Santiago Abascal, el Le Pen vasco criado por el aznarismo

El líder del ultraderechista Vox ocupó cargos en el PP durante la etapa de José María Aznar. Su abuelo fue alcalde durante el franquismo, y su padre estuvo en Alianza Popular.

Eneko -Vox
Tira de Eneko, octubre de 2018.
10 oct 2018 06:08

Hay instantes que duran cien años. Santiago Abascal llevaba unos cuantos aguardando este momento, y piensa disfrutarlo hasta que las urnas digan si tenía o no razón para ilusionarse tanto. A la espera de que Pedro Sánchez resuelva cuándo llegará ese día electoral, el líder de Vox se deja querer por los medios… a su manera. “Estamos a punto de hacer historia. Ya verá cómo hablarán de nosotros”, pronosticaban hace unos días desde su entorno. Le da igual que le llamen ultra, xenófobo, facha a secas… Lo importante, lo verdaderamente importante, es que hablen de uno. El resto viene después.

Santi, el de Amurrio (Araba), el del PP vasco en los años de plomo, es hoy el rostro fácilmente reconocible de la extrema derecha española. No de la vieja ultraderecha casposa, franquista y de brazo en alto, sino de una diferente, nueva, limpia. Moderna incluso, a su manera. Es la “alt-right” de EE UU, esa misma que se nutrió de Donald Trump, la que hoy encarnan Abascal y Vox. Es la versión made in Spain del Frente Nacional de Le Pen o del mal llamado Partido de la Libertad del neerlandés Geert Wilders —con quienes ya tiene relación—. Es la versión española del temible Viktor Orbán húngaro —al que también admira—. Es la extrema derecha aquí y ahora.

En el Parlamento de Vitoria le conocen de sobra, principalmente quienes llevan ya unos años en el hemiciclo. Abascal fue parlamentario del PP entre 2005 y 2009, con Juan José Ibarretxe de lehendakari. Antes había estado de concejal en el ayuntamiento de Laudio y de procurador en las Juntas Generales de Araba. También fue jefe de las Juventudes del PP vasco. En un sitio u otro le recuerdan por sus intervenciones directas, duras, polémicas. Sin pelos en la lengua.

La familia

La política (de derechas) le venía en la sangre. Su padre, Santiago Abascal Escuza, fue uno de los históricos de Alianza Popular y luego del PP en el País Vasco. El padre de su padre también anduvo metido en política: el abuelo de Santi fue alcalde de Amurrio durante el franquismo. Con estos antecedentes, en el pueblo todos sabían sobre los gustos patrios de la saga Abascal, una familia conocida también por la tienda textil que regentan en este pueblo alavés. Cuando ETA estaba en activo, denunciaron varias amenazas contra su comercio y contra ellos mismos.

Abascal Escuza —fallecido en julio de 2017— fue uno de los principales apoyos que tuvo Santi cuando decidió lanzar su propio partido. Vox nació a finales de 2013 como una especie de escisión a la derecha de la derecha del PP, tanto en Euskadi como en el resto del Estado. Lo cierto es que el experimento resultó mejor fuera de casa que dentro: los principales respaldos vinieron desde Madrid, Valencia o Sevilla, bastante lejos de su Amurrio natal. Es precisamente en esas provincias donde hoy radican sus principales expectativas.

No había que ser Sherlock Holmes para advertir la deriva ultra de Santi, quien bastante antes de lanzar VOX probó suerte con la Fundación Defensa de la Nación Española (DENAES), un think tank que buscaba alertar sobre todos los males (rojos) que sobrevolaban la península. DENAES no tuvo mucho recorrido, pero al menos dejó varios escritos firmados por Abascal en los que ya se veían sus pensamientos ultrapatrióticos. El PP se le quedaba pequeño para sus soflamas, así que contactó con otros inconformistas y lanzó Vox. Entre sus primeros fichajes estrella estuvo el funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara, quien permaneció 532 días secuestrado por ETA. Luego llegaron otras caras conocidas, como la farandulera Carmen Lomana o el presentador ultra Hermann Tertsch.

Los amigos

La clave estaba, precisamente, en buscar compañeros de viaje con sustancia, aquí o allí. No en vano, una de las primeras cosas que hizo Abascal fue contactar con los asesores de Marine Le Pen en Francia. Quería conocer el proceso de crecimiento del Frente Nacional y ver qué claves le valían para el caso español. En abril pasado, otro de sus fichajes de primera división, Rafael Bardají —ex asesor de Aznar— consiguió reunirse en EE UU con Steve Bannon, exmano derecha de Donald Trump. El objetivo, siempre, era codearse con los grandes.

Hoy las encuestas empiezan a darle la razón: en España habría un sector de la población que se identificaría con esos valores ultranacionalistas, xenófobos y misóginos —Vox directamente apuesta por eliminar las leyes que amparan a las víctimas de la violencia de género—. Tampoco serían muchos, pero sí los suficientes para hacer creer —demoscópicamente hablando—que Santi, el de Amurrio, podría convertirse en diputado cuando haya elecciones generales. Antes, en mayo de 2019, pasará por el test de las Europeas, donde también espera que se confirme lo que dicen todos los pronósticos.

Los socios

De cara a esas citas electorales, Abascal —hoy instalado en Madrid— se esfuerza por dar a conocer todas y cada de una de sus iniciativas políticas. Ilegalización de partidos independentistas, prohibición de un indefinido “movimiento feminista radical”, carta blanca para disparar a okupas… Las propuestas de Vox son muy variadas, tal como queda claro en el documento de 100 ideas que lanzaron el pasado domingo 7 en un desbordado Palacio de Vistalegre. Desde ese día, los medios no paran de hablar del fenómeno lanzado por Santi Abascal, quien al mismo tiempo busca fortalecer sus vínculos con otras formaciones ultraconservadoras de Europa.

Una de sus principales opciones es el partido Fidesz que lidera el primer ministro húngaro Viktor Orbán, quien a su vez le valdría como puerta de entrada al Partido Popular Europeo. Paradojas de la vida, allí podría volver a encontrarse con sus viejos compañeros del PP. Los mismos que le dieron alas cuando un tal José María Aznar agitaba fantasmas por aquí y por allá.

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