Galicia
Las sombras que persiguen a los últimos fusilados del franquismo: medio siglo de preguntas sin respuesta

La noche antes de que los matasen, Xosé Humberto Baena y José Luis Sánchez-Bravo cantaron el himno gallego y A Rianxeira con los ojos llorosos en dos celdas de mala muerte en un sótano de la cárcel de Carabanchel. No se habían conocido antes a pesar de que ambos eran de Vigo, estudiaron en el mismo instituto y se alistaron a comienzos de los setenta en el Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP): “No se conocían de antes, pero esa noche se convirtieron en inseparables”.
La cita es del periodista Roger Mateos, que acaba de publicar un insólito y laborioso trabajo de investigación sobre las certezas, las preguntas sin responder y, sobre todo, los secretos alrededor de los hechos que llevaron a que el último fusilado del franquismo, Baena, perdiese la vida frente a un pelotón de fusilamiento a la luz del alba del 27 de septiembre de 1975 en Hoyo de Manzanares. Lo asesinaron junto a Sánchez-Bravo y Ramón García Sanz, camaradas del PCE (m-l) y el FRAP; y después de dos militantes de ETA político-militar, Juan Paredes Manot (Txiki) y Ángel Otaegui —a diferencia de lo que suele decir el grueso de la historiografía—.
Partiendo de una investigación que se remonta a hace más de veinte años, El verano de los inocentes trata de reconstruir las grandes incógnitas que rodean al asesinato del agente de la Policía Armada —predecesora de la Nacional— Lucio Rodríguez Martínez en la calle Alenza de Madrid. Una acción organizada y reivindicada por el FRAP por la que un tribunal militar condenó a pena de muerte a Xosé Humberto en un juicio-farsa sin ningún tipo de garantía jurídica, pero cargado de simbolismo.
Tanto a Baena como a sus compañeros de militancia en el Partido Comunista de España (marxista-leninista), detenidos diez días después de los atentados, le sacaron sus testimonios jurados bajo torturas en las mazmorras de la Dirección General de Seguridad, centro neurálgico de los crímenes de lesa humanidad del régimen de Franco hasta el último suspiro de la dictadura. En aquel sustrato, abonado por los gritos de las cientos de personas extorsionadas física y psicológicamente, medraron infames personajes de la policía franquista como Roberto Conesa, el famoso Billy el Niño –Antonio González Pacheco– o Manuel Ballesteros. De hecho, todos ellos, los asesinados aquel verano, pasaron por las manos manchadas de sangre de Conesa.
Las grandes hipótesis en torno al atentado por el que fue inculpado Baena conviene descubrirlas, en su contexto, en esta crónica publicada por Anagrama hace apenas un par de semanas. Cualquier breve recorte sería injusto para con la historia. Sin embargo, la gran prueba que es el motor y la obsesión del periodista catalán es el relato de las últimas palabras de Baena con su padre antes de partir hacia su último destino. Todavía hoy siguen guardadas a fuego en el corazón de su hermana Flor:
—Te digo una cosa, hijo, preferiría que me dijeras que fuiste tú el culpable, porque por lo menos sabría que quienes te condenaron a muerte no se equivocaron de persona. Pero si me dices que van a fusilar a un inocente, todavía me dolerá más.
—Lo siento, papá, pero no puedo darte este consuelo. No fui yo quien lo mató.
Mateos se obsesionó con este testimonio. El mismo que lleva acompañando a Flor Baena cincuenta años mientras lucha para limpiar la memoria de su hermano. Un camino que este agosto vio su primera luz cuando el Gobierno declaró nula la condena a muerte a Xosé Humberto: “Por fin he conseguido que el Estado escriba asesinado donde decía asesino”, celebró Flor.
Sin embargo, sigue habiendo demasiadas zonas oscuras en una historia profundamente incómoda para todas las personas implicadas en los sucesos de aquel verano: excepto para las familias de las víctimas. Merecen ser iluminadas y ese es el hilo que vertebra El verano de los inocentes: quedan grandes cuestiones por resolver. Además, existen los ingredientes para que sean resueltas.
Roger Mateos se las plantea y, muchas de ellas, consigue responderlas o, al menos, acercarse mucho a ello. Sobre las penas de muerte. ¿Quién decidió que esos jóvenes tenían que morir, en un momento en que la salud de Franco se aguantaba con pinzas? El PCE (m-l) creyó que la violencia sería decisiva para que la Transición fuera más una ruptura que una reforma ¿Fueron aquellas muertes responsabilidad de los jueces que dictaron las sentencias, o bien hubo órdenes desde más arriba para orientar el veredicto? La comunidad internacional, el Papa de Roma y hasta el hermano de Franco le pidieron el indulto. Y sobre la lucha armada del FRAP en el verano de 1975: ¿en qué reunión se decidió empezar a matar policías y por qué el plan acabó en tamaña catástrofe?
Además de las más trascendentales para acabar de limpiar la memoria de Baena, las que tienen que ver con los atentados en los que él y otros compañeros fueron culpados: ¿detuvo la policía a los verdaderos autores de los crímenes de aquel verano, o bien los condenados fueron simples cabezas de turco? La pregunta es fundamental y para resolverla, el autor se chocará durante años con un gran pacto de silencio en el corazón del PCE (m-l) y el FRAP que, a diferencia de lo que se cree, no era el brazo armado del partido, sino un frente en el que varias organizaciones contrarias a la estrategia de Santiago Carrillo en el PCE se juntaron para hacer política.
“Me decidí a romper el tabú gracias a un militante del partido: Luis Puicercús, Putxi. Él estaba convencido de que, más allá de lo obvio —que la dictadura fusiló a esos cinco militantes de manera atroz, después de unos simulacros de juicio en los que no se impartió ninguna clase de justicia—, se podía demostrar de manera fehaciente la inocencia del último fusilado. Y ese era un dato fundamental, porque en la sentencia que lo condenó a muerte se decía otra cosa”, relata Mateos en conversación con El Salto. “Para hacerlo tuve que contactar con los compañeros de sumario de Baena, con las personas que habían sido juzgadas y condenadas junto con él”, recalca. Es decir, Pablo Mayoral y Manuel Blanco Chivite. Ellos estaban allí. Ellos deben saber quién apretó el gatillo que acabó con la vida de Lucio Rodríguez y si realmente no fue Baena.
Las páginas parecen ser más densas cuando Mateos relata las tres entrevistas revisadas para el libro. Cada una más que la anterior. Hay desesperación, enfado, bloqueo. También para quien lee. Los tres se conocen desde hace años aunque solo dos son camaradas. Hurgar en el silencio militante de quien vivió los atentados desde dentro y no ha soltado prenda en medio siglo no es de buen agrado para ellos.
Aunque comparten la tesis, es una frase de Blanco Chivite la que mejor simboliza el supuesto motivo del silencio: “Siempre se investiga a los del mismo lado... ¡Quién mató a tal policía! ¡Quién mató a tal sargento! Y qué hay de los asesinatos del franquismo? Veamos, esos dinámicos periodistas que buscan con tanto ahínco la verdad... ¿Cómo se llaman los oficiales que encabezaron los pelotones de fusilamiento del 27 de septiembre? ¡En cuarenta años de democracia nadie se ha molestado en averiguar sus nombres!”.
Y tiene parte de razón. Tanto los agentes voluntarios de la Guardia Civil que asesinaron a Baena, Sánchez-Bravo y García Sanz como los de la Policía Armada que descargaron sus fusiles sobre los militantes de ETA político-militar, Txiki y Otaegui, permanecen en el anonimato. Pero ‘a no quita b’ y Mateos lo sabe bien.
“Ahora lo entiendo. Entiendo porque, si lo miramos desde los ojos de Flor Baena y de la familia, hay todavía una necesidad de saber qué pasó, de saber qué ocurrió ese verano del 75. Yo, desde mi perspectiva periodística, también necesito saber qué pasó cincuenta años después. Es legítimo querer reconstruir aquellos hechos tan trascendentales de un año tan crucial para la historia de España”, defiende Roger. Y sigue: “Quiero reconstruirlos, pero entiendo las reticencias de los más directamente implicados, porque detrás de aquellos sucesos sigue habiendo miedo, dolor y traumas que no se han sanado”.
Las personas que sobrevivieron a los consejos de guerra pasaron por días y semanas de auténtico calvario y dolor: primero con las detenciones, luego con la tortura, con el miedo y, finalmente, con unos esperpénticos juicios que terminaron con condenas a muerte.
La cantidad de fuentes personales y de archivo empleadas por el autor así como la cantidad de información plasmada en 400 páginas es ingente. Es evidente que subyace su trabajo de fondo: escribir una suerte de enciclopedia con la historia completa del Partido Comunista de España (marxista-leninista). Ese partido, “a veces excéntrico”, avalado por la República Popular Socialista de Albania de Enver Hoxha a cuyo territorio fueron a formarse política y militarmente personajes históricos del partido que contaba con Julio Álvarez del Vayo como Elena Ódena y Raúl Marco.
Lo publicará, asiente Mateos. Pero el trabajo tras este libro lo ha dejado exhausto. Y no solo a él, para muchas de las fuentes, como María del Pilar Alonso, Maruxa, pareja de Baena cuando fue asesinado, transitar por aquellos recuerdos, por aquel trauma, es una experiencia dolorosa y agotadora y por lo tanto, debe ser excepcional.
Antes de colgar el teléfono, hay una pregunta inevitable para Mateos como investigador versado en el tema: ¿aceleró la violencia política el final de la dictadura? ¿Qué peso tuvo en el devenir de la historia de España los sucesos de aquel verano? “Es difícil determinarlo, tendríamos que hacer política-ficción y valorar qué hubiese pasado si no hubieran ocurrido los atentados. Pero lo cierto es que el régimen ya se estaba derrumbando: primero, por la inminente muerte de Franco y, segundo, por las ansias de cambio que había en la sociedad. Y esto iba mucho más allá de las acciones armadas de ETA y del FRAP”, argumenta Mateos.
De hecho, la inmensa mayoría de la militancia antifranquista no estaba en organizaciones que desarrollaban la lucha armada. La principal organización antifranquista era el PCE y, en Cataluña, el PSUC. Además, recuerda, existían muchas otras organizaciones de izquierda revolucionaria que no recurrían a la violencia.
Lo que sí había era una contestación social muy amplia en distintos frentes: en la calle, en los centros de trabajo, en las universidades. Todo eso estaba acosando y asediando al régimen franquista desde muchos flancos. “En ese contexto, la lucha armada —los atentados de ETA y del FRAP aquel verano— lo que hizo fue desatar una ola represiva todavía más feroz, que culminó en la atrocidad de los cinco fusilamientos del 27 de septiembre”, añade y remata: “Esa locura, esa atrocidad que cometió el régimen —ese quíntuple asesinato de Estado cometido por un dictador que estaba a punto de morir— fue la puntilla de su descrédito, tanto a nivel mundial como interno”.
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