Opinión
El calor que quedará después de los incendios
Este año, otro año más, pasamos el verano preocupadas por los incendios forestales, por su magnitud, por su cantidad, por el hilo de devastación que dejan a su paso. Los días de descanso que nos permiten aguantar el chantaje del trabajo asalariado durante el resto del curso se convierten en preocupación en el mejor de los casos, y en miedo, angustia y la necesidad de huir en el peor de ellos. No en vano, más de 400.000 hectáreas se han quemado solo este año, otro año más siendo en muchas zonas el más caluroso desde que existen registros (o como reza el meme de los Simpsons, “el más caluroso… de momento”).
El calor y los incendios no son una anomalía, son la consecuencia de un modelo económico que ha saqueado las entrañas de la tierra y ha quemado sistemáticamente su sangre y su piel. La crisis climática, que hizo 40 veces más probables que se diesen las condiciones extremas de calor, sequedad y viento que alimentaron los devastadores incendios de este verano en España, y la pérdida de biodiversidad —y de tejido humano en los territorios, que no deja de ser también biodiversidad— han convertido ecosistemas resilientes al fuego en yesca.
las actuaciones en el primer año tras el incendio deberían centrarse en la funcionalidad del suelo, en no perderlo debido a la erosión, creando una cubierta de paja o de ramas en zonas de mucha pendiente
Podemos seguir hablando de adaptación a este nuevo mundo, pero hasta que no reduzcamos las emisiones de gases de efecto invernadero los incendios seguirán siendo más frecuentes y más fuertes. Es necesario un cambio de paradigma.
Dejar hablar a la ciencia
Casi de un día para otro, los incendios ya no forman parte de la rabiosa actualidad y se acercan los meses del año en el que menos nos preocupa este problema. Pero una pregunta viene a las mentes de quienes habitan los bosques de ceniza: ¿y ahora qué?
Ante el riesgo de que la respuesta rápida sea “si antes había árboles, lo que tenemos que hacer es plantar árboles de nuevo”, expertas en restauración de ecosistemas lanzaron una carta en 2023 resumiendo lo que nos dice el conocimiento científico para devolver la vida a estos bosques. En primer lugar, que las actuaciones en el primer año tras el incendio deberían centrarse en la funcionalidad del suelo, en no perderlo debido a la erosión —creando una cubierta de paja o de ramas en zonas de mucha pendiente— pero tampoco utilizando maquinaria pesada que pueda compactarlo.
El Estado tiene aquí una tarea básica: no permitir que se vendan los bosques, que son de todas, ni a empresas ni a fondos de inversión
A medio plazo, de uno a cinco años tras el incendio, es cuando se vuelve prioritario el restablecimiento de la cobertura vegetal, primando siempre que se pueda la regeneración natural —y por tanto, pudiendo mantener madera muerta en los montes, o facilitando la labor de las aves dispersoras de semillas—.
Pero además de conocimiento científico, también necesitamos algo clave: necesitamos que nos importe.
La importancia de lo común
La ciencia aporta claridad sobre qué es necesario. Pero nuestro papel ahora es decidir quién debe hacerlo. Y aquí queremos traer dos temas que nos parecen fundamentales y de los que estamos escuchando pocos relatos: la importancia de lo común y el control colectivo del territorio.
Es central hablar tanto del papel de las instituciones como del rol de los terrenos privados, sí, pues tienen una importancia cuantitativa, dado que tres cuartas partes de las masas forestales son de propiedad privada. Pero aquí la Ley de Montes es clara: en los terrenos privados los propietarios se deben encargar de la gestión forestal, tanto de la prevención como de los tratamientos necesarios, y los ayuntamientos (y en caso de que no puedan, las comunidades autónomas) deben ser garantes de que estas actuaciones sucedan, y serán las que velarán por ello.
El Estado tiene aquí además una tarea básica: no permitir que se vendan los bosques, que son de todas, ni a empresas ni a fondos de inversión. Algunas actuaciones pintadas de verde, como los “bonos de carbono” o la “compensación de ecosistemas” no son más que una fórmula de acaparamiento de tierras, desprotección de la biodiversidad y aumento de las cuotas de poder de quienes ya nos han arrebatado, solo en campos agrícolas, un equivalente de 100.000 millones de euros, como afirma la Coordinadora de organizaciones de agricultores y ganaderos (COAG). Cuando más necesitamos gestionar colectivamente los territorios, menos nos quedan disponibles a las mayorías sociales.
Aún existen tierras “para quien las trabaja”, donde el aprovechamiento sirve para toda la comunidad que lo gestiona y lo habita: los montes vecinales en mano común, o montes comunales. En los últimos días se han publicado diversas noticias de zonas como los pinares de Burgos y Soria que están resistiendo al aumento de los incendios y cómo esta gestión comunitaria de los ecosistemas está garantizando la conservación de los mismos.
Restaurar la naturaleza es proteger la red de seguridad que tenemos como especie humana
Las instituciones internacionales y la comunidad científica han reconocido el papel de las áreas gestionadas por la comunidad para conservar la biodiversidad, y es que más allá de los planes, los presupuestos y las leyes, necesitamos un cambio mucho más profundo, necesitamos que nuestro territorio nos importe. Sí, es necesario restaurar los ecosistemas, pero debemos ir más allá. Tenemos que restaurar nuestra relación con el entorno, con nuestra comunidad y con nosotras mismas.
Y aunque por desgracia apenas quedan ejemplos de montes comunales fuera de Galicia, las lecciones que nos envían son válidas en toda nuestra tierra: la participación en los procesos de restauración de ecosistemas genera arraigo, aprendizaje social, aumenta la eficacia de las instituciones, ayuda a comprender las decisiones adoptadas y aporta una visión realista de la realidad social. Una participación que no se reduzca a colgar el anuncio del BOE en la puerta del ayuntamiento, y que no se haga de espaldas a los territorios y la ciudadanía, sino que sea una verdadera participación comunitaria, donde la población sea consultada en todos los pasos del proyecto, y donde incluso pueda ser quien lidere la recuperación de los bosques que veían desde sus ventanas. Insistimos, esto se puede hacer mañana mismo, solo se necesita voluntad.
Restaurar la naturaleza es proteger la red de seguridad que tenemos como especie humana. Cambiar el sistema económico es no tener que saltar al vacío. Generar comunidad es lograr vidas que nos nutran y que permitan todo esto. Pongámonos a ello.
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