es una teoría que no está hecha para quienes mejor conocen los resortes del poder ni para quienes venden su voto por lo que cuesta llenar dos veces el depósito del coche, sino para una capa cada vez más densa de población escamada a la que se alimenta con rancho de la nave del misterio.
Es cierto que la crispación en la política española viene de muy lejos, pero, a partir de finales de la década pasada ha sumado el conspiracionismo a su repertorio. La democracia no está gripada porque cuatro chavales vean que les renta vender su voto —teniendo en cuenta que, en el caso de Melilla, muchos de ellos tienen primos y amigos que no ven reconocido su derecho de sufragio o a derechos más determinantes como estudiar en su propia ciudad—, pero comienza a estarlo cuando un sector fantasea con las teorías del complot. Y lo está aún más porque hay representantes de determinados partidos políticos que agitan esas noticias para preparar una estrategia basada en convencer al creciente número de electores que manifiestan malestares difusos de que hay algo misterioso en todo este proceso, en lugar de recordar que hay cosas, como el caciquismo o la compra de votos, que son más viejas que los teléfonos.