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Hay algo que asombra, por lo explícito, en el científico reparto de ministerios del gobierno que acaba de establecerse. Pase el chiste de enviar al profesor Savona a Asuntos Exteriores. Para los pocos que no se hubiesen enterado, precisamente el nombramiento de Savona como ministro de Economía y Finanzas fue el origen de la última crisis institucional, al ser tachado por el presidente de la República, Sergio Matarella, de excesivamente euroescéptico, juicio que lo llevó a rechazar finalmente la lista completa propuesta por la Lega y el Movimiento 5 Estrellas.
Tan peligroso era Savona —al parecer los señores mercados estaban asustados— que el presidente de la República, con un golpe de riñón (perdonad la metáfora futbolística), se arriesgó a ser destituido [permanece aún abierto el debate entre constitucionalistas sobre los límites de las competencias del Presidente de la República en casos así, N. del T.]. Con este movimiento, Matarella rompió el país en dos, aunque fuera solo durante veinticuatro horas.
Pase también que la ministra de Sanidad sea una antivacunas, y que la nueva cartera de Familia y Discapacidad vaya a un homófobo ultracatólico. Pase todo, pero lo que queda como telón de fondo es el peor equilibrio posible, un equilibrio entre neoliberales y fascistas. Entre mercados y xenofobia.
El reparto de los dieciocho ministerios deja claro que las cosas que realmente cuentan, como la caja y las relaciones exteriores, las controla Frankfurt. No sea que a alguien le venga la idea de gestionar en autonomía las cuentas del Estado, un Estado endeudado hasta el cuello, por cierto.
No sea que a alguien se le ocurra no ser lo suficientemente tajante en las delicadas relaciones exteriores, como con Libia, o con Rusia, o con Estados Unidos y por tanto con la OTAN. Una vez puestos en la caja fuerte los ministerios técnicos, el resto no necesita más que de meros ejecutores de las políticas decididas en otros lugares. En Bruselas, para ser más exactos. En Frankfurt, si nos ponemos tiquismiquis.
Crisis financiera
Los mercados acosan a Italia
Los países del sur vuelven a ser señalados por las instituciones europeas en un nuevo episodio de ataque preventivo financiero. El coste de financiación de la deuda italiana se dispara y Alemania reacciona como en 2012, señalando al sistema político del país transalpino.
También es cierto que un xenófobo que promete 600.000 repatriaciones [declaraciones hechas por Matteo Salvini, líder de la Lega y Ministro del Interior, N. del T.] puede resultar bastante cómodo. Desde hace años, Italia es el perro guardián de la Fortaleza Europa, una posición definida, reglamentada y blindada por el sistema Dublín.
Pero ha sido un perro guardián que demasiado a menudo se ha quejado por su soledad. Porque recibe una compensación demasiado escasa (a través de leyes de financiamiento ad hoc), o porque tiene una carga demasiado pesada. Nos hemos convertido en una prisión para desesperados que huyen del infierno y que son encerrados en un país que no quieren y que no los quiere.
El flamante nuevo ministro del Interior presume de tolerancia cero y amenaza con repatriaciones a más no poder. La línea de la Lega Norte, además, ha determinado el capítulo relativo a la inmigración en el acuerdo de gobierno con los 5 Estrellas: “Hay que apostar por la reducción de la presión de los flujos sobre las fronteras externas y del consiguiente tráfico de seres humanos”, se puede leer en el acuerdo.
Otra prioridad de los "legaestrellados" es reducir los costes de la acogida de migrantes, dado que “los mecanismos actuales y los consistentes fondos destinados a la acogida constituyen un elemento de atracción para la criminalidad”. Lástima que, más adelante, contra la criminalidad no haya ni siquiera una línea en todo el texto. Tampoco contra la criminalidad local. En cambio, hay muchísimas líneas dedicadas a los "centros de permanencia y repatriación", nombre que Salvini hereda de su predecesor Marco Minniti, en las cuales se habla de un generoso "fondo de repatriación" para mandarles a todos “a su casa”.
Europa, mientras tanto, continúa asociando la cuestión "inmigración" a aquella de la "seguridad". Y, aún peor, a la cuestión del "terrorismo". El 5 de junio, en Luxemburgo se ha celebrado el Consejo Europeo sobre Asuntos Internos. Subtítulo: migración, seguridad y terrorismo.
Por parte de Italia no se sentará en la mesa Matteo Salvini, ocupado en el Senado con las votaciones para la investidura del nuevo ejecutivo. Pero ha asegurado que enviará una delegación y hace pocos días, desde Sicilia, declaró que “Italia no puede ser el campo de refugiados de Europa”.
¿Basta con sermonear o intentar salir de la Unión Europea para solucionar el problema? Muy probablemente no. También en Italia, a estas alturas, ha llegado el momento de hacerse seriamente esa pregunta. El juego de las partes, contra el Partido Democrático, contra la Lega o contra la Unión Europea (a costa de estar del mismo lado que Salvini), no puede funcionar.
A este respecto, hace pocos días tradujimos y publicamos un largo análisis de Marc Botenga. “El actual aparato de la Unión es de todo menos completo y está lleno de contradicciones. Todo el proyecto podría romperse y colapsar”, escribe. “No obstante, el establishment ha hecho pasos de gigante hacia la formación de un aparato estatal central. El Parlamento Europeo, órgano federal elegido por sufragio directo, y el Consejo, su órgano intergubernamental, actúan casi como dos cámaras legislativas, si bien no tenemos ningún derecho de iniciativa legislativa. La Comisión Europea es un ejecutivo hormonado. El Banco Central Europea ha retomado la política monetaria. Las reglas de la gobernanza económica y de los mecanismos de sanción son impresionantes. Una fuerza común de patrulla fronteriza ya está operativa. Pronto, quizás, se constituirá un embrionario ejército europeo”. Italia, nos guste o no, es ahora el centro de lo que Marc llama “contradicciones”. Parlotear no bastará, se haga contra quien se haga.
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