Opinión
Cometas contra drones

El 30 de julio leí una lista de miles de nombres de niños y niñas muertos en Gaza. No fui la única: estaba ahí en el Washington Post, un camposanto virtual a la vista de todos. Hice un scroll infinito de nombres propios de corta historia, de apellidos con una larga historia de opresión. Quise dimensionar los 60.000 duelos que dejaron cada una de esas vidas pequeñas, pero es demasiado. Quise duelar yo misma a las 60.000 personas adultas que no serán, tomar conciencia de los vacíos que deja su muerte en la narrativa del futuro.
El artículo del Washington Post reproducía sin eufemismos ni justificaciones las palabras de hermanos y madres, de abuelos y tías. El terror narrado por vecinos y doctoras: sangre, cuerpos aplastados, miembros desgajados, rostros desfigurados, un dolor insoportable. No es un informe de la Unrwa al que solo accederán quienes estén más interesados. No es una publicación alternativa que no tiene miedo a enunciar la verdad. No es un expediente confidencial ni un fanzine clandestino. Quien publicó tal expediente desnudo del genocidio es una de las cabeceras más históricas, más mainstream, más leídas, del periodismo occidental, comparte base con el mismo gobierno que apoya incondicionalmente a la entidad asesina de todos esos niños y niñas. Ese mismo día, el Senado estadounidense rechazaba nuevamente dos propuestas que perseguían detener el comercio de armas con Israel.
En noviembre de 2024, el doctor británico Nizam Mamode, relató en sede parlamentaria lo que había vivido en el hospital Nasser, en Gaza, los meses anteriores. "Atendimos a niños que decían: ‘estaba en el suelo, después de que cayera una bomba, y un cuadricóptero descendió, planeó sobre mí, y me disparó’”, detalló con voz temblorosa. Los drones, explicaba el cirujano, llegaban después de las bombas, para perseguir a la gente. “Las balas que disparan los drones son pequeñas bolitas cúbicas, y yo extraje varias de ellas del abdomen de niños pequeños”, esas bolitas, detallaba, una vez dentro del cuerpo rebotan y se expanden causando múltiples daños internos. Así es la optimización de la tecnología de la muerte que ya está escribiendo la historia.
Robots al acecho
“El Bird of Prey [ave rapaz] es un sistema armamentístico ágil, compacto y totalmente estabilizado para plataformas de drones, diseñado para mejorar la letalidad de las escuadras de infantería (...)”. Este extracto sale de la web de Elbit System, la empresa más exitosa de la industria del dron que, según afirma el movimiento BDS, provee el 85% de los drones que utiliza el ejército israelí. Estas “aves rapaces” que rematan niños y niñas, hombres y mujeres, son uno de los principales activos de la economía sionista.
Esto lo saben los y las activistas de Palestine Action, el grupo de acción directa que lleva años señalando a la empresa, consiguiendo incluso el cierre de una de sus fábricas en Reino Unido. Meses después de que el doctor Mamode expusiera el régimen de terror de los drones sobre Gaza, el gobierno de Reino Unido prohibía Palestine Action, echando mano de la legislación antiterrorista. Así es la complicidad de nuestros gobiernos, persiguiendo a quienes ponen el cuerpo contra la barbarie.
En un informe publicado por Euromed Human Rights Monitor se reportaba cómo los cuadricópteros israelís se han convertido en un arma de guerra psicológica diseñada para aterrorizar a la población
En un informe publicado por la organización Euromed Human Rights Monitor, el pasado junio, se reportaba cómo los cuadricópteros israelís se han convertido en un arma de guerra psicológica diseñada para aterrorizar a la población. Su forma compacta permite a estos dispositivos planear sobre las tiendas de campaña, entre los pasillos de los espacios que acogen refugiados, o penetrar directamente en las casas.
El artículo recoge testimonios que muestran cómo estos aparatos emiten grabaciones sonoras de gran impacto, ataques de perros contra niños, mujeres pidiendo ayuda, sirenas de ambulancias. Cuando las personas se dirigen a la fuente del sonido para ver qué está pasando, a menudo son disparadas por esta alta tecnología de la guerra. Un testimonio recogido en el artículo, relata cómo al final, ante la duda de que los gritos y los pedidos de ayuda puedan ser una trampa, ya no saben qué hacer: “estamos paralizados por la duda y el miedo”. Otra mujer relata cómo una noche captó un dron dentro de su casa, donde se refugiaba con sus hijos. “Ya nunca me siento segura, en cualquier momento esos drones pueden invadir nuestras casas, filmarnos, o simplemente disparar”.
En octubre de 2023, el poeta Refaat Alareer, publicó el poema titulado “Si debo morir”. En sus versos, deseaba que tras su muerte alguien juntara un trapo, varillas y un cordel para hacer una cometa
Las expresiones “miedo anticipatorio”, “estado de ansiedad perpetuo”, la imagen de madres y padres arrasados emocionalmente por la incapacidad absoluta de proteger a sus hijos, capturan mi mente mientras leo cómo Elbit System duplicó más del doble sus ventas a la Unión Europea entre 2021 y 2024. El futuro se presenta como un “estado de ansiedad perpetuo” inhumanamente lucrativo.
Los drones me atormentan. Los pienso como máquinas exactas y precisas, un ejemplo más de hasta dónde puede llegar la inteligencia humana si no hay ética que la encamine. Máquinas de matar brillantes, caras, rentables, que asesinan con productividad estajanovista, cada vez más emancipadas de la voluntad humana, obedeciendo órdenes dictadas por la Inteligencia Artificial para maximizar su alcance. Imponentes pájaros de la muerte que van achicando la vida con su zumbido agorero, que persiguen a quienes intentan sobrevivir por las calles apocalípticas de Gaza entre el fuego y las ruinas, como un monstruo robótico parido por las más retorcidas mentes hollywoodienses.
Las cometas como símbolo
En febrero de 2024 una organización proisraelí consiguió que una pequeña población británica suspendiera una actividad familiar que la comunidad había preparado en solidaridad con Palestina. Se trataba de elaborar cometas. La organización Abogados de Reino Unido por Israel consideraba la iniciativa peligrosa para la convivencia y ofensiva para la población judía, citando a las cometas prendidas en fuego que durante la marcha del retorno de 2018 —en la que miles de palestinos marcharon para exigir el fin del bloqueo— algunos manifestantes lanzaron al otro lado del muro de Gaza. Durante aquellos meses de protestas, Israel asesinó a 223 personas e hirió a más de 9.000. Los Abogados por Israel también señalaron el uso de parapentes por parte de milicianos de Hamás en el ataque contra el festival de música electrónica Supernova. La organización, cuyo objetivo es luchar contra la deslegitimación de Israel, consiguió criminalizar las cometas.
Los talleres y voladas de cometas, sin embargo, siguen siendo una forma común de mostrar solidaridad con el pueblo palestino. Identificadas como un símbolo de desafío y esperanza en el territorio ocupado, 15.000 niños volaron sus cometas en Gaza en el 2011, rompiendo un récord mundial. En octubre de 2023, el conocido poeta Refaat Alareer, publicó el poema titulado “Si debo morir”. En sus versos, deseaba que tras su muerte alguien juntara un trapo, varillas y un cordel para hacer una cometa, y así, algún día, un niño que hubiera perdido a su padre sin poder despedirse “vea la cometa, mi cometa que tú hiciste, sobrevolándole, y sienta que por un momento ha llegado un ángel para regresar el amor”.
Una cometa es lo contrario a un dron, artesanal, hecha con amor y tiempo, por las manos de niños y madres, de abuelos, y hombres que usan sus manos para crear algo bello. Elaborada una tarde, como una explosión de alegría sobre los cielos, un pedazo de resistencia contra la desmemoria, un homenaje a quienes se desesperan bajo las bombas. Cometas lúdicas, improductivas, precarias, que contienen en sí toda la humanidad ausente de las máquinas de la guerra a las que el poder ha apostado el futuro de todas.
Mientras los drones patrullan el infierno de Gaza, dando caza a los últimos supervivientes, y en los altos despachos de la infamia se siguen firmando contratos billonarios que compravenden el asesinato a gran escala, quizás debamos ser cometas, frágiles pedazos de resistencia, testaruda esperanza que se alce contra la prepotencia de los genocidas. Organizar batallones de humanidad, que aún débiles, aún desolados, sigan buscando grietas para sabotear esta trayectoria, precisa, letal y sofisticada hacia el fascismo, en la que estamos todas secuestradas.
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