Félix Guattari: de la Revolución molecular a la Ecosofía (II)

En esta segunda parte del recorrido que realizamos por la obra y el pensamiento de Guattari, nos sumergimos en la caracterización que ofrece el autor tanto del capitalismo en fase avanzada como de las alternativas que se dibujan alrededor de las nociones de revolución molecular y ecosofía.

Félix Guattari
Félix Guattari
Profesor de Filosofía. Grupo Ruptura.
3 jul 2020 10:00

“Yo soy optimista y confío enormemente en el poder de lo pequeño, de las micropolíticas […] Mi revolución es muy pequeña. Mi riachuelo es apenas un hilillo. Pero sin hilillos de agua no hay inundación posible. Y cuando venga la riada cogerá desprevenidos a todos los que se reían de las tímidas escorrentías que bajaban del monte, apenas capaces de arrastrar unas hojas y cuatro palitos”.

Paco Vidarte, Ética marica.

Apuntábamos, en la primera parte de este texto, que la producción guattariana se podía ver como un análisis de los dispositivos de poder y, sobre todo, como una llamada a trazar las múltiples líneas que permiten llevar el sistema más allá de sus márgenes. Como afirma Anne Querrien, la obra guattariana sigue y reivindica la “larga marcha de los desafiliados”, acompañando a todas aquellas expresiones subjetivas que se definen por su posicionamiento rebelde ante el modo de producción dominante.

Así pues, si en la primera parte analizamos el trabajo que desarrolla Guattari alrededor de la psicoterapia institucional y en relación al concepto de esquizoanálisis o micropolítica ―por lo que respecta a la conformación interna de los grupos militantes―, en este caso se trata de entrever los elementos a partir de los cuales, en el contexto de normalidad y orden que pugna por imponer el capitalismo en fase avanzada, es posible articular una subjetividad colectiva en clave revolucionaria.

El Capitalismo mundial integrado

Como indica Gilles Deleuze en una entrevista de principios de los años ochenta con Antonio Negri, tanto él como Guattari nunca dejaron de analizar la lógica interna del sistema capitalista desde una óptica marxista. Esto supone, como indica Deleuze, observar el capitalismo como un modo de producción que se define en términos inmanentes, pues no duda en desplazar sus límites ―mirando hacia el interior y hacia el exterior― con el fin de adaptarse a las necesidades concretas del medio en el que trata de ejercer su influencia. Toma forma, de esta manera, lo que Guattari denomina el Capitalismo mundial integrado: un sistema capaz de ampliar sus dominios en términos territoriales y de infiltrarse, al mismo tiempo, en los procesos de producción subjetiva.

Por lo que respecta a la expansión territorial, el capitalismo mundial integrado se sostiene sobre la posibilidad de hacer coexistir zonas de desarrollo ―con bolsas de precariedad interior―, zonas de subdesarrollo relativo ―con élites dirigentes privilegiadas― y zonas de pauperización absoluta. Desde esta perspectiva, el proceso de acumulación originaria no constituye solo el momento inaugural del modo de producción capitalista. Como sugieren Marx y Engels en El Capital, en referencia a las guerras y las políticas coloniales a través de las cuales el sistema trata de sortear la baja tendencial de la tasa de beneficio, la aplicación de políticas de expolio individual y colectivo se encuentran en la médula misma del sistema. Guattari sigue el hilo de la producción marxiana por este lado, para caracterizar la acumulación originaria como un proceso que se replica de manera incesante y cuyos efectos atañen a la constitución ontológica misma y a las posibilidades de renovación y de éxito del sistema capitalista.

Asimismo, el capitalismo mundial integrado se define por su carácter intensivo, en la medida en que es capaz de constituir la subjetividad desde el interior, a nivel individual y colectivo. De manera similar a la descripción que ofrece Foucault con el concepto de biopoder, este proceso implica una subsunción real, es decir, una completa integración de la totalidad de las relaciones sociales dentro de la axiomática capitalista. Como se puede leer en el cuaderno de los viajes que realizó Guattari por Brasil durante la década de los setenta y principios de los ochenta, de la mano de Suely Rolnik, y que fue publicado por ambos autores bajo el título Micropolítica. Cartografías del deseo (1986), la acción del capitalismo mundial integrado se materializa, así, a través de una doble opresión. En primer lugar, con la formación de una fuerza colectiva de trabajo. En segundo término, con la formación de una fuerza de control social colectivo. Por lo que respecta a esta segunda dimensión, el sistema pone en marcha un mecanismo de optimización de recursos al ejercer el poder de manera descentralizada, indirecta y escalonada, a través de aquellas subjetividades que han sido constituidas para responder a las exigencias de la axiomática capitalista.

El capitalismo se define en términos inmanentes, pues no duda en desplazar sus límites con el fin de adaptarse a las necesidades concretas del medio en el que trata de ejercer su influencia.

Lo que el análisis guattariano pone de manifiesto, por esta parte, es que la batalla con y por el poder se juega (también) en los márgenes. Si al capitalismo le interesa establecer un conjunto de códigos formalmente múltiples y diversos, alrededor de los cuales se define una pretendida normalidad, es porque los procesos de control y de extracción de beneficios afectan tanto al centro como a la periferia del sistema. No en vano, como se puede leer en Mil mesetas, cabría distinguir lo anormal de lo anómalo. Con el primer término se hace referencia a aquellas identidades que formalmente tratan de oponerse a la norma establecida, pero cuya acción acaba siendo reconducida al orden por las instancias de poder. Con el segundo término se hace alusión, en cambio, a aquellas expresiones subjetivas que consiguen sustraerse a la acción del sistema. Lo anormal se define, al fin y al cabo, por establecer una oposición dialéctica con el patrón establecido, manteniendo así una relación de dependencia ontológica y política, aunque sea en términos negativos, con el poder de mando. De hecho, el capitalismo aprovecha estos movimientos que se producen en los márgenes, y cuya acción es capaz de hacer revertir en beneficio propio, para reivindicar su carácter abierto y tolerante. Lo anómalo, sin embargo, se define como aquella subjetividad que el sistema no es capaz de identificar, seleccionar y clasificar; como aquella expresión subjetiva que se desvía del patrón dominante mediante una bifurcación y que corta, así, todo vínculo con la normalidad establecida. A esto se refiere Guattari ―en muchas ocasiones de la mano de Deleuze― con la delimitación que establece entre una desterritorialización relativa y una desterritorialización absoluta con respecto al sistema.

Así pues, como se puede observar en el libro Escritos para El Anti-Edipo ―un conjunto de textos en los que se muestra el trabajo que realizó Guattari en vista a la publicación del primer volumen de Capitalismo y esquizofrenia―, el sistema capitalista es definido a partir de dos características principales. En primer lugar, mucho más que por exclusión, el entramado capitalista funciona por integración de todo aquello que es capaz de fagocitar y orientar en beneficio propio. En segundo término, en buena medida como consecuencia de las tensiones derivadas de ampliar los límites que constituyen el sistema desde un inicio, la maquinaria capitalista no funciona sino a fuerza de averiarse. Dicho de otro modo, las crisis no son un elemento sobrevenido y secundario, sino de carácter esencial y, por tanto, necesario para el mantenimiento del modo de producción capitalista. Guattari hace referencia a este aspecto en relación al carácter patológico del sistema. Si el capitalismo se puede definir ―utilizando las palabras de Deleuze― como un “régimen de locos” es porque, al mismo tiempo que pone en cuestión buena parte de los códigos establecidos en el campo social ―con el objetivo de satisfacer los procesos de extracción de beneficios―, no deja de recuperar dichos códigos a una escala aumentada. En todo caso, es en este punto en el que se disparan los conflictos y las tensiones y, con ello, la posibilidad de llevar el sistema a un punto de colapso absoluto e irreversible.

La Revolución molecular

La revolución molecular constituye, sin lugar a dudas, uno de los elementos centrales para entender el análisis que lleva a cabo Guattari sobre los movimientos que dinamizan el campo social. Aunque se puede encontrar desarrollada a lo largo de la producción del autor, es en dos compilaciones de textos, aparecidas en 1977 y 1980 bajo el título La revolución molecular, donde Guattari expone las líneas principales de esta noción.

A diferencia de lo que se suele apuntar al respecto, con la revolución molecular no se trata solo de articular las diferentes subjetividades emergentes y sus luchas particulares. Además de la alianza interna entre las subjetividades consideradas minoritarias y las luchas proletarias, se trata de poner en relación las demandas de cambio que se dan al nivel de los axiomas y, por tanto, dentro de la lógica del modo de producción capitalista, con aquellos movimientos que operan al margen del sistema y, en este sentido, más allá de toda representación mediada. No hay que confundir, pues, lo molecular y, en general, el ámbito de la micropolítica, con la negativa a construir una propuesta de dimensiones amplias para el campo social. Una propuesta de amplio alcance ―la “riada” que vaticinaba Vidarte― ha de tener condiciones de posibilidad, si bien solo se puede materializar como resultado de una acumulación inmanente de fuerzas concretas que, desde la base, den lugar a una nueva composición de cuerpos y a un conjunto de claves discursivas a través de las cuales poner en cuestión la estabilidad del sistema. La opción de la huida a pequeña escala mediante la construcción de comunidades aisladas, esto es, la opción ascética, es rechazada de manera rotunda por Guattari a lo largo de su obra. Antes que nada porque esta opción implica huir de la realidad en lugar de hacer huir la realidad tal y como se trata de imponer desde el poder establecido.

Lo que el análisis guattariano pone de manifiesto es que la batalla con y por el poder se juega (también) en los márgenes.

Guattari alude, por este lado, al concepto de heterogénesis, con el fin de coordinar la acción conjunta de las distintas subjetividades susceptibles de conformar un frente antagonista amplio e, incluso, de proponer un conjunto de alternativas de carácter global. La revolución molecular tiene en la heterogeneidad su motor, de manera que la articulación de las subjetividades emergentes se ha de entender en el sentido de una polifonía. Como señala el autor, la revolución molecular aparece así como la vía de expresión de “un pueblo múltiple, un pueblo de mutantes, un pueblo de potencialidades que aparece y desaparece”, y que es capaz de materializarse en “encuentros”, “instituciones”, “afectos” y “reflexiones”.

Asimismo, en este proceso de articulación se pueden distinguir dos momentos distintos aunque convergentes. En primer lugar, una fase de carácter destituyente. Dirigida a encontrar las grietas que van apareciendo en las estructuras y la semiótica del poder, en este primer momento se trata de conseguir una acumulación de fuerzas provisional mediante el reconocimiento de unos objetivos comunes mínimos. No obstante, en segundo término se debe contemplar una fase de carácter constituyente. Toda vez que se ha configurado un nuevo plano de relaciones, cabe empezar a desarrollar las subjetividades de manera autónoma y en su máxima singularidad. Con todo, estas dos fases han de avanzar en paralelo. Más aún, todo movimiento de descodificación y desterritorialización de los axiomas que constituyen el sistema ha de llevar implícito y, de hecho, ha de suponer un ensayo crítico del nuevo espacio y la nueva lógica de relaciones que se tratan de poner en funcionamiento con la revolución molecular. Toda resistencia implica una apuesta concreta, a realizar en el presente, por la creación de nuevas formas de vida y nuevos procesos de atribución de valor sobre la actividad individual y colectiva.

Las tres ecologías

Todos los elementos que acabamos de analizar confluyen, desde finales de los años ochenta ―coincidiendo con la sacudida provocada por el desmoronamiento de la Unión Soviética―, en el concepto de ecosofía. Con esta noción ―desarrollada principalmente en títulos como ¿Qué es la ecosofía? (1985-1992) y Las tres ecologías (1989)―, Guattari alude al proceso de conformación inmanente del espacio de lo común, es decir, del plano que han de habitar las subjetividades que tratan de poner en cuestión las exigencias del sistema capitalista. Por este lado, la ecosofía se despliega a partir de tres “ecologías” o, lo que es lo mismo, de tres esferas relativas al análisis y al trabajo por una conformación alternativa de la realidad social, mental y medioambiental.

Por lo que respecta a la vertiente social de la ecosofía, se trata de favorecer la conformación de la subjetividad mediante la experimentación de nuevos vínculos, tanto a nivel microsocial como a escala institucional. En cuanto a la esfera mental de la ecosofía, en primer lugar se trata de plantear la importancia de la corporalidad a la hora de constituir el ámbito de la subjetividad. Guattari llama la atención, así, sobre la necesidad de poner en juego nuevas prácticas afectivas que no estén basadas en la exclusión y en la dominación del otro o de los otros. Asimismo ―en la línea que ya apuntábamos con el concepto de esquizoanálisis o micropolítica―, la ecosofía supone, por esta parte, una llamada a reconducir los fantasmas que habitan el inconsciente, tanto a nivel individual como de grupo, empezando por aceptar la contingencia y la finitud como elementos constitutivos de la subjetividad.

La revolución molecular tiene en la heterogeneidad su motor, de manera que la articulación de las subjetividades emergentes se ha de entender en el sentido de una 'polifonía'.

Por lo demás, estos dos apartados responden a una de las más importantes funciones que Guattari atribuye a la ecosofía: detectar los mecanismos de sumisión semiótica que el sistema capitalista esparce a través de los equipamientos colectivos ―centros educativos y sanitarios, instituciones de salud mental o de intervención social― y los medios de comunicación de masas. Como señala Guattari, la subjetividad propia del capitalismo mundial integrado está producida por “operadores de naturaleza y calibre diversos”. En todo caso, estos mecanismos coinciden en la necesidad de generar un discurso y una visión de la realidad determinados, con el establecimiento de unos regímenes de signos, de unos modelos existenciales y de una manera de entender las relaciones sociales que el sujeto debe adoptar para definir una identidad estable.

Por último, en relación a la vertiente medioambiental, se trata de hacer frente a la deriva destructiva que amenaza al planeta. No tanto con el objetivo de la conservación, como de buscar los recursos necesarios para una reconstitución activa del medio. Sin olvidar, con todo, que la preocupación medioambiental no debe suponer, en ningún caso, renunciar a las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. Siguiendo las huellas de un análisis que ha influido de manera notable en autores como Franco Berardi “Bifo” o Antonio Negri, las nuevas tecnologías no constituyen, de manera exclusiva, un instrumento para el control y el encuadramiento social. Además de facilitar la comunicación y la movilización multitudinarias, las tecnologías pueden ofrecer, siempre que se desarrollen al margen de la lógica sistémica, un conjunto de materiales y recursos a través de los cuales proponer nuevos procesos de creación subjetiva.

Como se puede observar, el nexo que une las tres vertientes implicadas en la ecosofía no es otro que el de combatir la subjetividad constituida alrededor del modo de producción capitalista. Guattari hace una descripción concreta de los dispositivos que pone en práctica el capitalismo en los procesos de subjetivación. El sistema capitalista actúa, en primer lugar, generando un sentimiento de culpa que el sujeto se ve forzado a expiar. Esto se traduce a través de la noción de deuda, que el sujeto contrae de manera casi implícita como condición necesaria para subsistir en el interior del sistema, y que se ve obligado a pagar con el esfuerzo de su trabajo y mediante la aceptación de los códigos sobre los que se sustenta la axiomática capitalista. En segunda instancia, el capitalismo actúa por medio de la discriminación, con la creación de un conjunto de valores y de mecanismos de extracción de valor, a nivel material y simbólico, cuyo objetivo es el de fundamentar un sistema organizado de forma clasista y jerárquica. Por último, el sistema capitalista trata de producir una infantilización en el seno de la subjetividad. Evidentemente, este proceso nada tiene que ver con los universos existenciales que los niños son capaces de crear y que, en ocasiones, se pueden mantener libres de la colonización capitalista. Tiene que ver, por una parte, con la banalización generalizada de la cultura y de la esfera semiótica en la que se desarrolla la subjetividad y, en términos generales, con la negación de la singularidad y de la autonomía como principios a partir de los cuales canalizar los procesos de subjetivación.

Con la ecosofía, Guattari alude al 'proceso de conformación inmanente del espacio de lo común', es decir, del plano que han de habitar las subjetividades que tratan de poner en cuestión las exigencias del sistema capitalista.

¿Hay vida más allá?

Por el lado de las alternativas, Guattari propone abrir campos de virtualidad constructivista para la producción subjetiva. Se trata de conectar la producción subjetiva con aquellos espacios (de futuro) en que es posible la emergencia y la toma de consistencia de la ruptura, la diferencia y la novedad. Para ello, resulta necesaria la construcción de puentes a través de los cuales conectar los procesos de creación subjetiva con la alteridad en sentido amplio: no solo con la multiplicidad de subjetividades que tratan de vivir al margen de las imposiciones sistémicas, sino también con el elemento vegetal, animal y maquínico. En definitiva, con todos aquellos elementos que pueden contribuir a descentrar la perspectiva dominante.

Guattari parte de una premisa ética y estética por esta parte, según la cual la subjetividad es potencialmente capaz de desarrollarse y proliferar más allá de su equilibrio normal y ordinario. Así se puede observar en el análisis que ofrece acerca de autores como Kafka ―presente en títulos como Kafka. Por una literatura menor (1975), escrito con Deleuze, o Sesenta y cinco sueños de Franz Kafka (1985)―. Si los procesos de creación que se dan en ámbitos diversos pueden suponer, en este caso, un arma en manos de los movimientos sociales es porque, además de permitir detectar las “potencias diabólicas que llaman a nuestra puerta”, ofrecen la posibilidad de resistir mediante la creación de formas de vida (virtualmente) no asimiladas por el sistema. De hecho, Guattari plantea este proceso de construcción a la manera de un ritornelo existencial. Haciendo alusión al concepto de repetición compleja que ofrece Deleuze en Diferencia y repetición, se trata de acompañar el gesto inicial de ruptura con la prudencia necesaria para atraer parte de los elementos que se han desprendido como resultado del estallido del modelo subjetivo dominante. Si bien esta operación se debe llevar a cabo desde la perspectiva de la diferencia y la subversión, evitando, por tanto, toda construcción de carácter esencialista. Los territorios existenciales se definen, pues, no como un en sí cercado y replegado sino como el resultado de un proceso abierto en el que desarrollar, de manera sostenida, un para sí de carácter contingente y siempre inacabado.

En suma, la construcción de una subjetividad colectiva en clave revolucionaria es todavía posible si se hace por evitar cualquier intento de centralización en la toma de decisiones, así como toda visión jerárquica del grupo y, en consecuencia, del campo social. De la misma manera, se debe abolir toda perspectiva determinista o teleológica en la conformación de las luchas antisistémicas. Como señala Guattari en Las tres ecologías, se trata así de reivindicar y de contribuir a crear, desde el apartado teórico y en la práctica diaria, una subjetividad de la diferencia, la atipia y la utopía, basada en la escucha de lo(s) otro(s) como aspecto esencial para la acción en común.

Ni que decir tiene que a noventa años del nacimiento de Guattari, en un contexto de (re-)establecimiento constante de la (nueva) normalidad como hilo conductor de las relaciones políticas y sociales, esta llamada nos interpela, quizá, con más fuerza y mayor urgencia que nunca.

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La filosofía se sitúa en un contexto en el que el poder ha buscado imponerse incluso en los elementos más básicos de nuestro pensamiento, de nuestras subjetividades, expulsando así de nuestro campo de visión propuestas teóricas y prácticas diversas que no son peores ni menos interesantes sino ajenas o directamente contrarias a los intereses del sistema dominante.

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