Análisis
Un fantasma recorre España: ¿qué hacemos?
Una fantasma viene de Estados Unidos a dominar España. A veces se deja ver, a veces se oculta, y otras, se hace pasar por humano. Pero es un chupóptero de minerales y combustibles fósiles que está sediento de agua, hambriento de luz, y ávido de envenenar el aire y generar residuos.
Es posible que, como temía Günther Anders, el fantasma supere la capacidad humana de comprensión y control. Pero hay que hacer lo posible por protegernos y ponerle los grilletes.
Sabemos que es un acelerador de la desigualdad, de los problemas laborales y de las burbujas financieras. Según el premio Nobel Geoffrey Hinton, unas pocas personas se harán mucho más ricas y la mayoría serán más pobres. El fantasma puede incluso actuar contra los humanos, ha impulsado suicidios, y tiene un uso letal en el sector militar, que, además, es uno de los mayores contaminantes del planeta. Ha penetrado ya en más de 50 países a través de desinformación electoral.
Sus gurús quieren hacernos creer que el fantasma es Dios, pero según The Economist, “la fe en los grandes modelos lingüísticos similares a Dios está disminuyendo”, con avances en IA “parecidos a las actualizaciones de teléfonos aburridos”. A pesar de una inversión empresarial de entre 30 y 40.000 millones en IA generativa, el 95% de las organizaciones obtienen un rendimiento cero. Según el Nobel Daron Acemoglu, el aumento de la productividad debido a la IA puede alcanzar un pobre 0,53% durante la próxima década.
En 2023, los centros de datos del mundo consumieron tanta electricidad como Gran Bretaña y fueron responsables del 4,4 % del consumo total de energía de EE UU
Son muchos los retos que presenta la IA, pero nos interesa centrar la atención en su impacto medioambiental y, en especial, en los centros de datos en España.
La ONU ha hecho sonar la alarma pidiendo frenar la expansión de los data centers (DC) que alimentan la IA porque amenazan el agua y la energía. Estados Unidos está a la vanguardia. Un estudio de University of California, Riverside y Caltech estima que la contaminación del aire derivada del funcionamiento de centros de datos podría causar unos 600.000 casos de asma y 1.300 muertes prematuras al año para 2028. Los costes totales para la salud pública de los DC derivados del cáncer y otras enfermedades rondan los 20.000 millones de dólares al año.
En 2023, los centros de datos del mundo consumieron tanta electricidad como Gran Bretaña y fueron responsables del 4,4 % del consumo total de energía de EE UU. La Agencia Internacional de Energía predice que estos centros consumirán tanta electricidad como la India dentro de diez años, al tiempo que se extraerá agua de las zonas más secas del mundo. Los DC mundiales de Google utilizaron casi 23.000 millones de litros de agua en 2024, un tercio del suministro de agua potable de Turquía. De 2020 a 2023, las emisiones de CO2 de Google han crecido un 67% y las de Microsoft, un 40%, principalmente a causa de los DC.
¿Y qué está pasando en España? ¿Sabes dónde están los centros de datos en tu territorio? Algunos están en zonas de oficinas, otros en el desierto, y otros en pueblos. Hay DC activos o planificados en Barcelona, València, Castelló, Alacant, Mallorca, Las Palmas, Toledo, Ciudad Real, Cáceres, Sevilla, Huelva, Málaga, Ceuta, Jaén, Zaragoza, Gipuzkoa, Araba y Madrid —cómo no, el hub principal, con 46 DC—.
Dice Deloitte que España “destaca por sus buenas infraestructuras de conectividad y es un nodo clave en Europa para las conexiones internacionales de tráfico de datos, especialmente con América y África”. Y no pueden faltar las promesas: “Los Centros de Datos son catalizadores clave para la digitalización y la mejora de la competitividad de España”.
La Asociación Española de Data Centers (SPAINDC) representa los intereses del sector, que aparentemente son el “corazón de la economía digital”. Su propósito declarado es llevarnos al paraíso: “Posicionar el sector como elemento vertebrador de la sociedad a través de la transformación digital, posibilitando la igualdad de oportunidades y la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos”. El sector privado espera que los contribuyentes compren un pedazo de cielo pagando la cuota mensual, al reclamar apoyo del sector público (suelo, agua, infraestructura, subvenciones…) para aprovechar esta “oportunidad histórica”, al tiempo que se atreve a decir que es un “mito” que los DC consuman una gran cantidad de agua. Y por supuesto, aboga por “reducir las barreras regulatorias”.
El Gobierno español es un verdadero creyente, pues España tiene “dos ventajas competitivas”, la alta conectividad y “la posibilidad de producir en paralelo energía renovable abundante”. El Ministerio de Transición Ecológica (Miteco) menciona las directivas de la UE para impulsar la sostenibilidad en este sector, pero solo obligan a las empresas tecnológicas a publicar sus datos energéticos y a utilizar el calor residual, eso sí, “a menos que puedan demostrar que no resulta técnica o económicamente viable”. Al menos, la Asociación Española de Normalización (UNE) ha publicado la especificación técnica para medir la sostenibilidad de sistemas de IA.
El Consejo de Ministros ha aprobado un plan de ayudas por valor de 124,5 millones de euros a medios de comunicación privados para fortalecer su digitalización, incluyendo 10 millones de euros para la integración de la IA en su cadena de valor. ¿Será casualidad que diarios como El País, El Español y elDiario.esenfaticen la contribución imaginada de los DC al PIB, al empleo, la productividad o la innovación?
La IA es un cóctel explosivo para el medioambiente: electrificado, carbonatado, demasiado aguado, requiere un alto consumo energético y siempre genera residuos indeseados.
Llama la atención que El País titule el artículo “Los centros de datos se esparcen como dientes de león”, utilizando una metáfora verde que ya utilizó un criticado spot televisivo del Competitive Enterprise Institute contra la inclusión del CO2 como contaminante: mostraba una niña soplando (exhalando CO2) sobre un diente de león y unos árboles inhalándolo, acompañados del eslogan “Dióxido de carbono: ellos lo llaman contaminación, nosotros lo llamamos vida”.
ElDiario.es ha celebrado este año la II Jornada de Inteligencia Artificial: transformando el presente, creando el futuro, patrocinada por Amazon, Iberdrola, Orange, Samsung, Securitas Direct, Telefónica y Universidad Europea. De ponentes, representantes del Estado y grandes empresas; ningún crítico de un grupo de base. La jornada, dedicada a los “retos y oportunidades” de la IA, no escatima en lenguaje neoliberal: “Búsqueda de talento”, “los perfiles más demandados”, “liderazgo tecnológico”, “Aprender con IA: la revolución en las nuevas profesiones” … y, claro, no hay alerta alguna sobre el impacto medioambiental. Esperamos que pudiesen disfrutar del “Cóctel” de cierre a la hora de comer.
Pero ya hemos visto que la IA es un cóctel explosivo para el medioambiente: electrificado, carbonatado, demasiado aguado, requiere un alto consumo energético y siempre genera residuos indeseados.
La capacidad instalada de DC en España está aumentando a pasos agigantados —especialmente en Madrid— por lo que se estima que el consumo eléctrico habrá aumentado más del 300% en 2050. Uno de los proyectos más mastodónticos es el de Meta para construir un megacentro de datos de 190 hectáreas en Talavera de la Reina (Toledo) con una proyección de consumo de 665,4 millones de litros anuales. La Confederación Hidrográfica del Tajo ha advertido que las proyecciones de uso de agua potable dejarían muy poca agua disponible para otros usos en la comarca.
¿Hay alternativas?
Al nivel del usuario, debemos recordar que una conversación corta con GPT-3, o cien palabras enviadas por correo electrónico, requieren medio litro de agua para enfriar la nube; cada solicitud de ChatGPT consume diez veces la energía de una consulta convencional de Google. Por tanto, hay que hacer un uso reflexivo y responsable, aunque eso no baste para solucionar el problema.
Por su parte, la industria promete mayor eficiencia y uso de energías renovables. Y Google explora enviar DC al espacio, donde hay acceso a energía solar y refrigeración, pero además de la dificultad técnica hay que estudiar su coste económico y su impacto medioambiental en el entorno espacial, por ejemplo, por generación de deshechos.
La experiencia demuestra que no podemos fiarnos de los lobos del mercado —con perdón de los lobos, que no tienen culpa alguna—. La especialidad de las grandes empresas es el beneficio económico propio —no el humano— y las campañas de greenwashing —no el medioambiente—. El 44% de los ejecutivos en España cree que su uso de IA ha provocado un aumento de las emisiones de gases invernadero, pero la mayoría no lo mide ni lo aborda. Aquellos que lo miden esperan que las emisiones por la GenIA aumenten del 2,6% al 4,8% en los próximos dos años.
Algunas propuestas especializadas apuntan al desarrollo de microcentros de datos y fomentar que la vida útil de los chips se alargue, el reciclaje de la basura electrónica, la reutilización del agua o la circularidad, además de recurrir a las renovables y establecer los DC en regiones con abundancia de agua.
La agresión de los DC al medioambiente y a los humanos es tan virulenta que la resistencia puede unir a muchas personas diferentes
Sin embargo, la transformación debe ser más profunda. Algunos expertos alertan de que las mejoras en la eficiencia o el uso de fuentes renovables no reducirán las emisiones de Co2, sino que un elevado consumo eléctrico resultará en un aumento insostenible de emisiones. El quid de la cuestión es limitar el uso de la IA, tratarla como un recurso finito y precioso que debe utilizarse solo cuando sea necesario y con efectividad. Es decir, “parar” el boom de la construcción de centros de datos y de introducir la IA en cualquier aspecto de la vida. Estudiar su impacto medioambiental y decidir en qué utilizarla. Así, lo ha hecho el Ayuntamiento de Lleida, que ha rechazado la construcción de dos megacentros de datos.
Afortunadamente, encontramos cobertura responsable en medios independientes comoEl Salto, CTXT, NAIZ o Rebelión y en medios públicos como RTVE y EFE, e incluso en algunas informaciones de la prensa comercial. Y hay resistencia. Por ejemplo, la asociación Tu Nube Seca Mi Río insiste en una evaluación científica y comunitaria del “impacto ecosocial de los Centros de Datos”. Organiza manifestaciones, charlas, intervenciones mediáticas, etc. Aurora Gómez Delgado, fundadora del colectivo, recuerda que “en lugares como Países Bajos los agricultores se levantaron porque les empezaron a dejar sin agua” y pide una moratoria porque los datos que ofrece el sector sobre la devolución de agua no cuadran.
La agresión de los DC al medioambiente y a los humanos es tan virulenta que la resistencia puede unir a muchas personas diferentes. En EE UU, más de 230 colectivos sociales y medioambientales que representan a millones de personas de los 50 estados han solicitado al congreso una moratoria de la aprobación y construcción de centros de datos.
¿Cómo podemos impulsar los cambios? Lo cierto es que la IA no es Dios: ni es omnipotente, ni es omnisciente, ni está omnipresente. Es la materialización de un fantasma contra el que hay que unirse para ponerlo en vereda, aprovechar su potencial y minimizar su impacto negativo. Se llama regulación mediante políticas públicas. Para eso sirven los gobiernos.
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