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Charles Eisenstein y la coronación (epílogo)
¿Qué puede guiarnos, como individuos y como sociedad, mientras recorremos este jardín de senderos que se bifurcan? En cada cruce podemos ser conscientes de lo que perseguimos: el miedo o el amor, la supervivencia o la generosidad. ¿Viviremos atemorizados y construiremos una sociedad basada en el miedo? ¿Viviremos para preservar nuestros yoes aislados? ¿Usaremos la crisis como un arma contra nuestros enemigos políticos?
Charles Eisenstein es un escritor y conferenciante que se describe a sí mismo como "narrador de historias". Además de dar conferencias públicas en cumbres de economía alternativa, decrecimiento o incluso en festivales de música, es ensayista y contribuye artículos con regularidad a publicaciones como Reality Sandwich, The Guardian o Shareable.Ver bio completa
Esta es la séptima y última parte del relato “La coronación”, de Charles Eisenstein. La primera parte habla de la crisis de la COVID-19 y los primeros cambios que supuso en nuestras vidas, la segunda sobre del desarrollo inicial de la pandemia y las cifras reales, la tercera sobre las teorías de la conspiración y las libertades de la población, la cuarta sobre los sacrificios que debemos realizar, la quinta sobre las decisiones que debemos tomar ante esta nueva realidad y la sexta sobre las repercusiones de las medidas de seguridad y control impuestas a la población.
* * *
Hay una alternativa al paraíso de control perfecto que nuestra civilización ha perseguido durante tanto tiempo y que retrocede igual de rápido que nuestro progreso, como si fuera un espejismo en el horizonte. Sí, podemos actuar como antes y continuar por el camino hacia un mayor aislamiento, reclusión, dominación y separación. Podemos normalizar el aumento de los niveles de separación y control, creer que son necesarios para mantenernos seguros y aceptar un mundo en el que nos asuste estar cerca unos de otros. O podemos aprovechar de esta pausa, esta ruptura de la normalidad, para tomar un camino de reencuentro, de holismo, de restauración de conexiones perdidas, de reparación de la comunidad y de reincorporación a la red de la vida.
¿Redoblamos la protección del yo separado o aceptamos la invitación a un mundo en el que todos nosotros estamos juntos en esto? No nos encontramos esta pregunta únicamente en el campo de la medicina: también aparece en nuestra política, nuestra economía y en nuestras vidas personales. Tomemos por ejemplo el tema de la acumulación compulsiva, que encarna el pensamiento de “no habrá suficiente para todos, así que voy a asegurarme de que haya suficiente para mí”. Otra respuesta podría ser: “algunos no tienen suficiente, así que compartiré lo que tengo con ellos”. ¿Vamos a ser supervivientes o solidarios? ¿De qué sirve la vida?
A mayor escala, la gente se está haciendo preguntas que hasta ahora habían permanecido en la esfera activista. ¿Qué deberíamos hacer con los sintecho? ¿Qué deberíamos hacer con las personas encarceladas? ¿En las chabolas del Tercer Mundo? ¿Qué deberíamos hacer con los desempleados? ¿Y qué hay de las camareras de pisos, los conductores de Uber, los fontaneros, los conserjes, las conductoras de autobuses y los cajeros que no pueden trabajar desde casa? Y ahora, por fin, ideas como el alivio de la deuda estudiantil y la renta básica universal están floreciendo. “¿Cómo protegemos a las personas vulnerables ante el coronavirus?” nos lleva a preguntarnos: “¿cómo cuidamos de las personas vulnerables en general?”
Ese es el impulso que nos remueve por dentro, a pesar de la superficialidad de nuestras opiniones sobre la gravedad, el origen o la mejor forma de abordar el coronavirus. Se trata de ponernos serios sobre cuidar los unos de los otros. Recordemos lo valiosos que todos somos y lo valiosa que es la vida. Hagamos un inventario de nuestra civilización, vayamos a sus raíces y veamos si podemos construir una más bella.
Recordemos lo valiosos que todos somos y lo valiosa que es la vida. Hagamos un inventario de nuestra civilización, vayamos a sus raíces y veamos si podemos construir una más bella.
A medida que el coronavirus despierta nuestra compasión, cada vez somos más los que nos damos cuenta de que no queremos volver a una normalidad en la que la compasión brilla por su ausencia. Ahora tenemos la oportunidad de forjar una normalidad nueva y más compasiva.
Hay muchos indicios esperanzadores de que esto está ocurriendo ya. El gobierno de los EE. UU., que durante mucho tiempo parecía ser prisionero de los desalmados intereses corporativos, ha arrojado cientos de miles de millones de dólares en pagos directos a las familias. Donald Trump, que no es conocido precisamente por ser un adalid de la compasión, ha establecido una moratoria en las ejecuciones hipotecarias y desahucios. Podemos adoptar un punto de vista cínico respecto a ambos sucesos, desde luego. Sin embargo, encarnan el principio de cuidar de los vulnerables.
Escuchamos historias de solidaridad y curación en todas partes del mundo. Un amigo me contó que había enviado 100 dólares a diez desconocidos que estaban pasando verdaderos apuros. Mi hijo, que hasta hace unos días trabajaba en Dunkin’ Donuts, me dijo que los clientes estaban dando propinas cinco veces superior a lo normal (y estamos hablando de personas de clase trabajadora, muchos de ellos camioneros hispanos que también atraviesan dificultades económicas). Las médicas, enfermeras y “trabajadoras esenciales” de otras profesiones arriesgan sus vidas para servir al público. Estos son algunos ejemplos más de este estallido de amor y generosidad, cortesía de la página web ServiceSpace:
“Quizás estamos a medio camino de vivir esa nueva historia. Imagina a la fuerza aérea italiana tocando la música de Pavarotti, a los militares españoles realizando un servicio público y a la policía local tocando la guitarra… Para *inspirar* a los demás. A las corporaciones ofreciendo aumentos de salario imprevistos. A los canadienses comenzando una campaña de “propagación de la amabilidad”. A una adorable niña de seis años de Australia regalando el dinero del ratoncito Pérez, a un niño de primaria de Japón confeccionando 612 mascarillas y a universitarios de todo el mundo comprando comida a ancianos. A Cuba enviando un ejército de “batas blancas” (médicos) para ayudar a Italia. A un casero permitiendo que sus inquilinos permanezcan en su hogar sin pagar el alquiler, un poema de un sacerdote irlandés viralizándose, a activistas discapacitados fabricando gel desinfectante de manos. Imagina (todo eso). A veces una crisis refleja nuestro impulso más profundo: el hecho de que siempre podemos responder con compasión.“
Como Rebecca Solnit describe en su maravilloso libro titulado Un paraíso construido en el infierno, a menudo el desastre libera la solidaridad. Un mundo más bello brilla justo bajo la superficie, emergiendo cada vez que los sistemas que lo mantienen bajo el agua disminuyen su control.
Durante mucho tiempo, hemos permanecido impotentes como colectivo ante una sociedad cada vez más enferma. Ya sea por el deterioro constante de la salud, el declive de las infraestructuras, la depresión, el suicidio, las adicciones, la degradación ecológica o la concentración de la riqueza, los síntomas del malestar civilizacional en el mundo desarrollado son evidentes, pero nos hemos quedado atascados en los sistemas y patrones que los causan. Ahora el coronavirus nos ha regalado un botón de reinicio.
Nos esperan un millón de encrucijadas. La renta básica universal podría significar el fin de la inseguridad económica y la prosperidad de la creatividad, ya que liberaría a millones de personas de un trabajo que el coronavirus nos ha demostrado que es menos necesario de lo que pensábamos. O, con la destrucción de los pequeños comercios, podría traducirse en una dependencia del Estado por un estipendio con unas condiciones estrictas. La crisis podría llevarnos al totalitarismo o a la solidaridad, a la ley marcial médica o a un renacimiento holístico, a un mayor miedo al mundo microbiano o una mayor resiliencia por su participación activa, a unas normas permanentes de distanciamiento físico o a una voluntad renovada de reencuentro.
¿Qué puede guiarnos, como individuos y como sociedad, mientras recorremos este jardín de senderos que se bifurcan? En cada cruce podemos ser conscientes de lo que perseguimos: el miedo o el amor, la supervivencia o la generosidad. ¿Viviremos atemorizados y construiremos una sociedad basada en el miedo? ¿Viviremos para preservar nuestros yoes aislados? ¿Usaremos la crisis como un arma contra nuestros enemigos políticos? Estas preguntas no son cuestiones de todo o nada, todo miedo o todo amor. El próximo paso hacia el amor está ante nosotros. Es emocionante, pero no imprudente. Atesora la vida, al mismo tiempo que acepta la muerte. Y confía en que, con cada paso, el siguiente se hará visible.
No creas que elegir el amor en vez del miedo se puede lograr únicamente por mera voluntad y que el miedo también puede conquistarse como un virus. El virus al que nos enfrentamos es el miedo, ya sea a la COVID-19 o a la respuesta totalitaria hacia él, y este virus también tiene su medio. El miedo, junto con la adicción, la depresión y un montón de enfermedades físicas, florece en un campo de separación y traumas: traumas heredados, traumas infantiles, violencia, guerra, abusos, negligencias, vergüenza, castigo, pobreza y el trauma normalizado y silenciado que afecta a casi todos los que viven en una economía monetizada, los que están sujetos al sistema escolar moderno o los que viven sin una comunidad o una conexión con el lugar que habitan. Este caldo de cultivo se puede cambiar mediante la curación del trauma a nivel personal, mediante un cambio sistémico hacia una sociedad más compasiva y mediante la transformación de la narrativa básica de la separación: el yo separado del mundo de los demás, el yo separado del tú, la humanidad separada de la naturaleza. Estar solo es un miedo primario y la sociedad moderna nos ha aislado cada vez más y más. Pero ha llegado el momento del Reencuentro. Cada acto de compasión, amabilidad, valentía o generosidad nos cura de la historia de la separación, porque asegura tanto al actor como al testigo que estamos juntos en todo esto.
Acabaré mencionando una dimensión más de la relación entre los seres humanos y los virus. Los virus son un elemento integral de la evolución, no solo de los humanos sino de todos los eucariotas. Los virus pueden transferir ADN de un organismo a otro, a veces insertándolo en la línea germinal (convirtiéndose entonces en hereditario). Conocido como transferencia genética horizontal, este es un mecanismo primario de evolución que permite que la vida evolucione de una manera mucho más rápida que mediante la mutación aleatoria. Como dijo Lynn Margulis una vez: “somos nuestros virus”.
Y ahora permíteme aventurarme en el terreno especulativo. Quizás las grandes enfermedades de la civilización han acelerado nuestra evolución biológica y cultural, confiriendo información genética clave y ofreciendo una iniciación tanto individual como colectiva. ¿Podría la actual pandemia ser sólo eso? Nuevos códigos de ARN se están extendiendo de humano a humano, introduciendo nueva información genética en nuestro genoma. Al mismo tiempo, estamos recibiendo otros “códigos” esotéricos que van a la zaga de los biológicos, interrumpiendo nuestras narrativas y sistemas de la misma forma que una enfermedad interrumpe la fisiología de nuestros cuerpos. El fenómeno sigue el modelo de la iniciación: separación de la normalidad, seguida de un dilema, ruptura o suplicio, seguido (si es que llega a completarse) por la reintegración y la celebración.
Y es entonces cuando nos preguntamos: ¿iniciación a qué? ¿Cuál es la naturaleza y el propósito específicos de esta iniciación? El nombre popular de la pandemia ofrece una pista: coronavirus. Una corona. “La nueva pandemia de coronavirus” significa “una nueva coronación para todos”.
Ya podemos sentir el poder de las personas en quienes podríamos llegar a ser. Un verdadero soberano no huye atemorizado por la vida o la muerte. Un verdadero soberano no domina ni conquista (ese un arquetipo sombrío, el Tirano). Un verdadero soberano sirve al pueblo, sirve a la vida y respeta la soberanía de todos los pueblos. La coronación marca la aparición de lo inconsciente en la conciencia, la cristalización del caos en el orden, la transcendencia de la obligación en la elección. Nos convertimos en los gobernadores de lo que nos había gobernado. El Nuevo Orden Mundial que los teóricos de la conspiración temen es una sombra de la gloriosa posibilidad que se nos abre a los seres soberanos. Despojados de nuestra función de vasallos del miedo, podemos poner orden en el reino y construir una sociedad intencional sobre los cimientos del amor que ya está brillando a través de las rendijas del mundo de la separación.
- Producido por Guerrilla Translation bajo una Licencia de Producción de Pares
- Texto traducido por Lara San Mamés, editado por Silvia López
- Artículo original publicado en la página web de Charles Eisenstein
- Imagen de portada de Terence Faircloth
- Imagen de artículo de Jacob Surland
Guerrilla Media Collective es una cooperativa de traducción feminista y orientada al procomún. Somos un grupo internacional de profesionales empeñadas en preservar el arte de la traducción y concebimos la cooperativa como una herramienta de trabajo sostenible, digno y ético para las trabajadoras del sector del conocimiento. Traducimos, corregimos, editamos y diseñamos campañas de comunicación. Nuestro objetivo es ofrecer un resultado final impecable cuidando de las personas que lo hacen posible. Por eso abogamos por el cooperativismo como una alternativa justa y solidaria en un sector cada vez más precarizado.
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He leído un artículo muy interesante sobre el 'revivar' del cliché de creer que todos los intelectuales son malos y, más, si son de izquierdas.
Diré una cosa, los intelectuales no son malos, las personas son malas.
Y, antes de que me tachas de intelectual, diré que no soy intelectual, que soy Hombre de Acción. Que soy Falco. Nadie más.
Y por cierto... Falco es bisexual.
Con todo esto. Y un bizcocho.
Gato Negro promiscuo y hermoso.
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