Filipinas
Patricia Evangelista: “Para que una guerra triunfe lo único que tienes que hacer es deshumanizar al enemigo"

“En julio del año 2016, la Policía Nacional de Filipinas desató formalmente la guerra contra las drogas al emitir el Memorándum de Ejecución n.º16-2016. [...] Sin ninguna orden firmada por el Ejecutivo, la Policía Nacional de Filipinas anunció que el programa se basaba en ‘el pronunciamiento del presidente Rodrigo. R. Duterte para acabar con las drogas ilegales durante los primeros seis meses de su mandato’. Esta fecha tope, repetida en los discursos de campaña, era el único compromiso que recordaba a un plan de acción política por parte del presidente”.
“‘Matadlos a todos’, dijo el presidente. El problema de la droga será erradicado en un periodo de entre tres y seis meses”.
Fragmentos de Que alguien los mate, de Patricia Evangelista (Reservoir Books/Comanegra, 2025).
Patricia Evagelista (Filipinas, 1985) acaba de publicar Que alguien los mate, un libro que opera como una crónica extendida de sus años cubriendo los homicidios de los sicarios del ex presidente filipino Rodrigo Duterte en su “guerra contra las drogas” y que se llevó por delante la vida de, según las estimaciones de diferentes organizaciones de derechos humanos, hasta 30.000 personas.
En el libro, Evangelista, que ha desarrollado toda su carrera periodística bajo la era Duterte, hila los testimonios de diferentes familias víctimas de la guerra contra las drogas del mandatario; pero también libera algunos huecos para relatar el coste psicológico que esta cobertura ha tenido en ella. El libro ha sido incluido en la lista de los mejores libros de no ficción del año de Times, New York Times y New Yorker; y ha recibido el premio Helen Bernstein a la Excelencia en Periodismo de la Biblioteca Pública de Nueva York.
Muchos de los que votaron a duterte acabaron asesinados en cualquier callejón por sus secuaces; otra gente le votó, y luego se arrepintió; pero lo cierto es que el ex mandatario aún goza de altos índices de popularidad
Duterte, que actualmente tiene 80 años, subió al poder como presidente de Filipinas en 2016, después de haber estado 22 años frente a la alcaldía de Davao, la tercera ciudad del país. Lo tuvo claro: protegería a “su gente” matando a “su gente”. Muchos de los que le votaron acabaron asesinados en cualquier callejón por sus secuaces; otra gente le votó, y luego se arrepintió; pero lo cierto es que el ex mandatario aún goza de altos índices de popularidad.
Durante los años que estuvo frente a la presidencia de Filipinas, Duterte no dudó ni un segundo en contradecir y enfrentarse a sus propios organismos, en inventarse datos, en establecer un modus operandi en el que no existían ni tribunales ni jueces, sino solo la orden explícita de acabar con los más vulnerables. Sin embargo y a pesar de todo esto, el mandatario filipino, actualmente bajo arresto por la Corte Penal Internacional (CPI) por presuntos crímenes de lesa humanidad y a la espera de juicio, logró una victoria aplastante en las elecciones para la alcaldía en su bastión familiar, la ciudad de Davao, en las elecciones del pasado 12 de mayo de 2025.
En Que alguien los mate también hay pequeñas grietas entre líneas para la reflexión alrededor del trabajo periodístico, o por lo menos, alrededor de la profesión tal y como Evangelista la entiende y la desarrolla. “El periodismo, en última instancia, es una acto de fe”, escribe. Y reflexiona sobre los dilemas de no poder ayudar a las fuentes o de ir más allá del puro trabajo periodístico: “Soy una reportera, no la resistencia”.
Durante los años que estuvo frente a la presidencia de Filipinas, Duterte no dudó ni un segundo en contradecir y enfrentarse a sus propios organismos, en inventarse datos, en establecer un modus operandi en el que no existían ni tribunales ni jueces
La periodista, que actualmente se encuentra participando en el programa de residencias internacionales del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en colaboración con la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), también reflexiona sobre la narrativa y las palabras, el discurso; eso que tanto y tan bien domina la clase política y los medios de comunicación.
Bajo el manto de la agencia Rappler, la agencia de noticias independiente filipina fundada por la Premio Nobel de la Paz Maria Ressa, Evangelista no solo habla con las familias de los desaparecidos y asesinados, también ofrece el testimonio valiosísimo de algunos colaboradores necesarios, aquellos que hicieron posible el engranaje de las cadenas de asesinatos.
En este libro se concentra el trabajo de años cubriendo la guerra contra las drogas contra Duterte. ¿Cómo fue el momento de entregarlo a la editorial?
Trabajé para Rappler durante la guerra contra las drogas, lo que hizo que me hiciera muchas preguntas sobre lo que estaba sucediendo; escribí mucho sobre el ‘cómo’ y los ‘quienes’, pero lo que realmente me interesaba era saber porqué permitimos que eso sucediese. Y eso requiere un libro, porque hay matices que no podía explicar en mis artículos. Firmé el contrato editorial y me comprometí a entregar el manuscrito aquel mismo año, pero finalmente me llevó cuatro años escribirlo. La guerra contra las drogas de Duterte ha vivido todo este tiempo en mi cabeza.
Hay 80 páginas de notas finales.
Cuando entregué la versión final estaba aterrorizada; me preocupaba mucho la seguridad de las fuentes y que mi escritura se sostuviera. Está todo escrito y verificado de manera exhaustiva. Entregué una primera versión en tercera persona, pero mi editor me dijo que no funcionaba; así que incorporé la primera, muy a mi pesar; porque no tenía intención de involucrarme en la historia. Enviar el manuscrito definitivo no fue un alivio, sino más bien lo contrario: quería más tiempo para seguir editando.
Duterte es un autócrata, como tantos otros; que hacen lo mismo y mantienen su popularidad. No es un político exótico ni exclusivo de Filipinas
Este libro aparece justo en el momento en que Duterte se encuentra en La Haya, detenido por crímenes de lesa humanidad y a la espera de juicio ¿Cómo ha reaccionado la sociedad filipina? Unas semanas después de ser detenido ganó las elecciones municipales a la alcaldía de Davao.
Filipinas no es una entidad única. El arresto de Duterte nos sorprendió a todos: a las familias que habían estado denunciando la violencia durante años, a los activistas y abogados de derechos humanos… Incluso a nosotros, los periodistas. La noticia se acogió con una felicidad a medias: algunos familiares de víctimas fueron a la iglesia a rezar; otros bailaron con fotos de sus muertos; algunos gritaron; otros golpearon paredes; hay quien lloró. No fue ni es una alegría absoluta porque nada va a traer a los muertos de vuelta. La muerte no se puede compensar. De todos modos, la influencia de Duterte sigue siendo enorme, con lo que su elección para la alcaldía de Davao no me sorprendió en absoluto. En la diáspora tiene mucho apoyo, también.
Algo en lo que insistes es que muchas personas que votaron por Duterte luego se convirtieron en su blanco y sus víctimas. A pesar de que era algo conocido en Filipinas y en el mundo, hay quien no ve o no quiere ver qué sucedió durante esos años. La prueba es precisamente lo que comentas, la popularidad de Duterte continúa prácticamente intacta.
Duterte es un autócrata, como tantos otros; que hacen lo mismo y mantienen su popularidad. No es un político exótico ni exclusivo de Filipinas. No puedo explicar la razón por la cual una nación entera votó por él, porque la gente lo hizo por razones diversas. Algunos votaron por él porque era algo nuevo y se presentaba como un político diferente, como un tipo duro. Otros votaron por él porque odiaban la influencia de las drogas en sus familias. Y otros votaron por él porque la vida en Filipinas es muy dura. Duterte estableció una narrativa concreta y abordó el miedo y la incertidumbre de la población, cansada de décadas de expectativas fallidas. Y le puso un nombre al enemigo: las drogas ilegales. La gente no votó a favor de la muerte, sino a favor de la esperanza. Además, es una persona carismática y un narrador poderoso. Desde el inicio se presentó como un tipo ordinario, como un ciudadano más. ‘Soy uno de ustedes’, decía.
Esta fue una guerra de Duterte contra la ciudadanía, pero también del mismo pueblo contra el pueblo. Mucha gente delató a sus vecinos.
Para que cualquier guerra triunfe lo único que tienes que hacer es deshumanizar al enemigo, o al supuesto enemigo. Eso sirve para todo: para los migrantes, los pandilleros, para una minoría étnica. En Filipinas se demonizó a estas personas consumidoras, se las consideró no humanas. No eran vecinos, ni amigos. Eran drogadictos y traficantes, presuntos o no. ¿Cómo va a lidiar Filipinas con esto en el futuro? No tengo ni idea, pero sí sé que tendrá que hacerlo durante generaciones. Habrá niños cuyos padres y hermanos murieron en esta guerra. También habrá niños cuyos padres fueron policías y asesinos. Y habrá toda una generación de jóvenes que vieron esto en la televisión o en las calles.
Ángel, el otro sicario, lo hacía por dinero, pero Simon lo hacía por fe: matar a drogadictos protegería el futuro de sus hijos. Le pregunté y su respuesta fue clara: no soy una mala persona, pero hay gente que debe ser asesinada
Algunos de estos ciudadanos formaron parte del CGS. ¿Qué era esta organización?
El grupo Centinelas Confederados es una organización nacional de personas que se autodenominan ‘multiplicadores de fuerza’. Su objetivo era reforzar la fuerza policial y actuaban de manera voluntaria. Empezaron llevando a cabo actividades benéficas en diferentes ámbitos, como el sanitario. Sin embargo, en algún momento se constituyó un grupo local que se hacía llamar CSG Chapter II en una zona marginal de Manila. Empezaron los rumores de que la policía subcontrataba a estos justicieros. En el libro escribo sobre dos de ellos. Uno de ellos, al que llamo Simon, me dio la entrevista bajo la condición de no identificarlo. Tampoco pude identificar su ubicación ni ninguna otra información. Fueron él y otro justiciero quienes me hablaron de las operaciones del CSG. Simon iba a la iglesia. Tenía esposa. Tenía hijos. Ángel, el otro sicario, lo hacía por dinero, pero Simon lo hacía por fe: matar a drogadictos protegería el futuro de sus hijos. Le pregunté y su respuesta fue clara: no soy una mala persona, pero hay gente que debe ser asesinada.
Uno de los policías involucrados en las matanzas, es Domingo una de tus fuentes. ¿Cómo fue tu relación con él?
La relación entre una fuente y un periodista siempre es complicada y varía según la fuente. Da lo mismo que esa fuente sea un superviviente o un policía. A mí en este trabajo me ha costado mucho que la gente entendiese que yo tan solo soy una periodista: solo puedo contar historias. Ni puedo pagar funerales ni matrículas de la escuela. Hacerlo me comprometería a la hora de hacer mi trabajo. Respecto a Domingo… Sí, es complicado hablar con un policía y luego intentar mantener una relación. Fue difícil, aunque tuve la suerte de que él es un narrador fantástico.
¿Sigues en contacto con él?
Supongo que no. Hemos hablado, pero extraoficialmente.
¿Cuál ha sido el coste psicológico de la cobertura de la guerra contra las drogas?
¡Fumaba y bebía mucho café! [Ríe]. Los periodistas somos fuentes indirectas: escuchamos las historias y somos conscientes de que la gente sufre cuando las cuenta. Por eso el consentimiento es tan importante. Resulta difícil hablar del coste personal, porque soy consciente de que el coste es mucho mayor para otras personas y que cuando deciden hablar conmigo, se están arriesgando. El trauma y las secuelas de los asesinatos es visible. Como periodistas, y cuando trabajábamos sobre terreno, era difícil hablar de lo que estábamos viviendo, y solo recientemente hemos prestado atención al impacto que todo aquello nos produjo. Lo que aprendí durante la guerra contra las drogas fue la importancia de contar con una tribu, con colegas que hacen lo mismo que tú. Descubrir cómo lidiar con la responsabilidad de ser periodista y ciudadana al mismo tiempo es una tarea contínua. Lo que sí considero es que me siento una privilegiada de que toda esta gente haya confiado en mí para contar sus historias. Y si hay un precio que pagar, creo que la mayoría estamos dispuestos a pagarlo.
Creo que algún día, dentro de mucho tiempo, tendremos un registro más completo. No sé si alguna vez tendremos las cifras reales; quizás cuando la gente pierda el miedo
El anterior Gobierno da una cifra de unos 6.000 muertos; las organizaciones de derechos humanos de unos 30.000. El margen es muy amplio. ¿Se sabrá algún día toda la verdad de lo que ocurrió con esta gente?
Así lo espero. Las historias que yo cuento son una parte muy ínfima del registro de víctimas. Hay periodistas trabajando en lo mismo que yo y que están intentando documentar todas esas historias; también lo están haciendo activistas de derechos humanos y abogados. Y, sobre todo, las familias. Creo que algún día, dentro de mucho tiempo, tendremos un registro más completo. No sé si alguna vez tendremos las cifras reales; quizás cuando la gente pierda el miedo.
¿Y un registro con el nombre de los perpetradores, de los sicarios?
No lo sé. La justicia es difícil en Filipinas. Cuando los policías son los responsables, es complicado conseguir pruebas e investigar. Según la ley, cuando un policía mata a alguien, debe investigarse, pero muchas de esas actuaciones se enmarcan dentro de la ‘regularidad en el desempeño del deber’. No creo que haya justicia plena, aún así tengo la esperanza de que algún día tengamos un registro más completo.
Actualmente hay una lucha abierta entre el clan de los Duterte y el clan de los Marcos. ¿Alguna idea de hacia dónde puede derivar?
Filipinas siempre ha sido un país de dinastías. El clan Duterte es muy similar a otras dinastías que surgieron en Filipinas, excepto que en este caso proviene del sur y se ha convertido en una dinastía nacional. No sé qué va a pasar. Lo único que puedo decirles es que los Duterte llegaron para quedarse.
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