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Fotogalería
Regreso al pueblo
Volver, en tiempos de pandemia, allá donde residen nuestros recuerdos más pueriles.
“El cine de mi infancia siempre huele a pis. Y a jazmín. Y a brisa de verano”.
Dolor y Gloria, Pedro Almodovar
Mi infancia en el pueblo huele a cloro y a Frigodedo, y a tierra mojada por una manguera. También a sabor de pacharán y al primer cigarro en mi boca, negro ducados. Hoy regreso después de muchos años, como tantos otros exiliados por la pandemia, al lugar donde fuimos felices de pequeños, en veranos interminables de siestas y primeros amores, del abrazo inocente, sintiendo el pelo recién lavado, en una vespino roja, hoy ya aparcada para siempre.
Somos involuntarios migrantes que llenamos las ciudades grandes de este país con la ilusión puesta de nuestros padres, y la mayoría de las veces despreciamos y olvidamos nuestros orígenes en este tiempo de no pertenencia a nada más que a algunos ismos que cada día se presentan más trasnochados.
Yo volví a mi pueblo, tierra de Sara Montiel y de gigantes cervantinos, después de pasar diez años en Ecuador, tan lejos y tan cerca de lo que significa hoy este Campo de Criptana que me vio crecer al cobijo de unos abuelos que eran respetados por su amor y sus saberes, la lejía impregnada en el batín y el abrazo protector de mi abuela.
Regreso siendo otra persona, no mejor sino diferente, e intento revivir colores y olores pasados. Decía Rilke que la única patria que tiene el hombre es su infancia. Hoy mi patria no tiene bandera y las calles, tan llenas de recuerdos, visten vacías. Quizás recordamos esa niñez de una forma idílica, solo alimentada por recuerdos contados y magnificados una y otra vez. O habrán cambiado las costumbres de esta nueva generación, el sentarse en el poyuelo a la brisa de la noche, de niños jugando a la pelota en calles cancha, la bici BH con su sillín de moto que pesaba más que nosotros, el duro de Palote, la plaza como excusa, las tardes de Barrio Sésamo y Verano Azul con un mortal Chanquete, y las escapadas al videoclub buscando películas con rombos. Recuerdos de aquel tiempo donde guardo la ilusión rodeado de casas encaladas y de azul añil.
Este verano no hay horchata en la plaza, ni ligoteo en la verbena, tampoco las fiestas del pueblo que daban por terminadas las vacaciones
Sin embargo, después de sobrevivir a cientos de resacas, todo se vuelve extraño. El tiempo ha hecho sus destrozos, en lo físico y en los prejuicios de la edad, levantando un muro contra el que los recuerdos chocarán inevitablemente con la realidad y el paso del tiempo.
Este verano no hay horchata en la plaza, ni ligoteo en la verbena, tampoco las fiestas del pueblo que daban por terminadas las vacaciones. Todo está parado por esta pandemia que nos tiene resolviendo cómo vivir de nuevo, o tal vez es que mi presente se quiere invadir de memoria y no logro deslumbrar un pueblo con otro cuerpo.
Quizás nos pase a todos, y en este verano distópico, en el que muchos hemos tenido que volver allá donde residen los recuerdos más pueriles, volvamos a encontrarnos con esa tierra a la que dimos la espalda y a la que llamamos España vacía, de la cual salieron nuestros padres para darnos una vida más ‘cómoda’. Nos dieron todo hecho y en el colegio teníamos que ir a granja-escuelas para saber que la leche no nacía de un tetra brik. Hoy en ese campo estéril quizás tenga que ser donde pongamos ahora nuestros sueños y dejemos la vida llena de facilidades que nos dieron torpemente nuestros padres para retomar el campo y cultivar nuestros propios sueños.
Los datos de esa España vacía son reveladores. La población española ha aumentado alrededor de un 36% desde 1975: se ha pasado de un país con 34,2 millones de habitantes a otro de alrededor de 46,9 millones. Durante estos años, en los que el país ha sufrido una revolución económica, amplias regiones se han visto afectadas por movimientos migratorios de gran calado desde las zonas rurales hasta las grandes ciudades. Una generación, hija de la transición, que emigró en esa nueva España en la que tantas oportunidades se suponían en las grandes ciudades. Dejando pueblos casi desiertos y tierras en barbecho a la espera de que mano extranjera recogiese sus frutos.
El índice más revelador es que la totalidad de esos nuevos habitantes son personas que han nacido fuera de nuestro país. De hecho, durante esos mismos 20 años la población autóctona ha decrecido. Es decir, la España vacía no está tan vacía únicamente gracias a la llegada de personas extranjeras.
En la actualidad, nueve de cada cien habitantes de la España vacía nació en el extranjero. Y eso nos hace pensar que, verdaderamente, debajo de los adoquines no había arena de playa, y que para construir hay que trabajar y salir del acomodamiento, de hacer política desde nuestros teclados y utilizar esas manos para arar la tierra que vio nacer a nuestros abuelos.
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Pues que quieres que te diga, yo he vivido mi juventud en un pueblo. Mis abuelos araron duro para que mis padres no tuvieran que arar, y mis padres procuraron que estudiara para no tener que arar.
En barrios obreros y en pueblos, son los que se van y les va bien los que lo idealizan. Los que se quedan estan hartos de ellos.
En la actualidad, los que nos quedamos en los pueblos, lo hacemos porque lo elegimos y somos más felices así.
En mi pueblo de la España vaciada, tenemos atención sanitaria de urgencia 24h, un profesor por cada 10 niños, nuestros ancianos están acompañados y atendidos, nos desplazamos sin hacinamiento al trabajo, tenemos fibra optica, biblioteca y bares, cuando nos apetece, cogemos el coche que tenemos aparcado en la puerta de casa y vamos a las tiendas del pueblo o a las franquicias de la ciudad (y si no lo pedimos en Amazon), los campos hay que labrarlos aunque os hayáis mudado a la entelequia de las grandes ciudades, pero ahora se hace con maquinaria.
Os animo a que volváis a la España vaciada para quitaros prejuicios del año 75 y para daros cuenta de que ya no hay tanta diferencia.
Por cierto, en 2019 14 de cada 100 madrileños había nacido en el extranjero.
No sé donde vivirás tu, pero me sorprende que en tu pueblo tengas urgencias 24horas, y un profesor por cada 10 niños. De todas formas el problema es la falta de opciones para trabajar, nadie por gusto se quiere tragar un atasco, ni vive hacinado, ni paga un alquiler carisimo por una piso de mierda. Tampoco es una opción trabajar en el campo para todo el mundo. Cualquier persona que se haya currado un profesión prefiere trabajar de eso, por que has estudiado y porque te gusta también. En el mundo tiene que haber de todo, el problema es la centralización, la falta de servicios en pueblos, los salarios bajos, que no se pueda teletrabajar, etc