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Decrecimiento
La ideología del crecimiento y sus orígenes
Matthias Schmelzer es un historiador económico, teórico social y activista climático residente en Berlín. Trabaja en la Universidad Friedrich-Schiller de Jena y participa activamente en diversas redes y movimientos socioecológicos. Ha publicado The Hegemony of Growth y ha editado Degrowth in Movement(s).
Aaron Vansintjan vive en Montreal y escribe sobre gastronomía, ciudades, política y ecología. Es cofundador de Uneven Earth, una página web dedicada a la política ecológica. Ha publicado artículos en The Guardian, Briarpatch Magazine, Red Pepper, Truthout, Open Democracy y The Ecologist.
Andrea Vetter es una investigadora, activista y periodista sobre la transformación, y trabaja con el decrecimiento, el procomún y el ecofeminismo crítico como herramientas. Imparte clases de diseño de la transformación en la Universidad de Arte de Braunschweig. Es editora de la revista Oya y cofundadora de la Casa del Cambio, un espacio rural transregional para el arte, el aprendizaje y la cocreación en el este de Alemania, donde también vive.
El siguiente texto es un fragmento modificado del libro The Future Is Degrowth: A Guide to A World Beyond Capitalism [El futuro es decrecimiento: Guía para un mundo más allá del capitalismo], publicado en año 2022 por Verso Books. El libro constituye, en su totalidad, una de las descripciones más detalladas que existen en la actualidad de las ideas que sustentan el movimiento social del decrecimiento. El objetivo de este movimiento es reemplazar el crecimiento económico como principal baremo del progreso económico por varios conceptos de bienestar comunitario, ya que el crecimiento está irremediablemente vinculado a un mayor rendimiento biofísico (es decir, a un mayor agotamiento de los recursos y una mayor producción de residuos por parte de la humanidad) y, por ende, a la destrucción ecológica. Partiendo de las enseñanzas de la economía ecológica, la corriente decrecentista aboga por reducir el consumo global de los países ricos mediante la sustitución del consumismo individualista por el lujo comunitario (sustituyendo el automóvil por el transporte público, por ejemplo) y una regulación estricta de la producción y las emisiones (con medidas como la reducción de la semana laboral, el derecho a reparar y la localización de las cadenas de suministro), al mismo tiempo que defiende la ayuda tecnológica a modo de reparación poscolonial a los países más pobres (menos responsables del cambio climático y más vulnerables ante él) con el fin de que puedan desarrollarse sin necesidad de recurrir a los combustibles fósiles. En este fragmento, los autores trazan los orígenes profundos de la historia de la ideología del crecimiento a través de transformaciones materiales y culturales que guardan una estrecha relación con el auge del capitalismo en Europa, mientras desafían sus premisas y valores, incluso cuando éstos adoptan una apariencia socialista. El decrecimiento es uno de los muchos marcos teóricos emergentes que compiten por una mayor influencia dentro de la izquierda ecosocialista (otros son el socialismo de medio planeta, la ecología social y el desarrollismo verde). Todos los editores coincidimos y discrepamos en mayor o menor medida con estas y otras perspectivas de izquierda sobre la crisis ecológica, pero reconocemos que el decrecimiento es una parte integral del panorama y en que la izquierda aún no ha logrado plantear un debate serio y sincero sobre esta visión. Por este motivo publicamos este fragmento, con la esperanza de que sirva de aliciente para impulsar una conversación sobre este asunto. Nuestra intención es examinar el abanico completo de puntos de vista democráticos y socialistas sobre esta cuestión existencial a lo largo de los próximos años.
Resulta sorprendente pensar que el concepto de crecimiento económico se remonta tan solo a la década de 1940. Antes de esa fecha, la idea de que una economía debería crecer o incluso la mera existencia de algo llamado economía eran ajenas para casi todo el mundo. Todo esto cambió después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Estados Unidos tuvo que hacer frente a la reaparición de los movimientos obreros en su propio país y a la presión de los países comunistas y los movimientos de liberación nacional en el extranjero. Fue precisamente en este contexto en el que se introdujo el Producto Nacional Bruto (algo que más tarde pasaría a conocerse como Producto Interior Bruto o PIB) para medir la actividad económica y el éxito de la acumulación capitalista, cuyo discurso acabó vinculándose a la idea de progreso y modernidad. El crecimiento económico, tal y como lo reflejaba el PIB, se convirtió entonces en un dispositivo ideológico con el que la élite podía postergar las reivindicaciones de la clase obrera organizada («no podemos redistribuir la riqueza hasta que no crezcamos»), comparar a los países capitalistas con los socialistas («el experimento socialista es un fracaso porque esos países no crecen tanto como sus vecinos capitalistas») e imponer ajustes estructurales al Sur global («no podemos concederos préstamos hasta que no desmanteléis los activos y los servicios públicos de vuestro país con el fin de estimular el crecimiento»).
Pero el crecimiento es mucho más que un aumento del PIB. De hecho, el PIB no es más que la punta del iceberg, el fenómeno superficial de todo un conjunto de procesos sociales relacionados con la acumulación capitalista que impulsan el crecimiento y unos flujos biofísicos cada vez mayores. Si queremos contemplar el papel global que desempeña el crecimiento en nuestras vidas, debemos remontarnos a mucho antes del siglo XX, a los albores de la Ilustración. Durante esta época, la idea de que los hombres blancos eran superiores y podían controlar la naturaleza en aras del progreso llegó a justificar el saqueo de las colonias, la dominación de las mujeres y la explotación de la naturaleza. Esa fue la idea que, a su vez, propició la invención del crecimiento económico de la era neoliberal y neocolonial contemporánea.
En el presente ensayo exponemos las raíces ideológicas del crecimiento. Analizamos el crecimiento como un proceso social, como un conjunto específico de relaciones sociales derivadas de la acumulación capitalista, que no solo fomentan la propagación del capitalismo, sino que actúa como uno de los principales mecanismos estabilizadores de la sociedad moderna. Las ideas de emancipación y progreso se asociaron estrechamente con el crecimiento económico, convirtiendo al paradigma del crecimiento en el ideal normativo de la modernidad (no sólo en los círculos liberales, sino también en el pensamiento socialista). Este mito se volvió tan poderoso que incluso acabó cautivando a la mayoría de las corrientes intelectuales y movimientos sociales de la izquierda progresista que querían abatir el capitalismo y que, en palabras de Eric Pineault, «han quedado apresados en el imaginario del crecimiento» [1].
La historia que relatamos a continuación recalca que no podemos limitarnos a criticar el capitalismo, sino que hemos de ampliar nuestro análisis hacia una crítica del propio crecimiento. Una mejor comprensión de la naturaleza del crecimiento también nos permitirá distinguir la perspectiva del «decrecimiento» de otras críticas más imprecisas sobre el crecimiento económico que se centran únicamente en los escollos del PIB. Además de proponer nuevas medidas para evaluar el bienestar, el decrecimiento también nos hace conscientes de la necesidad de una reestructuración drástica, que en muchos sectores se traduce en una reducción de la escala de producción y consumo, permitiendo así la aparición de una gran variedad de formas alternativas de desarrollo. Tal y como exponemos en nuestro libro The Future Is Degrowth: A Guide To A World Beyond Capitalism, el punto fuerte de la perspectiva del decrecimiento es que aborda el problema del crecimiento de forma holística, hilvanando distintas críticas al crecimiento tales como el feminismo, el decolonialismo, el anticapitalismo y la ecología, entre otras.
El crecimiento y el nacimiento del capitalismo
El crecimiento no es solamente una idea. Es un conjunto específico de relaciones sociales derivadas de la acumulación capitalista, que no solo fomentan la propagación del capitalismo, sino que actúan como un mecanismo estabilizador de la sociedad moderna. En este apartado, comenzaremos analizando cómo surgió el capitalismo y cómo el crecimiento dio lugar a estructuras de clase específicas que, a su vez, dieron lugar a una relación dinámica entre las formaciones de clase y el crecimiento material. Sostenemos que la «estabilización dinámica» es una característica clave de las sociedades modernas. A fin de permanecer estables y reproducir sus estructuras sociales, las sociedades de crecimiento precisan de un crecimiento económico, de una innovación y progresión tecnológicas y de una aceleración sociocultural continuos. La estabilización dinámica explica cómo y por qué las sociedades de crecimiento dependen fundamentalmente del crecimiento.
El Homo sapiens vive en este planeta desde hace aproximadamente 200 000 años. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, todos los seres humanos han vivido de forma nómada como cazadores y recolectores. Durante casi 10 000 años, la agricultura fue el sistema de producción dominante a nivel territorial, y desde entonces se han ido alternando fases de desarrollo social con fases de decadencia en varias regiones del mundo. Sin embargo, el crecimiento económico entendido como tal en el sentido moderno fue nulo o casi nulo. Del mismo modo, durante buena parte de la historia de la humanidad, las comunidades se han reproducido basándose en sistemas de obligaciones mutuas, poder o riqueza, pero no siguiendo la lógica del capitalismo, es decir, la acumulación incesante de capital. En el transcurso de miles de años, los seres humanos han experimentado con una gran diversidad de formaciones sociales, algunas de las cuales consistían en civilizaciones de gran tamaño y complejidad organizadas de forma sorprendentemente igualitaria, y otras en las que los mercaderes invertían en la expansión del comercio. No obstante y por lo general, el papel del capital seguía siendo marginal en el seno de esas sociedades. Todo esto empezó a cambiar con el auge de la empresa capitalista, el colonialismo y la aparición del «sistema mundial» en el siglo XVI[2].
Por aquel entonces, las jóvenes empresas de capital riesgo, impulsadas por la carrera armamentística de los Estados europeos de principios de la Edad Moderna y sus ingentes necesidades de capital, financiaron viajes con fines expansionistas a las Américas, importando materias primas como el algodón y la plata. Fruto de estas primeras empresas coloniales surgieron las sociedades mercantiles, que más tarde se convertirían en sociedades anónimas cuyo objetivo central era, y continúa siendo, la acumulación infinita de capital. Los capitalistas empezaron a invertir cada vez más en la agricultura y la industria, contagiando así al mundo del trabajo humano de la lógica de la acumulación ilimitada y revirtiendo todo el modo de producción en su beneficio siempre que les fuera posible, tal y como ocurrió con el régimen de plantaciones del algodón. La apropiación de materias primas, el trabajo esclavo y asalariado y su integración en flujos comerciales que se extendían de Europa a África, Asia y América, permitieron a la clase capitalista la creación de un sistema mundial dinámico que, desde entonces, ha reestructurado todo el planeta[3].
Esta acumulación se produjo a expensas de la población de diferentes partes del mundo y de distintas maneras. En América se perpetraron genocidios contra los pueblos indígenas y millones de personas de regiones africanas fueron vendidas como esclavas. Toda la empresa colonial, tan estrechamente vinculada a la aparición del capitalismo, se justificó mediante el racismo (la deshumanización sistemática de determinados grupos de personas en beneficio de otros) convirtiéndose en una parte esencial de la dinámica social del capitalismo hasta nuestros días. La población rural europea perdió la fuente de su producción de subsistencia a causa de la privatización de los comunes. Estos cercamientos también originaron la escasez que sigue siendo hoy en día la piedra angular del crecimiento capitalista, limitando la capacidad de las personas para servirse de su entorno como medio de subsistencia y de creación de riqueza comunal. Despojadas de la tierra y de sus medios de subsistencia, las personas se vieron obligadas a someterse a un trabajo asalariado, un proceso de «acumulación primitiva» violenta (Karl Marx) o Landnahme (Rosa Luxemburg)[4] que aún hoy perdura en diversas formas. Los Estados desempeñaron un papel clave no sólo en el «capitalismo de guerra» del período anterior, sino también promoviendo la desposesión de tierras en todo el mundo, ejerciendo su poder para «abaratar» los recursos básicos en las guerras imperiales que sustentaban el desarrollo capitalista o garantizando los derechos de propiedad que hicieron posible la producción capitalista en primer lugar[5].
La dinámica entera del sistema-mundo cambió cuando, a principios del siglo XVIII, la revolución de las plantaciones en América se entroncó con el capitalismo industrial emergente en Europa, que a su vez empezó a nutrirse cada vez más de una tecnología verdaderamente revolucionaria: la máquina de vapor a base de carbón. Esto no solo sentó las bases para la aparición de lo que puede denominarse «capitalismo fósil» (para resaltar la especial trascendencia de las energías fósiles), sino también para la implantación de la lógica capitalista en toda la sociedad, el inicio de un crecimiento económico cada vez mayor y la «gran divergencia», que hizo que Europa fuera mucho más rica que otras regiones[6].
Estos cambios sociales y económicos acompañaron la aparición de un conjunto de perspectivas e ideas que legitimaron, posibilitaron e incluso impulsaron la expansión del sistema-mundo, además de sentar las bases para el posterior desarrollo del paradigma de crecimiento moderno. En primer lugar, la idea del «desarrollo» o «progreso» de las sociedades humanas en un lapso de tiempo lineal tenía que gestarse de forma activa. La mayoría de las culturas del pasado (así como algunas comunidades contemporáneas) compartían una concepción cíclica del tiempo como una «recurrencia eterna», interpretando su presente como un distanciamiento de un pasado ideal mítico que había que restaurar, o adoptando alguna otra concepción no lineal del tiempo. Sin embargo, a partir del Renacimiento surgieron unos conceptos abstractos sobre el tiempo y el espacio basados en el sentido apocalíptico cristiano, que había empezado a plantear el Juicio Final y el desenlace absoluto de las sociedades humanas. La difusión del reloj mecánico propició que el tiempo pasara a comprenderse como algo objetivo, lineal y cuantificable. La geometría y la cartografía también facilitaron una nueva perspectiva sobre la tierra y el territorio como un espacio abstracto, sin fronteras, uniforme y mensurable, que podía vaciarse o llenarse según fuera necesario, perfectamente delimitado y que podía ser objeto de intercambio en virtud de los derechos de propiedad[7]. Las primeras ciencias naturales modernas no solo fomentaron la idea de una naturaleza abstracta, sino que también defendían que los seres humanos podían dominar la naturaleza. Esta visión mecanicista del mundo concebía la naturaleza como un mecanismo regido por leyes y, por ende, susceptible de manipulación y control[8].
La apropiación de materias primas, el trabajo esclavo y asalariado y su integración en flujos comerciales [...] permitieron a la clase capitalista la creación de un sistema mundial dinámico que, desde entonces, ha reestructurado todo el planeta.
Los conceptos y las prácticas del tiempo lineal, el espacio abstracto y la naturaleza mecánica se convirtieron en los pilares ideológicos de la colonización capitalista del planeta. El colonialismo consolidó el tratamiento de todas las cosas y seres vivos como elementos comparables, intercambiables y comercializables, así como la interpretación mecanicista de la naturaleza basada en el pensamiento lineal. De este modo, el saqueo del planeta se justificaba mediante la idea de que la tierra, los recursos naturales, el trabajo de las mujeres y los pueblos colonizados y prácticamente toda forma de vida existía para servir a la humanidad (y, por lo general, esto se aplicaba únicamente al hombre blanco, quien se arrogaba su propiedad)[9]. En definitiva, todas estas categorías pueden ser objeto de posesión, explotación y modificación a su antojo[10].
Estos planteamientos se reformularon a partir del siglo XVII, adoptando un carácter secular. La idea del progreso seguía una narrativa lineal que dividía a las personas entre «civilizadas» y «primitivas» en función de parámetros racistas, legitimando así las expansiones coloniales. En el punto álgido del imperialismo y en los primeros discursos sobre el «desarrollo», se consideraba que los países pobres necesitaban la intervención exterior de expertos europeos o norteamericanos para acelerar su «desarrollo», siguiendo una senda lineal de mejora social y económica. Ya en el siglo XX, y a medida que el progreso social universal se vinculaba cada vez más a la expansión de la producción, este relato lineal adquirió un sentido más económico. A través del prisma del capitalismo, el crecimiento se convirtió en la promesa secular de la redención[11].
La interpretación mecanicista de la naturaleza también sentó las bases para que los economistas europeos del siglo XVIII entendieran «la economía» como un ámbito independiente dentro de la vida social que es cuantificable y predecible, atribuyendo las irregularidades a la esfera laboral[12]. A lo largo del siglo XIX, este sector de la economía formal se caracterizó por la universalización del empleo remunerado como un ámbito dominado por los hombres y separado del resto de la vida. Al mismo tiempo, el trabajo reproductivo no remunerado se convirtió en trabajo «doméstico» de las amas de casa: devaluado, pero imprescindible para la reproducción de la fuerza de trabajo. De este modo, el trabajo reproductivo no remunerado asociado al trabajo asalariado se invisibiliza y se expropria, hecho que hoy en día sigue marcando las relaciones de género y el mundo laboral[13].
La proletarización del trabajo fue impulsada por diferentes tecnologías disciplinarias, presentes en instituciones como las fábricas, el ejército, las prisiones y las escuelas. Esta transformación en la dimensión laboral condujo a la monetización de muchos otros sectores de la vida y trajo consigo la supresión de las relaciones de reciprocidad[14]. La proletarización que surgió del sistema de trabajo asalariado ocasionó un efecto disuasorio en las comunidades que anteriormente se basaban en la subsistencia: la clase trabajadora ya no era capaz de sobrevivir fuera del sistema capitalista, por lo que también pasó a depender del crecimiento para satisfacer sus necesidades más básicas[15].
El proceso de implementación de los conceptos abstractos del tiempo y el espacio en la sociedad tardó siglos en propagarse por todo el planeta, y representaba de forma sintomática la lógica abstracta de la modernidad capitalista: no solo la práctica de la producción científica sino sobre todo la económica, que establece equivalencias entre realidades específicas completamente diferentes. El hecho de que la mano de obra, la tierra y muchas otras cosas se pudieran medir y comparar (en gran parte a través de un patrón de comparación abstracto expresado en dinero) estableció las condiciones para intercambiar cualquier cosa por cualquier otra[16]. En este sentido, el crecimiento también es un proceso de mercantilización implacable y a menudo violenta, así como de colonización reiterada de la naturaleza, de las diferentes esferas de la vida y de las actividades reproductivas, que empezaron a transformarse (y aún lo siguen haciendo) de acuerdo a las relaciones sociales mediadas por el mercado[17].
El crecimiento como estabilización dinámica
Las sociedades modernas se estabilizan de forma dinámica a través de un proceso continuo de expansión e intensificación en términos de espacio, tiempo y energía[18]. Esto significa que las sociedades modernas dependen intrínsecamente del crecimiento para estabilizar sus instituciones. Si bien se basa en los procesos de apropiación y explotación que hemos analizado anteriormente, esta dinámica de crecimiento perpetuo proporcionó prosperidad material a cada vez más personas. Aunque en un principio estaba reservada principalmente a los hombres blancos de las clases altas y medias de Europa, también permitió que las luchas sociales y políticas medraran, facilitando el acceso a este nivel de vida material a una proporción cada vez mayor de la humanidad, tanto en el Norte global como en las clases medias y altas del Sur global. Esta creciente democratización de la prosperidad material (desde bienes de consumo como el azúcar y el té para los trabajadores europeos del siglo XIX hasta viviendas privadas más grandes, electrodomésticos, automóviles y viajes en el siglo XX) sentó de nuevo las bases de una aceleración del crecimiento económico aún mayor. En cuanto a su calidad de mecanismo estabilizador del capitalismo, la promesa del aumento del nivel de prosperidad material gracias al crecimiento económico sirvió para apaciguar los conflictos sociales y crear una política tecnocrática, consensual y productivista en la sociedad del crecimiento[19]. Este proceso no se limita a los países centrales capitalistas. Incluso las sociedades socialistas que llegaron a existir en el siglo XX fueron, en esencia, sociedades de crecimiento productivista, aunque en circunstancias diferentes. Ante la presión de la competencia entre los bloques occidental y oriental, estas sociedades también necesitaban una eficiencia económica y técnica y una prosperidad material cada vez mayor para garantizar su estabilidad social[20]. Tal y como examinaremos a lo largo del libro, la promesa de una vida mejor a través del crecimiento también legitimó y, por ende, instauró la desigualdad de desarrollo en todo el mundo.
Asimismo, la estabilización dinámica va más allá de la prosperidad material. De hecho, muchos de los logros sociales y políticos de los que la población de los modernos Estados del bienestar gozan hoy en día(tales como el derecho al voto, el salario mínimo, la asistencia sanitaria y la semana laboral de cinco días) fueron conquistados por movimientos sociales y sindicatos que reaccionaron contundentemente a la modernidad expansiva de los combustibles fósiles. Por ejemplo, en el siglo XX, el poder de la huelga estaba estrechamente vinculado al papel esencial que la mano de obra desempeñaba en las instalaciones de extracción, transporte y procesamiento del carbón y, por lo tanto, a su capacidad de paralizarlas eficazmente. El historiador Timothy Mitchell ha llegado a designar las democracias representativas modernas como «democracias del carbón»[21], poniendo de relieve la profunda conexión entre las propiedades materiales del carbón (que permitieron que los trabajadores del carbón encabezaran un sólido movimiento obrero sólido que luchó con éxito por el bienestar y la participación) y la democracia de masas que surgió de él. El historiador Dipesh Chakrabarty sostiene un argumento similar: los movimientos de emancipación no sólo estaban íntimamente ligados a la dinámica del crecimiento mediante combustibles fósiles, sino que estaban cimentados en ella. Así, «la mansión de las libertades modernas se asienta sobre una plataforma de combustibles fósiles cada vez más extensa. Hasta la fecha, la mayoría de nuestras libertades han requerido un uso intensivo de energía»[22]. Y se pueden esgrimir afirmaciones semejantes en relación con otros logros del Estado del bienestar. Es más, las instituciones públicas de las sociedades modernas (incluido el mismísimo Estado del bienestar, que pretendía pacificar y contener el capitalismo y que surgió de las grandes luchas emancipadoras de los siglos XIX y XX) se estabilizan a sí mismas a través del crecimiento económico: surgieron en el seno de economías en expansión, contribuyeron a éstas y dependen estructuralmente de ellas[23]. Esto incluye instituciones como los sistemas de pensiones, los seguros sanitarios, las prestaciones por desempleo, los seguros de cuidados a largo plazo, los sistemas de educación pública, las universidades y las infraestructuras públicas como carreteras y ferrocarriles, redes de suministro de agua y alcantarillado, redes eléctricas y de telecomunicaciones. El aumento de la producción generó excedentes, lo cual desató luchas por la distribución de la riqueza, la reducción de la jornada laboral y los sistemas de seguridad social[24]. Como también afirma Thomas Piketty, la tendencia estructural del capitalismo a aumentar la desigualdad pudo contrarrestarse a lo largo de la historia en las fases de alto crecimiento[25].
Sin embargo, cabe señalar que la conquista de estos derechos y libertades no fue la consecuencia directa del crecimiento capitalista, sino de las luchas desde las bases. Tal y como destaca la historiadora económica Stefania Barca, «la salud, la riqueza, la longevidad y la seguridad no son el resultado del comercio mundial y del capital, sino de las fuerzas que se han opuesto a ellos»[26]. No obstante, estas luchas se produjeron en el contexto del crecimiento económico y estuvieron condicionadas por él en gran medida.
La salud, la riqueza, la longevidad y la seguridad no son el resultado del comercio mundial y del capital, sino de las fuerzas que se han opuesto a ellos.
Durante los siglos XIX y XX, el modelo económico y social de la modernidad expansiva caracterizada por el crecimiento no triunfó solamente en términos materiales, sino que también permitió alcanzar niveles cada vez mayores y hasta entonces desconocidos de derechos y logros sociales, políticos y culturales. Este impacto fue principalmente ostensible en los primeros centros capitalistas industrializados, pero también en varios países emergentes y a escala global. De esta manera, y en el contexto de la modernidad expansiva y el crecimiento, el progreso de la sociedad se confundió con el crecimiento del PIB al mismo tiempo que se conquistaron importantes derechos democráticos, sociales y culturales. Esto sentó los cimientos de un potente sentimiento común basado en la experiencia vivida de que, en realidad, las mejoras sociales precisan del crecimiento económico y del correspondiente desarrollo de las fuerzas productivas.
Este fue el caso del régimen fordista que imperó de forma preeminente en los países industrializados desde los años veinte hasta los setenta. Incluso tras décadas de austeridad y recortes neoliberales en materia de bienestar, la memoria social de este periodo sigue relacionando con gran intensidad las esperanzas de mejora social con el crecimiento. El fordismo consistía en una constelación de métodos de producción y relaciones de poder basada en la estandarización de la mano de obra en las fábricas (compuesta en su mayor parte por hombres), el aumento de la productividad (a partir de los combustibles fósiles y la estandarización) y la subida los salarios (que permitió que la expansión del consumo masivo absorbiera la creciente producción). Todo esto apaciguó temporalmente el conflicto entre el capital y la mano de obra, sobre todo en los países industrializados. Durante este periodo, las elevadas tasas de crecimiento favorecieron la creación de una sociedad de consumo estructurada en torno a una ética de trabajar y gastar, y amplios mercados para incrementar la producción, un factor clave para la expansión del capital. Como dijo el propio Henry Ford: «Los coches no compran coches». Al mismo tiempo, las altas tasas de crecimiento conllevaron una cierta democratización de la prosperidad. Fue en esta época cuando se impuso el estilo de vida occidental de construir casas en los suburbios, conducir coches y tener lavadoras en todos los hogares[27].
Esta experiencia de democratización de la prosperidad tan vinculada al crecimiento se convirtió en la experiencia formativa de generaciones enteras en los países industrializados. Recientemente se le ha denominado como «modo de vida imperial» para describir cómo este estilo de vida, que estabiliza los centros capitalistas, depende de una estructura desigual e imperial que garantice el acceso global a energía, mano de obra y recursos baratos, externalizando al mismo tiempo sus costes ecológicos a las regiones del Sur global y hacia el futuro. El modo de vida imperial, con su imagen difundida por los medios de todo el mundo y con todas sus comodidades a base de combustibles fósiles y bienes de consumo capitalistas, se ha convertido desde la década de 1990 en un sueño global para mucha gente, alcanzando incluso a las regiones periféricas, que hasta entonces habían trabajado para sentar los cimientos de esta prosperidad pero habían quedado excluidas de sus beneficios[28]. Es esta experiencia de democratización fordista de la prosperidad y este apego a los estilos de vida consumistas el gran desafío que hoy debe superar la crítica del crecimiento, al menos en los países de más temprana industrialización. De hecho, la narrativa que legitima la naturaleza progresiva del crecimiento y el desarrollo de las fuerzas productivas es tan poderosa que también determina parcialmente la mentalidad de la izquierda. Y la misión del crecimiento como mecanismo estabilizador sigue siendo uno de sus principales argumentos.
Sin embargo, este supuesto sentido común ha ido perdiendo fuelle. Desde la década de 1970, el crecimiento contemporáneo está reportando cada vez menos rendimientos sociales. En los centros capitalistas, el crecimiento constante de la producción económica no se ha traducido en un aumento proporcional del bienestar ni ha propiciado una mayor igualdad (excepto en algunas partes de Asia), ya que una pequeña élite mundial ha acaparado la mayor parte de los beneficios. Y lo que es más importante, el crecimiento continuo y la generalización de estilos de vida orientados al consumo en todo el mundo están provocando unos estragos ecológicos y sociales globales cada vez más devastadores[29]. El crecimiento continuo estabiliza las condiciones sociales en el centro capitalista (donde se acumulan sus beneficios) y puede atenuar algunas de las contradicciones de clase, especialmente el conflicto entre capital y mano de obra respecto a la distribución de la producción. Ahora bien, esto tiene su precio y es que las contradicciones se transfieren a otras esferas de la vida y al Sur global. Como resultado, la globalización del «modo de vida imperial» amenaza con destruir los mismísimos logros sobre los que se sustenta su poder ideológico. El crecimiento es un poderoso mecanismo estabilizador de la modernidad capitalista, pero también desestabiliza los fundamentos ecológicos de la vida humana en este planeta.
La tendencia a las crisis, inherente al proceso social de acumulación, junto a los diversos límites ecológicos, sociales y materiales del crecimiento hacen que su futuro resulte muy incierto. Nos aguardan múltiples crisis simultáneas a las que nos enfrentaremos en las próximas décadas, todas ellas fruto de una sociedad global basada en el crecimiento y, progresivamente, en un crecimiento en crisis. Aunque hay quien alberga la esperanza de que el crecimiento siga un derrotero hacia economía menos intensiva en recursos materiales o a un PIB desvinculado de los impactos medioambientales, esto dista mucho de la realidad y no hay pruebas de que vaya a ocurrir a tiempo para evitar un calentamiento global catastrófico. Más allá del cambio climático provocado por las emisiones de carbono, gran parte del mundo se enfrenta a un colapso ecológico y a una crisis de salud pública a raíz de la degradación de los ecosistemas, la contaminación (atmosférica y producida por los plásticos) y los altos niveles de toxicidad en los alimentos y el medio ambiente. Todas estas crisis ecológicas castigan en primer lugar y con mayor dureza a las personas más pobres, así como a las poblaciones oprimidas por jerarquías interseccionales como la raza, la clase y el género. Estas crisis múltiples son la consecuencia de un sistema dependiente e impulsado por el crecimiento.
Conclusión
En este artículo hemos analizado el crecimiento como un proceso social de fuerzas de aceleración, aumento e intensificación que se refuerzan mutuamente y se estabilizan dinámicamente. En nuestro libro también exploramos en detalle que el crecimiento es una idea que ha surgido recientemente y que ha tenido repercusiones novedosas y de gran calado en nuestra forma de concebir la gobernanza y el bienestar. También examinamos el crecimiento como un proceso material, una interacción metabólica entre la sociedad y la naturaleza que, a un ritmo cada vez mayor, permite que cada vez fluyan más recursos a través de «la economía» para luego transformarlos en residuos y emisiones. El crecimiento acaba socavando los cimientos sobre los que se asienta en lo que respecta a estos tres frentes. Sin embargo, la hegemonía del crecimiento perdura. Así pues, es necesario enfrentarse a estas tres dinámicas interrelacionadas para que la crítica del crecimiento llegue a buen puerto. En primer lugar, debemos tomarnos en serio la dimensión material del crecimiento en toda su complejidad, haciendo hincapié en lo que esto significa para un futuro de justicia global. En segundo lugar, debemos examinar detenidamente la manera de superar la dinámica de crecimiento de la modernidad expansiva, que se refuerza a sí misma, sin poner en peligro los logros sociales, culturales y democráticos alcanzados gracias a las luchas sociales, pero dentro del contexto de las sociedades de crecimiento. Y, en tercer lugar, debemos comprometernos con espíritu crítico y desmantelar, además de transformar, las promesas, los mitos y las esperanzas asociadas al paradigma del crecimiento. De entre todas las corrientes intelectuales, el decrecimiento es el movimiento que ha criticado más rigurosamente y ha ofrecido las alternativas más relevantes a esta máquina de crecimiento estabilizadora desde el punto de vista dinámico. Este motivo debería ser suficiente para que los movimientos sociales de hoy en día se impliquen y comprometan con el decrecimiento desde la más absoluta honestidad.
NOTAS
[1]Pineault, Eric. «The growth imperative of capitalist society». Degrowth in Movement (s): Exploring Pathways for Transformation (2020): págs. 29-44. Véase también Schmelzer, Matthias. The hegemony of growth: the OECD and the making of the economic growth paradigm. Cambridge University Press, 2016, y Kallis, Giorgos. «Socialism Without Growth», Capitalism Nature Socialism, vol. 30, 2 (2019): págs. 189–206.
[2] Graeber, David y Wengrow, David (2022). El amanecer de todo: Una nueva historia de la humanidad, trad. Joan Andreano Weyland, Barcelona: Editorial Ariel; Beckert, Sven (2016). El imperio del algodón: Una historia global, trad. Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar, Barcelona: Editorial Crítica.
[3] Ghosh, Amitav (2023). La maldición de la nuez moscada: Parábolas para un planeta en crisis, trad. Noemí Jiménez Furquet (Madrid: Capitán Swing Libros); Moore, Jason W. (2020). El capitalismo en la trama de la vida: Ecología y acumulación de capital, trad. María José Castro Lage (España: Traficantes de sueños); Scheidler, Fabian (2020). The end of the megamachine: A brief history of a failing civilization (Zer0 Books); Wallerstein, Immanuel (2006) Análisis de sistema-mundo (Madrid: Siglo XXI).
[4]Nota de editor: Apropiación de tierras; «toma de tierras» en alemán, literalmente.
[5]Federici, Silvia (2010). Calibán y la bruja: Mujeres, cuerpo y acumulación originaria (Madrid: Traficantes de Sueños); Patnaik, Utsa y Patnaik, Prabhat (2021). Capital and Imperialism: Theory, History, and the Present (Nueva York: NYU Press); Polanyi, Karl (2016). La gran transformación (España: Fondo de Cultura Económica de España); Moore, El capitalismo en la trama de la vida; Robinson, Cedric J. (2021) Marxismo negro: La formación de la tradición radical negra, trad. Juan Mari Maradiaga (España: Traficantes de Sueños); Hartmut, Rosa, Lessenich, Stephan y Dörre, Klaus (2015) Sociology, Capitalism, Critique (Londres: Verso).
[6]Malm, Andreas (2020). Capital fósil: El auge del vapor y las raíces del calentamiento global, trad. Emilio Ayllón Rull (Madrid: Capitán Swing Libros); Beckert, Sven (2016). El imperio del algodón: Una historia global, trad. Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar (Barcelona: Editorial Crítica); Pomeranz, Kenneth (2000). The Great Divergence: China, Europe, and the Making of the Modern World Economy (Princeton: Princeton University Press).
[7]Scheidler, The end of the megamachine; Dale, «The Growth Paradigm»; Malm, Capital fósil; Merchant, Carolyn (2020) La muerte de la naturaleza: Mujeres, ecología y revolución científica (España: Editorial Comares).
[8] Merchant, La muerte de la naturaleza; Radkau, Joachim (2008). Nature and Power: A Global History of the Environment (Cambridge University Press).
[9] Ser blanco no es una propiedad biológica, sino más bien una posición dominante y privilegiada dentro de las estructuras dominantes del racismo. Goodman, Alan H., Moses, Yolanda T. y Jones, Joseph L. (2019) Race: Are We So Different? (Hoboken, NJ: John Wiley & Sons); Robinson,Cedric J. (2019) On Racial Capitalism, Black Internationalism, and Cultures of Resistance (Londres: Pluto Press).
[10]Ghosh, La maldición de la nuez moscada; Grove, Richard H. (2010) Green Imperialism: Colonial Expansion, Tropical Island Edens and the Origins of Environmentalism, 1600-1860 (Cambridge: Cambridge University Press); Klein, Naomi (2015) Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el clima, trad. Albino Santos Mosquera (Barcelona: Ediciones Paidós).
[11]Escobar (2012), La invención del desarollo, trad. Diana Ochoa (Colombia: Editorial Universidad del Cauca); Mignolo, Walter y Walsh, Catherine E. (2018) On Decoloniality: Concepts, Analytics, Praxis (Durham, NC: Duke University Press); Rist, Gilbert (202) El desarrollo: Historia de una creencia occidental, trad. Adolfo Fernández Marugán (Madrid: Los libros de la Catarata); Schmelzer, The hegemony of growth.
[12]Dale, «The Growth Paradigm». Para consultar más bibliografía histórica, véase Kallis, Giorgios y otros, «Research on Degrowth», Annual Review of Environment and Resources nº 43 (2018): 291-316.
[13]Bennholdt-Thomsen, Veronika y Mies, Maria (1999) The Subsistence Perspective: Beyond the Globalized Economy (Londres: Zed Books); Miesm Maria y Shiva, Vandana (2020) Ecofeminismo, trad. Airel Salleh y Yayo Herrero (España: Icaria Editorial); Moore, El capitalismo en la trama de la vida; Salleh, Ariel (2017) Ecofeminism as Politics: Nature, Marx and the Postmodern (Londres: Zed Books).
[14]Graeber, David (2018). Trabajos de mierda: Una teoría, trad. Iván Barbeitos (Barcelona: Editorial Ariel); Osterhammel, Jurgen (2021). La transformación del mundo: Una historia global del siglo XIX, trad. Gonzalo García (Barcelona: Editorial Crítica).
[15]Pineault, «The Growth Imperative of Capitalist Society»; Biesecker, A. y Hofmeister, S. «Focus: (Re)productivity: Sustainable Relations Both between Society and Nature and between the Genders», Ecological Economics nº 69 (2010): 1703-11.
[16] Horkheimer, Max y Adorno, Theodor W. (2007) Dialéctica de la Ilustración, trad. Joaquín Chamorro Mielke (España: Ediciones Akal).
[17]Patel, Raj y Moore, Jason W. (2017) A History of the World in Seven Cheap Things: A Guide to Capitalism, Nature, and the Future of the Planet (Berkeley: University of California Press); Hickel, Jason (2023) Menos es más: Cómo el decrecimiento salvará el mundo, trad. Clara Ministral (Madrid: Capitán Swing Libros).
[18]Lessenich, Rosa y Dörre (2015). Sociology, Capitalism, Critique (Londres: Verso Books); Radkau, Nature and Power; Moore, Capitalism and the Web of Life; Rosa, Hartmut (2020) Resonancia: Una sociología de la relación con el mundo (España: Katz Barpal Editores).
[19]Trentmann, Frank (2017) The Empire of Things: How We Became a World of Consumers, from the Fifteenth Century to the Twenty-First (Nueva York: Harper Perennial); Schmelzer, Hegemony of Growth; Kallis, Degrowth; Jackson, Tim (2023) Prosperidad sin crecimiento: Bases para la economía de mañana (España: Fondo de Cultura Económica).
[20]Radkau, Nature and Power; Wallerstein, Análisis de sistema-mundo; Chertkovskaya, Ekaterina y Paulsson,Alexander. «The Growthocene: Thinking Through What Degrowth Is Criticising», Entitle Blog, 19 de febrero de 2016.
[21]Mitchell, Timothy (2011) Carbon Democracy: Political Power in the Age of Oil (Londres: Verso).
[22]Chakrabarty, Dipesh. «The Climate of History: Four Theses», Critical Inquiry 35, nº 2 (2009): 208.
[23]Lessenich, Rosa y Dörre, Sociology, Capitalism, Critique.
[24]Véase, por ejemplo, Sommer, Bernd y Welzer, Harald (2014) Transformationsdesign. Wege in eine zukunftsfähige Moderne (Múnich: Oekom); Lessenich, Rosa y Dörre, Sociology, Capitalism, Critique; Szeman, Imre y Boyer, Dominic (2017) Energy humanities: An anthology (Baltimore: Johns Hopkins University Press).
[25] Piketty, Thomas (2014) El capital en el siglo XXI, trad. Eliane Cazenave-Tapie Isoard (Madrid: Fondo de Cultura Económica de España).
[26]Barca,Stefania. Forces of Reproduction: Notes for a Counter-hegemonic Anthropocene (Cambridge: Cambridge University Press), 17.
[27]Pineault, Eric. «From Provocation to Challenge, Capitalism and Prospect of “Socialism without Growth”; A Commentary on Giorgios Kallis», Capitalism Nature Socialism 30, nº 2 (2018): 1-16.
[28]Brand,Ulrich y Wissen, Markus (2021) Modo de vida imperial: Vida cotidiana y crisis ecológica del capitalismo (Tinta Limón).
[29]Chancel, Lucas, Piketty, Thomas, Saez, Emmanuel y Zucman, Gabriel (2022). World Inequality Report 2022 (Harvard University Press); Wilkinson, Richard y Pickett, Kate (2011) The Spirit Level: Why Greater Equality Makes Societies Stronger (Nueva York: Bloomsbury Press).
- Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares.
- Traducido por Lara San Mamés y editado por Sara Escribano.
- Texto original de Matthias Schmelzer, Aaron Vansintjan and Andrea Vetter en Strange Matters
- Imagen de portada de Sophie Tuttle aka @sophietuttle
- Imagen de artículo de Logan Rackear aka @loganrackear
- Imagen de artículo de Kashmere Ibarra aka @ibarracolor
Guerrilla Media Collective es una cooperativa de traducción feminista y orientada al procomún. Somos un grupo internacional de profesionales empeñadas en preservar el arte de la traducción y concebimos la cooperativa como una herramienta de trabajo sostenible, digno y ético para las trabajadoras del sector del conocimiento. Traducimos, corregimos, editamos y diseñamos campañas de comunicación. Nuestro objetivo es ofrecer un resultado final impecable cuidando de las personas que lo hacen posible. Por eso abogamos por el cooperativismo como una alternativa justa y solidaria en un sector cada vez más precarizado.
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