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Francia
La democracia se la juega en Francia
La victoria aplastante de Emmanuel Macron frente a Marine Le Pen en el 2017 hacía presagiar que se había contenido con éxito la amenaza de la extrema derecha. Sin embargo, fue todo un espejismo. Cuatro años después, la amenaza vuelve con más fuerza que nunca. Quedan poco más de 10 meses para las elecciones y las encuestas pronostican que Le Pen vencería en la primera vuelta y tendría a su vez opciones reales de ganar en una segunda vuelta hipotética contra Macron.
En las elecciones del año que viene se cumplirán 20 años del primer shock de Jean Marie Le Pen, el padre neonazi de Marine que consiguió colarse por primera vez en la segunda vuelta de las presidenciales en el 2002. Desde ese entonces, como recordaba no hace tanto The New York Times, se han construido diques para frenar a la ultraderecha de forma efectiva. No obstante, a medida que pasa el tiempo, hay más dudas sobre si el dique del 2022 pueda ser lo suficientemente resistente como para contener a Le Pen.
Nadie es capaz de medir las consecuencias. Ni siquiera las élites económicas que siguen prefiriendo una opción neoliberal que les dé cierta garantía y que no ponga en peligro sus intereses. El éxito de Le Pen radica en haber sido capaz de convencer a una parte considerable de la población de que su discurso soberanista, reaccionario, proteccionista e islamófobo es la respuesta que necesita para salir de una crisis política en la que Francia lleva años atrapada.
Tal vez la prueba más clara de que Le Pen puede ganar es que se esté lanzando a por el votante tradicional conservador, buscando un discurso más moderado en sus formas en aras de tranquilizar al mundo de los negocios. El ejemplo más reseñable es que Le Pen ya no habla de salirse del euro y ha optado por reivindicar las naciones europeas con la esperanza de que la oleada de extrema derecha transforme su Europa en un paraíso reaccionario. Asimismo, ha intentado camuflar los componentes antiliberales más sangrantes de su partido, como es el caso de la islamofobia, además de realizar pequeños gestos para lavar la imagen de un partido al que ha rebautizado con el nombre del Rassemblement National (RN). Le Pen ha tenido tanto éxito en su empeño que hasta el Financial Times ha llegado a afirmar que Europa sería capaz de absorber el “shock” que supondría una victoria de Le Pen.
Le Pen ya no habla de salirse del euro y ha optado por reivindicar las naciones europeas con la esperanza de que la oleada de extrema derecha transforme su Europa en un paraíso reaccionario
En este sentido, sorprende bastante hasta qué punto la extrema derecha es capaz de adaptarse a las élites económicas de turno (y viceversa), muy en consonancia con lo que hizo Trump al presentarse en 2016 como la figura Anti-Establishment, cargando contra las mismas élites que meses después premiaría de forma inigualable con bajada de impuestos y desregulaciones. Ya sabemos que lo único que le importaba a Trump eran sus negocios y sus corruptelas, de la misma forma que sucede en España con Vox y al igual que se ha podido ver en Francia con Le Pen. De hecho, se acaba de filtrar un informe de la policía francesa donde se ha revelado que el RN “tiene a través de sus ejecutivos y gerentes, un sistema organizado fraudulento de malversación de fondos europeos”, del que se beneficia mediante “trabajos ficticios como asistentes parlamentarios”.
Uno de los aspectos que más preocupa de Francia es que el avance de la extrema derecha se ha producido también a costa de la izquierda. Quizá resulte oportuno recordar que, en el shock de 2002, el Frente Nacional ya se impuso en la primera vuelta al Partido Socialista, antes de que perdiera estrepitosamente contra Jacques Chirac en la segunda vuelta. Es cierto que este shock fue una carambola que las encuestas y los expertos fueron incapaces de prever, pero sí que parece conveniente recordar que la izquierda no estaba en su mejor forma después de que el candidato socialista, Lionel Jospin, hubiese sido primer ministro con Chirac desde el 97.
A partir de entonces, el shock se ha venido repitiendo con bastante más gravedad en la última década, consecuencia también de la crisis económica del 2008. Prueba de ello es que Jean Marie Le Pen solo consiguiese el 17,8 % de votos en las elecciones del 2002, mientras que 15 años más tarde, en el 2017, Marine Le Pen cosechara el 33,9%.
En cualquier caso, resulta injusto culpar a Macron plenamente de la disolución de la socialdemocracia francesa, aunque sea cierto que la decisión de abandonar el Partido Socialista y crear La República En Marcha fue el golpe final. De igual forma, es curioso comparar el entusiasmo con el que las élites económicas acogieron al Macron de 2017, dispuesto a transformar Francia y a superar de nuevo a la izquierda y la derecha, con los lamentos que se escuchan ahora sobre cómo una posible victoria de Le Pen afectaría a la economía y a la estabilidad de Europa. En todo caso, sería más productivo que se realizara una reflexión sobre cómo la destrucción de la izquierda en favor de un centro neoliberal perjudica enormemente a la estabilidad de los países y da alas a la extrema derecha, algo que posiblemente la derecha nunca llegue a reconocer abiertamente.
En todo caso, si hay que encontrar un culpable este sería François Hollande, cuya asombrosa impopularidad condujo al colapso del Partido Socialista. Hollande no tardó mucho en dar marcha atrás a su proyecto europeísta y socialdemócrata, con el que consiguió ganar las elecciones a Nicolas Sarkozy en el año 2012, mandando un mensaje a la burocracia europea que nunca cumplió: “la austeridad no pod[ía] ser una fatalidad”. Dos años más tarde, Hollande confirmaría su giro a la derecha nombrando a Manuel Valls como primer ministro. Valls se mostró como una parodia de sí mismo, con un estilo llamativamente incendiario y colérico que despertaba también algunas risas de indignación entre el público francés que muy bien parodiaba Les Guignols, cuando presentaron a Valls como Tyler Durden de El Club de la lucha.
Les Guignols estaban en lo cierto: Valls se parecía mucho a Sarkozy. El sucesor de Chirac se había comprometido a reformar el capitalismo tras la crisis de 2008, pero pronto pudimos percibir sus escasas intenciones de hacerlo. Asimismo, Sarkozy buscó ganarse al votante de extrema derecha con una nueva normalización del discurso del lepenismo. Esta estrategia la siguió con especial fuerza durante la campaña electoral del 2012, con mensajes abiertamente xenófobos que llegaron a escandalizar hasta a The Wall Street Journal, mereciéndose el apodo de “Nicolas Le Pen”.
Sin embargo, esta normalización de la ultra derecha no es reciente y viene de lejos. Tal como ha sugerido el profesor e investigador Aurelien Mondon, en un artículo en Jacobin del pasado abril, los expresidentes no han tenido un comportamiento demasiado ejemplar en este aspecto. Ya en el año 84, el expresidente francés François Mitterrand dio espacio en la televisión pública a Jean Marie Le Pen para dividir el voto de la derecha. Mondon recuerda que durante su gobierno se llegó a hablar de que la inmigración “había alcanzado un umbral de tolerancia”. Por su parte, el expresidente Valéry Giscard se quejó en el año 85 de que la inmigración “era una amenaza para la identidad nacional”, y, por último, Chirac basó su campaña electoral en el año 95 en la “inseguridad”, estrategia que luego adoptaría Nicolas Sarkozy doce años después.
La normalización de la extrema derecha, unida al fuerte descontento social y la apatía dentro de la izquierda es un combo demasiado peligroso para el futuro de la democracia francesa, ya que es probable que una abstención masiva y una fuerte impopularidad de Macron lleven a Le Pen al Elíseo. Tampoco es que Macron esté ayudando demasiado en los últimos tiempos, es igualmente cierto que ha dado marcha atrás a reformas impopulares, pero lo ha hecho como resultado de la fuerte indignación social desatada. El actual presidente no deja de dar bandazos volviendo a demostrar que su proyecto de Francia no era más que un proyecto vacío. Las protestas de los chalecos amarillos, tal como nos ha comentado Aurelien Mondon “han demostrado que hay mucho descontento en Francia”. Sin embargo, para Mondon esto “es solo una parte de todo el panorama. La desconfianza está muy extendida y adopta muchas formas, y, por desgracia, algunas de estas han sido cubiertas de maneras desproporcionada, mientras que otras se han ignorado”.
Macron, en su afán de superar el eje izquierda-derecha, ha dejado al pueblo francés contra la pared, dado que la alternativa que va cogiendo más fuerza al neoliberalismo es la de la RN, que no es, ni más menos, que el mismo discurso reaccionario y racista de siempre de la extrema derecha
La cuestión es que Macron, en su afán de superar el eje izquierda-derecha, ha dejado al pueblo francés contra la pared, dado que la alternativa que va cogiendo más fuerza al neoliberalismo es la de la RN, que no es, ni más menos, que el mismo discurso reaccionario y racista de siempre de la extrema derecha. Este fenómeno se extiende a otros países y puede observarse muy bien en el caso de España. Es atractivo para mucha gente pensar que la respuesta a la globalización neoliberal pasa por asumir elementos nacionalistas y conservadores que nos lleven a una especie de era mitificada que nunca existió. Esto está conduciendo a un callejón sin salida, ya que estos planteamientos se combinan con una serie de esquemas que son aplicados sin criterio al mundo real, sin importar cuáles son los hechos.
Rojipardismo galo
En cierta forma, estamos volviendo a ver debates que ya estaban superados y se están creando nuevas alianzas que producen verdaderos escalofríos. Quizá el elemento más llamativo tiene que ver con el fenómeno Putin, capaz de unir a la extrema derecha con cierta izquierda que ha perdido el norte en base a quedar imbuida por la propaganda de RT y Sputnik. Me refiero a lo que muchos llaman rojipardismo, una serie de razonamientos disparatados que interpretan la realidad con una serie de premisas absurdas y contradictorias entre sí. Pensándolo bien, no es ni más ni menos que volver al mismo error suicida en el que la izquierda ha caído en el pasado. Llama mucho la atención observar cómo puede escucharse en Francia discursos del tipo: “los musulmanes vienen a reemplazar a una clase trabajadora” y [el islamoizquierdismo] es una ideología sustitutiva de la lucha de clases”, que casan tan bien con ese discurso tan de moda ahora, basado en delirios conspirativos sobre cómo las élites y los lobbies están detrás de los avances en libertades individuales.
Aparte de esta capacidad de la extrema derecha de contaminar su discurso, la izquierda francesa tiene que afrontar el reto de unirse para tener opciones de gobernar en Francia. Es un desafío muy parecido al que vive España, donde cada vez se palpa más el peligro de que Más Madrid y Unidas Podemos no sean capaces de llegar a un acuerdo y los votos de la izquierda se pierdan. En el caso de Francia, el reto es bastante mayor en la medida de que hay tres partidos políticos que hacen a día de hoy imposible que ninguna formación pueda llegar a la segunda vuelta. Hemos preguntado también a Mondon si comparte la opinión extendida y defendida por el medio The Guardian que da a entender que Mélenchon es el principal culpable de que la izquierda francesa se haya mostrado incapaz de unirse y esta ha sido su respuesta:
“Creo que sería simplista considerar a Mélenchon como el único responsable de la división de la izquierda a día de hoy. Más allá de la pura estrategia electoral, él ha sido una de las únicas voces principales en el espectro político que se ha opuesto a la extrema derecha que han abrazado la mayoría de los partidos restantes. Esto no siempre ha sido el caso y algunas de sus opiniones sobre la laicidad no fueron útiles en el pasado, al estar basadas en una forma excluyente de la laicidad que había sido impuesta por la extrema derecha. Sin embargo, parece haber superado esto, lo cual es encomiable. De hecho, es absolutamente esencial para la izquierda dejar de ceder terreno a la derecha y la extrema derecha y que no marquen ellos la agenda”.
Parece claro que una izquierda unida y con un proyecto claro y definido es siempre el mejor antídoto posible. Si no, las posibilidades de Le Pen seguirán aumentando. De momento, las encuestas vaticinan una victoria en la primera vuelta con cerca del 30% de los votos, y una derrota ajustada en la segunda vuelta, superando el RN el 40% y quedándose muy cerca de Macron.
Esto último explica la decisión tan peligrosa que ha tomado Macron en los últimos meses. El actual presidente ha debido pensar que como no es capaz de convencer a la izquierda para que vote, puede convencer a la derecha para que sí lo haga. Para ello, Macron ha vuelto a la misma estrategia de Valls y Sarkozy, realizando medidas inéditas para un presidente que siempre se mostró relativamente progresista en temas sociales. Estas medidas pasan por atacar las libertades individuales, girar su gobierno más a la derecha y confirmar algunas tesis del lepenismo.
Solo hay dos explicaciones a este nuevo bandazo de Macron: o una enorme ambición por mantenerse en el poder o una estrategia kamikaze y negligente. Que un presidente que ha sido considerado por los medios de comunicación como un centrista y un liberal se convierta en una especie de “Emmanuel Le Pen” es demasiado peligroso. Si de verdad Macron quiere asegurar su elección, más le valdría intentar convencer a la izquierda para que vote y no cometer el mismo error que Hillary Clinton en el 2016.
Sin embargo, no parece demasiado inquieto por eso. Hace unos meses, el ministro del interior, Gerald Darmanin, cruzó una línea roja al acusar a Le Pen de no ser lo suficientemente dura con el islam. Algo insólito, pero que no sorprende tanto debido a todas las polémicas que han salpicado al gobierno de Macron en los últimos tiempos con el debate absurdo del islamo-izquierdismo y la amenaza separatista del islam. Macron está avergonzando a los medios liberales que nunca calcularon que iba llegar tan lejos al presentar iniciativas autoritarias que confirman lo peor: Le Pen no gobierna, pero está determinando la política francesa.
Macron está avergonzando a los medios liberales que nunca calcularon que iba llegar tan lejos al presentar iniciativas autoritarias que confirman lo peor: Le Pen no gobierna, pero está determinando la política francesa
Al fin y al cabo, es la misma lección que el Partido Popular debería aprender sobre el riesgo de derechizarse. Las encuestas están confirmando que Vox sigue resistiendo, pese a que el PP ha conseguido acabar del todo con Ciudadanos y absorber la mayoría de sus votos. En esta línea, un análisis incómodo para el PP sería darse cuenta de que en realidad Ciudadanos no quedó destruido por las virtudes políticas de Pablo Casado, sino porque Rivera decidió derechizarse aún más y pactar con la extrema derecha. Si tu discurso se derechiza se acaba legitimando a los movimientos autoritarios, tal como se pudo comprobar cuando Rivera empezó a hablar del “Plan Sánchez” y “su banda” y acabó devorado por Vox. Macron haría bien en aprender de la experiencia de Rivera y descartar la estrategia que, como muy bien comenta el profesor Ziad Majed, se basa en “tratar de competir con la extrema derecha en el terreno de la extrema derecha”.
Quedan poco más de 10 meses y Francia ya está entrando en modo campaña. Al mismo tiempo que Macron juega a derechizarse, Le Pen busca dar una imagen de blanda y de moderada que no es real. Fruto de ello es que en los últimos tiempos hayamos visto a Le Pen fotografiarse con gatitos y sepamos que se ha sacado un certificado de cuidadora de gatos. El objetivo no es ni más ni menos que “suavizar su imagen” y distanciarse de nuevo de su padre, aquel hombre duro neonazi que tenía dóbermans.
Al final forma parte de la misma técnica de siempre. Resulta que Le Pen, la misma amante de los gatos, apoyó una carta de 50 generales retirados que llamaban a un golpe de Estado y que advertía de que el país estaba “al borde del colapso debido a la inmigración y la delincuencia”, además de por “el islamismo y el apoyo que recibe por parte de la izquierda”.
Al mismo tiempo que Macron juega a derechizarse, Le Pen busca dar una imagen de blanda y de moderada que no es real. Fruto de ello es que en los últimos tiempos hayamos visto a Le Pen fotografiarse con gatitos
Cuesta trabajo pensar que un partido así, con opciones de gobernar, pueda apoyar esta carta. Pero cuesta más trabajo pensar que hasta el 58% de los franceses apoyan la carta de los exgenerales. Un hecho escandalosamente preocupante, pero que debe verse en el adecuado contexto, dado que este dato viene de una encuesta que se hizo días después del atentado islamista contra la policía, por lo que puede estar inflado. Inevitablemente surge la misma reflexión de siempre: ¿Hasta qué punto los medios de comunicación son cómplices en el ascenso de la extrema derecha?
Seguramente tengan mucha culpa. En la línea de lo que ha denunciado Arundhati Roy sobre el etnofascista Narendra Modi: “estamos unidos por una tubería de odio que es canalizado por los principales medios de comunicación”. Posiblemente el mayor error que estamos cometiendo en Europa es haberlo normalizado. Sin embargo, no todo está perdido y la izquierda todavía puede ser decisiva para resistir. Para ello, será vital que consiga permanecer unida y se libere de elementos autoritarios que pertenecen al dominio de la extrema derecha. Qué duda cabe de que el reto de la izquierda francesa es muy grande en la medida que parece difícil una candidatura única, pero no es imposible. En cualquier caso, debemos estar atentos a lo que suceda en Francia. El éxito que tenga la izquierda en este intento determinará el futuro del proyecto europeo. La democracia aún puede resistir.
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Ojalá algún día colabore con El Salto uno de los mejores analistas políticos y sociológicos contra el rojipardismo, —con lenguaje claro—, Antonio Maestre ---> «La pinza entre la extrema derecha y la "izquierda" LEPENISTA a la hora de minusvalorar los derechos LGTBI+ llega al punto de despojarle de su condición precaria por tener necesidades de representación legal efectiva y luchar por ellas» --> https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/no-quejes-maricon_129_8031955.html
Cuando Melenchon y Macron estaban empatados en las encuestas ,Hollande todavia Presidente se pronuncio contra Melenchon para empujar los indecisos socialistas en brazos de su exministro de Hacienda y meterle en la segunda vuelta frente a Le Pen....a los cerdos les encanta ser invitados a los saraos de los granjeros (Orwell dixit)
Otra vez metiendo miedo con el fascismo para que salga el candidato liberticida? No aprenden ustedes?
Para nada. En Francia los demócratas están en las calles siendo reprimidos. Es el Neo-liberalismo de Davos el que se la juega en las urnas.
Marine Le Pen es en parte el síntoma de que la las políticas sociales en Francia han fallado.
La defensa del Estado de bienestar universal y de los derchos económicos ha quedado relegada a un segundo plano. El comunitarismo que divide a la gente en categorías tal como lo haría una campaña de mercadeo, sin cuestionar el modelo capitalista, ha pasado a ser tema dominante de los debates políticos.
La tolerancia del islamismo patriarcal ha fomentado la polarización electoral. Buena parte del electorado percibe que tanto ecologistas, socialistas y social-demócratas se preocupan más a defender al Islam político y la política de puertas abiertas a la inmigración, por más que el primero sea supremacista y totalitario, y ambos sean ultra-mercantilistas.
Los mismos que reconocen el supremacismo del KKK no lo reconocen en otros grupos por temor a ser considerados racistas, un argumento falaz ya conocido en tiempos de Goering. Y así vamos.