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Historia
Cien años de la Unión Tabacalera, una historia de mujeres trabajadoras de Logroño
La historia de la Unión Tabacalera es el relato de las trabajadoras de la Fábrica de Tabacos de Logroño que le dieron forma hace cien años. Fue el ejemplo más estable y duradero de sindicato feminizado en La Rioja de principios del s.XX
En 1919 el gobernador civil de Logroño legalizó los estatutos de la Unión Tabacalera (UT), una organización mixto que representaba los intereses del personal operario de la Fábrica de Tabacos de Logroño; como eran principalmente mujeres, la composición fue abrumadoramente femenina, como lo pondría de manifiesto el hecho de que la comisión directiva contase con doce mujeres.
No era la primera vez que aparecía en la ciudad un sindicato feminizado. Las modistas y las operarias conserveras de la fábrica Hermanos Trevijano ya habían protagonizado conatos de agrupación en defensa de sus intereses, pero el tabaquero fue el ensayo más estable y duradero, erigiéndose en la asociación hegemónica en la Tabacalera logroñesa y convirtiéndose en todo un modelo a seguir para la clase obrera riojana. En gran medida este éxito se debió a que las operarias logroñesas se vieron acompañadas en su singladura organizativa por otras compañeras de fábricas de tabacos de toda España, lo que confirma que La Rioja no era un territorio que se hallase al resguardo de los vientos de transformaciones y rupturas que estaban sacudiendo a las sociedades occidentales.
La celebración de su centenario contiene además un interés añadido. En nuestra época estamos asistiendo a profundos cambios en las relaciones de género, pero quienes nos interesamos por el enfoque histórico conocemos de sobra que las novedades no han surgido por generación espontánea, sino que son suelen ser el resultado de un complejo proceso que extiende a lo largo del tiempo. Por eso no puede causar sorpresa que veamos más de un eco de la actualidad en esta apasionante historia, que duró unos quince años hasta un abrupto y dramático final.
Ser operaria de la Tabacalera
El 14 de junio de 1890 quedaba inaugurada solemnemente la Fábrica de Tabacos de Logroño. Era por entonces más pequeño de los establecimientos tabaqueros existentes en la península, lo cual no había sido óbice para que la Compañía Arrendataria de Tabacos (CAT), que tenía el monopolio tabaquero, instalara aquí las mejores máquinas con que contaba.
¿Qué tenía de atractiva una ciudad de apenas 16.000 habitantes y muy mal comunicada con otras regiones más importantes y mejor conectada? La clave hay que buscarla en el insigne riojano Práxedes Mateo-Sagasta, líder del Partido Liberal y entonces presidente del Consejo de Ministros por aquel entonces. Como en otras ocasiones, Sagasta actuó como el gran benefactor de su provincia, disponiendo para ello de la complicidad de su sobrino Amós Salvador Rodrigáñez, que era el director de la CAT. La instalación de la Tabacalera estaba pensada como el remedio providencial para prevenir los desgarros sociales que amenazaban a un municipio excesivamente dependiente del rendimiento agrícola de sus tierras.
Con la Tabacalera Logroño entraba en la modernidad, transformando su paisaje y su economía. Y el trabajo industrial femenino iba a ser una de las características que distinguirían a esta nueva época. Como explicaba el corresponsal del diario La Rioja que cubrió la inauguración de las instalaciones tabaqueras:
“lo que más llamó su atención [de los invitados] fue la sala de máquinas, que ofrecía un gran golpe de vista. A los lados, los ingeniosos aparatos que ayer describimos; en medio, las obreras empaquetando los cigarrillos que iban confeccionándose; moviéndose de un lado para otro, los encargados de dotar las tolvas de tabaco; fuera de la línea, una infinidad de curiosos que admiraban el mecanismo de las liadoras y los ojos de las empaquetadoras; y por todas partes los comentarios entusiastas y las frases ingeniosas”.
Conviene que tengamos en cuenta que el público asistió ese día a una escena poco menos que inédita. La misoginia dominante había consagrado una disparidad entre sexos, según la cual la masculinidad determinaba la escala de valores. La feminidad se relacionaba con ella representando su contraparte negativa: si la primera encarnaba a la autoridad, la fortaleza o la inteligencia, la feminidad representaba la ternura, la debilidad y el sentimiento. Dicha dualidad impregnaba a todas las capas de la sociedad, por lo que no puede extrañar que los espectadores se sorprendieran viendo en la inaguración cómo unas mujeres manejaban con pericia maquinaria tan moderna y compleja.
El director de la fábrica les había amenazado con despedirlas si sus padres, hermanos y novios no votaban la candidatura del benefactor Sagasta
Y además no se trataba de unas pocas mujeres. En 1891 estaban empleadas en la Tabacalera 273 mujeres; dos años después eran ya 400 y en 1901 aumentaban a unas 551 por menos de 60 hombres. Pero, pese a estos datos, para ellas no era fácil trabajar allí. Sufrían unas persistentes discriminación salarial –en 1915 el jornal de los tabaqueros era de 3 pesetas y el de las tabaqueras, de 2,50; esta brecha iría creciendo con el tiempo a pesar de la existencia de la Unión Tabacalera– y segregación laboral que las relegaba al puesto de operarias, lo que implicaba que nunca aprenderían a mantener y arreglar aquellas máquinas con las que trabajaban.
Podemos también de la tuberculosis y otras enfermedades que se propagaban en establecimientos como los tabaqueros, con atmósferas cargadas de impurezas. Era difícil mantenerse a salvo de las bacterias. La limpieza de la fábrica debía correr a costa de las propias operarias, quienes además tenían prohibido presentar todo tipo de reclamación colectiva. Según algunos testimonios los castigos eran frecuentes, con destrucción de labores u obligación de permanecer varias horas de pie expuestas a las corrientes de aire.
Pero aún había más. La decisión de ubicar a la Tabacalera en Logroño no era del todo desinteresada. Sabemos que las tabaqueras logroñesas denunciaron en la prensa que el director de la fábrica les había amenazado con despedirlas si sus padres, hermanos y novios no votaban la candidatura del benefactor Sagasta.
La sexualización fue en parte debido a una campaña de la propia CAT para promocionar la marca
Con todo, trabajar en la Tabacalera proporcionaba a estas mujeres un jornal fijo y un puesto laboral estable. Aunque algunos contemporáneos llegaron a ubicarlas dentro de la aristocracia obrera, su posición social estaba lejos de la definición que de ella dio Hobsbawm. El desempeño laboral las ataba todavía más si cabe a los hogares, a los que aportaban ingresos fijos. Y por si fuera poco, al protagonizar unas tareas extradomésticas a las que la sociedad no estaba acostumbrada, viéndose expuestas a una mirada pública, fueron sexualizadas. Baste mencionar, aunque sea de pasada, al personaje de Carmen, una cigarrera convertida en tópico de la mujer española, sensual y fatal.
Dicha sexualización caló en todos los imaginarios posibles, también los más reprimidos. Cuando el fundador del Opus Dei Josemaría Escrivá de Balaguer recordara, peinando canas, el tiempo de su mocedad en Logroño, una de las primeras escena que se le vendría la cabeza sería las de unas “cigarreras ya entradas en años” que iban a misa diariamente a reparar “sus pecados de juventud”.
Digámoslo de una vez: la sexualización fue en parte debido a una campaña de la propia CAT para promocionar la marca. De hecho, la visita a la fábrica del futuro Alfonso XIII contó como ingrediente destacado con la participación de las operarias tabaqueras, que dieron color al acto dando encendidas muestras de la espontaneidad y el candor femenino que se esperaba en ellas, instigadas por la dirección fabril.
Hablamos en definitiva de unas experiencias y penalidades compartidas que terminaron confiriendo a las tabaqueras un sentimiento de identidad común que acabó brotando de una forma que podría calificarse como natural. Cuando en 1914 unas operarias se enfrentaron en plena calle a un grupo de reclutas que las estaban molestando, una compañera salió en defensa de las primeras espetando a los soldados que “no se han metido ustedes conmigo pero lo han hecho con mis compañeras, que es lo mismo”.
Esta identidad acabaría cobrando forma en un sindicato.
Los turbulentos inicios de la Unión Tabacalera
La participación de las tabaqueras en la agitación obrera que sacudió Logroño en las dos primeras décadas del siglo apenas es reseñable. Hay que destacar que los sindicatos veían a las trabajadoras con recelo y que, como consecuencia, estas eran remisas a participar en unos espacios muy masculinizados. Pero la tónica comienza a cambiar con la formación en 1917 de la Federación Tabaquera Española (FTE), adherida en principio a la UGT. Significativamente, según uno de sus primeros animadores, los intentos de crear un movimiento asociativo habían fracasado anteriormente por no hallar “el debido eco entre el personal femenino”.
En 1919 los dirigentes de la FTE se acercaron a Logroño y dieron un mitin en el Teatro Moderno, ponderando ante el público tabaquero la necesidad de unirse y haciendo ver que muchas de las necesidades conseguidas hasta entonces provenían precisamente de la asociación. Cuando dos operarias coruñesas sindicadas volvieron a dar ese mismo año otro mitin en el Teatro Moderno, ya estaba constituida la UT de Logroño. Aunque a su frente había un hombre, el mecánico y veterano sindicalista José Noguera, pero estaba compuesta preferentemente por operarias, en un número cercano a las 500.
El paro se inició precisamente en Logroño, extendiéndose después a los centros de Sevilla, Valencia, Coruña y Gijón.
A finales de año la FTE declaraba una huelga en el sector para revertir la reducción del jornal en un 50%, rebaja con la que la CAT pretendía compensar las posibles pérdidas por la implantación de la jornada de ocho horas. El paro se inició precisamente en Logroño, extendiéndose después a los centros de Sevilla, Valencia, Coruña y Gijón. Finalmente, el 15 de enero de 1920 el sindicato consiguió ganar este pulso acordando un aumento del 25% en los sueldos de personal. Este conflicto fue todo un éxito, a nivel sindical y extrasindical. La Rioja elogió “la cordura” con que se habían conducido las huelguistas, “hasta el punto de que un paro tan importante ha podido pasar casi inadvertido” para la ciudad.
Las tabaqueras habían comprobado de primera mano la eficacia del sindicalismo y pensaban servirse de él más allá de cuestiones puntualmente laborales:
“en esta Sección cada vez es mayor el entusiasmo de las cigarreras por su querida Sociedad –informaba el sindicato logroñés–, estando convencidas de que solo estando unidas pueden ser emancipadas, y gozar de todas las ventajas que proporciona la verdadera organización”.
En este caso la emancipación pasaba en primer lugar por aniquilar los restos del favoritismo sagastino que caracterizaban única y exclusivamente a la Tabacalera logroñesa. Para entrar a trabajar en la fábrica de tabacos había que ser una enchufada: las nuevas operarias venían recomendadas por personajes poderosos. Lo que querían las asociadas de la UT era que, al igual que ocurría en otros establecimientos tabaqueros, las aprendizas fuera elegidas entre familiares del personal fabril.
El pulso entre la dirección de la fábrica y el sindicato desembocó a finales de 1920 en la primera huelga de brazos caídos de la provincia, con un encierro en la fábrica que se prolongó por 48 horas. A la espera de un acuerdo definitivo, la fábrica fue clausurada mientras se redoblaban las presiones y las amenazas contra el sindicato tabaquero. Hubo opiniones como las del semanario La Cigüeña que censuraban que “niños de pecho estuviesen 24 horas sin alimento, mientras las madres permanecían sin querer salir de la Fábrica de Tabacos”. El sindicato tabaquero, dirigido ahora por la operaria Luisa Marín, contraatacó señalando que en la Tabacalera se habían producido “enormes abusos” y que, aparte de las reivindicaciones de la huelga, “se ha llegado al colmo de negar a las operarias el derecho de accidentes de trabajo”.
La batalla de desgaste fue claramente desfavorable para la UT, quien se vio obligado a plegarse a las condiciones de la CAT, teniendo además que transigir con la expulsión definitiva de Luisa Marín, la dirigente sindical que hacía unos pocos meses había integrado una delegación tabaquera que visitó al ministro de Hacienda.
El renacimiento de la Unión Tabacalera
La represión emprendida por la CAT obligó a la UT a reinventarse yendo más allá de lo laboral: al fin y al cabo lo que pretendía era propiciar un mundo nuevo para la clase trabajadora.
La UT creó un economato en régimen cooperativista para que el personal asociado adquiriera productos a precios más bajos y emprendió una interesante labor sociocultural, en parte deseando también mejorar su deteriorada imagen pública. Además de apoyar económicamente la creación de una cantina escolar y participar en varias iniciativas municipales, preparó conferencias culturales en su sede social, demostrando en ellas que el de la UT era un espacio moderado y abierto de miras.
A medio plazo se benefició de la nueva estrategia de la FTE que, desvinculándose de la UGT, decidió comprar acciones de la CAT para participar en su junta de accionistas. Entre otras consecuencias, esto posibilitaría el reingreso en la Tabacalera logroñesa de los represaliados por la huelga de 1920-1921. Aprobando unos nuevos estatutos en 1925, la UT no solo consiguió sobrevivir a la dictadura primorriverista, sino incluso convertirse en el principal nervio obrero de la ciudad.
Como es de esperar, la FTE acogió de buen grado la proclamación de la República el 14 de abril de 1931. Si bien posición oficial era apolítica, defendían el frentismo, es decir, la unidad de todos los trabajadores, alineándose así con las posiciones comunistas con las que comulgaba la eminencia gris de la Federación, Severino Chacón. Dicho encuadramiento ideológico no impediría que las operarias sindicadas logroñesas se decantasen por otras opcion: Luisa Marín y Teresa Velasco, por ejemplo, fueron destacadas militantes del PSOE riojano, evidenciando en sus mítines un marchamo feminista que emanaba de las luchas sindicales que habían encabezado en la Tabacalera.
Uno de los principales objetivos de la FTE para esta etapa fue la creación de una escuela social para que la afiliación se formara, con un completo programa que unía las enseñanzas técnicas con el aprendizaje ideológico. En el plantel de profesores figuraron intelectuales de la talla del catedrático de Filosofía José Verdes Montenegro, el jurista Luis Jiménez de Asúa o la abogada, política y escritora Clara Campoamor.
El 1 de mayo de 1933 la UT celebró en Logroño la fiesta del trabajo junto con delegaciones de las fábricas tabaqueras de todo el norte peninsular
A estas clases acudieron cuatro operarias de Logroño, Encarnación Laparra, María Bona, Carmen Villar y Rosario Sobrino, informando de ello el periódico La Rioja con una hermosa fotografía que estaba acompañada de un texto donde se alababa esta escuela tabaquera por su “esfuerzo moral y propagandístico […] que pone de relieve la garantía que este organismo ofrece al Estado para colaborar con este al desenvolvimiento de la industria, acometiendo el ensayo de administración directa que la Federación viene propagando”.
Tales palabras, que encerraban un elogio implícito a la autogestión obrera, reflejan fielmente el elevado grado de consolidación de la UT logroñesa, cuya fama traspasaba los límites de la ciudad. Así, el 1 de mayo de 1933 la UT celebró en Logroño la fiesta del trabajo junto con delegaciones de las fábricas tabaqueras de todo el norte peninsular.
Ya centrándonos en el plano sindical, las luchas continuaron. En 1934, y después de un prolongado conflicto, Francisco Sánchez de Alba fue removido de la dirección de la Tabacalera logroñesa después de treinta años al frente de la misma. Muy vinculado a la familia Sagasta, la sindicalista Carmen Villar expresó que con su marcha la UT “ya no consentirá favoritismo alguno”.
La Tabacalera fue la única fábrica de la capital riojana que secundó el llamamiento de huelga general en octubre de 1934
Este reforzamiento de la ofensiva sindical coincidió en el tiempo con una mayor implicación de la UT. De hecho, la Tabacalera fue la única fábrica de la capital riojana que secundó el llamamiento de huelga general en octubre de 1934. Con ello no hacía sino seguir el camino que marcaba la propia FTE, cuya presidenta, Eulalia Prieto, llegó a presentar al Partido Comunista en diversos actos organizados por el Frente Popular. Ni qué decir tiene que la UT haría otro tanto durante la campaña electoral.
La victoria del Frente Popular abrió una puerta a la esperanza, pero también al temor. La FTE sabía lo que se hacía cuando publicó en prensa una nota llamando al personal asociado a atenerse “a las normas de la organización y la disciplina”. En Logroño no tardaron en aparecer las provocaciones. El 14 de marzo de 1936 un grupo de falangistas se enfrentó con el personal de la Tabacalera, generándose unos disturbios que devinieron en la quema de los domicilios sociales de diferentes partidos y diarios derechistas, colegios religiosos, iglesias y conventos. Pero la plantilla de la Tabacalera demostró un gran sentido de la disciplina y la responsabilidad obviando los alborotos y volviendo al trabajo.
Quedarse en lo negativo sería resumir de manera sesgada, parcial y teleológica lo sucedido en aquellos breves meses donde todo estaba abierto. De hecho, el 4 de julio, dos semanas antes del famoso golpe de estado, la noticia del acuerdo por la FTE sobre el retiro del personal tabaquero fue motivo de sobra para celebrar una fiesta campestre en los márgenes del río Iregua, evidenciando una ilusión de futuro que sería brutalmente sesgada poco más tarde.
Un amargo final
El 20, y no el 18 de julio, fue cuando el sindicato puso fin a su existencia. Ese día, a pesar de la declaración del estado de guerra, el personal entró a trabajar en la Tabacalera como cualquier lunes. Los facciosos, que por entonces ya estaban en Logroño, penetraron en la fábrica alegando que se les había disparado desde su edificio, aprovechando para detener a jefes y oficiales y lanzar fuego graneado contra las instalaciones.
Luisa Marín y Carmen Villar, cuyos cadáveres aparecieron en el paraje de la Grajera
Según algunos testimonios militares, parece que los supuestos francotiradores fueron asesinados conforme iban cayendo en manos de las tropas facciosas. Como decía el teniente coronel Ricardo Marzo, existía entre los militares “una fobia justificada [sic] contra la mayor parte del personal femenino por su actuación durante los últimos sucesos y anteriores”.
Esta “fobia” se cobró varias víctimas, entre ellas Luisa Marín y Carmen Villar, cuyos cadáveres aparecieron en el paraje de la Grajera el 22 de agosto. Apenas seis días después de este macabro descubrimiento, La Rioja publicó una escueta nota donde se informaba que:
“voluntariamente [sic] ha quedado disuelta la Federación Tabaquera Española (Sección de Logroño) y sus componentes han acordado por unanimidad [sic] entregar los fondos sociales, que ascienden a varios miles pesetas, a la suscripción abierta con motivo del movimiento salvador [sic] de España”
Esta iba a ser la esquela de la UT. Con una abultada dosis de cinismo, las nuevas autoridades pusieron fin a su historia de la UT ejecutando a sus dirigentes y expropiando sus bienes.
Tras la destrucción, la memoria histórica de un poderoso sindicato feminizado fue sumiéndose en el olvido. El recuerdo de una importante plataforma para la visibilización de las mujeres trabajadoras, de un espacio donde podían satisfacer otras necesidades -políticas, culturales, sociales, pedagógicas, de consumo, etc.- se sumió en el olvido. Pero es en la actualidad, con la reivindicación del protagonismo de las mujeres, cuando ha llegado el momento oportuno de reunir los pocos retazos supervivientes para recordar una historia de lucha y reivindicación.
Radical Magazine
Cigarreras: vanguardia obrera invisibilizada
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No conocía esta historia. A veces es necesario saber qué pasó en los extrarradios de Madrid en una época que los hombres pensaban llevar la voz cantante.
Me llena de orgullo este artículo desde La Rioja y que esta historia tan imprescindible haya sido escrita por mujeres.
Debemos de luchar por aquellas que pusieron los puntos sobre las íes y tan cerca de este 8M las que luchan y siguen en la brecha.
Las mujeres podéis cambiar este país, que no os quepa duda porque os necesitamos para ese cambio.