Guerra en Ucrania
Arcas llenas, fronteras blindadas: clima, migración e hipocresía

Independientemente de dónde vengan, los refugiados merecen la misma solidaridad y ser tratados con la misma dignidad, y no como una amenaza. Es hora de aceptar esa responsabilidad, igual que la de cumplir las obligaciones ya acordadas respecto a la mitigación y adaptación en los países más vulnerables ante los impactos de la crisis climática.
Refugiados Ucranianos frontera Rumania - 1
Familias desplazadas desde diversos puntos de Ucrania cruzan el paso de Siret, en la frontera con Rumanía. José Pedro Martínez
27 mar 2022 12:43

En las últimas semanas, el mundo ha fijado su mirada en el desarrollo de una creciente crisis humanitaria en Europa, en la que millones de personas ya han sido desplazadas desde sus hogares en Ucrania a otros países lindantes.  La buena acogida por parte de los vecinos europeos es un cambio positivo en su postura respecto a otros refugiados que aspiran a cruzar sus fronteras.  Recordemos que hace apenas unos meses en Polonia, donde están recibiendo el mayor número de ucranianos, inmigrantes de Irak y Siria se encontraron con fuerzas policiales encargadas de repelerlos.

Dada la gravedad de la guerra en Ucrania, no extraña que haya sido el centro de atención de casi todos los medios.  Tal fue el impacto de esos primeros días que prácticamente todas las demás noticias mundiales quedaron eclipsadas. Entre ellas, la publicación el pasado 28 de febrero del último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC por su siglas en inglés).  Este condenatorio documento no resulta menos exasperante por el contexto bélico en el que se ha publicado, sino que viene a agravar las muestras de la fragilidad del mundo y nuestro futuro en él.  En suma, la situación climática es aún peor de lo previamente pronosticado. 

Según el informe, casi la mitad de la población mundial vive en áreas estimadas a ser vulnerables al cambio climático.  Especial atención se presta a las ciudades como nuevos focos de peligro, señalando cómo ¨la creciente urbanización y el cambio climático, en conjunto, crean riesgos complejos¨.  Estos riesgos se caracterizan por ¨altos niveles de pobreza y desempleo, y una falta de servicios básicos ̈,  exacerbados por un aumento del éxodo rural desatado por crisis climáticas.  Al anunciar los hallazgos del informe del IPCC, las palabras de Antonio Guterres sonaron más tajantes que nunca, quien equiparó la ¨abdicación de liderazgo¨ de los grandes contaminantes con un acto de criminalidad, señalándolos como responsables de un ¨incendio provocado¨ en el planeta.  Asimismo, Guterres reforzó la importancia que tiene una coordinada adaptación y mitigación del cambio climático como estrategia para desacelerar los impactos más severos sufridos por las poblaciones más afectadas.

Tales estrategias de adaptación y mitigación son las mismas que los países desarrollados se comprometieron a financiar en el año 2009 en Copenhague, alrededor de unos 100 mil millones de dólares por año hasta 2020 (acuerdo extendido hasta 2025 en la cumbre de París 2015).  Desde entonces, no se ha alcanzado la dotación ningún año. En 2019, por ejemplo, invirtieron 80 mil millones en finanzas climáticas, y en 2020 unos 82 mil millones.  Máxime cuando ese dinero no se ha presentado en forma de donaciones, sino de préstamos, lo cual tenderá a empobrecer más aún los países más vulnerables, que paradójicamente son los menos responsables por las catástrofes que sufren. 

Entre 2013 y 2018 la suma de gastos en controles de fronteras e inmigración por parte de los países más contaminantes ha sido el doble de su inversión para combatir el cambio climático

En lugar de cumplir con estas obligaciones financieras, la estrategia de adaptación por la que han optado las naciones G7 ha sido el incremento de la militarización fronteriza.  Así lo explica el informe Muro Contra el Clima, publicado en octubre de 2021 por el instituto internacional de investigación Transnational Institute (TNI).  Según el reporte, entre 2013 y 2018 la suma de gastos en controles de fronteras e inmigración por parte de los países más contaminantes ha sido el doble de su inversión para combatir el cambio climático.  Esta enorme brecha representa dos tendencias predominantes en el ¨norte global¨: por un lado, la de hacer promesas vacías respecto a una sensata y coordinada acción frente a la crisis climática, y por otro, la de presentar la inmigración como una amenaza, lo cual justifica el aumento de presupuestos asignados a seguridad en las fronteras.  En 2021, por ejemplo, el presupuesto de Frontex (organismo de la UE) se había inflado más del 2000% desde su fundación en 2006.  Dentro de este contexto, muchos críticos hablan de un creciente complejo industrial-fronterizo, señalando contrataciones de empresas armamentísticas y de seguridad como Airbus, Thales y Leonardo— que aseguran sus ganancias a expensas del sufrimiento humano.

Aunque en algunos círculos políticos la relación causal entre el clima y la inmigración es una cuestión de debate, la relación parece bastante clara.  Escasez de agua, de alimentos, degradación de suelo, subidas de temperatura y niveles del mar ponen en riesgo la subsistencia de numerosos pueblos.  El Informe Mundial sobre Desplazamiento Interno 2021 del Observatorio de Desplazamiento Interno señala que, en 2020, 30,7 millones de personas fueron desplazadas por catástrofes climáticas, tres veces más que por conflictos bélicos en el mismo año.  Incluso el Banco Mundial reconoce la severidad del cambio climático sobre migraciones internas en su informe Groundswell: proyecta unos 216 millones de desplazados para el año 2050, a no ser que se lleve a cabo una ¨acción decisiva¨ por parte de las grandes potencias mundiales.  Mientras tanto, el dinero sigue yendo a la construcción de muros, tecnología de vigilancia y controles fronterizos.

Indudablemente, la crisis humanitaria en Ucrania merece toda la ayuda que podamos ofrecer.  Esperemos, sin embargo, que cuando lleguen a Europa otras personas en situaciones igualmente precarias, y por circunstancias semejantes, nuestra memoria no sea tan característicamente corta como suele ser

Cierto es que establecer un nexo directo entre catástrofes climáticas sin mencionar desastres de evolución lenta— y la inmigración externa es difícil.  No obstante, algunos académicos sí lo han propuesto.  En el caso de Siria, por ejemplo, investigadores han sugerido que la sequía sin precedentes de 2007-2010 fue un factor ¨invisible¨ en la germinación de la revolución y la consiguiente represión violenta que comenzaron en marzo del 2011.  El conflicto ha producido desde entonces millones de solicitudes de asilo en el extranjero.  Según el estudio, la sequía devastó la producción de trigo y casi aniquiló el ganado, mientras que los precios de alimentos se disparaban.  Y todo ello en medio de continuos recortes a los subsidios sociales destinados a necesidades básicas.  Subsecuentes éxodos rurales a zonas urbanas, donde ya había campos de refugiados iraquíes, agregaron mayor estrés a la pobreza y desempleo ya existentes.  El resultado fue una agitación social que finalmente desencadenó en un conflicto que tristemente continúa hoy en día, habiendo forzado a millones de personas a huir de la devastación.

Si bien tal vez no esté empíricamente comprobado, esta narrativa sobre la relación causal entre el cambio climático y los movimientos migratorios sí está en línea con las proyecciones de políticas migratorias en Europa, datando incluso de años atrás.  En 2008, la Comisión Europea publicó el reporte Climate Change and International Security en el que se exponía claramente la futura propulsión de migraciones al continente a raíz de la crisis climática.  Ante este previsto ¨estrés migratorio adicional provocado por el medio ambiente¨, los autores advertían de la necesidad de un ¨continuado desarrollo de una política migratoria europea integral.¨  Evidentemente, está política se ha implementado desde entonces con el subyacente objetivo de mantener a los refugiados fuera.  Así ha sido, hasta Ucrania.

Indudablemente, la crisis humanitaria en Ucrania merece toda la ayuda que podamos ofrecer.  Esperemos, sin embargo, que cuando lleguen a Europa otras personas en situaciones igualmente precarias, y por circunstancias semejantes, nuestra memoria no sea tan característicamente corta como suele ser.  Independientemente de dónde vengan, los refugiados merecen la misma solidaridad y ser tratados con la misma dignidad, y no como una amenaza.  Es hora de aceptar plena y adecuadamente esa responsabilidad, igual que la de cumplir las obligaciones ya acordadas respecto a la mitigación y adaptación en los países más vulnerables ante los impactos de la crisis climática.  Así, ojalá se evite que todavía más personas se vean forzadas a desplazarse, y que puedan decidir por sí mismas dónde está su hogar.

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