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Guerra en Ucrania
Ni guerras ni ejércitos que las mantengan
Decía Gandhi que, ojo por ojo, y todo el mundo acabará ciego. A la vista de los acontecimientos de hoy día, hay quien necesita gafas para ver esto.
La guerra como tal es una institución, y como institución que es, puede ser abolida, desaparecer, como desapareció en la mayor parte del planeta la esclavitud, considerada natural durante muchos siglos. No se trata de un hecho natural, sino de una invención propia de los hombres, machista, patriarcal, a beneficio de las élites que la alimentan pero que no la sufren, ya sea en uno u otro período de la Historia; feudalismo, estatismo, capitalismo, un modelo de resolución de conflictos que establece relaciones insanas para el conjunto de la comunidad y que no se limita únicamente al contacto letal entre pueblos, sociedades, naciones, sino que incluso se traslada al modelo de relación entre una especie y el planeta que le da cobijo, como sucede en el caso de la especie humana, en constante guerra con su hogar. Como dejó escrito Ashley Montagu en La naturaleza de la agresividad humana, es un defecto común confundir nuestros prejuicios con las leyes de la naturaleza.
Guerra en Ucrania
Encarar la guerra de Ucrania desde el pacifismo y el ecologismo
No existen ejércitos de mujeres ni jamás han existido. El ejército de las amazonas no es más que un mito clásico, una leyenda infundada. La guerra es una institución masculina que se nutre del ideario y modelo de conducta machista en su vertiente más violenta, más agresiva, hasta el punto de que emplea la violación como un arma más de guerra, independientemente del bando del violador. Como se corroboró cuando las guerras de la ex Yugoslavia de finales del pasado siglo, las mujeres no solo eran violadas por el ejército enemigo, sino también por su propio ejército.
Pertenezco a una generación que luchó desde la noviolencia contra el ejército de mi propio país y contra la guerra allí donde se sufriera. Abogamos por la desobediencia civil y militar, por la deserción, por la negativa a cumplir órdenes y llevar armas. Denunciamos el secuestro que suponía la instrucción militar, la fabricación, venta y tráfico de armamento. Nos manifestamos a las puertas de los cuarteles, de las fábricas de munición, de los gobiernos militares, mientras boicoteamos juras de bandera, reclutamientos, marchas y desfiles por la patria. Nos instruimos en las técnicas de desobediencia civil, el pacifismo activista, la resolución noviolenta de los conflictos, con estrategias como la resistencia civil noviolenta, la negociación y la mediación. Todo ello de forma anónima, sin protagonismos ni liderazgos de personas o partidos, entre hombres y mujeres a quienes unía una convicción clara: si quieres la paz, prepara la paz.
Pertenezco a una generación que luchó desde la noviolencia contra el ejército de mi propio país y contra la guerra allí donde se sufriera. Abogamos por la desobediencia civil y militar, por la deserción, por la negativa a cumplir órdenes y llevar armas
La abolición del Servicio Militar, la mili, no respondió únicamente a la presión social y al elevado número de jóvenes insumisos que llegó a haber en las cárceles españolas. El estado abolió el Servicio Militar Obligatorio porque había demasiadas voces denunciando el militarismo como modelo de Estado, demasiados ojos puestos en el gasto militar, que sigue siendo a día de hoy tan poco transparente como entonces. Al Gobierno español le interesaba crear un modelo de defensa armada cuyo gasto no fuera cuestionado por la ciudadanía ni desprestigiado. Lo de la tropa y la carne de cañón era fácil de nutrir mediante una población joven sacudida por el desempleo y un amplio volumen de población inmigrante sin otra salida profesional que la del ejército. Bastaría enviar los banderines de enganche para reclutar tropa a aquellas comunidades autónomas donde abundaba fracaso escolar y paro, entre ellas Extremadura como prioritaria.
Las guerras siguen existiendo porque estamos gobernados y gobernadas por élites corruptas, privilegiadas, militarizadas. Los gobiernos, y entre ellos el español, siguen fomentando la guerra como modelo de relación institucional. Para justificar dicho modelo se inventan discursos hipócritas que van desde el derecho de los pueblos a defenderse de agresiones externas a la acogida de la población refugiada, cuestiones que les importa un bledo según sea el asunto o zona de la que se trate. En esta ocasión el interés parte de apuntalar una nueva agenda geoestratégica y militar de la OTAN en el este de Europa. De paso, se ahoga la economía rusa. El negocio sale redondo. Aparte de ello, el filofascismo belicista de las élites rusas queda fuera de toda duda.
Los gobiernos, y entre ellos el español, siguen fomentando la guerra como modelo de relación institucional. Para justificar dicho modelo se inventan discursos hipócritas que van desde el derecho de los pueblos a defenderse de agresiones externas a la acogida de la población refugiada
Tales élites corruptas, militarizadas, han logrado llevarnos a un momento realmente peligroso no solo para la especie humana, sino para el planeta en el que vivimos, más que castigado con nuestro modelo de vida y ahora de nuevo bajo la amenaza de una guerra nuclear. La diplomacia, antes de iniciarse, ha sido abandonada y quienes nos gobiernan apuestan claramente por el intervencionismo a través del aumento de los gastos militares, el envío de armamento y, si es necesario, la confrontación militar, que esta vez no será con armas convencionales. Los organismos supranacionales, tales como la ONU o los tratados de no proliferación de armamento nuclear, han perdido toda validez y no cuentan en el escenario de este peligroso conflicto.
La locura militarista que nos asola, con un argumentario que justifica la violencia y criminaliza el pacifismo, no puede llevar más que a la destrucción mutua. La paz y el bienestar humano son asuntos muy importantes y delicados como para dejarlos en manos de nuestros gobiernos, corruptos y elitistas, que flirtean con la ultraderecha y que hasta la fecha no han sabido más que echar más leña al fuego, mientras ocultan intereses espurios, haciendo cierta aquella máxima antibelicista de que en una guerra la primera víctima es la verdad.
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Aún recuerdo las campañas que hacía el ministerio de defensa para que la gente se apuntara. En los spot de la tele más que anuncios de un ejército parecían de una ONG e incluso tenían un simulador muy guapo que solían poner frente a El Corte Inglés de Badajoz. Mi hijo quería apuntarse al ejército del aire porque te enseñaban a pilotar aviones y helicópteros... No tuve pocas discusiones con él al respecto.
Muchas gracias por este artículo tan sincero y necesario, soy de los que apoyé la insumisión autoinculpándome de la misma, apoyando a los presos, charlas, manis contra todas las guerras, cuando ocurrió la invasión d Afganistán éramos pocos, después vino la d Irak2, nos mintieron y hoy son todos belicistas y a los q no lo somos nos llaman pro-rusos y comunistas para señalarnos, vivimos malos tiempos y tenemos que apoyar ahora más que nunca a los q se enfrentan a Putin y los oligarcas con el no a la guerra. La inflación y el desabastecimiento lo pagamos los de siempre