Fútbol
Diario de la crisis 7. Las finanzas en el balón. El biopoder del fútbol

La compraventa millonaria de jugadores entre clubes es la punta de lanza de la financiarización del fútbol, una práctica que en el caso de la Juventus de Turín le ha llevado a ser penalizado en la Liga italiana.
Obras Santiago Bernabeu - 4
Obras de remodelación del estadio Santiago Bernabeu en Madrid. David F. Sabadell

Andrea Fumagalli enseña Historia de la Economía Política en la Universidad de Pavía y Eco-Social Economics en la Universidad de Bolzano.

30 mar 2023 15:00

Tras el escándalo financiero-contable de la Juventus y la penalización de 15 puntos en la clasificación de la Liga italiana impuesta al club italiano por la Federación Italiana de Fútbol, en esta nueva entrega del «Diario de la crisis» –un proyecto nacido de la colaboración entre Effimera, Machina-DeriveApprodi y El Salto– pretendemos analizar cómo el mundo del fútbol, la joya de la corona de la industria del entretenimiento, se ha transformado progresivamente en un sector altamente productivo de plusvalor y en un icono del proceso de financiarización de las emociones colectivas, lo cual constituye un ejemplo palmario del papel cada vez más pronunciado del biopoder de las finanzas sobre la vida humana.

Premisa

En el contexto capitalista contemporáneo, una de las principales fuentes de valorización capitalista es la economía del evento. Con este término nos referimos al conjunto de actividades políticas, sociales y de entretenimiento que en la era fordista formaban parte del trabajo improductivo, por muy funcional que este fuera a la realización del trabajo productivo, en cuanto governance del llamado tiempo libre y de los imaginarios. En un contexto de organización rígida de la acumulación capitalista, basada en dicotomías igualmente rígidas (producción vs. consumo, trabajo productivo vs. trabajo improductivo, producción vs. reproducción, etcétera), la dicotomía trabajo vs. ocio era sinérgica con la existente, por ejemplo, entre producción y reproducción. En otras palabras, la totalidad de las actividades que regulaban el tiempo de no trabajo, de los cuidados al ocio, eran accesorias al mantenimiento de un cuerpo-trabajo productivo listo para ser explotado.

En el capitalismo biocognitivo, gestionado y organizado por plataformas tecnológicas cada vez más omnipresentes, cada acto de la vida es, de manera interdependiente, objeto tanto de valorización como de financiarización. El proceso de financiarización es, en realidad, el ámbito en el que, de forma totalmente discrecional y jerárquica y en función de relaciones de fuerza intercapitalistas, se define la unidad de medida del valor de cambio de la vida productiva: una unidad de medida que no es estable, sino que está en continuo devenir, ya que es fruto de convenciones especulativas en perpetua metamorfosis.

Del mismo modo que el domingo se convierte cada vez más en día laborable, los espectáculos son cada vez más frecuentes. El caso del fútbol es extraordinario en este sentido

La valorización del tiempo libre impregna ahora todos los actos de la vida cotidiana, entre otras cosas porque es difícil separar el tiempo de trabajo del tiempo de no trabajo. Una de las formas de hacer que el tiempo libre sea productivo desde el punto de vista capitalista, es decir, de transformar el otium y el juego en labor, es precisamente la organización de eventos. Hasta el siglo pasado, los eventos (de carácter cultural, económico o deportivo) se programaban en periodos largos, como, por ejemplo, las Olimpiadas celebradas cada cuatro años, y cuando el calendario era más comprimido se optaba por localizar el acontecimiento en momentos puntuales, como ocurría y ocurre con las Expos o con las grandes ferias y los acontecimientos culturales. En cualquier caso, como máximo una vez al año. Se trataba de excepciones, de un momento de entretenimiento para reanimar el cuerpo y vigorizar la mente, como el domingo festivo. Hoy esto ya no es así. Del mismo modo que el domingo se convierte cada vez más en día laborable, los espectáculos son cada vez más frecuentes. El caso del fútbol es extraordinario en este sentido.

La economía política del fútbol

En la industria del entretenimiento, el deporte del fútbol es sin duda el que suscita más interés en Europa y sobre el que gira el negocio más importante. El fútbol del siglo XXI ha dado lugar a un sistema económico extremadamente complejo, que constituye el pivote en torno al cual gira esa economía del evento definitoria del sector del tiempo libre, hasta el punto de desplegar un dinamismo que con demasiada frecuencia este deporte no logra gobernar y en cuyas contradicciones queda con frecuencia atrapado. Su dinámica de transformación industrial ha adoptado líneas de desarrollo muy precisas, entre las que destacan dos en particular, que actúan como fuerzas motrices del conjunto: la espectacularización y la financiarización. Dos conceptos cuya aplicación al fútbol y a su economía es preciso aclarar.

La espectacularización hoy ya no es el espectáculo de antaño considerado como un fin en sí mismo capaz de generar emociones colectivas, es algo más: es el principal dispositivo de creación de imaginarios heterodirigidos. La espectacularización se convierte así en uno de los múltiples instrumentos de control social, capaz de influir en el comportamiento económico y social de los individuos. De hecho, el fútbol es hoy una especie de gran plataforma viva, que opera sobre las relaciones sociales y la reproducción de imaginarios ganadores similar a las plataformas de las redes sociales con las que el fútbol está estrechamente interrelacionado. La herramienta más utilizada para conseguirlo es la televisión, cuyo objetivo es llegar a una audiencia lo más amplia posible mediante la diferenciación de los horarios de los partidos y, de hecho, su distribución a lo largo de casi todos los días de la semana. De este modo no sólo aumenta la omnipresencia comunicativa del imaginario ganador e individual del fútbol, sino que ello permite también poner en valor el tiempo libre mediante la comercialización de los derechos de explotación de los contenidos audiovisuales de las competiciones de fútbol profesional en beneficio de las propias ligas nacionales y de los equipos más blasonados.

El mecanismo es el clásico de las plataformas. El usuario paga a una cadena de televisión para poder ver un partido y, al mismo tiempo, como prosumidor, este produce una audiencia en beneficio de la industria de la comunicación, pero también datos e información susceptibles de ser transformados en valor de cambio, de nuevo en beneficio de la plataforma de la red, que no genera ningún retorno remunerativo para aquel, sino sólo un coste por el uso de la misma. Al mismo tiempo, el pago en concepto de los derechos de explotación de los contenidos audiovisuales se convierte en la partida más importante del balance de situación de los clubes de fútbol, suplantando a los ingresos tradicionales procedentes de la venta de entradas en los estadios. El informe anual de la UEFA de 2020 informaba que en la Premier League inglesa el 53 por 100 de los ingresos procedían de la venta de los derechos audiovisuales, cifras que ascendían en la Serie A italiana al 47 por 100 y en la Liga española al 42 por 100. Por lo que se refiere a la Serie A italiana, los ingresos de taquilla sólo representan por término medio el 12 por 100 del volumen de negocio.

No sólo aumenta la omnipresencia comunicativa del imaginario ganador e individual del fútbol, sino que ello permite también poner en valor el tiempo libre mediante la comercialización de los derechos de explotación

Cabe señalar que la búsqueda de nuevos ingresos procedentes de los derechos de explotación de los contenidos audiovisuales ha sido uno de los factores que ha llevado a algunos de los clubes de fútbol más famosos de Europa (Ajax, Barcelona, Bayern Munich, Borussia Dortmund, Inter, Juventus, Liverpool, Manchester United, Milan, Olympique Marseille, París Saint Germain, Psv Eindhoven, Oporto y Real Madrid, a los que se unieron más tarde el Arsenal, el Bayer Leverkusen, el Olympique de Lyon y el Valencia) a querer desligarse de la UEFA y de las ligas nacionales de fútbol para organizar una especie de Superliga europea con la intención de repartirse todo el pastel de los mencionados derechos audiovisuales. El objetivo no ha tenido éxito hasta ahora, pero ésa es otra historia.

El devenir financiero del fútbol

Es bien sabido que el deporte, empezando por las carreras de caballos, siempre ha sido objeto de apuestas y, cada vez más, también lo es el fútbol. Siempre que hay apuestas, hay actividad especulativa. Pero mientras esta actividad especulativa implique a individuos que, en función de sus expectativas de resultado, pueden ganar o perder en función de valores definidos por los corredores de apuestas, nos encontramos en un ámbito de negociación individual en el que el partido de fútbol es el soporte de la apuesta y los clubes de fútbol los espectadores neutrales de la misma.

El desarrollo de los mercados financieros desde el colapso de Bretton Woods hace más de cincuenta años ha llevado a que una parte cada vez mayor de la actividad económica sea engullida por la actividad especulativa. En la década de 1980, asistimos a la transformación de las grandes empresas multinacionales en holdings financieros. Las grandes corporaciones pasaron de ser empresas stakeholder (cuyo objetivo primordial era crear beneficios para el tejido productivo circundante y para los acreedores, gracias a la implicación/explotación de la fuerza de trabajo y de los clientes) en empresas shareholder (cuyo objetivo primordial es aumentar el valor del capital social en beneficio de los accionistas y de los directivos de la mismas), favoreciendo al mismo tiempo la extensión de la especulación financiera a esferas cada vez menos dependientes de la acción económica y cada vez más entrelazadas con la vida humana y la gestión del tiempo de vida. No es de extrañar, pues, que también se haya iniciado en el fútbol un proceso de financiarización de los clubes deportivos.

En una economía financiera de producción, en la que los mercados financieros crean los medios de financiación, la cotización en bolsa se convierte en un objetivo fundamental, si se quiere competir internacionalmente. En Italia, esta tendencia es aún muy limitada: sólo tres equipos italianos cotizan directamente en bolsa: la Juventus, la Roma y el Lazio. En otros países, el número de clubes de fútbol cotizados no es tampoco muy elevado, siendo la sociedad anónima la forma jurídico-mercantil predominante. El proceso, por lo tanto, está aún en pañales, pero parece imparable.

Lo que sí está cambiando bruscamente es la estructura de propiedad de los clubes de fútbol. Si hasta hace unas décadas eran los grandes magnates industriales los que financiaban este deporte, a menudo con presupuestos deficitarios, para obtener de ello la consabida rentabilidad de imagen (pensemos en los Moratti, los Agnelli, los Berlusconi o los Sensi en Italia o en Florentino Pérez en España), hoy son cada vez más los fondos de inversión y los fondos especulativos procedentes de Estados Unidos o Dubái los que adquieren participaciones significativas en la propiedad de los equipos de fútbol. Es el primer paso hacia la cotización en bolsa de los clubes, lo cual significa que el negocio futbolístico se ha convertido en un terreno atractivo para la especulación financiera, que ve en ello oportunidades de obtener grandes beneficios.

La partida que más se presta a hipertrofiar las plusvalías e impulsar los presupuestos hacia niveles más sostenibles es la de la valoración de los jugadores

Este proceso se ha visto facilitado en los últimos años por la introducción de nuevas normas contables para los clubes de fútbol. En 2009 el comité ejecutivo de la UEFA empezó a hablar de la necesidad de introducir el «Financial Fair Play» (FFP) en la gestión de los clubes de fútbol. El objetivo declarado de la iniciativa era que estos saldaran sus deudas y favorecieran la autofinanciación a medio plazo gracias al cumplimiento de ciertos parámetros (pago de deudas pendientes con otros clubes, empleados y/o autoridades, transparencia financiera y presupuestaria y, por último, obligación de equilibrar el presupuesto). Se trata de las condiciones mínimas para atraer capitales especulativos y generar esas plusvalías que luego podrían financiar estrategias competitivas capaces de lograr resultados deportivos positivos y de este modo atraer nuevas inversiones. Así comenzó a afianzarse el proceso de financiarización del fútbol.

La insostenible ligereza de las finanzas futbolísticas

El «Financial Fair Play» es una restricción a la gestión presupuestaria de los clubes de fútbol. Sin embargo, se trata de una medida ciertamente menos estricta que las limitaciones impuestas por la política europea de austeridad a los presupuestos públicos nacionales en la medida en que existen numerosas posibilidades de eludirla, gracias al recurso a la financiación creativa y a la existencia de formas de control mucho más suaves. Uno de los objetivos de la reforma era evitar una excesiva jerarquía económica y financiera entre clubes grandes y pequeños, que pudiera influir en la competitividad de las ligas nacionales. La realidad nos muestra un resultado opuesto. Gracias al descubrimiento de este nicho de negocio y a la entrada de los grandes fondos de inversión procedentes de los nuevos mercados asiáticos, mediorientales y ahora cada vez más norteamericanos, la facturación de los clubes que juegan en las ligas de primera división de toda Europa ha aumentado el 57,4 por 100 desde 2010, mientras que la facturación de los cuatro gigantes del balón (Real Madrid, Manchester United, Barcelona y Bayern de Múnich) ha aumentado el 81,2 por 100, a pesar de partir de un punto de partida mucho más elevado.

Nuevos clubes han entrado en la aristocracia del fútbol europeo gracias a la realización de enormes inversiones (pensemos en el París Saint Germain y en el Manchester City, por ejemplo), pero la estructura piramidal del sector se ha intensificado. En este sentido, la competencia por encontrar recursos financieros, también avivada por la presión para hacer frente a los crecientes costes de gestión del mercado de jugadores, a su vez cada vez más intermediado por agentes deportivos, se ha intensificado hasta el punto de que los clubes han comenzado a experimentar con la totalidad de los métodos especulativos, en el límite de la legalidad, vigentes en los mercados financieros. Es interesante observar que la partida que más se presta a hipertrofiar las plusvalías e impulsar los presupuestos hacia niveles más sostenibles es la de la valoración de los jugadores, lo cual no es casual, sino que constituye la norma en un sistema de capitalismo biocognitivo en el que se pone en valor la vida. Se plantea en realidad la aleatoriedad de este concepto. ¿Cuál es el valor de la vida puesta en valor? Aquí, el problema de la medida en el capitalismo contemporáneo se antoja realmente perturbador.

Si en la actividad especulativa tradicional las operaciones de «compra de acciones propias» se utilizan cada vez en mayor medida para producir un aumento ficticio de las cotizaciones bursátiles y de las plusvalías relativas de la empresa, lo mismo ocurre, aunque con otros métodos, en el mundo financiarizado del fútbol. El reciente caso de la Juventus es llamativo y abre una caja de pandora realmente bien conocida. Con el fin de equilibrar sus cuentas y reducir las pérdidas a fin de no ver excesivamente penalizado el valor de sus acciones (y también como consecuencia de las dificultades encontradas por el club turinés para obtener buenos resultados en Europa a pesar de haber ganado nueve campeonatos de Liga consecutivos en Italia), la antigua dirección de Agnelli creó plusvalías «ficticias». En el fútbol, una plusvalía es el beneficio que un club puede obtener por la venta de un jugador, neto de la amortización de la ficha de este anotada en su balance de situación. Si se compra un jugador por 20 millones de euros y tiene un contrato de cinco años, la amortización será de 4 millones anuales. Si el club lo vende al cabo de dos años por 30 millones de euros, la plusvalía se obtiene restando de los 30 millones la diferencia existente entre los 20 millones iniciales y la amortización restante (3 años por 4 millones son 12 millones): el resultado son 22 millones euros en concepto de plusvalía. Las plusvalías se convierten en ficticias cuando a través del intercambio de jugadores no se ofrecen valoraciones reales de las fichas de estos. Son transacciones que se efectúan para generar «ganancias» que arreglen el correspondiente balance de situación. Casi siempre, el beneficio es para los dos clubes implicados en el intercambio, más o menos como ocurre con las operaciones de «compra de acciones propias». A diferencia de estas últimas, sin embargo, las plusvalías ficticias exigen menos transparencia en lo que atañe a las valoraciones de los jugadores.

Es probable que esta sea una práctica extendida en el mundo futbolístico y que el caso de la Juve haya saltado a la crónica judicial por un uso/abuso demasiado desvergonzado de la misma. Atrapado entre la economía del evento y la financiarización, el fútbol se está convirtiendo en un modelo de negocio de primer orden, el sector puntero de un modelo de valorización de las emociones colectivas en beneficio de unos pocos. Y como ocurre de un modo cada vez más recurrente, los apasionados del fútbol son los que pagan el pato de este modelo.

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