Opinión
Sanguijuelas del Guadiana y el futuro de las izquierdas españolas

Desde la Siberia extremeña para el resto de la península, de un año para otro, un grupo de tres chicos de veintipocos años ha quebrado las expectativas de una comunidad en proceso de abandono, y que, seguramente, había perdido toda esperanza de encontrar nuevos referentes culturales. Su impacto social, tan inmediato como transformador, ni mucho menos se limita al panorama musical. No es una exageración sostener que, de hecho, ya han revolucionado el universo simbólico extremeño para la posteridad. Solo ellos saben si acaso en sus mejores proyecciones se planteaban llegar hasta los tejidos comunitarios más profundos, casi como en ejercicio de reminiscencia, despertando algo esencial que permanecía oculto.
Como pudo decir Monterroso, cuando despertó, Extremadura todavía estaba allí. El caldo de cultivo existía, existe, las condiciones subjetivas se dan. Faltaban únicamente una guitarra, un teclado, un bajo y una batería. Y, especialmente, voces que cantasen directamente al olvido y al desarraigo. El futuro de las izquierdas españolas pasa más por integrar esta fórmula, por comprender esta idea fundamental, que los ensayos actuales, desdibujados, han tratado de eludir en un ecosistema político sin certidumbres.
Lo que descansa en el fondo, en realidad, es una llamada de atención, un grito de advertencia, pero también una lucha epopéyica contra la ausencia de futuro. En el que es su primer álbum, Revolá, confluyen la añoranza sobre aquello que nos constituye, aquello que ha definido una forma de estar en el mundo, como los “sentidos embriagados de jara y romero” que cantan en “Septiembre”, y la agonía vital de verse forzado a abandonarlo, producto de la primera, como algo que puede parecer inevitable.
Apuntan a reactivar los elementos identitarios que configuran las redes del entorno rural, singularizando una diferencia vigente, a través de una emocionalidad cuidada, como motivo de orgulloApuntan a reactivar los elementos identitarios que configuran las redes del entorno rural, singularizando una diferencia vigente, a través de una emocionalidad cuidada, como motivo de orgullo. Aciertan de lleno. Porque su valor no radica en incluir una serie de respuestas definidas sobre las potencialidades de la tierra, que podrían resultar arbitrarias, sino que siembran las estrofas con preguntas, hacen cambiar la mirada. Plantean un camino diferente como una realidad que reclamar, la posibilidad de reivindicar un futuro alternativo. La reafirmación de una existencia casi invisibilizada, que no disfruta de permanentes focos de atención, ni mediáticos ni políticos, más bien todo lo contrario, empoderando en su sentido identitario. Y no solo por el orgullo de pertenecer, sino por el reconocimiento de la capacidad de luchar.
En una península plurinacional y conformada por pueblos diversos, esta lucha contradice el marco unitario impuesto desde el centralismo, en ese intento de crear una realidad paralela definitoria de “lo español” que debe ser acatada de forma obediente, pero en la que solo caben unos pocos. Y, ciertamente, también esa deriva, más o menos reciente, de otra derecha como la catalana, que cada vez se parece más a la primera. Ese es el nuevo campo de batalla en el que las izquierdas, en plural pues son plurales, deben quemar las naves. No se trata solo de la oscilación discursiva en el eje territorial, sino que este sirva como punto de partida de las luchas materialistas tradicionales de clase.
Porque combatir el centralismo unitario desde el identitarismo territorial es también combatir las lógicas de gentrificación, las dinámicas extractivistas de explotación, natural y laboral, la supremacía del capital, la desigualdad económica, la desmantelación y privatización del Estado del bienestar, la homogeneización cultural por medio del mercado. En suma, rechazar el destino impuesto desde los centros de poder, para trasladar las problemáticas de los pueblos a los pueblos que competen. Es, como hace Sanguijuelas, volverse a donde uno es, hablar a los territorios desde los territorios sobre los territorios. No es nada más, y en realidad, lo es todo: hacer política con acento.
Una generación entera ha encontrado nuevas narrativas con las que dotar de significado a sus biografías colectivas, tejiendo comunidades de sentido que parten de una memoria compartida para alcanzar un horizonte moral común...
Solo así podrá darse el resurgir de un proyecto emancipador con significado para las clases medias y trabajadoras, aturdidas por una atracción aparentemente contraituitiva hacia los ecos de la ultraderecha. La canción “Jaribe” reza “que no nos quedará ya más, que perder el miedo, o probar suerte en otro lugar”. De eso se trata, precisamente, de ser valientes. Pero también se trata de saber lidiar con el dolor, con la pérdida. “Que los golpes de mi dolor no tengo quien los remiende”, cantan en “Yesca”. Una generación entera ha encontrado nuevas narrativas con las que dotar de significado a sus biografías colectivas, tejiendo comunidades de sentido que parten de una memoria compartida para alcanzar un horizonte moral común. Asumir el dolor, el abandono, para construir desde ahí un destino colectivo. Para cambiar el relato del miedo por el de la esperanza. Volver a lo local, actuando en lo local, pero “pensando globalmente”. O como en “Quiere parecer”, “resisto estar to’ lejos, pa’ algún día volver al principio”. Por fin, asumir el reto, creyendo en que el futuro no está todavía escrito, y que otros mundos son también posibles.

Las izquierdas, los pueblos periféricos, deber pasar a ser propositivas, a presentar un proyecto nuevo, que suene diferente. A coordinarse no solo estratégicamente, sino porque realmente se cree en muchas Españas, diversas y solidarias. Armar juntos una flamante narrativa de país, reforzando los consensos sociales que ahora se ponen en duda, reafirmando derechos y voluntades de entendimiento, ejerciendo verdaderamente la soberanía como la capacidad de dibujar el destino compartido. Con diferentes marcas, con diferentes líderes, y con mucho diálogo, por supuesto. Gabriel Rufián ya lo intentó en julio con un globo sonda que no encontró donde aterrizar. La negativa inicial de las algunas formaciones no implica ningún veredicto, solo es síntoma de que las elecciones todavía se sienten lejanas. “Si no está to’ perdío juro que volveré”, sentencian en Revolá. Todavía hay dos años para construir, para colaborar, para quebrar las expectativas y generar verdadera ilusión en el electorado. O en los electorados, en plural, porque también ellos son plurales.
Música
“Con nuestra música queremos crear el nuevo imaginario de las zonas rurales”
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