Galicia
Xosé Manuel Beiras: “La izquierda estatal a la izquierda del PSOE lleva año y medio dando un recital de apoyo al PP”

Los cuadros firmados por Aurichu Pereira en las paredes de su casa dan testimonio de la importancia que la pintora compostelana sigue teniendo en su vida. Viudo desde noviembre de 2023, Xosé Manuel Beiras (Santiago de Compostela, 1936) pasó por un bache que tuvo que interrumpir momentáneamente para ocuparse de otras de las pasiones de su vida, la política del nacionalismo gallego. El pasado invierno, el reencuentro del histórico líder galleguista con el partido que propulsó y que luego le dio la espalda, el Bloque Nacionalista Galego, tuvo una importancia fundamental en la ola de entusiasmo que se generó en torno a Ana Pontón para las elecciones del 18 de febrero. Se cerraba un círculo que estuvo marcado por el paso que el mismo Beiras dio en 2012 cuando apostó por el establecimiento de una alianza con la nueva izquierda confederal surgida después de la crisis financiera y en plena ola de austeridad. Hoy, Beiras mira con desesperación y algo de rabia los errores de esa misma izquierda y asume que el futuro de la transformación social está lejos de las instituciones.
¿Cómo viviste desde dentro todo el proceso previo a esa escenificación del reencuentro del nacionalismo gallego para las elecciones a la Xunta?
Sabéis que hubo conversaciones desde finales del verano. Primero entre personas y luego ya entre delegaciones. El Bloque estaba muy lanzado incluso a que Anova fuera con el BNG en una especie de coalición asimétrica, así fue como le llamaron. Pero de repente pararon todo. Estaban interesados en que siguiera habiendo un diálogo por el horizonte que había y para poder seguir ampliando el espacio del nacionalismo, pero decían que tenían problemas con algún sector interior que no quería.
Anova se encontró con que, por una parte, Sumar estaba presionando mucho para fichar a Martiño [Noriega]. Hacían mucho ruido fuera y eso le facilitaba al BNG no mover ficha. A mí no me contaban nada para no darme la lata porque Aurichu [su compañera] falleció el primero de noviembre. Pero un día, cerca de Nochebuena, le pedí a Martiño que me contara cómo estaban las cosas. Nosotros no podíamos montar una candidatura y con Sumar desde luego que no íbamos a concurrir. Entonces, Martiño y yo fuimos a la coordinadora de Anova a proponer dejar claro públicamente que con Sumar no íbamos a hacer nada y sugerirle al Bloque hacer un documento de declaración de voluntad, como de comienzo de un diálogo, y que, con ese documento firmado, nosotros los apoyaríamos esa campaña sin ir en las listas. Y fue lo que pasó.

¿Fuiste parte de todas esas personas que tenían esperanza de cambio?
Para mí fue muy emocionante y muy instructivo. Primero tuvimos el acto Martiño, [Ana] Pontón y yo en Compostela, que fue muy bien, tuvo mucha repercusión. Al día siguiente, me llamó Ana para decirme que quería hablar conmigo a nivel individual y, discretamente, vino a mi casa. En esa conversación, comenzó a decirme que había mucha gente en el Bloque dolida porque Anova había ido con Podemos cuando las mareas. Entonces la paré y le dije que por ahí no siguiese porque, entonces, imagina cómo estaríamos con la política de tierra quemada que hicieron con nosotros Le dije: “¿Y yo? ¿Tengo que salir a apoyar al Bloque después de todo lo que me hicieron?”. Lo entendió y me explicó que tenían una asamblea en noviembre y que no querían ir con una cosa ya prefijada, pero al final todo se quedó simplemente en ese documento de declaración de voluntad.
En parte, también te convenciste de aquello porque tu presencia fue fundamental en los mítines.
Estuve en el de A Coruña, en el de Vigo y en el de Compostela. Para mí, lo más impresionante fue ver a mucha gente joven y no tan joven que se acercaba y que nos daba las gracias por todo lo que estábamos haciendo y por la generosidad que habíamos tenido. No sé si se le escapó, pero Ana me había dicho que tenían encuestas fiables que decían que el 40% del electorado que estaba propenso a abstenerse en las elecciones era del Bloque. Creo que lo de Anova movilizó a mucha de esa gente. Luego también viví el reencuentro con muchos cuadros y mucha gente del BNG. Algunas me venían a dar un abrazo, pero las puñeterías que me habían hecho… En fin, da igual, no son para contar.
¿Llegaste a pensar que podía cambiar la situación de Galicia en las pasadas elecciones?
¿Si yo pensaba que podía cambiar la situación? Yo pensaba que la condición era que no pinchase el PSOE y mucho me temía que iba pinchar. No solo pinchó, es que le reventaron las cuatro ruedas (ríe). A pesar de tener el mejor candidato que ha tenido en los últimos tiempos, que es [José Ramón Gómez] Besteiro, otra víctima de la magistratura.
Además de la insistencia de Sumar en fichar a Martiño Noriega como candidato a la Xunta, ¿hubo alguna voluntad del partido de construir desde abajo o era más bien una estrategia para hacerse con su capital político?
¿Sumar? Qué va. A mí no me encaja en mi caletre, no lo comprendo. Para mí, la primera tragedia y el peligro más grande que hay de ahora en adelante en esta legislatura es que la izquierda estatal a la izquierda del PSOE lleva año y medio dando un recital de apoyo al PP. Andan a hostias. Que si son galgos o podencos: son perros y te van morder, sean unos u otros. Es horrible. ¿Cómo van a construir desde abajo si ellos abajo no tienen nada? Yo sé bien lo que hay porque montamos Alternativa Galega de Esquerdas [junto a Yolanda Díaz] con urgencia en 2012. Sabía lo que tenía Izquierda Unida y además se vio perfectamente: Sumar ha salido de ahí y de Podemos. Un partido que aquí nunca tuvo bases y que también vivieron entre broncas constantes. Creo que ahora ni siquiera podrían proponer esa construcción desde abajo con este colectivo de unas 500 personas que hay en Anova, que no existe como entiendo yo una fuerza política. Anova tiene un patrimonio de lo que hizo, que fue valiente, que rompió esquemas.

¿Qué os llevó a Anova a la apuesta de encuentro con la izquierda española aquel Día da Patria en 2012?
¿Por qué en 2012, en Mazarelos en el Día de la Patria, lanzamos aquella propuesta de apostar por el improbable? En una nación sin estado, un movimiento nacionalista, un movimiento emancipador de izquierda como fue el nacionalismo gallego, tiene que jugar en un sistema de dos coordenadas de izquierda a derecha. Tienes que tener, por una parte, la contradicción de clase y, por la otra, la contradicción nacional. Si las superpones como transparencias, las posiciones no coinciden. Entonces, tienes que tratar de diagnosticar la situación en base a esa conjugación. En el año 2012, en plena recesión, nosotros considerábamos que la contradicción dominante era la de clase. Lo que preocupaba más a la gente, también al electorado nacionalista, eran los problemas propios de la hegemonía de una derecha cafre, del ultraliberalismo. Por eso, lanzamos la idea de que había que hacer un frente amplio. Entonces pasamos esa frontera entre el nacionalismo y el españolismo. Si hay fuerzas de ámbito estatal no nacionalistas, pero que asumen los derechos del pueblo gallego como nación a ejercer su soberanía, intentemos establecer puentes con ellas. Fue lo que pensamos.
¿Puede ser que el BNG no entendiese aquel momento político?
Si el BNG llega a entender que aquello no era derivar hacia el españolismo sino romper la frontera con gente que no era nacionalista, pero que sí que entendía el proceso de emancipación y no era antinacionalista, la historia de AGE sería distinta. Feijóo hubiera perdido las elecciones [de 2012] y, además, el nacionalismo hoy sería hegemónico. Pero no pasó así. Recordáis que siempre se decía lo de “no nos representan”. Esa nueva articulación política requería incorporar en los cuadros de la organización a toda la gente que luchaba en la sociedad civil. Yo había detectado a toda esa gente en el Nunca Máis y cuando tuvo lugar el proceso de lucha contra los proyectos de piscifactorías. Había que captar a toda esa gente joven que estaba luchando en esos procesos, pero no ocurrió. El organigrama fue cooptado, fundamentalmente, por cargos de las viejas organizaciones y, por supuesto, se reprodujeron los viejos vicios
¿Y después de ese proceso y sus heridas, el espacio político del que formas parte perdió la esperanza en la confluencia con la izquierda federal española?
Los movimientos nacionalistas progresistas tienen que tener claro que si quieres cambiar el modelo de Estado, tienes que acumular fuerzas para dar la batalla en el corazón del Estado y eso no puedes hacerlo sin contar con la izquierda estatal. Esa es la razón de ser de las alianzas. Pero, al mismo tiempo, las izquierdas a la izquierda del PSOE de ámbito estatal tienen que tener en cuenta que, sin la alianza con los nacionalismos progresistas, tampoco pueden cambiar las cosas. Mi relación con Pablo Iglesias también dio cuenta de esto. Cuando vi cómo actuaron en relación al referéndum del 1 de octubre [de 2017] y en las elecciones que vinieron después, le dije a Iglesias que no podían estar en la neutralidad. No hay una posición equidistante posible en esto. O estás con ellos peleando contra un enemigo común, aunque no compartas todas sus tesis, o estás dándole oxígeno al opresor.

¿Crees que eso es una cuestión ideológica de los cuadros del espacio político que tienen interiorizado cierto sesgo jacobino o chauvinista, o tiene más que ver con la política moderna de ver gráficas y demoscopia que les dice tenemos que coger esta vía y no otra?
Una combinación de esos dos factores. Hay muchas excepciones, pero su formación ideológica, principalmente la de la gente que viene del PCE, constituye una lectura del marxismo deformada porque en las cuestiones nacionales es la lectura del estalinismo, no de Lenin. Si eso lo insertas en las dinámicas y en las dialécticas del Estado español, pues aún es más grave. No lo entienden. Y cuando acaban por entenderlo, a la hora de la verdad, les entra vértigo de dar el paso correspondiente. No son capaces.
Inicialmente, las mareas fueron una historia de éxito.
Con aquella alianza de En Marea, en Galicia conseguimos romper, por mucho, el techo histórico que jamás había tenido el BNG, seis diputados y dos senadores. Retorciendo el reglamento de la Cámara, nos negaron el grupo propio. Entonces, el sector nacionalista de En Marea quería ir al grupo mixto, como hizo Compromís. Al final, nosotros, por lealtad y porque considerábamos que era un acuerdo estratégico importante, aceptamos la propuesta de elaborar un documento que marcara las pautas de funcionamiento del grupo confederal. Los diputados y diputadas de En Marea funcionarían como grupo parlamentario dentro e incluso tendrían libertad de voto para discrepar de Podemos. Con esas condiciones, aceptamos, pero lo sabotearon desde el primer día. Tristemente, también desde el propio grupo. Concretamente, Yolanda Díaz y Antón Gómez Reino. Entonces, llegó el momento en que las pautas que marcaba el órgano dirigente de En Marea en Galicia no eran seguidas por el grupo parlamentario porque tenían una mayoría alineada con Podemos. Sabéis la frase lapidaria de Castelao, ¿verdad? Lo más parecido a un chauvinista español de derechas es un chauvinista español de izquierdas.
¿Cuánto de esto que ocurre crees que tiene que ver con las nuevas maneras de hacer política basadas en los hiperliderazgos? Es decir, el fin de las grandes organizaciones en favor de esta idea del ‘partido cartel’ con una estructura completamente vertical y en el que no interesan las bases.
Desafortunadamente, los partidos políticos que surgieron del 15M acabaron reproduciendo una nueva casta. ¿Pero por qué acabó funcionando con esa verticalidad? Porque los cuadros primordiales de la nueva organización tenían la incultura política y los hábitos adquiridos en las formas de organización que ellos mismos criticaban. Y aunque en un momento propusieron regeneración, en la práctica acabaron funcionando así. También pasó en el propio nacionalismo, en el BNG a partir del 2003. Tenemos que tener en cuenta, siempre, nuestros propios errores y hacer autocrítica. Siempre he tenido en cuenta que nosotros tenemos problemas internos en nuestra sociedad de los que siempre se le echa la culpa por parte de las élites dirigentes a los ciudadanos y no es así. En los ciudadanos hay de todo, pero en las élites están esos vicios adquiridos de corte no democrático en sus pautas de comportamiento interno. Ahora átame esa mosca por el rabo. ¿Cómo resuelves eso? Pues hasta el momento no se ha resuelto.

¿Hasta qué punto nosotros subestimamos el ataque del Estado? A través de la judicatura, vemos como el Estado ha atacado y ataca a los movimientos sociales, a Podemos, al independentismo vasco y catalán… ¿Debemos tenerlo en cuenta en estos análisis?
Por supuesto, yo no lo subestimo en absoluto. Es lo que Gerardo Pisarello llamó “un proceso deconstituyente”. En positivo, la ciudadanía quiere cambiar las cosas, dice que hay que ir a una nueva quiebra democracia, que este régimen no puede ser, que esta Constitución ya no vale... Pero, al mismo tiempo, hay un proceso deconstituyente desde las propias estructuras del Poder. Y el paroxismo de esto es cuando la cúpula del Poder Judicial se convierte en un poder golpista y sedicioso, por lo menos desde hace cinco años. El problema está en que la Constitución no dota a la cámara de representantes de los resortes necesarios para impedir o cuando menos para coartarlo. E igualmente con la ley que regula la elección del CGPJ y por lo tanto de todos los órganos judiciales. Es grotesco, surrealista, el esperpento de Valle Inclán. Y la Unión Europea es incapaz de hacer nada.
¿En qué sentido?
En vez de ser el resultado de una gran confederación, un constructo político, la UE ha pasado a ser una institución al servicio del gran capital. Y como el gran capital europeo está trufado del gran capital norteamericano pues funciona como funciona, que no puede ni legislar, sino que colegisla. Entonces, ¿qué carallo de democracia es esa? La Unión Europea es un espejismo. Evidentemente, todo esto está sostenido por los grandes poderes mediáticos o, como les digo yo, la fábrica de estupefacientes. En los años noventa se hablaba de la Brunete mediática, ahora aquello es un enano comparado con esto.
Sin exculpar a nadie, quizás también falta cierto reconocimiento de “los poderes salvajes”, que decía Ferrajoli.
Siempre lo he reconocido. ¿Por qué crees que nosotros aceptamos concurrir con estas alianzas? Éramos conscientes. Pero lo primero que tienes que hacer como organización política es la revisión de tus errores. La izquierda está abocada a repetirlos y, cuando los repite, es peor incluso que la primera vez que los cometió. Por supuesto que hay culpas en el Estado español, pero también las hay en Galicia y no hay excusa.
Hablabas antes y se ha hablado mucho de la relación de Yolanda Díaz con el espacio político de AGE y, en otros lugares, has dicho que no haces ajustes de cuentas. Pero, ¿qué lecciones extraes de esa relación con la izquierda federal y de este cambio de ciclo político?
¿Vosotros creéis que hay cambio de ciclo?
Por lo menos es decreciente en cuanto a rendimiento político.
Estamos en el mismo ciclo, pero en un momento de decadencia y descomposición. El aparato de este régimen, que es un régimen podrido y en estado de descomposición desde por lo menos hace 15 años, es como una planta carnívora. No crea nada y devora todo. Es como esa imagen del cadáver que parece que se mueve, pero lo que pasa es que son los gusanos que están dentro comiendo. El régimen es el cascarón, la superestructura, que cuando llega a gobernar la izquierda, como pasa con los gobiernos de Pedro Sánchez, tiene el Gobierno, pero no tiene el poder. ¿Dónde está el poder? ¡Fuera! Y, además, lejos de las instituciones políticas, ha sido así, está bien claro. Es el gran capital quien maneja los hilos. Sin embargo, hay etapas en las que no le queda otra que llegar a acuerdos.
¿De dónde viene eso?
Estamos en un período contrarrevolucionario larguísimo que empieza en los años setenta. A mí me asombra no ver utilizar a dirigentes de la izquierda esto que acabo de decir. No se utiliza esa expresión, quizás asusta a la gente, pero ¿qué otra cosa es? Un ciclo contrarrevolucionario. Eso claro está en [Giovanni] Arrighi o [Immanuel] Wallerstein. Estoy muy de acuerdo con la tesis de Arrighi de que la fase de decadencia de una hegemonía acaba en un período de caos sistémico, que es en la que estamos ahora.
¿Cómo ves el auge de la extrema derecha?
El gran capital es lo que crea la herramienta del fascismo. ¿Cuánto se ha tardado en la izquierda y en los medios de comunicación de izquierda en denominar fascismo a lo que tenemos hoy? ¿Cuánto se ha tardado en percibir que el proceso de fascistización de las sociedades europeas occidentales venía desde los años noventa? Cuando yo lo decía, muchos amigos, incluso de izquierda de verdad, me decían “Beiras te pasas”. Cuando yo escribí por primera vez que los israelíes eran los nazis de ahora, así literalmente, fue en un artículo en la madrugada en que se declaró la Guerra del Golfo. Era el año 1992. ¿Al final, me pasaba de rosca?
Entonces, ¿cuál es la diferencia entre los fascismos de los años veinte y treinta del pasado siglo y los actuales?
La diferencia crucial es la morfología del gran capital. En aquel momento, los capitales hegemónicos eran los capitales monopolistas de los Estados, por eso el Estado tenía tanta importancia y por eso había que coger el aparato del Estado y prohibir todo: la libertad de prensa y de partidos, etc. Los líderes de la izquierda, que no tienen por qué ser grandes intelectuales, sí que tienen que tener acceso a estos conocimientos de alguna manera. Si queréis un sarcasmo, os lo digo con uno de los problemas de la izquierda: es tan improbable que un politólogo formado en las universidades sea un buen político como que un crítico literario escriba una buena novela. Hay pocos.
Aprovechando esos paralelismos que haces con los años veinte, sobre tu propia biografía. Estás en la Sorbona cuando está ocurriendo todo lo de Argelia y ahora estamos en un momento en el que está ocurriendo lo de Gaza. ¿Cómo interpretas estos paralelismos?
Contestar a esto sería pura soberbia, pero puedo intentar decir algunas cosas. La historia no se repite. Eso es una mala lectura del brumario de Marx. Él no habla de la historia, él habla de los dirigentes, que es muy distinto. La historia sí que evoluciona en espiral, en tres dimensiones. Si tú, un analista, proyectas sobre un plano en dos dimensiones, tienes un círculo. Pero si introduces la tercera dimensión, es una espiral. Entonces, hay momentos en la espiral que estás en la vertical de algo que ocurrió anteriormente y es análogo, pero no es lo mismo. Esto es lo que está pasando con la metamorfosis de los fascismos en sentido amplio, no en el sentido político estricto. Hace falta conocer ese pasado para no repetir esos errores, desde luego. ¿Qué pasa en la República de Weimar en los años treinta en la izquierda? Por una parte, el estalinismo empieza a partir a hachazos en el partido comunista alemán. Pero, al mismo tiempo, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y el Partido Comunista Alemán (KPD) están enredados en una bronca mientras el nazismo está en ascenso. Es un momento clave. Cuando los nazis queman el Reichstag, cogen un chivo expiatorio comunista que no era alemán, importante. Entonces, el partido nazi propone la expulsión de los diputados comunistas, que eran alrededor de ochenta. Y la SPD vota a favor de la expulsión de los diputados comunistas. Ahora, pensad en cosas que están aconteciendo en los últimos tiempos. Mirad por ejemplo el festival de Eurovisión, donde los rusos son malísimos y los genocidas israelíes, no. Y si te rebelas contra eso, eres antisemita. Esto es sólo una muestra. Con que los dirigentes de la izquierda leyeran el capítulo sobre los años veinte y treinta de El eclipse de la fraternidad, de Antoni Domenech, algo sacarían. Desde luego, Yolanda Díaz aprendería algo.

¿Qué tipos de relación entre pueblos, en el marco del internacionalismo, tienen que trabajarse ahora?
Sobre el internacionalismo, algo ya se hizo, pero acabó como el rosario de la aurora. Los Foros Sociales Mundiales. Era la nueva Internacional, sólo que no era una Internacional de partidos. Era una internacional de redes de combate altermundista frente a la globalización actual. En cuanto a partidos políticos, sólo había en las últimas jornadas una especie de foro, a propuesta del grupo donde estaba Camilo Nogueira del BNG y Los Verdes-ALE, por cierto. Yo viví todos los foros excepto el primero. ¿Sabéis cuál fue la cifra de inscripción en el 2003? 150.000 personas. ¿Hay algún caso análogo en estos más de veinte años que han pasado? Luego fue Bombay, Portoalegre, Kenia y Belém do Pará, donde emergen todos los movimientos indigenistas de los pueblos originarios. Allí también se crea la red mundial de los derechos de los pueblos, desde los mayas guatemaltecos hasta los mapuches de Chile y Argentina. Fue impresionante. En aquel momento, recuerdo una conferencia de Manolo Vázquez Montalván, un hombre del PSUC, diciendo: “Hay un cambio de sujeto histórico”.
¿Cuál era ese sujeto histórico nuevo?
Desde las revoluciones del XIX, el sujeto histórico, el motor del avance histórico era un sujeto homogéneo, de clase. Fundamentalmente, el proletariado industrial. Hoy, el sujeto histórico es plural y diverso y, en aquel momento, tenía que lanzarse a la palestra política: tendríamos la nueva Internacional. Aquel modelo de los Foros Sociales Mundiales estaba llamado a ser la nueva Internacional siempre que se conectara con la instancia política, pero no se hizo.
¿Cómo crees que hay que actuar en este momento histórico?
En las relaciones internacionales hay que tejer relaciones entre las ciudadanías y de sus organizaciones, como se hizo en el primer decenio de este siglo en los Foros Sociales Mundiales, pero catapultándolo a la instancia política. ¿Y en esa instancia política existen las herramientas y los actores capaces de participar de eso y servir de puente con la sociedad civil? Pues no, porque la mayor parte ni siquiera saben de qué va. A mí me resulta difícil creer que si los dirigentes de Sumar, de Izquierda Unida o de Podemos tuvieran conciencia de estas cosas hicieran la cantidad de estupideces que llevan hecho en los últimos años. Están ciegos, no ven ni la realidad circundante. ¿Eso que significa? Una mediocridad alarmante.
Tú naces cuando el imperio con más alcance de la historia está en su mejor momento de desarrollo. Ahora, estamos en el comienzo de su decadencia o por lo menos en confrontación contra el imperio emergente que es China.
La hegemonía yanqui es como un dinosaurio herido de muerte. En sus últimos coletazos todavía puede destruir muchísimas cosas. ¿Y la hegemonía norteamericana en que se basa? No es la primera potencia industrial desde hace muchísimo tiempo; no es la primera potencia militar en tierra, se embarra siempre, Afganistán, Iraq y Ucrania; y tampoco es la potencia exclusiva en armas de disuasión. ¿Entonces en qué es la primera potencia? En los circuitos financieros mediante lo que hizo Nixon cargándose los Acuerdos Bretton Woods. Todos los Estados se convirtieron en feudatarios del monarca, como en la Edad Media. Es lo que les queda, ¿pero qué porcentaje de la población, de la producción industrial y del PIB mundial representan ahora los BRICS? Esa es la sentencia de muerte de la hegemonía yanqui.
Sobre tu propia biografía, has explicado que en un momento “descarrilaste”, esto coincide con la etapa del desencanto. De alguna manera, después de todo el ciclo del cambio, vivimos otra etapa de desmovilización. ¿Qué similitudes encuentras entre ese final de la utopía del 68 que tiene lugar alrededor de los 80 y nuestra etapa?
Hoy no hay un desencanto en el sentido de que la ciudadanía esté desmovilizada. Hay un efecto del que fue la traición del PSOE en septiembre de 2016 combinado con que todas las energías de las plazas se vertiesen en la política institucional de las Cortes y sus derivas. Eso dio lugar a que esa ciudadanía se convirtiera en una izquierda social huérfana. Pero el polvorín está ahí. El tema es quién prende la mecha y que ese fuego no se desmadre. Necesitamos lucidez y coraje. Donde se está fallando es por arriba, no por abajo.
Estamos pagando ahora el fraude de la Transición. El desencanto fue el de la gente que estaba convencida de que se iba a desmontar el régimen franquista y que iba a haber un proceso constituyente. Pero en vez de eso, nos metieron la reforma de lo irreformable. Un régimen totalitario antidemocrático no se puede reformar.

¿Te consideras derrotista?
No apuesto por la esperanza porque siempre estuve marcado por las lecturas de mi adolescencia. Mi generación vivía como agua de mayo toda la literatura y la filosofía de la generación perdida americana y del existencialismo francés. Era todo oscuro. Pero sí tengo la convicción de que la Historia no va para atrás, sólo tiene ciclos de involución. En el horizonte que yo veo, tengo la impresión de que la salida de este régimen no va a venir por el trabajo político que se haga dentro de las instituciones del régimen. Hay que estar, sí, y ser valiente y rotundo, no palanganear. Pero el cambio va a venir por una rebelión cívica. En Galicia pasó con el Nunca Máis y puede volver a ocurrir cuando menos lo pensemos. No olvidemos que las revoluciones en la historia de Europa nunca fueron predichas antes de cumplirse. Ni la del 48 ni la Revolución Francesa del 89 ni la Comuna de París ni la Revolución Mexicana de principios de siglo ni la Revolución Soviética ni el Mayo Francés a lo que, por cierto, Compostela se adelantó tres meses. Y sin hablar de las revoluciones de la periferia. Pero, claro, yo no lo voy a ver a no ser que sea pronto (ríe).
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