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El cierre del Gobierno federal ha terminado, al menos temporalmente, en una miserable derrota del presidente Trump. No logró asegurar fondos para su muro fronterizo, y no parece que vaya a haber ninguno próximamente. Como suele ocurrir, el cierre prolongado eclipsó otra historia de inmigración que Trump había llevado a la cima del ciclo de noticias apenas un par de meses antes: la caravana de unos 6.000 migrantes centroamericanos que se dirigían hacia Estados Unidos.
Llegaron a Tijuana en noviembre para encontrarse una frontera menos hospitalaria de lo que se les había hecho creer: un retraso preexistente significaba que no se les concederían audiencias rápidas de “temor fundado” para iniciar el proceso de solicitud de asilo, con listas de espera que en algunos casos se extendían durante meses. Algunos intentaron cruzar la frontera de todos modos, otros se fueron a casa, pero la mayoría esperó, deambulando entre refugios improvisados en una ciudad abrumada por los recién llegados.
Migración
El éxodo centroamericano atraviesa México
El panorama de los migrantes empeoró el 20 de diciembre, dos días antes de que el cierre entrara en vigor, cuando la administración Trump anunció que a los que esperaban las audiencias de asilo ya no se les permitiría entrar a Estados Unidos después de la entrevista inicial de “temor fundado”, como ha sido tradicionalmente el caso. En cambio, se verían obligados a permanecer en México. El 25 de enero de este año, esa política comenzó a entrar en vigor con una iniciativa piloto en el cruce de San Ysidro entre Tijuana y San Diego.
Hoy en día, muchos de los migrantes de la primera caravana permanecen en México, a pesar de que el debate al norte de la frontera les ha dejado de lado. Decidieron atravesar Tijuana para evitar las áreas a lo largo de la frontera de Texas consideradas más violentas debido a la actividad de los cárteles. Pero Tijuana acaba de tener su año más mortal desde que hay datos, con más de 2.500 asesinatos. La mayoría de los que aún se encuentran en la ciudad se alojan en el Barretal, un local de música reconvertido al sureste de la ciudad, donde se trasladaron en diciembre después de que las condiciones en el antiguo estadio deportivo donde se habían refugiado se deterioraran debido a las fuertes lluvias. En diciembre, dos personas arrojaron un bote de gas lacrimógeno dentro. El mismo mes, dos miembros de la caravana fueron asesinados en un robo chapucero mientras esperaban las audiencias de asilo. Ahora, la policía federal mexicana, fuertemente armada, vigila el perímetro, aparentemente para mantener a salvo a los migrantes.
Mientras México ha sido considerado desde hace mucho tiempo como un país amigable con los recién llegados, el ambiente en Tijuana se ha deteriorado: al empujar a los migrantes que esperaban hacia el sur, el endurecimiento de la frontera aumentó el resentimiento local hacia ellos. Cuando un grupo intentó atravesar la frontera durante el fin de semana del Día de Acción de Gracias, agentes de la patrulla fronteriza de Estados Unidos les dispararon gas lacrimógeno y cerraron los cruces durante cinco horas, lo que costó millones de dólares en pérdida de actividad económica en ambos lados de la frontera. La población local culpó en gran medida a los migrantes. El alcalde de Tijuana, Juan Manuel Gastélum, ha llamado la atención por sus opiniones nativistas, llamando a algunos miembros de la caravana “vagabundos” y “fumadores de marihuana” y diciendo, sin rodeos, “no los queremos aquí”.
La aglomeración de refugiados en Tijuana y la precariedad está causando problemas de convivencia: “No se puede tener tanta gente sin orden, viviendo en pequeñas tiendas de campaña. Tijuana no tiene los recursos para albergar a tanta gente a la vez”
“Es una mierda, porque sé que Tijuana tuvo muy mala reputación y, por supuesto, hay imbéciles en todas partes”, dice una mujer que trabaja para el Gobierno y pide anonimato. “No es que odiemos a los migrantes y no los queramos aquí, somos una ciudad de migrantes, todos nosotros. No hay nadie aquí que no tenga una historia de migración en su familia. Somos un pueblo fronterizo. Pero causaron problemas. No se puede tener tanta gente sin orden, viviendo en pequeñas tiendas de campaña. Tijuana no tiene los recursos para albergar a tanta gente a la vez”.
El padre Pat Murphy dirige la Casa del Migrante, un refugio para personas de décadas de antigüedad cerca del centro de la ciudad. Murphy tiene un paso arrastrado y habla con un acento marcado por su Nueva York natal. Hasta este año, la Casa ha alojado principalmente a deportados del norte, proveyendo comida, una cama, trabajadores sociales y ayuda para encontrar trabajo. Con la llegada de la caravana, más del 70% de su clientela son centroamericanos que se trasladan al norte.
Migración
Estancados en Tijuana
La incapacidad del Gobierno local para prepararse para la caravana, incluso con previo aviso, preocupa a Murphy. La falta de información agrava esa preocupación. Casi dos semanas después de que se anunciara la nueva política de Estados Unidos, Murphy aún no había escuchado nada oficial del Gobierno mexicano sobre los cambios en la política de asilo. “Si la aceptan [la política de Estados Unidos], no han hablado con la gente que dirige los refugios”, dijo. “No han dado ningún plan sobre cómo van a alojar a esta gente. Porque una vez que entre en vigor, México, la frontera norte, se convertirá en la ‘sala de espera’, como muchos dicen, para todo el mundo. Y la gran mayoría vendrá a Tijuana, porque San Diego tiene reputación de ser más organizada y de procesar a la gente rápidamente”.
Pero los recursos de la ciudad ya se sienten agotados. “Probablemente hay tres o cuatro mil centroamericanos en la ciudad en este momento. Si empiezan a venir en grandes cantidades a pedir asilo político, va a ser realmente una situación aterradora tener a toda esta gente aquí y no tener un lugar para que se queden”.
El nuevo presidente de México ha impulsado un ‘Plan Marshall’ para América Central que invertiría 30.000 millones de dólares en las economías locales de Guatemala, Honduras, El Salvador y las regiones más pobres del sur de MéxicoAndrés Manuel López Obrador, el nuevo presidente de México, ha impulsado un "Plan Marshall" para América Central que invertiría 30.000 millones de dólares en las economías locales de Guatemala, Honduras, El Salvador y las regiones más pobres del sur de México, para mejorar las condiciones que llevan a la gente a migrar en primer lugar: la violencia, la pobreza y la sequía entre ellos.
La administración de Trump ha destinado 10.600 millones de dólares en fondos para la zona, pero la mayor parte se reasigna de la ayuda existente. Mientras tanto, el Gobierno de López Obrador se ha adaptado al aumento de la migración desde el sur al acelerar su proceso de solicitud de visas humanitarias por un año, acortando el tiempo de espera de un mes a cinco días.
Sin embargo, con muchos migrantes tratando de llegar a los Estados Unidos, Tijuana se queda con las manos vacías. “Una de las cosas que le vamos a pedir al Gobierno es, vale, si ayudamos, ¿cómo nos vas a ayudar?”, dice Murphy. “No tengo ni idea de lo que esto significa. ¿Estamos hablando de mil personas al año, o de 20.000 personas al año? ¿30.000? Es difícil de imaginar”. A mediados de enero, otra caravana de 12.000 personas abandonó Honduras en dirección norte.
Cuando la primera caravana de migrantes llegó a Tijuana el noviembre pasado, se enteraron de que casi 3.000 solicitantes de asilo ya estaban en la fila esperando una audiencia inicial de asilo. El Servicio de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos ha estado procesando de 60 a 100 solicitudes de asilo al día, según Anthony Rogers-Wright, quien dice que ese número es innecesariamente bajo; al ralentizar el proceso hasta el límite, los agentes fronterizos están creando un cuello de botella artificial.
Estados Unidos ha estado procesando de 60 a 100 solicitudes de asilo al día, un número innecesariamente bajo: al ralentizar el proceso hasta el límite, los agentes fronterizos están creando un cuello de botella artificial
“No me corresponde a mí decir que se está haciendo a propósito”, dice, “pero parece ser muy pasivo-agresivo. Como [si animaran a] frustrarse, desanimarse, y luego simplemente darse por vencido”. Rogers-Wright es voluntario de la Coalición para el Nuevo Santuario, una organización religiosa que proporciona asistencia a los migrantes que solicitan asilo y, si se les concede la entrada, los ayuda a integrarse en la sociedad estadounidense.
Después de que la caravana causara tal tormenta al norte de la frontera, viajó desde Seattle para echar una mano. Lo conocí fuera del Barretal en una tarde seca de enero. Él y un grupo de colegas habían instalado un puesto para ayudar a los migrantes a prepararse para sus audiencias de asilo. Las citas de cada día se deciden por una lista semiformal, que existe desde que la administración Obama comenzó a ‘medir’ las audiencias de asilo frente a una caravana de migrantes haitianos que pasaron por la ciudad en 2016. El libro mayor de estos números, “la lista”, es manejado por los propios migrantes. Un letrero encima de la mesa de la Coalición para el Nuevo Santuario indicaba el último número al que se debía llamar.
Rogers-Wright es un activista por el clima, y dice que vino a ayudar porque “esto es un resultado directo de la crisis climática. No se trata sólo de las tormentas, sino del impacto humano. Vamos a ver más de esto en todo el mundo si no tomamos medidas inmediatas y duraderas en esta crisis climática. Más migrantes climáticos, más disputas entre personas que luchan por recursos limitados”.
Cerca de un cruce, hablé con Noe, de 46 años. Me dijo que había sido robado por un narco en Honduras y amenazado de muerte si acudía a la policía. Cuando vio información sobre la caravana en las redes y la TV, decidió venirCerca de un cruce, hablé con Noe Díaz Moreno, de 46 años, quien, al igual que otros miembros de la caravana, lleva una etiqueta de identificación con su nombre y país de origen para poder entrar y salir del Barretal. Me dijo que había sido robado por un narco en Honduras y amenazado de muerte si acudía a la policía. Cuando vio información sobre la caravana en las redes sociales y la televisión, decidió venir.
Dejó a su esposa e hijas en Honduras y esperaba encontrar trabajo en los Estados Unidos para enviar dinero al sur. En su marcha hacia el norte, Moreno dijo: “Nosotros sufrimos. Vimos cosas que no esperábamos: gente que fue arrojada de los camiones, que se durmió y se cayó a medianoche. Madres que dejaron a sus hijos solos en vehículos, niños abandonados, personas secuestradas en el camino, muchos de los cuales se subieron a autobuses o camiones y fueron llevados a otra parte”. Pero valió la pena llegar a los Estados Unidos, donde los salarios eran más altos. Sobre todo porque, en Tijuana, “también es muy peligroso. Y por eso no queremos quedarnos aquí, porque nos imaginamos que la policía aquí es la misma: corrupta, comprada y vendida. Queremos llegar a un país donde las leyes sean más estrictas”. Aún así, se sintió más seguro gracias a los federales y a los marines en el Barretal.
Brewa reconoció el mérito de la gente de México por ayudar a la caravana en su camino hacia el norte. Pero “cuando finalmente llegamos aquí”, dijo, “no nos trataron igual que antes”Cerca, Marla Brewa, de La Ceiba, Honduras, se sentó con su hermana en sillas plegables mientras sus dos hijos jugaban. Brewa, al igual que los demás migrantes, intentaba descifrar los rumores sobre lo que les esperaba. “No es tan seguro aquí”, dijo. “Queremos llegar al otro lado. Dicen que allí te dan asilo. Y me dijeron que por otro lado, me dan 15 días de permiso y luego me deportan a Honduras. Entonces, por mi hija, ¿por qué voy a ir al otro lado si me van a enviar a Honduras, si mi vida está en peligro en Honduras? No puedo. No puedo. Así que estoy arreglando mis papeles para México, aquí. Estar aquí un tiempo, estar en una casa segura o algo así, y trabajar”.
Aún así, a ella le gustaría cruzar al norte finalmente. Su hija de tres años, Arcy, estaba enferma: sus ojos ictéricos, su labio ampollado, parecía tener una infección de garganta y últimamente no había podido comer nada más que sopa. Un médico que visitó el Barretal no pudo diagnosticarla más allá de decir que probablemente adquirió la enfermedad en el camino. En cualquier caso, dijo Marla, no había medicina.
Brewa anticipó que pasarían meses antes de que pasara algo. Reconoció el mérito de la gente de México por ayudar a la caravana en su camino hacia el norte. Pero “cuando finalmente llegamos aquí”, dijo, “no nos trataron igual que antes”.
El funcionario del Gobierno tijuanense con el que hablé tenía una explicación para eso: “Es diferente una vez que se quedan”.
López Obrador espera que una política proactiva ayude a integrar más ampliamente a los centroamericanos en la sociedad mexicana, disipando la presión sobre Tijuana y demostrando cómo podría ser una política de inmigración más humana en la región. Además de agilizar el proceso de visa para los migrantes, el Gobierno federal mexicano elevó el salario mínimo federal en 16% en enero, con la esperanza de inducir a algunos de los recién llegados a trabajar en empleos de baja cualificación en todo el país para los cuales los empleadores tienen problemas para encontrar trabajadores, y se ha comprometido a financiar proyectos de obras públicas que crearían nuevos empleos.
“Sólo pienso en cuándo llegará el momento en que nos seleccionen. En la caravana, todos están esperando su número”
Sin embargo, el aumento solo llevó el suelo a cerca de cinco dólares por día en todo el país y a una media de menos de nueve dólares por día en los estados fronterizos del norte, justo por encima del salario mínimo federal por hora en los Estados Unidos, razón por la cual, a pesar de un clima más acogedor en México, muchos de los migrantes esperan seguir avanzando hacia el norte. Si los cruces oficiales resultan impermeables, dijo Moreno, “la gente se irá a cruzar la frontera a otra parte, pero aún así se irá al norte. Aquí es casi lo mismo que Honduras, el dinero aquí. Es poco”. Cuando hablé con Moreno, ya llevaba más de un mes en Tijuana, esperando. “Es lo mismo de siempre”, dijo. “Sólo pienso en cuándo llegará el momento en que nos seleccionen. En la caravana, todos están esperando su número”.
La política de “permanecer en México” significa que la espera para entrar a los Estados Unidos sólo aumentará. Con zonas fronterizas tan a menudo inseguras, es casi seguro que las nuevas restricciones a los solicitantes de asilo se enfrentarán a desafíos en los tribunales. El abogado Lee Gelernt, subdirector del Proyecto de Derechos de los Inmigrantes de la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles —quien ayudó a dirigir una exitosa demanda contra las anteriores restricciones federales a las solicitudes de asilo de migrantes que habían cruzado fuera de un cruce fronterizo oficial— le dijo a la AP que “este plan no se puede llevar a cabo legalmente y resultará en que innumerables personas se encuentren en situaciones que ponen en peligro sus vidas”. Pero por ahora, el cuello de botella en la frontera y la política inconstante de Estados Unidos proveniente de la Casa Blanca de Trump han creado un status quo de desesperación y confusión a las puertas de Estados Unidos. Mientras tanto, las caravanas de refugiados siguen saliendo de los países del sur de México.
El cuello de botella en la frontera y la política inconstante de Estados Unidos proveniente de la Casa Blanca de Trump han creado un status quo de desesperación y confusión a las puertas de Estados UnidosMientras hablaba con Moreno, una pelea estalló frente a la entrada principal del Barretal. Tres hombres esposados estaban siendo trasladados a la parte trasera de una camioneta por la policía. Uno, llorando, de mediana edad, se las arregló para quitarse el sombrero y ocultar su cara. El más joven también comenzó a llorar en silencio. El tercero miró fijamente a las áridas montañas del sur. Una multitud se paró alrededor y filmó con sus teléfonos móviles. Nadie podría nombrar la infracción de los hombres. El camión salió rodando envuelto en una nube de polvo.
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