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Fútbol a este lado
Bar Nostalgia
La oveja más presente en su cabeza era la de la portada del disco Out of step de Minor Threat. Urbanita. Por eso lo hacía alguna que otra noche: en vez de contar especímenes de tan exótico animal, repasar la lista de campeones de las copas europeas. Si el sueño se resistía, también los finalistas. Era recurrente que se quedara frito a la altura del cabezazo de Van Basten, con el Ajax, al Lokomotiv de Leipzig. El canto del cisne ajacied del cisne de Utrecht antes del dinero de Mediaset. Un regodeo en el ripio que se permitía como último pensamiento del día.
Por eso cuando Javi y Gerardo le hablaron del bar Nostalgia no se lo pensó. No estaba lejos. No en alguna de esas ciudades que había descubierto gracias a los partidos que veía cuando llegaba corriendo a casa del cole. Poner la tele sin quitarse la mochila. Qué nombres. Timisoara, que le sonaba a Tiananmen, ese sitio chino de las noticias, pero con un equipo que se llamaba Politécnica. Politécnica de Timisoara. Sabe que a los indies no les gusta el fútbol porque han desperdiciado ese nombre para un grupo. Zabrze. Neuchâtel. Olomouc. Trabzon. Famagusta. Malinas. Rostock. Odense. Geografía de extraescolar.
Cuando eres pequeño todavía da igual para qué servirán las cosas. Localizaba esos sitios en el atlas que le habían comprado sus padres en el hipermercado. No eran las ciudades americanas de las películas ni las capitales que tenía que aprender en clase ni podían ser tampoco poblachos de mala muerte. ¡Si tenían un equipo jugando en la tele! Se imaginaba serios esos lugares. Gente con tanto amor propio que asume perder ya en el mes de septiembre. Mientras veía los partidos, se preguntaba si estaban los niños de esos sitios diciendo a la vez Pamplona, Parma o Dortmund.
Ahora estaba allí, en la puerta del bar Nostalgia. Letras rojas sobre fondo blanco. Cristales medio tintados que solo dejaban intuir el interior. Todavía no quería entrar
Ahora estaba allí, en la puerta del bar Nostalgia. Letras rojas sobre fondo blanco. Cristales medio tintados que solo dejaban intuir el interior. Todavía no quería entrar. Sintió que no frenaba de ganas que tenía. Le sudaban las manos. Pensaba en esa época. Cuando en las camisetas macarrones o leche resistían a bancos y constructoras. Todos los equipos tenían derecho a un tiempo proporcionado en el resumen dominical. El pleno al quince no quedaba pendiente para el lunes. La promoción daba lipotimias. Comenzó a dudar, más cuanto más recordaba, si era buena idea entrar.
“Nadie llevaba el 10 porque sí”. Lo dijo casi en voz alta. “¿Qué?”, preguntó Javi. “Nada, nada”. En realidad, se quedó rumiando. Antes nadie tenía asegurado un número de titular, del 1 al 11, solo por su nombre. Había que ganárselo cada semana. El 10 era el 10 de un día. A todo dios podía tocarle ser portero. Nadie discutía la esencia democrática del último en tocar el larguero se pone. Una serie de arcanos mecanismos de rendición de cuentas podía entrar en funcionamiento si la prestación no era satisfactoria. Es decir, que si te dejabas los goles te la podías seguir quedando hasta que se hiciera de noche. Volvió a murmurar algo delante del Nostalgia.
Fútbol a este lado
Fútbol a este lado Cromos del futuro
“Que no sé si quiero entrar”. Se le giraron sus dos amigos, que ya conocían el bar y le habían llevado porque creían que le encantaría. “¡Cómo que no, estás tonto!”. Era Gerardo, que tiró de argumentario. “Que no es coña. Tienen Schweppes de naranja. Bollycaos que no sé cómo pero les han metido dentro cromos de entonces. Futre me salió el otro día. Y a este Liaño. Tienen el Pang. Te ponen los partidos tal cual. Con su narración y anuncios. ¿Tú te crees que vamos a volver a ver algo así? Redes distintas en cada campo. Estadios diferenciables entre sí. La gente poseída, gabardinas, paraguas, niños en trance. Sonrisas sinceras. Ningún jugador que evite a sus compañeros después de marcar gol”.
No articulaba respuesta. Allí, plantado entre dos amigos. Bar Nostalgia. ¿Sería una desconsideración hacia su yo de infancia no cruzar la puerta? ¿Era posible capturar un tiempo más allá de imágenes, sabores y olores? Si entraba, ¿había gafas de sol capaces de suavizar el baño de realidad al abandonar aquel sitio? Como ocurre en momentos cruciales, la cabeza delegó en el pecho, que dictó. “Estuvo bien como estuvo”, es lo que les pareció escuchar a Javi y a Gerardo.
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