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Feminismos
Miren Guilló Arakistain: “La ideología de la normatividad menstrual polariza los cuerpos y produce violencias”
En septiembre de 2022, el Gobierno redujo el IVA de los productos de gestión menstrual. El 1 de junio de 2023 entraron en vigor los nuevos permisos menstruales que incluye la ley de salud sexual y reproductiva tras la reforma que salió adelante en febrero. El Parlamento Vasco aprobó en junio de 2021 encargar un estudio sobre la menstruación y en mayo de ese mismo año el Ayuntamiento de Girona incluyó entre los derechos de su plantilla un permiso menstrual pionero. Pero nada de eso puede entenderse sin el contexto menstrual de la última década, y que la antropóloga Miren Guilló Arakistain analiza en Sangre y resistencia, políticas y culturas alternativas de la menstruación (Bellaterra Edicions, 2023).
Robos colectivos de compresas, instalaciones artísticas con sangre menstrual o protestas menstruales de presas por sus condiciones carcelarias son algunos ejemplos públicos de una cultura menstrual que se ha cocido entre talleres, colectivos y compañeras de piso. Guilló cree que a día de hoy se puede hablar de un “auge de lo menstrual” muy atractivo para una industria poco feminista. Pero su foco no es ese. Para la investigadora, la menstruación es un fenómeno privilegiado para el análisis de la sociedad y sus cambios. También para visibilizar las desigualdades y para impulsar transformaciones políticas.
¿Qué hace de la menstruación un campo tan interesante como para que le hayas dedicado más de una década de investigación?
Desde 2006, yo participaba en un colectivo donde cuestionábamos la visión negativa de la menstruación resignificándola a través de otros imaginarios y prácticas alternativas y me sumergí en este tema. Lo que me interesó era, por una parte, la complejidad de diferentes discursos que estaban surgiendo en ese campo y, sobre todo, cómo esto remitía a diversos debates culturales y materiales en torno al cuerpo, el género, el consumo, la salud o las culturas políticas. Aunque la menstruación y sus prácticas son parte del escenario, mi objeto de investigación son esas resignificaciones feministas y los debates que generaban. Para mí ha sido casi como una excusa o un hilo conductor para poder hablar sobre esos temas, porque es un campo donde se ve muy claramente tanto las experiencias de las personas como ese cuerpo social, y también político menstrual, de esas propuestas.
Se ha entendido que la menstruación es un proceso fisiológico universal y se ha prestado muy poca atención a la gran diversidad de experiencias de las personas menstruantes
En tu libro se va desgranando un vocabulario menstrual muy interesante. Un concepto que utilizas mucho es el de “ideología de la menstruación”, para explicar que existe una ideología menstrual dominante. ¿Cuál es esa ideología hegemónica y con qué intereses se ha construido?
La normatividad menstrual que conocemos, al menos en las sociedades occidentales, ha estado relacionada con la suciedad, con el tabú. Se ha entendido que es un proceso fisiológico universal y se le ha prestado muy poca atención tanto a los procesos socioculturales que influyen en el mismo como a la gran diversidad de experiencias de las personas menstruantes. Además, se ha investigado muy poco por sesgos androcentristas, que a la vez han promovido una visión estigmatizadora que ha posibilitado toda una cultura de la negación y una mercantilización menstrual, con un imaginario que retroalimenta ese estigma.
A mí me ha interesado observar los cambios culturales y sociales que se estaban dando en torno a esto, sobre todo en esta última década, y cómo nos estamos encontrando con nuevas normatividades. En este contexto podemos pensar, por ejemplo, cuánto ha cambiado la publicidad menstrual. El mercado menstrual ha instrumentalizado los discursos feministas mostrando imaginarios menstruales más positivos, que dan cuenta de estos cambios, pero siempre sin contextualizar el origen del estigma ni cambiar otras muchas ideas que transmiten esas grandes corporaciones, que por otra parte siguen teniendo muchísimas ganancias. La sociedad de consumo coopta los discursos feministas que están surgiendo, pero en realidad no cambian los contextos de desigualdades sociales. Por eso me interesa ver esa ideología de la normatividad menstrual como una ideología donde se imbrican diferentes normatividades, se combinan diferentes normas, siempre con una perspectiva crítica de la sociedad de consumo.
Ha habido cambios en la industria menstrual donde se han desarrollado muchísimas alternativas al tiempo que lo alternativo se ve fagocitado por lo hegemónico, como vemos cuando una casa como Tampax saca su propia copa
Esa cooptación se ve claramente en el uso de la copa menstrual…
Todos esos cambios sociales que se dan son gracias a las luchas feministas, de las activistas feministas en el campo de la salud. Además, en el libro relaciono también todas estas propuestas y culturas alternativas a la menstruación con las genealogías de las activistas feministas de la salud de los años 70 y 80. Hago un análisis de esas transformaciones sociales: la copa y en general las tecnologías feministas, están relacionadas también con el aumento y la diversificación de las propuestas analizadas y nos sirve como ejemplo muy claro para ver cómo el mercado lo conquista. Ha habido cambios en la industria menstrual donde, por un lado, se han desarrollado alternativas muy diversas y, por otro, hemos visto cómo lo alternativo se ve fagocitado por lo hegemónico cuando una casa como Tampax saca su propia copa. O con el ejemplo de las aplicaciones menstruales, que a pesar de que algunas puedan ser beneficiosas para a las personas menstruantes, también sirven en muchos casos para poner en manos de las corporaciones los datos de las usuarias, sin procesos claros y éticos de aprobación y control.
Está bien que haya esos cambios, pero tenemos que ser conscientes también de cómo el mercado los coopta. Porque hacen una copa sí, pero sin tener en cuenta las condiciones medioambientales ni laborales de las personas implicadas en su producción, cuando las primeras copas que surgen justamente sí velan por que esos esos procesos sean éticos y muchas de las marcas parten de esa visión feminista, de la economía social.
Una intención clarísima de tu investigación es problematizar el binarismode género desde un tema como la menstruación, que aparentemente es idóneo para partir de las dicotomías. ¿Por qué?
Antes de empezar la tesis, esto ya era para mí un eje central. Yo hice en 2008 un Trabajo de Fin de Máster sobre propuestas políticas menstruales donde entrevisté a diferentes mujeres que estaban implicadas en ese campo, y resultó que muchas de ellas no menstruaban por diferentes razones. Cuando te sumerges en el tema de la experiencia menstrual, es muy obvia la gran diversidad corporal, material, identitaria. Hay muchas mujeres que por muy diferentes razones no menstrúan. He analizado algunas de las consecuencias y la violencia que esta ideología produce, y esto lo he hecho sobre todo a partir de los itinerarios vitales-corporales de varias personas que no siempre encajan en ese modelo del dimorfismo sexual, del cuerpo mujer-menstruante. La vivencia de la menstruación es muy diversa en los cuerpos y sin embargo lo que prima es una narrativa que tiene mucha fuerza en el imaginario, que está tomado de los manuales de ginecología. Esto tiene que ver con los esquemas biologicistas del dimorfismo sexual, con el androcentrismo biomédico, con la falta de investigación de muchos problemas que afectan específicamente a las mujeres. Por lo tanto, esa ideología de la normatividad menstrual afecta tanto a cuerpos menstruantes como a mujeres que tienen o no tienen la menstruación. Es una normatividad que polariza los cuerpos y produce violencias, que aparecen claramente en la etnografía.
Lo que propongo no es tanto ver quien cumple o quien no cumple esa norma menstrual, sino cuál es la ideología dominante, que es excluyente y que refuerza esas jerarquías entre los diferentes cuerpos y tiende a homogeneizar la experiencia. Además, dentro del activismo menstrual y de los estudios críticos de la menstruación en estas últimas décadas, se ha utilizado una perspectiva mucho más dinámica sobre los cuerpos menstruantes, se ha problematizado cada vez más el dimorfismo sexual. En los años 80, tanto los estudios antropológicos de diferentes sociedades como los estudios de la ciencia, tecnología y sociedad y estudios feministas de la ciencia, muestran ya cómo los procesos biológicos no son ni neutrales ni ahistóricos ni objetivos, y que su comprensión va cambiando también en el tiempo. Es importante producir conocimientos más plurales y dinámicos que tengan en cuenta esa diversidad corporal.
Cuando hablas de cuerpos menstruantes no es solo para incluir a las personas trans, lo repito para que quede claro…
Así es, porque esa ideología afecta a todos los cuerpos. Eso sí, hay que tener en cuenta que es más violenta con algunos cuerpos que con otros, y para evidenciar esto es necesaria una perspectiva interseccional que tenga en cuenta, además del ciscentrismo, el racismo y las condiciones precarias de muchas personas.
¿Qué es el activismo menstrual y en qué momento se incorpora a las prácticas feministas?
El concepto de activismo menstrual se ha ido popularizando sobre todo en esta última década, aunque venga de antes. Cuando empecé a hacer la investigación no era un concepto que se estuviera utilizando en nuestro contexto, ni tampoco lo estaban utilizando las personas que entrevisté en aquel momento. Hay que tener mucha cautela con aplicar conceptos anglosajones a otras realidades, por lo que yo utilicé el concepto de “políticas y culturas alternativas de la menstruación”, ya que englobaba mejor lo que estaba estudiando. En ese comienzo, en el 2008, empecé a hacer arqueología de las diferentes propuestas que había en ese momento y en los años anteriores, a investigar el modo en que personas y colectivos estaban desafiando esas hegemonías culturales y la patologización biomédica menstrual, problematizando y resignificando el ciclo menstrual a través de prácticas e imaginarios alternativos, como como pueden ser tanto la gestión alternativa del sangrado, como publicaciones, fanzines, talleres, encuentros, campañas o prácticas artísticas como performances o murales o robos colectivos de compresas. Estas propuestas permiten observar esas rupturas y esas alternativas a los discursos biomédicos y culturales hegemónicos sobre el género, el cuerpo y la salud. Las que entrevisté son personas que igual no han seguido en lo que se ha llamado “activismo menstrual” sino que lo hacían desde el ámbito ecologista, feminista, anticapitalista, incluso artístico. Pero luego se ha ido socializando este concepto y es una manera de englobar todas estas propuestas.
¿Entonces el activismo menstrual es nuevo o tiene que ver con lo que ya hacían las feministas de la salud en los 70?
De alguna manera, es una continuación. Se incluye en esas genealogías, pero también nos está hablando de nuestra sociedad actual, del feminismo y de las culturas políticas actuales.
Hay una ausencia llamativa en Sangre y resistencia, que es la que tiene que ver con las políticas públicas menstruales. En los últimos años, la salud menstrual ha entrado en las leyes, con ejemplos estatales, autonómicos y municipales, pero esto queda fuera de tu objeto de estudio.
Me parece un tema muy interesante y también en Latinoamérica está siendo un campo de estudio potente. En el proceso etnográfico que cuento en el libro, no profundicé tanto en esto por el contexto del momento y porque puse el foco en otros procesos sociales. A su vez, tenemos que entender la complejidad de estas políticas, el avance social que reflejan, en un momento de dificultad por las ofensivas actuales contra el feminismo. Pero también la necesidad de que vayan de la mano con los colectivos sociales que los están trabajando, y con mas investigaciones, que ya se están haciendo.
Vivimos en un contexto en el que estamos perdiendo nuestros derechos relativos a la salud, donde además no son los mismos derechos para todas, en una sociedad cada vez menos justa. Por otro lado, la cultura neoliberal nos individualiza y a través de una cultura del pensamiento positivo nos hace totalmente responsables de nuestro bienestar y nuestra salud, una salud que queda totalmente ligada al consumo. Es importante poner sobre la mesa todos esos factores estructurales que tienen que ver con la precarización de la vida, con factores medioambientales y con factores tanto económicos como sociales y materiales, desde esa perspectiva interseccional.
Tu campo de investigación es especialmente complicado por dos cosas. La primera es que hay pocas referencias. La segunda es que has investigado estas políticas y culturas alternativas de la menstruación cuando estaban en pleno proceso de cambio.
Sí, de hecho, lo que hago en el libro también es un recorrido en el tiempo, una etnografía en movimiento, sobre un cambio. Por ejemplo, entre el 2012 y el 2015 hubo muchos cambios, una proliferación y un aumento de propuestas y una diversificación muy grande también de esas propuestas. Fue un momento clave. Y todo eso lo muestro a través de las personas entrevistadas, con las que he hablado en diferentes momentos de la investigación.
Pero cada vez somos más, y desde hace años hay divulgación feminista en este campo, generando mucho contenido crítico, y también mucho en Latinoamérica. Y luego, para mí es importante decir que tanto en este proyecto como en otros proyectos de investigación y sociales en los que he participado siempre me ha parecido fundamental poner en diálogo los saberes que se que se crean en diferentes espacios: tanto los saberes de las personas que están involucradas en el tema, como de los colectivos sociales, como los saberes en este caso también biomédicos —de las médicas y profesionales feministas que están trabajando en este tema— y antropológicos, y hacerlo sin jerarquizarlos. Es esa manera de crear conocimientos híbridos, críticos y dinámicos para la transformación social. Yo no he diferenciado los conocimientos o las investigaciones que se hacen en el ámbito académico y en el ámbito social, justamente por ese interés de articularlos.
Me interesa mucho cómo se ha utilizado la sangre para hacer lo que le he llamado una performatividad del asco como estrategia feminista
Una cosa que se puede ir aprendiendo mientras se lee tu libro es diversos usos de la sangre menstrual. ¿Cuáles destacarías?
Cuando hablo de que hay mucha complejidad en la experiencia menstrual también me refiero a esto, a las maneras muy diferentes de utilizar la sangre. A mí me ha interesado mucho cómo se ha utilizado la sangre para hacer lo que le he llamado la performatividad del asco como estrategia feminista, que tiene que ver también con un cansancio, con una rabia. Producir esa estética del asco para justamente interpelar a las causas del asco como fenómeno cultural.
Entiendo el asco, siguiendo a diferentes autoras, como una construcción social que es atravesada por diferentes desigualdades sociales —en relación al género, el capacitismo, la raza, la clase, imagen y el tamaño corporal, la salud, la sexualidad…— y que históricamente se ha utilizado para justificar acciones y leyes discriminatorias, siendo un recurso de los sectores hegemónicos para menospreciar a colectivos subalternos y justificar esas desigualdades sociales.
Es muy interesante la reapropiación del asco que se hace al performar el asco a través de la sangre con acciones como las del colectivo Sangre Menstrual en Madrid o experiencias como las del colectivo Pare de Bilbo, que en el 2012 sacó un calendario donde una de las fotos que aparecía eran unas bragas con sangre y eso causó mucha controversia. Lo que hicieron ellas fue empapelar todo el barrio con esa misma foto con la pregunta “¿Te da asco tu propia sangre?”. A partir de ahí convocaron distintas acciones e hicieron una instalación artística. También hay robos colectivos de compresas en una época, sobre todo a principios de los 2000, con una mirada muy subversiva. A la vez, me pregunto qué y en qué momento algo se entiende como transgresor, deja de serlo, o ni siquiera se lee como tal, así como quién puede hacer esas cosas, quién puede permitirse ser subversiva en ese campo o, en general, en nuestra sociedad. Eso me parece interesante, sin quitar el valor político a lo que se hace.
Salud
No es solo dolor: hacia un discurso subversivo sobre la regla
Mantienes que hay un “auge de lo menstrual”. ¿Es un auge cooptado por el sistema o crees que el movimiento feminista puede adueñarse de ese él?
Si hay un auge es gracias a los activismos ámbitos ecologistas, feministas, sociales y gracias también a todas las feministas que están en las instituciones biomédicas, así como en distintos proyectos menstruales de divulgación feminista, aunque estamos viendo unas ofensivas también muy claras. Por ejemplo, en Florida se esté proponiendo prohibir hablar de la menstruación en las escuelas antes de los 12 años. Las ofensivas de la derecha en contra de los feminismos y la soberanía corporal están llegando también a este tema.
Es fundamental seguir hablando de esto, porque al final no deja de ser considerado un tema subalterno, privado, menor, tal como me ha tocado escuchar incluso en entornos académicos. La politización del ciclo menstrual, además de un indicador de salud, es una oportunidad privilegiada para la reflexión y la acción social. Es un lugar de lucha muy idóneo, sobre todo si se hace desde un punto de vista de lo colectivo, para cuestionar las desigualdades sociales y de género, y es un buen ejemplo también para comprobar la necesidad de un punto de vista interseccional feminista, que cuestione el neoliberalismo mismo. Tiene mucho potencial.
En el libro terminas hablando de placeres menstruales. ¿Qué placeres hay en las culturas menstruales?
Más que de placeres menstruales, hablo de distintos placeres que aparecen en los itinerarios y en los procesos políticos de las entrevistadas. Me interesaba el tema del placer por los debates que se dieron hace ya al menos una década en torno a las culturas de militancia y el placer, por lo menos en el contexto vasco. Pero también por una relectura colectiva que estamos haciendo tanto del ámbito de las fiestas como del mismo feminismo, con compañeras como Laura Muelas, que ha hecho una etnografía del placer en las políticas feministas muy interesante. En el caso de las culturas menstruales, analizo a importancia del placer en experiencias relacionadas con la autogestión corporal y con la producción colectiva del conocimiento. Me daba cuenta de que cuando alguien hablaba de cómo creaban un fanzine en casa entre amigas, o de cómo pensaban una acción o una instalación en un grupo, me estaban contando diferentes situaciones que tenían que ver con construir colectivamente conocimientos y que eso, al mismo tiempo, generaba placer. El tercer ejemplo que pongo es el del placer de la subversión en sí mismo, de cómo muchas hablan un poco de desde el cansancio, desde el tener que ser siempre correctas, algo que se le exige mucho al feminismo, y ese placer lo subversivo te saca de la situación de cierta manera. El placer, al igual que otros afectos como la rabia, el cansancio, la ira, la culpa, el dolor, pueden ser también movilizadores para la transformación social.