Hemeroteca Diagonal
Las Olimpiadas que nunca fueron

La Guerra Civil anegó una iniciativa que ligaba el deporte y la resistencia al fascismo: la Olimpiada Popular de Barcelona de 1936. Surgida como reacción a la Olimpiada de Berlín —oficial y nazi al mismo tiempo—, fue impulsada por organizaciones culturales y deportivas catalanas con el fin exaltar la fraternidad entre los pueblos. En la víspera de su inauguración, cuando numerosos atletas se encontraban ya en el estadio de Montjuïc, todo terminó menos la guerra.

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18 jul 2006 11:27

19 de julio de 1936, según la crónica de A. Delaune en el periódico francés Sport: “A las cinco de la mañana, los atletas fueron despertados por tiros de fusil, de ametralladora y de cañón: las fuerzas fascistas intentaban derrocar la República. Pero, rápidamente, vimos que el Frente Popular había preparado la respuesta: gracias a aquella unidad, los ataques de los fascistas fueron rechazados. ¡Qué coraje el del pueblo catalán! Decenas de hombres fueron puestos a nuestra disposición para protegernos. Viendo a aquellos hombres nos dijimos que el pueblo catalán y español no podía ser vencido”.

19 de julio de 1936, según los recuerdos de Eduardo Vivancos, que participaba en las Olimpiadas Obreras: “Aquel día los barceloneses sentirían el sonido de un continuo tiroteo y, a las cinco de la mañana, un llamamiento patético desde Radio Barcelona: ‘Barceloneses, el momento tan temido ha llegado; el Ejército, traicionando su palabra y su honor, se ha levantado contra la República. Para los ciudadanos de Barcelona ha llegado el momento de las grandes decisiones y los grandes sacrificios: destruir este Ejército faccioso. Que cada ciudadano cumpla su deber”.

19 de julio de 1936, según el diario de un atleta belga de nombre desconocido: “Las calles están vacías bajo un sol abrasador. En la plaza del Comercio chocamos con las primeras barricadas, cientos de metros más lejos vemos a unos sindicalistas armados. Todas las calles laterales están bloqueadas, nos deslizamos a lo largo de las fachadas de las casas. Las balas silban a través de la plaza. Instintivamente doblamos la espalda y nos refugiamos en un portal. Vemos claramente cómo desde el campanario de una iglesia los francotiradores disparan por la espalda a los trabajadores que se encuentran tras las barricadas”.

El día después

El día después del golpe, Barcelona debería haber inaugurado en el estadio de Montjuïc la Olimpiada Popular. Delegaciones de 23 países y regiones habían desfilado por las Ramblas en la tarde del 18 de julio; hasta 6.000 atletas se disponían a participar en la respuesta a las Olimpiadas oficiales de Berlín, convertidas en decorado para la exaltación del nazismo.

Del 19 al 26 de julio, Barcelona quería ser una ciudad de encuentro y resistencia, en la que pueblos con estatus de Estado o sin él -Alsacia, Argelia, Palestina y los judíos inmigrantes contaban con sus propias delegaciones- se sirvieran del deporte como nexo fraternal. Atletas de élite, expertos y aficionados estaban convocados en categorías amplias y escasamente competitivas. Muy lejos estos Juegos de la exhibición corporal de jóvenes rasurados, de la coreografía de multitudes uniformes de las Olimpiadas de Berlín.

La idea había surgido de las organizaciones culturales y deportivas de los barrios populares y obreros de Barcelona, en particular de Sant Andreu, Sant Martí, Poble Nou y Sants. La ciudad había perdido la carrera por las Olimpiadas oficiales en beneficio de Berlín, y cuando los nazis alcanzaron el poder en Alemania, el movimiento de rechazo ante el fascismo se concretó, en su vertiente deportiva, en la creación del Comité Català Pro Sport Popular. El Ateneu Enciclopèdic, el Centre Gimnàstic Barcelonès y el Club Femení i d’Esports estuvieron en el origen de este movimiento, que en vísperas del 1 de Mayo de 1936 constituyó el Comité Organitzador de l’Olimpiada Popular (COOP). Entre las conclusiones de su primera reunión señalaba: “Los organizadores de la Olimpiada Popular quieren la afirmación del auténtico espíritu olímpico, del ‘Fair Play’, del ‘Joc Honrat’, y es por eso que ésta será la verdadera fiesta olímpica de la paz y la fraternidad”.

Aunque el debate respecto al sentido o sinsentido de reclamar el ‘espíritu olímpico’, de clara inspiración burguesa, estuvo también presente en el COOP, este comité funcionó como un aglutinador de fuerzas opuestas al fascismo. Así, el presidente Lluís Companys se convirtió en su presidente de honor, la Generalitat se puso al servicio del evento, y la República española y el Gobierno francés proporcionaron ayuda económica.

El otro debate, alentado por los partidos conservadores, mantiene una inquietante actualidad. “Sería absurdo que en una eliminatoria internacional España tuviera que enfrentarse con Euskadi o Cataluña”, afirmaba en el periódico deportivo As Rafael Sánchez Guerra, presidente del Real Madrid. El ‘enfrentamiento’ deportivo nunca se produjo, en parte porque la delegación española acudió fragmentada en un mosaico regional y, sobre todo, porque se impuso otro género de enfrentamiento y de fragmentación.

Plaza de la República

Recuerda Eduardo Vivancos que en la noche del 18 de julio, Pau Casals dirigía los ensayos de la Novena Sinfonía de Beethoven que la orquesta iba a ejecutar al día siguiente en el teatro Grec de Montjuïc en la inauguración de la Olimpiada. Un emisario oficial irrumpió en la escena para anunciar que esa noche habría un alzamiento militar en toda España. Casals, consternado, animó a músicos y coristas a ejecutar por última vez la sinfonía. “Nosotros cantábamos el himno inmortal de la hermandad, mientras en la calle se preparaba una lucha que tanta sangre haría verter”, recordaría Casals.

Cinco días después de aquella noche, la plaza de la República era ocupada por una manifestación de atletas que agradecían a la ciudad su hospitalidad y animaban a la resistencia. Algunos de ellos no regresaron a sus países y formaron parte de las primeras brigadas internacionales. Si la guerra no hubiera tenido lugar, tres días después, el 26 de julio, la plaza de España habría recibido a los participantes en la carrera de 25 kilómetros, última prueba prevista de la Olimpiada Popular.

l'altra olimpiada
Rastrear la gestación y el desarrollo interrumpido de la Olimpiada Popular no es tarea sencilla dado que el archivo de este evento desapareció en el camino de huida hacia el exilio y no se ha podido recuperar posteriormente. Así, la obra L'Altra Olimpiada. Barcelona '36 (Llibres de l'Index, 1990), de los profesores Xavier Pujadas y Carles Santacana, es por su prolija documentación y rigor expositivo la principal obra de referencia- y fuente principal para la elaboración de este artículo-. El libro será reeditado este año con motivo del aniversario de la Segunda República y ambos autores actuarán como comisarios de una exposición conmemorativa. Otros textos significativos- también aquí citados- son: Los otros Juegos Olímpicos de Barcelona, de Eduardo Vivancos (Flama, Toronto, 1992) y Las Olimpiadas Obreras, de Jakvo Schram (Sennaciulo, 2004).

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