Feminismos
Betty Friedan y los presupuestos del feminismo liberal

Releer la 'La mística de la feminidad', de Friedan, nos puede arrojar cierta luz sobre las ideas y los límites presentes tras el argumentario del feminismo liberal actual.
Betty Friedan
Betty Friedan en 1981
Profesor de Filosofía
26 mar 2021 09:42
Imagen: Ana Penyas

Betty Naomi Goldstein, más conocida como Betty Friedan, fue una escritora, psicóloga y activista estadounidense que re-situó el problema de la mujer, sacándolo de las periferias de la psicología, el psicoanálisis, la clínica médica y las revistas femeninas, poniéndolo en el centro del debate político y social norteamericano.

El punto de partida de La mística de la feminidad (1963) tiene mucho que ver con la propia historia de Friedan. Nacida en 1921, en el seno de una familia judía de joyeros que llegaron migrados desde Europa y se asentaron en Peoría, Illinois, su padre heredó el oficio de joyero y su madre, apasionada del periodismo pero sin el título oficial, se dedicó durante largo tiempo a escribir en la sección de sociedad de un periódico local. Este ambiente le permitió desarrollar su voraz pasión por la lectura y la escritura, habilidad esta última que ya ejerció en el periódico de su instituto. En 1938, justo antes de la Segunda Guerra Mundial, ingresó en la universidad femenina Smith College, donde estudió psicología. Su etapa universitaria fue tan brillante que, al final de la misma, le ofrecieron una beca de estudios que le hubiese permitido seguir en la universidad como investigadora, y doctorarse. Ella, finalmente, rechazó esta beca para casarse con su pareja y dedicarse plenamente a los cuidados de la familia que querían formar.

Esa familia llegó, y no solo los hijos e hijas, sino también todos los complementos asociados al american way of life: la bonita casa adosada en un barrio residencial, el marido con coche propio que va al trabajo todas las mañanas, la tecnología que “liberaba” a las mujeres de las arduas tareas domésticas... Friedan vivía como lo hacían las mujeres de las revistas y de la televisión, como todas las mujeres blancas de clase media de su entorno. No será hasta 1957, en una reunión de antiguas estudiantes de la universidad, que Friedan pudo observar cómo ninguna de sus compañeras de estudios, ni las más brillantes, habían continuado su carrera universitaria. Todas, como ella, abandonaron por completo ese camino para dedicarse en exclusiva a sus hijos e hijas, sus maridos y sus casas. ¿Cómo es posible que todas ellas, sin excepción, tomasen el mismo camino? Su olfato periodístico la llevó a abordar las reuniones de amigas de otra manera, a pensarse a sí misma de otra manera, y fue al calor de esas reuniones, de esas conversaciones privadas en la cocina, sin los maridos y los niños y niñas delante, de las llamadas de teléfono a mediodía, donde empezó a darse cuenta que había una sensación generalizada entre ellas, una insatisfacción que ninguna sabía cómo nombrar.

El malestar que no tiene nombre

El malestar que no tiene nombre es esa sensación de vacío, esa insatisfacción que sienten las mujeres de clase media que han realizado el sueño americano y que al final del día, después de haber cuidado de su familia, de sus hijos e hijas, de sus casas, de cocinar un exquisito pastel, se preguntan: “¿Es esto todo?” (Friedan, 2019: 51). Friedan, con sus conocimientos como psicóloga, empezó a entrevistarse con esas mujeres de clase media que parecía que lo tenían todo, pero entre las que se diagnosticaban elevados casos de neurosis, ansiedad, “inadaptación al rol femenino” o el “síndrome del ama de casa”. Cuando todas se reunían y hablaban sobre esa sensación de angustia, de vacío, que tenían, les costaba expresarla como algo real, pero todas entendían perfectamente esa sensación en las otras, incluso se alegraban de que no fuese solo de una, sino que las demás también lo sintieran.

La infelicidad de las amas de casa se había tratado desde la perspectiva de la medicalización, de la frustración sexual freudiana o como un problema nacional por la falta de definición de los roles masculinos y femeninos.

La infelicidad de las amas de casa, producida por este malestar, se había tratado desde la perspectiva de la medicalización, de la frustración sexual freudiana, o como un problema nacional por la falta de definición de los roles masculinos y femeninos. Sea como fuere, siempre era un problema individual de una mujer y no un problema estructural. El trabajo de Friedan en su libro La mística de la feminidad, ese gran estudio de campo que realizó entrevistándose con mujeres y extrayendo información de esos datos cualitativos, le permitió formular el problema como algo social. No era posible que una sensación común a tantas mujeres fuera una cuestión individual.

¿De dónde provenía esa infelicidad colectiva? Para Friedan provenía de la imposibilidad de las mujeres para autorrealizarse individualmente, porque el dictamen social de la feminidad anulaba la identidad propia de la mujer, al homogenizarla como colectivo que tiene las mismas necesidades e inquietudes, y al desplazar su interés propio por el cuidado de los demás. Esta tensión entre la experiencia vivida y el ideal es la que generaba esa frustración e infelicidad, convertidas por psicoanalistas y médicos en enfermedades, y la que al mismo tiempo volvía invisible su existencia: ellas pensaban que vivían la plenitud de la feminidad, así que era imposible que no estuviesen felices. Dicho en palabras de la propia Friedan: “Había una extraña discrepancia entre la realidad de nuestras vidas como mujeres y la imagen a la que estábamos tratando de amoldarnos, la imagen que yo di en llamar, la mística de la feminidad” (Friedan, 2019: 47).

La mística de la feminidad

El malestar que no tiene nombre es una crisis de identidad de las mujeres que no han tenido nunca la oportunidad de definirse por sí mismas, de encontrar sus propias necesidades sin atender a los cuidados de los demás. Tratar de amoldarse a este relato creado por la sociedad estadounidense es lo que les generaba esa sensación de vacío, al mirarse a sí mismas y no saber quiénes eren. A la pregunta ¿Quién soy? la mística puede responder: “La mujer de Tom [...] La mama de Mary” (Friedan, 2019: 109), pero no dará una respuesta a la mujer individuo, sujeto que pregunta, porque su referente no es ella misma, sino los otros. Esta era, precisamente, la esencia de la mística.

La mística de la feminidad da nombre al libro y es su tema central. Durante las cuatrocientas páginas que tiene la obra, Friedan analiza de dónde viene esa mística, cómo es posible que se haya mantenido tanto tiempo y qué mecanismos permitirán a las mujeres liberarse de ese yugo que no les deja desarrollarse según sus propios intereses.

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En este sentido, indica Friedan, el mito de la feminidad no surgió de la nada. Hubo un claro retroceso en los años 30, 40 y 50 respecto de los personajes femeninos en las revistas y de figuras públicas de mujeres que trascendieran el discurso del ama de casa perfecta. Se abandonaron temas más teóricos para centrarse en temas prácticos relacionados con los cuidados, lo que produjo una ausencia de referentes femeninos y un destino claro y definido de lo que le daría la felicidad a una mujer (Friedan, 2019: 92-93). Este camino trazado es lo que Ángeles J. Perona (2005) llama la heterodesignación de las mujeres, cuya consecuencia es sancionar a aquellas que no se amolden al rol, por ejemplo con los mecanismos antes mencionados de la patologización, pero también generando una enorme frustración a las mujeres que sí que aceptaron ese sendero ya trazado que es la frustración que genera el malestar sin nombre.

El mito, pues, se empezó a convertir en relato cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. Por un lado, las mujeres habían ocupado puestos de responsabilidad y adquirido cierta autonomía, pero con la vuelta de los veteranos de guerra “regresaron los prejuicios antifemeninos” y una gran diferencia salarial. Esto hizo que muchas mujeres “buscasen protección en el matrimonio y el hogar” (Friedan, 2019: 238-239). Por otro lado, el gobierno estaba preocupado por los soldados que volvían del frente, y con ellos muchísimas personas desplazadas y exiliadas, así como por la previsible crisis económica que se podía cernir después de la guerra. Se inició entonces una de las grandes campañas publicitarias de la historia, un relato que se convirtió en una forma de vida, el american way of life. La autora norteamericana detecta que esta forma de vida es indisociable de la mística de la feminidad. El lema “La felicidad a través de las cosas” (Friedan, 2019: 276) permitía profundizar en los valores estadounidenses de la sociedad de consumo de posguerra, estimulando la economía al mismo tiempo que canalizaba las frustraciones o los sufrimientos de las personas, tanto de las mujeres aburridas de la cotidianidad sexista, como de los soldados traumatizados, hacia los productos, dándoles un “valor psicológico añadido”.

Ahora bien, construir este relato no es solo una cuestión publicitaria. Existe una aceptación del mismo por parte de los medios de comunicación, que Friedan analiza especialmente en el libro a través de las revistas femeninas de la época, de los psicólogos, de los médicos, de los educadores y de la imposición del misógino psicoanálisis freudiano. Este conjunto de estamentos dedicaron parte de sus esfuerzos a justificar la segregación de la mujer a la vida de los cuidados, lo que causaba ese aumento de los matrimonios y de la maternidad entre las jóvenes, la disminución del número de mujeres que acababan sus estudios universitarios y la dificultad para encontrar mujeres que tuviesen trabajos cualificados fuera de su hogar.

La mística de la feminidad fue la ideología que situaba como valor más elevado para la mujer blanca y de clase media ser esposa, madre y ama de casa, patologizando las conductas disidentes e infantilizando a las mujeres en su proceso de aprendizaje.

En conclusión, la mística de la feminidad fue la ideología que situaba como valor más elevado para la mujer blanca y de clase media ser esposa, madre y ama de casa, eliminando cualquier referente femenino que no cumpliese este valor, patologizando las conductas disidentes e infantilizando a las mujeres en su proceso de aprendizaje y en relación al contenido de los medios de consumo pensados para ellas.

Según Nuria Varela (2018), el feminismo se define como una posición política que busca la justicia y que se mueve entre la teoría y la práctica. En esta línea, la solución de Friedan para romper con este relato sobre la feminidad no se quedó únicamente en la investigación del libro, sino que trató de llevar las propuestas teóricas a la práctica. Por ello, al calor de la investigación del libro y de su posterior publicación, en 1966 fue cofundadora, y presidenta hasta 1970, de la Organización Nacional para las Mujeres (NOW por sus siglas en inglés), asociación con la que se trataba de reformar el sistema buscando “que las voces de la mística de la feminidad dejen de ahogar la voz interior que está empujando a las mujeres a convertirse en seres completos” (Friedan, 2019: 448).

El argumentario del feminismo liberal

El libro de Friedan caló más hondo en la sociedad estadounidense que El segundo sexo (1949) de Simone de Beauvoir, publicado casi veinte años antes, y que comparte algunas de las lecturas hechas por Friedan. Sin entrar mucho en detalles, creemos que el estilo y el enfoque de la obra norteamericana, entre la investigación periodística y la psicológica, por la que Friedan ganó el Pulitzer, encajaba más con una sociedad más acostumbrada al pragmatismo filosófico que al estilo continental de la filosofía francesa. Pero, además, hay otro motivo importante: Simone de Beauvoir realizó un análisis a la sociedad patriarcal y capitalista, y eso resultaba mucho más rupturista que las propuestas de Friedan.

La mística de la feminidad y NOW marcaron las líneas de lo que se vino a llamar feminismo liberal moderno, heredero en gran medida de la tradición ilustrada y sufragista que, más adelante, será matizada por la propia Friedan. En efecto, a lo largo de la obra podemos encontrar una serie de axiomas que se convirtieron en las piedras de toque del movimiento y que, en la actualidad, podemos encontrar en esas propuestas y afirmaciones de los partidos liberales, conservadores e incluso de extrema derecha.

El primero de estos axiomas implica confundir la parte por el todo. Friedan hizo un libro fantástico sobre las opresiones y los problemas de las mujeres blancas, heterosexuales, de clase media y con estudios universitarios. ¿Era este el perfil de la mayoría de mujeres estadounidenses? No, y estas fueron las criticas a NOW a partir de los años setenta y ochenta: no podemos tomar la voz de algunas, precisamente las más privilegiadas, para representar a todas. Esto entronca con la cita que anteriormente tomábamos de Núria Varela, según la cual el feminismo es, además, una ética, una forma de hacer. El gran error del feminismo liberal es no atender a las diferentes opresiones que sufren las mujeres por sus múltiples condiciones: clase, orientación sexual, identidad de género, procedencia, estudios, etc. Pretender que las mujeres pueden abstraerse de estas opresiones y participar en igualdad de condiciones en estructuras verticales de poder y sin cuidados, no parece una manera de eliminar las injusticias sistémicas que se producen por el género, y que se encuentran, como decíamos, atravesadas por otras.

En segundo lugar, otro punto clave se encuentra en el hecho de centrar las posibilidades de autonomía de las mujeres en el trabajo. Aprovechando que Friedan busca poner ejemplos en relación a los campos de concentración, podríamos decir que nos acercamos –paradójicamente– a la afirmación de El trabajo os hará libres. El trabajo asalariado, tal y como lo conocemos, puede ofrecernos cierta autonomía en la medida en que nos da dinero, en el sentido que apunta Friedan, pero eso no soluciona el problema de los cuidados, para con la familia o con una misma, los problemas de conciliación, de la distribución de las horas de trabajo, de la brecha salarial, etc. Cabe añadir que, en el caso de las amas de casa de las que hablaba Friedan, la autorrealización a través del trabajo se hace a costa de delegar esos cuidados a otras mujeres que, tradicional y actualmente, son mujeres migradas, racializadas y precarizadas. Sostener que el trabajo en el mundo capitalista es la llave a la libertad, es lo mismo que asegurar que en una estafa piramidal todo el mundo gana.

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El siguiente axioma sería la asunción ciega del modelo neoliberal que Friedan hace en el libro. Uno de los casos más evidentes lo podemos encontrar cuando reconoce como uno de los problemas de la educación de las mujeres el no saber competir, no como mujeres, sino como seres humanos. Esta idea hobbesiana de la competencia atenta, nuevamente, contra la ética feminista, pero además, es esta misma dinámica la que lleva a mantener el statu quo. Como dice Montserrant Galcerán (2016), “el sistema tiende a favorecer al mejor situado de modo que el feminismo nos habla de ‘mujeres blancas’ del mismo modo que el racismo lo hace de ‘hombres negros’”. Siguiendo esta lógica, sostener la competitividad y la cultura del esfuerzo que propugna el neoliberalismo, no llevará sino a mantener a los mejor situados en el sistema, esto es: los hombres.

Finalmente, Friedan siempre sostiene en el libro que es necesario un cambio entendido como reforma. Parte del punto de vista de que el sistema funciona bien, pero que son las personas quienes con sus prejuicios no permiten que la sociedad evolucione. Este razonamiento hunde, nuevamente, sus raíces en la tradición liberal e ilustrada de la que viene Friedan, pero también del contexto estadounidense de la época. En principio, los sistemas son marcos teóricos, así que una vez se han puestos en tela de juicio sus axiomas, se debería generar una alternativa. La idea de que el capitalismo es flexible, se adapta, y es imposible romper su marco, nos daría para otro artículo, pero lo cierto es que, como hemos visto con los tres supuestos anteriores, el modelo de Friedan y el feminismo en su versión liberal actual no ponen en tela de juicio el sistema capitalista y, por lo tanto, tampoco ponen en duda las injusticias sistémicas que este genera. Por ello, los movimientos feministas más transformadores son aquellos que tejen una alternativa de relato y de forma de vida, porque realmente cuestionan los presupuestos del sistema. Cuando dudamos del modelo de familia, de la construcción del amor Disney, como lo llama Brigitte Vasallo, ponemos la vida en el centro, introducimos los cuidados y los procesos horizontales, hacemos una reivindicación real por la justicia.

Como reflexión final, es importante conocer la obra de Friedan por la relevancia que tiene en la historia de los movimientos feministas estadounidenses, pero también porque nos permite reconocer un conjunto de ideas presentes en los discursos y los argumentarios de las derechas que, en la actualidad, ignoran el camino recorrido en estos cincuenta años. Defendiendo unos supuestos que, en definitiva, no se hacen cargo de todas las reflexiones teóricas, prácticas, éticas, políticas y vitales que, desde los feminismos, van más allá de lo establecido y que tienen el fin de concebir otras maneras de ser en el mundo.

Pau Crespo Villalba es coautor del libro Filósofas. Del olvido a la memoria, coordinado por Nieves Soriano y Sergi Ferreres, Editorial Diálogo (2020).

Obras citadas

– GALCERÁN HUGUET, Montserrat (2016) Introducción de ¿Redistribución o reconocimiento? Un debate entre Marxismo y Feminismo, de Butler, Judith & Fraser, Nancy. Madrid: Traficantes de sueños.

– FRIEDAN, Betty. (2019) La mística de la feminidad. Traducción de Magalí Martínez Solimán. Madrid: Cátedra.

– PERONA, A.J. (2005) «El feminismo liberal estadounidense de posguerra: Betty Friedan y la refundación del feminismo liberal» C. Amorós, A. de Miguel (Ed.), Teoría feminista: de la Ilustración a la globalización. El feminismo liberal de la posmodernidad (pp. 15-34). Madrid: Minerva.

– VARELA, Núria. (2018) Feminismo para principiantes. Ilustraciones de Antonia Santolaya. Barcelona: Ediciones B.

 


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