Estados Unidos
Steve Bannon, el hombre a la sombra del “America first”

Uno de los responsables indiscutibles de la victoria de Trump, que tomó posesión el 20 de enero de 2017, fue Steve Bannon, el último director de la campaña de Trump, editor jefe de Breitbart y posteriormente estratega jefe de la Casa Blanca, cargo creado específicamente para él y que ocupó oficialmente hasta el 18 de agosto de 2017.

Steve Bannon
Steve Bannon, estratega jefe de la Casa Blanca, el 23 de febrero de 2017. Foto: Gage Skidmore
@angelferrero
6 ene 2018 07:12

El próximo 20 de enero se cumple un año de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Un año después de que alzase el vuelo aquel ‘cisne negro’ —o ‘naranja’, como bromeaba el ensayista Nassim Nicholas Taleb, quien acuñó el término original— quedan aparentemente pocos aspectos de aquella victoria electoral, para muchos inesperada, que no hayan pasado ya por el bisturí de los comentaristas en prensa, muchos de ellos, por cierto, los mismos que calificaron de absolutamente imposible lo sucedido en las elecciones de noviembre de 2016.

Uno de los responsables indiscutibles de aquella victoria fue Steve Bannon (Norfolk, 1953), el último director de la campaña de Trump, editor jefe de Breitbart y posteriormente estratega jefe de la Casa Blanca —cargo creado específicamente para él y que ocupó oficialmente hasta el 18 de agosto de 2017—, y que esta semana se ha encontrado de nuevo en el ojo del huracán por la aparición de Fire and Fury: Inside the Trump White House, un libro del polémico periodista Michael Wolff.

Según los medios que lo han reseñado, en este libro se desgranan las peleas internas por influir en las políticas del nuevo presidente, a quien no ha gustado nada su publicación, ha amenazado con los tribunales a su autor y criticado públicamente a Steve Bannon por supuestamente haber proporcionado información confidencial al mismo. El periodista de Bloomberg Joshua Green fue una de las primeras personas en fijarse en Bannon, y de sus encuentros con él nos ha legado un notable retrato en Devil’s Bargain (Penguin, 2017).

En 2016, pocos podían prever que Bannon, de 64 años, director de un entonces semidesconocido digital ultra, con su cara abotargada —diríase que casi cirrótica— y sin afeitar, permanentemente en bermudas, camisa sin planchar y chanclas, se convertiría en el periodo de un año en la eminencia gris de la Casa Blanca. Pero fue precisamente Bannon quien dio a Trump un sentido a su campaña y alineó una serie de intereses en una constelación que, en última instancia, permitieron su victoria.

“La peor elección posible”

Cuando Trump eligió el 17 de agosto a Bannon como director de su campaña, todo parecía perdido. La propia elección de Bannon parecía confirmarlo. Trump había despedido antes del cargo a Corey Lewandowski —por chocar con miembros del círculo de confianza de Trump— y a Paul Manafort —con experiencia en Washington, pero cuyas conexiones con el expresidente ucraniano, Víktor Yanukóvich, lo hacían incómodo en una campaña en la que las acusaciones de vínculos con Rusia eran recurrentes— y se decantaba por un periodista sin experiencia, director de un medio acusado de dar oxígeno a la ultraderecha y la xenofobia, y que provocaba un rechazo visceral en demócratas y republicanos por igual.

“Para los republicanos en Washington”, escribe Green, “Bannon era la peor elección posible de Trump porque señalaba que, más que dirigirse hacia una derrota decorosa que pudiera preservar los escaños republicanos en ambas cámaras, Trump iba a arrasarlo todo en ruta hacia una derrota tan catastrófica que podría incluso destruir el partido”. El director de la campaña presidencial de Mitt Romney en 2012, Stuart Stevens, llegó a comparar la situación con la escena del búnquer en El hundimiento, “solo que la gente de Trump no le dirá la verdad a Hitler. Es una locura. Trump es un chiflado a quien le gusta rodearse de chiflados. Es un desastre para el Partido Republicano”.

Los comentaristas políticos coincidían en señalar que Trump había concatenado una serie de errores: no se había preocupado de recaudar los fondos suficientes ni de hacer una campaña tradicional, su equipo parecía carecer de organización y el candidato no sabía cómo transformar en votos el interés que despertaba en los medios de comunicación, más bien todo lo contrario, saltando de una polémica a otra. Las encuestas eran catastróficas, al punto que la candidata demócrata, Hillary Clinton, estaba convencida de su victoria. A comienzos de agosto, Clinton se llegó a tomar dos semanas de descanso en las que acudió a galas para recaudar fondos y se codeó con Justin Timberlake, Cher y otras celebridades.

Muchos demócratas celebraban en privado la elección de Bannon, pensando que haría implosionar definitivamente al Partido Republicano tras una aplastante derrota. Cuando a inicios de la campaña una encuesta indicaba que diez millones de votantes del Partido Demócrata en 2012 cambiarían su intención de voto, Clinton y sus asesores no le otorgaron ninguna importancia. No necesitaba gastar tiempo y recursos en convencerlos: al final acabarían votando a Clinton, aunque fuese a desgana, y especialmente si la otra opción era Trump, rutinariamente descalificado por los medios por su pasado, su temperamento y sus opiniones. Tras las elecciones, señala Green, Trump tendría que volver arrastrándose  “al mundo hortera de bimbos, mármol rosa, telerrealidad y páginas de sociedad” del que nunca tendría que haber salido.

Pero Bannon —quien antes había sopesado dar apoyo en las primarias a otros candidatos republicanos, como el senador de Texas Ted Cruz o el neurocirujano Ben Carson— era en realidad una buena opción. “Como Trump, Bannon había pasado a través de múltiples matrimonios y era rico, descarado, carismático, volcánico, dogmático y nunca dudaba”, apunta Green. “También era un empresario capaz de cerrar acuerdos, y había plegado a magnates como Ted Turner o Michael Ovitz. Conocedor del argot de Wall Street y Hollywood, Bannon estaba especializado en los medios de comunicación, pasando de financiar series de televisión y películas a hacerlas él mismo. Tenía una enorme experiencia moviéndose entre los egos exagerados de multimillonarios agresivos como Trump y parecía poseer un sexto sentido para conectar con ellos”.

Lejos de tratar de convertir a Trump en un candidato respetable, como intentó Manafort antes, Bannon lo animó a seguir su lado más incendiario. El propio Bannon “saludaba el rechazo” del establishment republicano, de los demócratas y los liberales, “considerándolo una prueba de su convicción auténtica”, afirma Greene. “Alimentaba su sentido de grandiosa misión imaginándose que estaba amasando un ejército de outsiders harapientos y con horcas dispuestos a asaltar las barricadas”. 

Leninismo de derechas

Según el historiador Ronald Radosh, Steve Bannon se ha definido a sí mismo como “leninista”. Es esta una broma que ha de tomarse seriamente. Bannon supo identificar correctamente la existencia de una bolsa de votantes en el antiguo cinturón industrial —del que él mismo procede, nacido en el seno de una familia “de demócratas de cuello azul, católica irlandesa, pro-Kennedy, prosindicatos”—, afectados, como su propio padre, por tres décadas de neoliberalismo. Bannon supo ver que los demócratas habían abandonado a estos votantes creyendo que su declive demográfico los hacía del todo irrelevantes, y sabía también por sus contactos anteriores con el Tea Party y a través de Breitbart de la existencia de una base de republicanos descontentos, a quienes sin embargo el discurso de Trump movilizaba.
Bannon supo ver que los demócratas habían abandonado a estos votantes creyendo que su declive demográfico los hacía del todo irrelevantes

Como sus homólogos de la nueva derecha radical en Europa, Bannon ha sabido explotar demagógicamente las líneas de fractura sociales e ideológicas creadas por el Partido Demócrata, desde la segmentación vertical denunciada por Jean-Loup Amselle hasta las políticas de identidad de lo que Nancy Fraser ha llamado “neoliberalismo progresista”. “Cuanto más hablen de políticas de identidad, más agarrados los tengo”, confesó el propio Bannon en una conversación con el periodista Robert Kuttner de American Prospect. “Quiero que hablen todos los días de racismo: si la izquierda está centrada en cuestiones de raza e identidad y nosotros en el nacionalismo económico, aplastaremos a los demócratas”.

Otro de los sectores que Steve Bannon atrajo a su plataforma electoral fue el de las comunidades virtuales de adolescentes suburbanos. Bannon conocía su potencial desde hacía más de una década. En 2005, Bannon trabajó para Internet Gaming Entertainment (IGE), una empresa de Hong Kong que buscaba monetizar las compras virtuales de los jugadores en World of Warcraft (WoW). IGE utilizaba a trabajadores chinos que se turnaban para jugar a WoW y conseguir armas especiales que luego la compañía vendía a jugadores occidentales, obteniendo un beneficio. O ese era el plan, pues la comunidad de gamers rechazó las actividades de IGE, denunciándolas en foros virtuales y expulsándola finalmente del mercado.

Quiero que hablen todos los días de racismo: si la izquierda está centrada en cuestiones de raza e identidad y nosotros en el nacionalismo económico, aplastaremos a los demócratas”, dijo Bannon

Según escribe Green, aquella experiencia, con todo, le permitió descubrir “un submundo que no sabía que existía, habitado por millones de hombres jóvenes (la mayoría de gamers son hombres) […], aunque no fuesen aptos socialmente, eran inteligentes, centrados, relativamente afluentes y muy motivados en aquellas cuestiones que les interesaban. [Bannon] comenzó a preguntarse si estas fuerzas podían ser enjaezadas y, en ese caso, cómo explotarlas”. “La realidad es que la audiencia de Fox News era geriátrica y nadie estaba conectando con este grupo de gente joven”, declararía más tarde Bannon.

Breitbart atraería a muchos de estos gamers a la causa introduciéndose en el llamado Gamergate —un debate sobre el papel de las mujeres en el sector del videojuego— con los artículos del bombástico Milo Yiannopoulos, a quien fichó para llevar la sección de tecnología del medio. “Me di cuenta de que Milo podía atraer a estos chavales de inmediato”, afirma Bannon en el libro. “Vienen por Gamergate o lo que sea y luego pasan a la política y a Trump”. Posteriormente, en foros como /pol/ en 4Chan, el mensaje cobra vida propia y se distribuye a través de ‘memes’ más o menos elaborados, de entre los que ha destacado el uso de la Rana Pepe, un personaje creado por Matt Furie y apropiado por la alt-right estadounidense.

Con las herramientas a su disposición, Bannon fue capaz de atar ese haz de intereses antes disperso y proporcionarles un sentido y una dirección que culminaba en el triunfo de Trump. Los recursos de la campaña de Clinton “multiplicaban por diez el nuestro, tenía diez veces más personal, y todos los medios de comunicación estaban con ellos, pero yo seguía diciendo que no importaba, que lo habían entendido todo mal, que lo teníamos ganado”, presumió Bannon después de la victoria.

El grito más fuerte de la caverna mediática

Steve Bannon supo ver asimismo que Trump “entendía a los medios y cómo manipularlos”. “La economía moderna de las redacciones de los medios de comunicación no permite la existencia de equipos de investigación”, afirma Bannon. “No tendrás un Watergate, unos Papeles del Pentágono, porque nadie puede permitirse que un reportero se pase siete meses trabajando en una historia”, mientras que “nosotros podemos”. Aunque Breitbart podía tener un público reducido —hoy menos—, sus noticias y, sobre todo, su mensaje eran reproducidos por una red de medios de comunicación, portales digitales, blogs, youtubers y tuiteros de la derecha, y además era capaz de que medios de gran difusión como The New York Times las recogiesen y las publicasen.

Brian Fallon, el director de comunicación de la campaña de Clinton, admitió tras las elecciones el “profundo efecto que Breitbart tenía en cultivar un ecosistema en los medios conservadores que de manera agresiva y con éxito promovía ciertas historias y narrativas”. ¿De qué temas se trataba? “Inmigración, Estado Islámico, disturbios raciales y lo que llamamos ‘el desplome de los valores tradicionales’”, revela un redactor jefe de Breitbart.

A pesar de su retórica populista, Breitbart debe su éxito en no poca medida a Robert Mercer, un excéntrico millonario que financia causas de la derecha del Partido Republicano. Mercer es el director ejecutivo de Reinassance Technologies, un fondo de riesgo que usa algoritmos para detectar patrones poco habituales en los mercados financieros, y de varias empresas especializadas en análisis de datos. Mercer no solo es accionista de Breitbart —su inversión de 10 millones de dólares en 2012 (el mismo año en que Bannon se convirtió en su director tras la muerte de su fundador, Andrew Breitbart) le permitió dar un salto cualitativo en audiencia y abrir oficinas en Texas, Tel Aviv o Londres—, sino que una de sus empresas de análisis, Strategic Communication Laboratories, se puso al servicio de la campaña de Trump. También lo hicieron la productora audiovisual Glittering Steel y la fundación Government Accountability Institute (GAI) —que investigó los trapos sucios de los Clinton—, igualmente financiadas por Mercer. Fue su hija, Rebekah Mercer, quien viajó en helicóptero hasta Nueva York para convencer a Trump de que contratase a Bannon como director de campaña.

De Irán a Seinfeld

De Bannon podría decirse que lleva el conservadurismo en el ADN. Sus padres fueron críticos con la apertura del Vaticano iniciada en 1962 y, después de que Juan Pablo II permitiese el uso limitado de la misa tridentina en latín, la familia se convirtió al rito tridentino. Tras licenciarse en la Universidad de Virginia, Steve Bannon se alistó en la Marina y sirvió en el destructor USS Paul F. Foster, a bordo del cual vivió otro momento que marcaría su vida.
A pesar de su edad, Bannon acabó siendo contratado por uno de los grupos de banca de inversión en ascenso, llamado Goldman Sachs

En 1980 al USS Paul F. Foster se le ordenó desplegarse para participar en la Operación Eagle Claw. Autorizada por el presidente Jimmy Carter, la misión tenía como objetivo introducir en helicópteros a un comando de las fuerzas especiales en la República Islámica de Irán y rescatar a los estadounidenses a los que los estudiantes habían tomado como rehenes en su embajada. La misión terminó en fracaso: tuvo que ser cancelada por las condiciones meteorológicas, varios vehículos fueron abandonados en el desierto y ocho soldados murieron como resultado de una explosión accidental. Lo sucedido no solo convenció a Bannon de que únicamente un candidato como Ronald Reagan podía devolver a EE UU su orgullo nacional y gloria militar, sino también de la existencia de un nuevo riesgo. “No era el peligro inmediato y existencial representado por la Unión Soviética —señala Green—, sino una amenaza más distante que comenzaba a perfilarse en el horizonte: el islam”. Bannon llegó “a creer que la crisis de los rehenes era el primer indicio de hostilidad que crecería hasta convertirse en algo que algún día amenazaría a Occidente”.

Después de abandonar la Marina, Bannon terminó un Máster de Administración de Empresas en Harvard. A pesar de su edad, Bannon acabó siendo contratado por uno de los grupos de banca de inversión en ascenso, llamado Goldman Sachs. Bannon dejó Goldman Sachs en 1990 para fundar su propia compañía, Bannon & Co., especializada en el sector de los medios de comunicación. Bannon & Co. representó a Westinghouse Electric en la venta de Castle Rock Entertainment a la CNN, una transacción en la que, como aval de la rentabilidad de Castle Rock, Bannon aceptó quedarse con la participación de cinco series de televisión, incluida una llamada Seinfeld, que iba por su tercera temporada y, con el tiempo, se convertiría en un éxito. Y el éxito, en una fuente de ingresos para Steve Bannon, que vendió su empresa a la banca francesa Sociéte Générale en 1998.

Con los conocimientos adquiridos, Bannon siguió su carrera en el mundo del cine en Los Ángeles, produciendo 18 películas, entre ellas Extraño vínculo de sangre (The Indian Runner, Sean Penn, 1991) o Titus (Julie Taymor, 1999), una adaptación de Tito Andrónico de Shakespeare. En el año 2004, Steve Bannon adquirió los derechos de Reagan’s War: The Epic Story of His Forty-Year Struggle and Final Triumph Over Communism, de Peter Schweizer, para convertirlo en un documental que se titularía In the Face of Evil, la primera de una lista de películas de sesgo conservador (algunas de las cuales también dirigió), entre las que se encuentran Fire from the Heartland: The Awakening of the Conservative Woman (Steve Bannon, 2010) —sobre la participación de las mujeres en la política conservadora, centrándose en los casos concretos de Michele Bachmann, Ann Coulter y Deneen Borelli—, The Undefeated (Steve Bannon, 2011) —sobre la exgovernadora de Alaska y candidata republicana a la vicepresidencia Sarah Palin— y Occupy Unmasked (Steve Bannon, 2012), que presentaba a Occupy Wall Street como un movimiento siniestro y violento en el que se daban episodios de consumo de drogas y violaciones.

En el Liberty Film Festival, un festival de cine conservador, Bannon conoció a Andrew Breitbart, que había trabajado para el digital conservador Drudge Report y había ayudado a Arianna Huffington a lanzar el Huffington Post. Breitbart se disponía a poner en marcha su propio medio de comunicación, al que llamaría por su apellido. Bannon y Breitbart conectaron enseguida y el resto, como se dice, es historia.

Back to the 30s

Para apoyar a esta plataforma electoral, Bannon necesitaba dar consistencia a la ideología del trumpismo, que esta tuviese un sentido y entroncase con una genealogía filosófica. Ávido lector de biografías y libros de historia y religión —su fascinación hacia el misticismo cristiano y el hinduismo esotérico son conocidas—, Bannon mantenía desde hacía tiempo contactos con los populistas de derecha radical de Europa, con los que conectaría más tarde a Trump (en particular Nigel Farage, que participó en la campaña y fue el primer político en visitar al presidente electo). Como aquellos, Bannon ha buscado inspiración en los intelectuales de la llamada ‘revolución conservadora’ de entreguerras, cuyos temas y estilo encuentran su eco en los discursos elaborados por el director ejecutivo de Breitbart.

En este particular panteón —que incluye a Friedrich Nietzsche (1844-1900), Oswald Spengler (1880-1936) o Julius Evola (1898-1974)— ocupa un lugar destacado René Guénon (1886-1951), el fundador del “tradicionalismo”, una filosofía antimodernista que llama a extinguir el racionalismo, el secularismo y los movimientos de emancipación del siglo XX para regresar a una verdad espiritual esencial que aquellos habrían enterrado. Solo así, creía el autor de La crisis del mundo moderno (1927), se podría restaurar la civilización occidental (Guénon acabaría convirtiéndose al islam después de un periplo vital religioso que lo llevó por el catolicismo y la francmasonería).

Todos estos autores creían asimismo que la historia es cíclica y que las civilizaciones atraviesan periodos de auge, estancamiento y decadencia. Occidente habría entrado en un largo declive desde hace siglos debido al mercantilismo y el cosmopolitismo que lo habrían debilitado como civilización —para Bannon el auge del islam político y la llegada masiva de inmigrantes serían signos de ese agotamiento— y se encontraría actualmente en esta etapa final, de la que únicamente se podría salir si las fuerzas de la reacción se organizan para recuperar, proteger y relanzar los valores tradicionales y alumbrar una nueva fase de renacimiento. (Hay quien ha querido ver en este movimiento una suerte de ‘Escuela de Fránkfurt’ o ‘teoría de la hegemonía’ de Antonio Gramsci invertida, y el propio Andrew Breitbart acostumbraba a decir que su principal objetivo era “cambiar la narrativa cultural” para allanar el camino a la derecha política).

A grandes rasgos Trump ha servido de vulgarizador de estas teorías —reformuladas para los EE UU del siglo XXI con conceptos como ‘America first’ o ‘nacionalismo económico’— que, pese a sus incuestionables tintes conspiracionistas y xenófobos, conectan con las preocupaciones de importantes sectores de la población —como la desconfianza hacia las élites académicas y la pérdida de soberanía de los Estados a manos de las corporaciones transnacionales—, haciéndolas, en consecuencia, tanto más peligrosas. El profesor de la Universidad de Aarhus Mark Segdwick, especialista en estos autores, alerta contra subestimar el papel de esta ideología. “No es solamente un tipo extraño a quien le gusta jugar política, sino alguien que procede de una tradición intelectual muy seria”, ha dicho Segdwick sobre Bannon. “No es una tradición con la que mucha gente vaya a estar de acuerdo —continúa— o incluso entender, pero con todo es una importante”.

Off-sider

El nombramiento de Steve Bannon como “estratega jefe de la Casa Blanca” fue el punto álgido de su carrera. El protagonismo que adquirió, llegando a ser portada de la revista Time —con el nada honroso titular de “El gran manipulador”— y objeto de reportajes en los que se le consideraba el verdadero autor de las políticas de la Administración estadounidense, hicieron que el egocéntrico Trump acabase defenestrando a la persona sin la cual nunca hubiera entrado en el Despacho Oval. El 18 de agosto de 2017 fue cesado de su cargo, seis días después de “Unite the Right”, una sonada manifestación de la ultraderecha en Charlottesville contra la retirada de varios monumentos a los confederados que terminó con tres víctimas mortales —una manifestante asesinada en un atropello intencionado y dos agentes muertos al estrellarse un helicóptero—, casi una cuarentena de heridos y más de una decena de detenidos.

Además, a juicio del autor de Devil’s Bargain, “Trump no cree en el nacionalismo ni en cualquier otra filosofía política […]. A lo largo de los años, Trump ha repetido ciertos temas populistas: Estados Unidos está perdiendo en los acuerdos comerciales contra competidores extranjeros, las élites y los políticos son estúpidos y corruptos”, etcétera. Pero todo ello “eran expresiones más de una actitud, una campaña de márketing, que de un compromiso con una agenda política”. Así, “cuando Trump sintió que el nacionalismo ya no generaba las respuestas positivas para él, lo abandonó sin más, anunciando en abril que era ‘un nacionalista y un globalista’, como si ambas cosas no estuvieran opuestas”. En el fondo, concluye Green, “Trump es un oportunista movido por un deseo de aceptación popular más que un político con principios fijos”.

La paradoja de la marcha de Bannon es que fuera de la Casa Blanca puede resultarle más útil a Trump que dentro de la misma, y el propio Bannon aseguró que regresaría a Breitbart para apoyar al presidente estadounidense y guiarlo por el camino correcto. Dicho de otro modo: que contribuiría a mantener la base social de Trump en tensión permanente para permitir al presidente estadounidense continuar con su agenda plutocrática. Mientras los demócratas se han empantanado en el llamado ‘Russiagate’, Bannon ha continuado su labor de zapa. Su próximo golpe, según anunciaban los medios el pasado mes de agosto, podría ser la creación de una televisión conservadora a la derecha de la Fox a partir de la adquisición de varias redes de televisiones locales, con el probable apoyo de los Mercer.

Son precisamente estas televisiones, y no los diarios de gran tirada como The New York Times o The Washington Post, las que llegan al potencial votante de Trump. A un año de la toma de posesión de Donald Trump, merece la pena tener en cuenta la advertencia de Steve Bannon a los periodistas de The New York Times que acudieron a entrevistarlo. Los medios de comunicación, dijo, “deberían de estar avergonzados y humillados y mantener el pico cerrado y escuchar por un momento… Quiero que citéis esto: los medios son aquí el partido de la oposición. No entienden este país. Siguen sin entender por qué Donald Trump es el presidente de EE UU… La élite de los medios se equivocó por completo, al 100%. [Las elecciones de 2016 fueron] una derrota humillante, una mancha que nunca lograrán quitarse, que siempre estará allí… Sois el partido de la oposición. No el Partido Demócrata. Vosotros sois el partido de la oposición. Los medios son el partido de la oposición”.

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