Extrema derecha
Julios con alivio ante el abismo, a los dos lados del Pirineo

La victoria del Nuevo Frente Popular francés se quedará en nuestras retinas, ya heridas, mientras el juego perverso sigue, imparable, sobre la cancha.
Marine Le Pen 2022
Marine Le Pen, de Agrupación Nacional (RN)
17 jul 2024 05:26

Viendo el percal general, tanto en lo estructural como en lo coyuntural, y con el exterminio en Gaza siendo perpetrado en su décimo mes, podemos decir que, con lo acontecido en Francia este San Fermín, el mes de julio nos mandó un guiño con historia. Guiño que lo ha convertido, a través de los aconteceres electorales de estos últimos dos julios, a un lado y otro de los Pirineos, en un evocador de recuerdos de alivio. Un respiro que al rememorarse vendrá conjugado con las marcas que dejan los surcos mnémicos de la alegría en nuestro cuerpo, dadas las dimensiones del abismo que se enfrenta cada vez que se consigue alcanzar en las urnas un tenue y provisorio ‘No Pasarán’.  

En esos surcos de la memoria configurada en estos años estará presente este 7 de julio galo —a una semana de la Toma de la Bastilla hace 235 años, el 14 de julio de 1789—, y lo hará relacionado con la consciencia de resistencia desplegada en las semanas del Orgullo LGTBIQ+, como lo estuvo en el freno al gobierno PP-VOX del 23J el año pasado. 

Ayuso profundiza, después del resultado del ‘antifascismo’ histórico en Francia, la alteridad política a través de los fantasmas degradados de la Guerra Fría con el ‘anticomunismo’

Recuerdos de julio que para muchas personas que vivimos en la vieja Europa significan la realidad de una contención primordial, en este presente aciago que transitamos. A un mes y medio de cumplirse los 80 años de la liberación de París de la ocupación nazi, con la presencia antifascista de republicanos españoles en sus columnas, recordando las batallas de la Guerra civil, la victoria del Nuevo Frente Popular francés se quedará en nuestras retinas, ya heridas, mientras el juego perverso sigue, imparable, sobre la cancha.  

Siendo así, no dejemos de sentir y pensar lo ocurrido en el país vecino, ni olvidemos el post de los británicos tras el gobierno de los tories que ganó Boris Johnson a finales de 2019. La recién finalizada legislatura que contó con la fundamentalista neoliberal del partido conservador, Liz Truss, como el prime minister con menor tiempo en ejercicio de la historia británica: el hundiendo del dogma neoliberal que resultó ser también el olvido más veloz de la historia occidental, ahora que la doctrina cuenta con una circulación revitalizada en versiones aún más gores como parte de ‘la nueva reacción’. Incluso se han puesto de moda para la subjetividad hiperindividualista, profundizada con la penúltima revolución tecnológica. 

Así las cosas, resistamos en la cotidianidad, no sólo al vacío de ‘lo real’ que nos devuelve una mirada ciega, desde la nada, tras la valentía de afrontarla, sino al desplazamiento compulsivo que implica el flujo de información. Y es que la realidad sigue imparable: el intento de asesinato a Trump; la cumbre de la OTAN marcada por la escalada armamentística mundial; las novedades en cuanto a las cloacas del Estado, con nuevas revelaciones de los tiempos de Rajoy contra sujetos políticos emergentes en la crisis del sistema político de partidos que se abrió tras el crack del 2008; la violación de derechos a los menores migrantes en nuestro país y la estrategia de Vox, dejando los cinco gobiernos autonómicos, en función de una de las claves de su discurso: el racismo españolista. 

El movimiento estratégico de Abascal tiene como fin mover su techo de votos estancado a través de una de las claves de ‘la reacción europea’

Abascal, usando las claves ideológicas movilizadas este curso, ha dejado el espacio central oficialista a los discursos de las dos fuerzas principales, el PSOE desde el gobierno central y el PP en los autonómicos, personalizando su decisión en la posición de Núñez Feijóo. Recordemos: después de la renovación del Consejo General del Poder Judicial con la amnistía al procés ya vigente. Por tanto ha jugado también con la sombra de Ayuso sobre el liderazgo del partido hegemónico del bloque. Planean en la escena las imágenes más recientes: la medalla a Milei, confrontando desde la capital con Sánchez, y su característica ‘banalidad del mal’ discursiva mentando como acusación la atrocidad estalinista. Y es que Ayuso sigue profundizando, después del resultado de la conjugación del ‘antifascismo’ histórico en Francia, la alteridad política a través del otro pivote del marco que sigue articulando la confrontación política según los fantasmas degradados de la Guerra Fría, más que de los desplegados durante los años 20 y 30, en medio del hiperindividualismo, la privatización, cosificación y mercantilización de la realidad en el capitalismo tardío, esto es, el ‘anticomunismo’.

El movimiento estratégico de Abascal tiene como fin mover su techo de votos estancado a través de una de las claves de ‘la reacción europea’, muy presente en el discurso fundacional del partido. Buscan en la recepción de sectores afines que no son votantes conjugar la coherencia referida a la idea de España —la patria— y su defensa —patriotismo— por encima del interés personal, del puesto en el poder autonómico. Jugarán la partida, mirando al buscado horizonte de crecimiento, por fuera de la institucionalidad que habían conseguido en la etapa anterior —primero caracterizada por el crecimiento electoral y, después, por el acceso al poder municipal y autonómico, hasta mayo del 2023—. La lectura de una nueva fase estratégica, después de las elecciones tras la pandemia y el estancamiento demostrado en las de la Unión Europea tras un año en los gobiernos autonómicos y habiendo tenido el curso de oposición a la ley de amnistía, ha sido abierta desde la cúpula del partido conscientes, además, de la competencia con Alvise Pérez, el nuevo tercer elemento en el espectro de las derechas españolistas.

De 222 circunscripciones se ganaron 216 escaños a la ultraderecha hegemónica aglutinada en la fuerza de Le Pen

Con todo ello, no desplacemos la aprehensión de lo ocurrido electoralmente en Francia antes de tiempo; no retiremos de nuestro cuerpo lo que sentimos cuando la victoria de Le Pen en la Asamblea Nacional francesa no se produjo, ni siquiera por mayoría simple, quedando como tercera fuerza en la cámara baja; no sucumbamos al impulso de la siguiente tarea, pese a la mirada con perspectiva que podamos desplegar sobre las múltiples realidades que nos atraviesan. 

Echando pues una ojeada a lo que nos llega de la victoria del Nuevo Frente Popular francés (con 180 escaños, más 12 independientes afines y 1 ecologista, de un total de 577 diputados) despuntó, por estos lares, lo esperable: los medios de comunicación corporativos de tendencia progresista arrancaban el día 8 argumentando mayoritariamente contra Melenchón (71 escaños de los 180 del Frente, por delante de los 64 de la recuperación del Partido Socialista). Y lo hacían mientras se conocía que Macron había cenado con Le Pen al mismo tiempo que usaba, en campaña, el clásico y falaz igualamiento de “los extremos”, con acusaciones a la Francia Insumisa de ‘antisemita’ —entendido como antijudío en el país—, y se oponía a la táctica del cordón antifascista en las circunscripciones. 

El pacto fue desplegado finalmente sobre 222 circunscripciones —quedando fuera 84— que implicaron 134 renuncias de candidatos del NFP y 82 de la coalición gubernamental. De esas 222 circunscripciones —en función de la decisión de los votantes de aceptar esa táctica con su voto— se ganaron 216 escaños a la ultraderecha hegemónica aglutinada en la fuerza de Le Pen, con su candidato a primer ministro Jordan Bardella. De esta manera obtenían 142 diputados, dejando atrás el haber podido ser la primera fuerza del Parlamento, incluso con la posibilidad de ganar en suficientes circunscripciones como para llegar a la mayoría absoluta (289 diputados). Fueron, sin embargo, y por segunda vez, la fuerza más votada de la elección, con poco más de 10,1 millones de votos, un 37,1%, teniendo medio millón de votos menos que en la primera vuelta. 

El Nuevo Frente Popular evoca un recuerdo hecho presente, desde el antifascismo político y social, de aquella coalición para frenar el fascismo de hace 90 años

Todas las fuerzas bajaron en número de votos, y es que el censo electoral, los habitantes registrados para ejercer el voto, bajó entre el domingo 1 y el 7 de julio, en 6 millones de personas. Por eso, aunque los porcentuales de participación fueron prácticamente idénticos, en la primera vuelta votaron 4 millones de personas más que en la segunda, siendo la diferencia existente entre los votos emitidos a los distintos partidos políticos de 4,7 millones de votos más en la primera vuelta que en la que ha conformado el poder legislativo. 

De ese reflejo de realidad es de dónde cabe dimensionar, con realismo social y político, el hecho de que la segunda vuelta de las legislativas de la República francesa enmendó el resultado del 1 de julio. Porque junio se fue con un perturbador hecho histórico: la primera victoria electoral del nacionalismo francés de extrema derecha, con Marine Le Pen a la cabeza de Rassemblement National. El, hasta 2018, Frente Nacional sumó 10,6 millones de votantes, un 33,15% del sufragio, junto con sus aliados de Unión de la Extrema Derecha y parte de los conservadores, Los Republicanos (que obtuvieron por su cuenta el 6,57%, dos millones de votos, seiscientos mil más que el 7 de julio), y además hubo algún porcentual más para otras dos formaciones de ultraderecha que en la segunda vuelta se quedaron con un diputado. Mientras, la coalición de Emmanuel Macron, Ensemble, pasaba a ser tercera fuerza, con 6,8 millones de votos, quedando finalmente segunda en el Parlamento, con 159 diputados, habiendo perdido algo más de cien mil votos y siendo el 24,5% del sufragio. 

La victoria de los de Le Pen en el número de votos se consolidó el 7 de julio, incluso subiendo el porcentual al 37,1%, pero tomando de referencia la primera vuelta —sin pacto táctico antifascista en las circunscripciones y con mayor participación— superó por 5 puntos al 28% de los 9 millones de votos obtenidos por la coalición de la socialdemocracia y las izquierdas partidarias, reagrupadas en el Nuevo Frente Popular como antagonistas a la movilización reaccionaria. La coalición que ganó en el mayor número de circunscripciones del territorio nacional. 

Noventa años después de la respuesta histórica del antifascismo francés en la conformación del Frente Popular, a partir de los disturbios paramilitares de las agrupaciones nacionalistas y fascistas para tomar la Asamblea Nacional francesa en 1934, volvió al presente la fórmula que ha quedado primera fuerza en el Parlamento, inspirada en el Frente Popular de la Tercera República, el que ganara las últimas elecciones del país galo antes de la II Guerra Mundial. No hubo problemas sino decisión con el nombre en esta Quinta República, ante la coyuntura que hoy enfrentamos. 

Ha sido un instrumento de coalición para frenar a la extrema derecha que evoca un recuerdo hecho presente, desde el antifascismo político y social, de aquel Frente Popular que gobernó, con el socialista Léon Blum como presidente, desde 1936 hasta abril de 1938, es decir, hasta medio año antes del Pacto de Múnich que firmó Daladier (ministro de Defensa durante el gobierno del Frente Popular, antes de ocupar el cargo presidencial tras la ruptura de la coalición). Todo, mientras el Frente Popular español echaba dramática y desesperadamente en falta el antifascismo internacionalista ante el Pacto de No Intervención y, como última esperanza, la oposición a la entrega de los Sudetes checoslovacos al III Reich hitleriano, que finalmente tuvo lugar en el Múnich de aquel septiembre de 1938. 

Hoy, a 22 años del abril en el que la extrema derecha gala se jugó por primera vez la presidencia de la República en un balotaje entre Le Pen padre y el presidente conservador Jacques Chirac; y a pocos días de que se cumplieran, el 25 de junio, los 40 años de la muerte de Michel Foucault, ‘las palabras y las cosas’ desplegadas en nuestras mentes podían desembocar en la letra de un tango que en nuestros pagos conocemos bien: “sentir que veinte años no es nada”. 

Sin embargo, estas cuatro décadas desde la muerte del filósofo francés del ‘biopoder’ y, particularmente, estas dos últimas, en el que ha tenido lugar un crecimiento constante del nacionalismo racista en la Francia postcolonial, han sido demasiado. No sólo en la progresión de la extrema derecha francesa (en dos años han pasado de un máximo de 4,2 millones de votos a 10,6), sino en las continuidades estructurales. 

Es decir, en lo que entrevemos mirando las revueltas de las banlieues de hace un año, a raíz del disparo directo de un policía a un joven en su vehículo, y también las anteriores, hasta retomar las de aquel año 2005, que con una respuesta rabiosa dieron continuidad en la realidad al reflejo de lo social -con el neoliberalismo impactando sobre las estructuras de fondo del país, y sobre los sectores populares- que atisbamos en una película mítica del cine social de los 90, La Haine (El odio). Sin olvidar las movilizaciones de los ‘chalecos amarillos’ ni la pulsión de resistencia insurreccional del país frente a la reforma de las pensiones del 2023 impuesta por Macron (8 millones de votos en la 2º vuelta de 2022 a 6,6). La historia continúa en todos los flancos y la incierta partida abierta es fundamental, nos lo dice el pasado y el presente.

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