El bramido del hombre piedra
golpea el velo de ámbar.
Sigo, en mi desandar, en el descamino del despropósito,
huellas de barro y miedo, hielo,
de polvo y pena, destierro.
Recuerdo que contemplaré,
desde el borde del precipicio, desde mi cadalso,
un atardecer de plomo y pólvora.
Buscaré tu mano
y podrán en la mía un fusil y una bandera.
La náusea entra por aquel trozo de cielo
que rasgó la primera bala.
Ando sobre el río
que nació de las lágrimas de los niños,
de las espinas y el silencio de los malditos.
Recuerdo que miraré desde el otro lado
del marchito espejo de los ojos grises del mendigo,
grismente olvidados, acallados, expoliados.
Buscaré tu voz
y harán con la mía el discurso de un dictador de plástico.
Una legión de martillos encapuchados avanza,
aplastando el laurel que sembramos en la isla Utopía.
Tari G.M.
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