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Fotogalería
Crónica desde Odesa, Ucrania
“Por favor, sigan las recomendaciones sanitarias, mantengan la distancia de seguridad”. Podrían escucharse en cualquier edificio público del mundo, pero estas indicaciones salen de unos altavoces colocados por la policía ucraniana en la Casa de los Sindicatos de Odesa. La cinta suena una y otra vez por toda la plaza de corte soviético. Mi nivel de ucraniano es nulo, así que le pregunto a Nikolaj, mi contacto en Odesa, si eso que suena está explicando algo de la matanza que tuvo lugar en 2014: “No… Y si quieres mi opinión lo hacen solo para joder, aquí a nadie le importa demasiado el covid”. Puede chocar desde España, pero lo cierto es que desde que he llegado a Odesa ha sido una cosa que me ha llamado la atención: prácticamente nadie lleva mascarilla y los bares abren hasta la madrugada.
En 2014, después de que las protestas del Euromaidan y con el gobierno rusófilo de Yanukóvich derrocado, las zonas con menos simpatía por este cambio de rumbo empezaron a rebelarse. Ucrania estaba en shock con un gobierno derrocado, protestas que se iban convirtiendo en un conflicto abierto, regiones alzadas en armas o anexionadas a Rusia como la península de Crimea. “Aquí vino gente de toda Ucrania, hooligans de fútbol, de uno y otro bando, pero sobre todo gente que no quería que Odesa, con una mucha población prorrusa, se proclamara independiente”, me cuenta Nikolaj.
Lo que ocurrió en esta enorme plaza ya es historia, tras un par de días de disturbios, un grupo de manifestantes, huyendo de un grupo pro-maidan, se refugiaron en la Casa de los Sindicatos, el colosal edificio que preside la plaza. El edificio fue rodeado e incendiado y 48 personas murieron dentro de él. En YouTube se pueden encontrar vídeos del momento en los que se ve a personas que disparan incluso a los que intentaban huir lanzándose por las ventanas.
Las fotos de sus caras cuelgan ahora en una vaya metálica junto a flores rojas y símbolos religiosos ortodoxos. Algunas imágenes parecen de otra época, son fotos antiguas: eran casi ancianos. También los hay jóvenes. Se acerca una señora mayor y señala su cara y el mural repetidamente: “Yo podría estar ahí”. Su nombre es Nina y se salvó de milagro cuando un policía colocó una escalera y pudo escapar del edificio en llamas.
—¿Cree que acabará la guerra?
—No con este gobierno, con este gobierno no, para ellos en Donetsk son terroristas, pero esto es una guerra civil.
—Puedo tomarle un retrato?
Me dice que sí.
Un coro de gente se forma a nuestro alrededor. Un hombre joven se acerca y me señala una medalla con la banda antifascista naranja y negra.
—Esto es ilegal, amigo, mi abuelo lo consiguió luchando contra los nazis en la segunda guerra mundial, ¡y ahora es ilegal llevarla! Hazme una foto con ella porque no me la voy a quitar.
Se acerca un policía y comienzan a discutir. Me escabullo del grupo y lo que antes eran unas pocas flores rojas ya forman dos filas de unos 50 metros. La plaza es gigante y deja claro su pasado soviético. No se llena, pero el goteo de gente es continuo, la gente llega, deja una flor y se persignan. Otros lloran, se arrodillan y besan el suelo.
—Va a empezar la otra marcha Pablo, vamos a irnos ya. —me dice Nikolaj.
Se refiere a la marcha de los “nacionalistas ucranianos”. Gente que apoyó las protestas del Maidán y que no quiere que Ucrania mantenga lazos con Rusia. En un país en guerra el lenguaje es otro campo de batalla y el uso de una palabra u otra identifica la simpatía por uno u otro bando: nacionalistas, provincias sublevadas, liberadas, rebeldes, terroristas, pro-maidan, prorrusos, operación antiterrorista, guerra civil… Otra batalla.
Conducimos unas pocas calles y pasamos de un barrio lleno de jhruchevski, los típicos bloques soviéticos de cinco plantas, a calles empedradas y edificios clásicos como las de cualquier ciudad europea. Se van escuchando gritos y la imagen de la marcha nacionalista es de esta manera: delante va una camioneta negra mate con heavy metal sonando y el escudo de ucrania en el parachoques. Encima de ella un hombre en la parte trasera va marcando los cánticos mientras sostiene una bandera de Ucrania.
—Esta es nuestra ciudad.
—Gloria a Odesa.
—Odesa es Ucrania.
—Putin, bastardo, saca tus garras de Odesa.
Después le siguen un grupo de militares veteranos, algunos cojean y otros tienen heridas y caras que parecen recién sacadas del frente. Van seguidos por un grupo de jóvenes vestidos de negro, pasamontañas, gorras y ropa deportiva. Estética black bloc. La marcha llega a una plaza con una enorme estatua del poeta ucraniano Tarás Shevchenko. Se queman bengalas y suenan himnos.
Reconozco unas banderas rojas y negras, son de militantes del Pravy Sektor (Sector Derecho), uno de los grupos más activos en las protestas del Maidán, grupo de corte paramilitar y ultranacionalista, para algunos directamente neonazis. Me acerco a intentar hablar con alguno de ellos y le pregunto por qué está aquí.
—Hemos venido a demostrar a la gente de Odesa que no está sola. Hace siete años tuvimos que venir aquí y sacar a los perros de pelea de Rusia para que esta zona no dejara de ser parte de Ucrania.
—¿Tú has combatido?
—Sí, yo he estado en el Donbass, me alisté cuando tenía 25 años.
—¿Crees que va a acabar pronto la guerra?
Se muestra pensativo. “Tendremos que pelear para conseguir eso”, responde finalmente.
Me muevo por la multitud haciendo algunas fotos cuando Nikolaj me hace un signo para que nos retiremos. Por lo visto la policía se ha llevado a Vit, un compañero checo fotógrafo, para ser interrogado. Algo un poco extraño, pero nos vamos a la comisaría y en un par de horas está fuera.
Se nos va acabando el día y decidimos pasar de nuevo por la Casa de los Sindicatos, que sigue rodeada por cientos de policías que quieren evitar que ambos grupos choquen. El goteo de gente parece que ha continuado y ya hay más de una decena de filas de 50 metros de flores rojas. Algunos manifestantes nacionalistas han venido y se forma alguna confrontación. La policía los separa. A los pocos minutos la policía dispersa a toda la gente: tienen que desinfectar la zona por las medidas de covid. Nos retiramos al hotel y al día siguiente, mientras estoy en el aeropuerto con Nikolaj después de perder mi vuelo a Barcelona, dos policías me piden que les acompañe a para hacer unas preguntas rutinarias. Les acompaño hasta una sala, me piden el pasaporte y solo me preguntan una cosa: “¿Ese que va contigo es ruso?”.