Opinión
Un silencio cómplice

El 30 de diciembre de 2021, Julien Charlon, un militante social y vecino de Lavapiés asesinó a Abril. La madre de Abril ha pedido a El Salto que publique esta carta con la intención de que se produzca una reflexión y un cambio para que nunca más se repita un hecho semejante.
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Ela Rabasco Concentración en Lavapiés tras el asesinato de Abril.
1 jul 2022 11:45

El asesino, Julien Charlon, vecino del barrio y empleado de La Casa Encendida, en la que trabajaba con niños y adolescente, con personas con discapacidad, había militado desde el 2000 en movimientos sociales vecinales como el Centro Social El Laboratorio; apoyado a movimientos feministas; comprometido con los inmigrantes; participado en varios documentales sociales como Los Ulises y La Grieta; implicado en proyectos vecinales como Esto es una plaza; escrito un libro: Mundo Lavapiés; participado en el mercado de San Fernando con un puesto; amigo de muchos en el barrio y conocido de muchos. Todos le conocíais: era un “BUEN VECINO”. 

Después de seis meses del asesinato de mi hija me pregunto qué tipo de reflexión y de cambio ha hecho un barrio que se dice y tiene fama de súper implicado en lo social. El silencio sin elaboración, sin pensamiento, es sinónimo de complicidad con estos actos y por tanto contribuye a la repetición. Es muy probable que no se sepa cómo hacer, o que las palabras falten, pero, ¿no impone la gravedad de lo ocurrido suspender todo para revisar profundamente lo que lo permitió? ¿No ha servido para nada todo esto? Mejor cubrir un tupido velo y hacer como si hubiera sido un caso aislado, un crimen atroz de los que raramente ocurren.

No, no fue así, el crimen fue la respuesta a un deseo femenino, el de separarme de una persona con la que ya no quería estar. El crimen fue un castigo inesperado, del que yo no tenía ni el mas mínimo atisbo de que pudiera ocurrir, precisamente porque era UN BUEN VECINO, implicado, feminista, de esos que dicen haber hecho una reflexión sobre el machismo y haberse cuestionado hasta la médula su masculinidad. No es un hecho aislado, es el extremo de un comportamiento machista que castiga al deseo femenino porque no puede controlarlo, que lo tacha de loco, lo maltrata y lo descalifica hasta llegar al asesinato. Es el extremo de un continuo en el que caben muchos otros comportamientos rencorosos, de descuido, de silencio cuando los colegas hacen determinadas bromas, de complicidad en los espacios con la ausencia de la palabra y el deseo de las mujeres, de falta de escucha, de invisibilidad de lo que no se pliega al interés masculino, de maltrato en sus múltiples formas hacia las mujeres y que no tiene solo la forma del asesinato, sino también de abandono, el yo soy libre, el no me ates, el amor libre, las posiciones infantiles, el no responsabilizarse de la vida compartida, el castigo…

El objetivo de Julien Charlon era dañarme. No hay excusas para un acto de este calibre. No me vale el estaba loco, le dio un brote, estaba enajenado. Tampoco me valen los prejuicios que culpan a la víctima: ¿cómo ella no se dio cuenta?, ¿estaba desprotegiendo a su hija? Todo esto no tiene cabida, el ACTO HABLA POR SÍ MISMO. Todos en el barrio le conocían, NADIE, ni siquiera yo, hubiera esperado nunca esto, lo que significa que nuestra normalidad convive con esta posibilidad, también en esos círculos. Por ello es necesaria una reflexión de los comportamientos machistas que nos atraviesan. Una transformación real y profunda. No actos políticos ni reivindicaciones. No mirar hacia fuera, sino hacia adentro. No era un loco, él se dijo: “me deja, pues se va a enterar”.

Si no somos capaces de pensar todo esto y generar las condiciones de no repetición, buscar la formas de reparación, un cambio profundo en nuestras comunidades, seremos cómplices de lo ocurrido.

Firmado: la madre de Abril.

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